Las grandes cantidades de crudo depositadas
en el subsuelo del planeta –sobre
todo, en los países menos favorecidos– han hecho posible el enorme
desarrollo demográfico, económico y social de las sociedades
occidentales. Sin embargo, los expertos coinciden: el planeta está entrando
en una nueva era en la que la exploración y extracción del
oro
negro no será tan rentable. La tendencia alcista del precio del crudo
es imparable, pero aún hay tiempo para desarrollar una estrategia energética
mundial alternativa.

Si en los últimos 150 años el hombre ha podido desarrollar
la sociedad industrial ha sido gracias a encontrarse con una herencia insospechada
e irrepetible: cientos de miles de millones de toneladas de hidrocarburos atrapados
en el subsuelo del planeta, resultado de procesos geológicos fortuitos
que a lo largo de millones de años fosilizaron la energía solar
almacenada en inmensas cantidades de microorganismos prehistóricos.
El petróleo ha sido, sin lugar a dudas, el carburante por excelencia
del progreso económico del último siglo. Todo parece indicar,
sin embargo, que el mundo está a las puertas de un cambio de tendencia
sin precedentes: de petróleo abundante y barato a un suministro cada
vez más caro y escaso.

Hasta bien entrado el siglo xvii, las distintas civilizaciones humanas vivieron
y progresaron en la medida en que fueron capaces de aprovechar directamente
la energía solar, ya fuera en forma de cultivos agrícolas, quemando
leña o aprovechando la energía hidráulica y eólica
para convertirla en trabajo. El bajo porcentaje de energía solar que
podían captar ponía un límite natural a la capacidad de
reproducción y supervivencia de la humanidad. Durante miles de años
la población mundial se mantuvo más o menos constante alrededor
de unos pocos centenares de millones de personas y, sin embargo, a mediados
del siglo xix se inició una fase de crecimiento exponencial que ha llevado
hasta los 6.200 millones y a duplicar la esperanza de vida. A mediados de siglo
podrían alcanzarse los 9.000 millones. ¿Qué hizo posible
esta explosión demográfica después de miles y miles de
años de estabilidad? ¿Qué ocurrió a mediados del
siglo xix que disparó este crecimiento?

No puede atribuirse una causa única a un hecho de esta magnitud, resultado
de una acumulación de procesos madurados a lo largo de siglos, pero,
si se analiza en detalle, se verá que hay una causa física que
habilitó los demás factores: la humanidad pasó de vivir
del flujo de energía solar que llega a la Tierra a vivir de la explotación
de recursos fósiles acumulados en periodos geológicos muy anteriores.

Todo empezó a cambiar a finales del siglo xviii, cuando el carbón
proporcionó energía a las máquinas de vapor que iniciaron
la verdadera Revolución Industrial, pero muy especialmente a partir
de 1850, cuando se pusieron en producción los primeros pozos petrolíferos
en Pennsylvania (EE UU). Con el carbón, el petróleo y el gas
natural la humanidad descubrió que los límites al crecimiento
no los fijaba ya la cantidad de energía solar captada en cada generación,
sino la velocidad a la que podían extraerse los recursos energéticos
fósiles, que a lo largo del último siglo se han convertido en
el combustible vital de nuestra civilización. El 90% de la energía
que el planeta consume es fósil. Del consumo energético mundial,
el petróleo representa alrededor de un 40%; el carbón, un 26%,
y el gas natural, un 24%. La energía nuclear (7%) y la hidráulica
(3%) cubren el resto. El 66% del petróleo que se extrae se quema para
mover más del 90% de los medios que se emplean hoy para transportar
personas y mercancías. La llamada revolución verde, que ha cuatriplicado
la productividad agrícola, consume el 17% de la producción mundial
de oro negro: los campos se han convertido en esponjas en las que se derraman
fertilizantes y pesticidas para hacer crecer alimentos. Literalmente, comemos
petróleo: para producir un kilo de carne vacuna se consumen siete litros
de crudo. Y el que no se gasta en transporte o alimentos se utiliza para fabricar
plásticos, productos químicos o farmacéuticos, para mover
la maquinaria industrial, calentarse o generar electricidad.

La viabilidad de la sociedad industrial actual y la continuidad de sus avances
científicos, económicos y sociales depende en gran medida de
la disponibilidad creciente de una fuente energética flexible, abundante
y hasta hace poco fácil de obtener, pero finita. Aun así, el
ser humano actúa como si el modo de vida consumista que ha acompañado
a la industrialización fuera un derecho adquirido por tiempo indefinido
y un objetivo extensible a buena parte de la población mundial: se disfruta
de la herencia geológica como si de una renta vitalicia se tratara.

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Ampliada

El consumo mundial de petróleo sobrepasa los 12.000 millones de litros
al día, y según las directrices de la Política energética
nacional
estadounidense, elaborada en mayo de 2001 bajo la dirección
del vicepresidente Cheney, para mantener las actuales tasas de crecimiento
económico y de población el mundo necesita aumentar su consumo
de crudo en un 2,1% al año. ¿Hasta cuándo será posible
mantener una extracción creciente de un recurso finito y no renovable?
Tarde o temprano, el petróleo se agotará, y con él, el
combustible que ha movido y mueve los engranajes del comercio mundial y del
crecimiento económico, condición imprescindible para la continuidad
de la economía de mercado que hoy rige los destinos de un mundo globalizado.

Por suerte, la herencia recibida es inmensa, y desde los inicios de la era
industrial no se ha consumido aún la mitad del petróleo acumulado.
Por tanto, su inevitable agotamiento está lejano, pero hay que afrontar
que el planeta está a las puertas de un fenómeno que puede provocar
un cambio económico y social sin precedentes: el pico de la producción
mundial de crudo. Se podrá extraer por mucho tiempo, pero cada vez a
un ritmo menor y a un coste mayor.

UN CRUDO ESCENARIO
La extracción de petróleo está sujeta a condicionantes
geográficos y geológicos ineludibles. En primer lugar, hay que
encontrarlo mediante un proceso de análisis geológico y costosas
perforaciones. Lógicamente, son las bolsas mayores las primeras que
se descubren y se explotan. A medida que queda menos crudo por descubrir, resulta
más difícil encontrar nuevos yacimientos, y los hallazgos son
de menor entidad. La curva de descubrimientos alcanzó su máximo
en los 60, y a pesar del gran esfuerzo realizado a partir de los 70 aplicando
las más modernas técnicas de exploración sísmica,
nunca se volvieron a alcanzar los éxitos del pasado. Desde 1980 cada
año se consume más petróleo del que se encuentra, y llegará un
momento en que los costes de exploración superen el valor esperado de
los descubrimientos. A partir de entonces resultará económicamente
inviable seguir explorando: descubrir todo el petróleo implicaría
realizar un número ilimitado de perforaciones, la gran mayoría
fallidas. Por otra parte, una vez encontrado un yacimiento, lo que primero
se extrae es el crudo más fácil de obtener y que suele ser también
el de mejor calidad. Al perforar un pozo, inicialmente mana el petróleo
de menor densidad por la propia presión del gas que suele acompañarle.
Cuando disminuye esta presión natural, lo hace también la producción
del pozo, y para mantenerla hay que inyectar gas o agua a presión para
que ascienda el petróleo más denso. A la larga, se alcanza un
punto en el que para obtener un barril de petróleo convencional hay
que consumir una cantidad equivalente de energía y en este momento el
pozo deja de ser rentable, independientemente del precio de mercado del crudo.
Todo ello hace que la curva de producción de un pozo, de un yacimiento,
de un país, y por tanto del mundo, tenga inevitablemente una forma de
campana –la llamada curva de Hubbert–, alcanzándose el punto
máximo cuando se ha extraído aproximadamente la mitad del contenido
recuperable. La parte ascendente de la campana representa un periodo de producción
en aumento a un coste relativamente bajo: la fase vivida. En la descendiente –que
muy probablemente comience pronto– decrece la producción y los
costes son cada vez mayores.

En 1956, M. King Hubbert, entonces director del laboratorio de prospecciones
de Shell, estudió las curvas de descubrimientos y producción
de petróleo en
EE UU, y concluyó que ese país alcanzaría el punto
de máxima producción entre 1966 y 1972. Aunque en su época
estas predicciones fueron ridiculizadas y
olvidadas, la producción estadounidense alcanzó su máximo
en 1970 y ha ido descendiendo año tras año. A pesar de las
enormes inversiones y los avances
técnicos aplicados desde entonces, su producción actual es
inferior a la mitad de su máximo, una cantidad similar a la que
producía en 1940. Algunos discípulos,
principalmente Collin Campbell y Kenneth S. Deffeyes, han aplicado técnicas
similares para estimar el punto de máxima producción mundial.
Según ellos,
es muy probable que se haya alcanzado ya la máxima producción
de petróleo convencional (la producción mundial está estancada
desde 2000).

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La certeza de este proceso ha sido corroborada por la experiencia acumulada
en EE UU, que, siendo el territorio más explorado y más explotado
del planeta, es un buen modelo de lo que se puede esperar en un futuro a escala
mundial. No hay razón para pensar que lo que ha ocurrido allí no
se vaya a reproducir globalmente. Aun cuando no resulta fácil predecirlo
con precisión, en la comunidad científica, geológica y
petrolera se está alcanzando un consenso que sitúa el punto de
máxima producción mundial a finales de esta década o a
mediados de la siguiente. Los más optimistas, en general economistas,
creen que puede alargarse algo más, quizá otra década,
por la explotación de yacimientos atípicos que el alza de precios
puede convertir en rentables.

Inundamos los campos con
fertilizantes y, literalmente, comemos petróleo: para producir
un kilo de carne de vaca se consumen siete litros de crudo

Tengan razón unos u otros, lo cierto es que éste es un horizonte
lo suficientemente próximo como para que nos afecte directamente, si
no a nosotros, a nuestros hijos. Y también que, aun en el mejor de los
supuestos –que la extracción de petróleos pesados de las
arenas bituminosas de Venezuela o Canadá, de las regiones polares o
de las profundidades marinas permitiera mantener una producción en aumento–,
la tendencia al alza de los precios es inevitable por sus mayores costes de
producción.

Las empresas de exploraciones petroleras posiblemente sean las que mejor conocen
la dimensión del problema, y entre ellas, Halliburton, una de las principales
compañías del sector. Su entonces consejero delegado y hoy vicepresidente
de la Administración Bush, Dick Cheney, lo expuso con claridad el 15
de noviembre de 1999 en una conferencia impartida en el Institute of Petroleum
de Londres: "Se espera de las compañías petroleras que
sigan encontrando y produciendo suficiente petróleo para compensar los
más de 71 millones de barriles que se consumen cada día, y para
cubrir, además, la nueva demanda. Según algunas estimaciones,
la demanda anual global crecerá al 2%, al tiempo que la producción
(…) caerá por motivos naturales un 3%, en el mejor de los casos. Esto
significa que para 2010 necesitaremos producir
unos cincuenta millones de barriles diarios adicionales" que hoy no tenemos
localizados. (…) ¿De dónde saldrá todo es-
te petróleo?", se preguntaba Cheney. "Aunque muchas regiones
petroleras presentan buenas oportunidades, es en Oriente Medio, con dos terceras
partes del petróleo mundial y unos costes mínimos de extracción,
donde, en última instancia, se encuentra el trofeo", respondió.
Según Cheney, las compañías petroleras se enfrentan a
un problema adicional, ya que "el truco consiste, obviamente, en reemplazar
también beneficios". "La mayoría de las petroleras
obtienen la mayor parte de sus beneficios (…) en áreas ya maduras,
y posiblemente les sea difícil reemplazar los altos márgenes
que obtienen en estos barriles. Buena parte del petróleo que se extrae
en áreas nuevas tiene, obviamente, un alto coste y unos márgenes
mínimos". Cheney confirmaba el análisis de los geólogos:
el planeta se adentra en la segunda parte de la campana, menos petróleo
y más caro.

También Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal de EE UU,
lo advirtió en un discurso en el Center for Strategic and International
Studies de Washington el pasado 24 de abril: "El dramático incremento
de los precios de los futuros de crudo y gas natural a seis años vista
que se ha producido en los últimos años ha pasado casi desapercibido
(…). Seis años es un periodo suficientemente largo para buscar, descubrir,
perforar y extraer petróleo y gas, y por tanto, los precios de los futuros
a este horizonte pueden considerarse como indicativos de los precios reales
a largo plazo". A menos que los geólogos, la industria del petróleo
y los mercados de futuros estén todos equivocados, no queda más
remedio que aceptar que, por encima de las típicas oscilaciones debidas
a hechos coyunturales como las decisiones de la OPEP o la violencia y los sabotajes
contra pozos petrolíferos en Irak, el temor a que Al Qaeda se haga con
el crudo saudí, la inestabilidad política en Venezuela, Nigeria
y Colombia y la crisis de la petrolera rusa Yukos, la tendencia al alza del
precio del crudo es irreversible.

Si se observa la evolución de los precios del petróleo en los últimos
50 años actualizados a 2003, se aprecia que, aun después de las
recientes subidas, los precios actuales están bastante por debajo del
máximo histórico de 80 dólares el barril (unos 66 euros
al cambio actual) que alcanzaron en 1981 (en dólares de 2003). Esto
significa que, sólo con volver a los niveles de aquel año, el
petróleo podría colocarse a unos 80 dólares el barril.
No es de esperar que ello ocurra a corto plazo porque los mercados no suelen
funcionar así. Supongamos, sin embargo, que ocurriera a lo largo de
una década en la que es probable que surja un desajuste permanente entre
oferta y demanda, y que la inflación, empujada por el previsible aumento
del petróleo, se sitúe en promedio alrededor del 4% anual. Si
al final de la década ha de recuperarse el máximo histórico,
el precio nominal del barril debería situarse entonces bastante por
encima de los 100 dólares. Ello, suponiendo que no se desatara ninguna
psicosis de escasez, si van confirmándose las predicciones de la curva
de Hubbert
.

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¿VUELTA DE LA CRISIS DE LOS 70?
Tampoco es de esperar que
este incremento siga una línea recta. Habrá momentos
en que los precios flaqueen por los inevitables periodos de recesión
que los propios aumentos desencadenen y por las medidas de ahorro energético
que, a buen seguro, inducirán. Todo apunta, sin embargo, a que la tendencia
subyacente será forzosamente al alza, de recesión en recesión.
El mundo ya pasó por una experiencia similar a principios de los 70
cuando en siete años el precio del crudo se multiplicó por 10,
provocando dos recesiones y medidas de ahorro energético que hicieron
que por primera vez en la historia disminuyera el consumo. A partir de 1982,
sin embargo, el consumo volvió a crecer, al tiempo que los precios,
en términos reales, descendían a los niveles anteriores a la
crisis. No es probable que este comportamiento de los precios vuelva a repetirse
en la próxima década, ya que fue debido al gran excedente de
capacidad que tenían entonces los países de la OPEP y a la incorporación
al mercado de países no pertenecientes a esta organización. En
la situación actual no existe tal excedente y muy pronto la producción
de los miembros de esa organización será la única que
no haya entrado en declive.

Otra circunstancia que diferencia la situación actual de los 80 es
el papel que juega el dólar en el sistema monetario internacional y
el abultado déficit exterior que ha acumulado EE UU en las dos últimas
décadas. Las subidas de los 70 generaron enormes déficit en las
balanzas comerciales de los países importadores, que se vieron obligados
a contraer grandes cantidades de deuda externa, una situación que sólo
superaron tras varios años de hiperinflación y después
de orientar sus economías hacia la exportación. EE UU no tuvo
este problema porque entonces era casi autosuficiente, pero a partir de 1983,
cuando volvió a dispararse el consumo y con sus pozos en pleno declive,
empezó a depender cada vez más del petróleo importado
y a acumular déficit comercial hasta el medio billón anual de
los tres últimos años. Por otra parte, para evitar que creciera
su deuda externa, muchos países en desarrollo basaron su crecimiento
en las exportaciones como medio para obtener los dólares necesarios
para adquirir petróleo, y sólo el mercado estadounidense tiene
volumen suficiente para absorber todas estas exportaciones, lo cual incrementó más
todavía el déficit comercial estadounidense.

 

El Protocolo de Uppsala

El Protocolo de Uppsala es una propuesta del grupo para el Estudio
del Agotamiento de los Hidrocarburos de la Universidad de Uppsala (Suecia)
para gestionar el más que probable declive de la producción
mundial de petróleo, dirigido por el profesor Kjell Aleklett
y con el apoyo de la Agencia de la Energía de Suecia y de la
petrolera sueca Ludin Petroleum. Partiendo del irremediable agotamiento
de las reservas de energía fósil, del acercamiento al
punto de máxima producción mundial, de su impacto económico
y social y de la necesidad de gestionar adecuadamente una transición
hacia otros modelos energéticos, este grupo propone un gran
acuerdo global sobre cuatro puntos:

  1. Que los países productores acepten una auditoría
    técnica independiente de sus reservas petrolíferas
    y que se comprometan a no producir por encima de su tasa de agotamiento
    actual (porcentaje que representa su producción sobre la cantidad
    de petróleo que se estime les quede por producir).
  2. Que los países consumidores adecuen sus importaciones a
    la producción mundial de petróleo que resulte de mantener
    constante la tasa de agotamiento global actual.
  3. Mantener los precios del petróleo razonablemente estables
    en relación a los costes de producción para evitar
    flujos financieros desestabilizadores para que los países
    pobres puedan también adquirirlo, y para que no haya quienes
    puedan aprovecharse de la escasez.
  4. Estimular el desarrollo de energías alternativas que puedan
    ir supliendo el déficit energético, y concienciar a
    la población de la necesidad de evitar el despilfarro energético
    y de adecuar nuestro tren de vida a la nueva realidad energética.

Si se aprobara este mecanismo de racionamiento mundial, la producción
y el consumo disminuirían paulatinamente (o aumentarían
sólo en la medida en que nuevos descubrimientos compensaran
el consumo), pero de una forma controlada, previsible y concertada.
El consumo energético global podría o no mantenerse en
los niveles actuales en función de la capacidad de desarrollar
fuentes alternativas. De lo contrario, el mecanismo de precios de mercado
no hará sino desencadenar una escalada descontrolada del precio
del petróleo que podría desembocar en una serie de acontecimientos
geoestratégicos que acaben por desestabilizar todo el entramado
económico internacional.

 

 

Este mecanismo económico, basado en un aumento constante de la deuda
de EE UU, que actúa de motor de la economía internacional, funciona
siempre y cuando los países productores no inviertan los ingresos obtenidos
por la venta de petróleo en sus países, sino que los depositen
en el sistema bancario estadounidense, adquiriendo instrumentos de deuda denominada
en dólares. Es lo que intuyó en 1961 el economista francés
Jacques Rueff cuando en un artículo en Fortune asimiló el sistema
económico internacional a un juego "en el que al final de cada
partida los ganadores devuelven sus ganancias a los perdedores". Los
países que mantienen balanzas comerciales positivas con Washington por
venta de sus productos intercambian los dólares que reciben por petróleo,
y los gobiernos de los productores de petróleo devuelven buena parte
de estos dólares a EE UU a cambio de una pequeña rentabilidad,
de su seguridad y de la promesa de contrapartidas efectivas en un futuro. Sólo
así se entiende que en Arabia Saudí, por ejemplo, alrededor del
25% de la población viva por debajo del umbral de pobreza y que el consumo
calórico medio de sus ciudadanos sea menor que el de un libanés
o un jordano; o que los ingresos per cápita sean ahora un tercio inferiores
a los de 1982 y que los presupuestos de educación y sanidad no hayan
crecido en 20 años. O que en Nigeria, después de 30 años
de producción petrolera, se haya duplicado la población en la
pobreza extrema hasta llegar al 66%.

Si, como parece, el mundo se adentra en una época de progresiva escasez
energética sin que aparezca en el horizonte ninguna alternativa real
a corto o medio plazo, y siendo el petróleo el combustible del crecimiento
económico, ¿cómo afectará esta escasez al crecimiento
económico global, y en especial al de los países industrializados? ¿Habrá que
soportar tasas de crecimiento mínimas o incluso negativas? Si así fuera, ¿cómo
se legitimaría un sistema social y económico que, aun creando
desigualdades, hasta ahora ha sido capaz de proporcionar mejoras relativas
para casi todos? ¿Qué pasará con los dos países
más poblados del mundo, China e India, que han iniciado un proceso de
industrialización a todas luces inviable para sus más de 2.000
millones de personas?

Se vista como se vista, la realidad es que la prosperidad de los países
industrializados se ha construido sobre la base de petróleo barato,
sobre todo procedente de países subdesarrollados, sin que sus poblaciones
hayan obtenido a cambio las mejoras de vida prometidas. Ahora que sus recursos
pueden empezar a flaquear y que la esperanza de un futuro mejor puede volverse
cada vez más incierta, ¿cómo se espera que reaccionen? ¿No
sería lógico y justo que los países industrializados iniciaran
un proceso de transición hacia otros modelos económicos y sociales
de menor intensidad energética, y respetaran el derecho de los que hasta
ahora les han suministrado crudo –y de los que sólo han tenido
acceso a una mínima parte– a gastar la mayor parte del que queda,
dándoles así la misma oportunidad de prepararse para el futuro
que las sociedades occidentales han tenido? ¿Aceptarán éstas
que el futuro no puede ser una mera continuación del siglo pasado? ¿Se
alcanzará un acuerdo mundial sobre bases similares a las del Protocolo
de Uppsala antes de que el planeta se vea arrastrado a un conflicto que sólo
con imaginarlo estremece?

¿Algo más?
Una de las historias más completas de las
luchas por el poder y la riqueza que siempre han rodeado al petróleo
es la del premio Pulitzer, Daniel Yergin, The
Price: The Epic Quest for Oil, Money and Power
(Free Press, Nueva York, 1992), donde
se pasa revista al papel del petróleo en las dos guerras
mundiales y en todo el siglo xx, hasta la invasión iraquí de
Kuwait y la operación Tormenta del Desierto. El análisis
geológico sobre el que se sustenta la teoría de la
curva de Hubbert está descrito por Kenneth S. Deffeyes en
Hubbert’s Peak: The Impeding
World Oil Shortage
(Princeton
University Press, 2001). The Essence
of Oil&Gas Depletion,
de Collin J. Campbell
(Multi-Science Publishing Co., 2002), proporciona
numerosos ejemplos de las curvas históricas de producción
de los países productores. Richard Heinberg analiza las
posibilidades y limitaciones de las fuentes de energía alternativas
y las consecuencias políticas y económicas que tendrá el
pico de producción petrolera en The
Party’s Over:
Oil, War and the Fate of Industrial Societies
(New Society Publishers,
Canadá, 2003). El físico David Goodstein, vicerrector
del California Institute of Technology, explica en Out
of Gas: The End of the Age of Oil
(W. W. Norton&Co., Nueva York, 2004)
los principios científicos que subyacen en la crisis que
se avecina y su relación con el cambio climático.Sobre las consecuencias geoestratégicas de la crisis del
petróleo, del agua y de otros minerales escasos, ver Resource
Wars: The New Landscape of Global Conflict
, de Michael T. Klare
(H. Holt & Co., Nueva York, 2001). Para entender la geoeconomía
actual del dólar, consultar The Dollar
Crisis: Causes, Consequences and Cures
, de Richard Duncan (Wiley & Sons, Singapur, 2003),
y para la historia de los orígenes y la evolución
de la diplomacia financiera de EE UU después de la Segunda
Guerra Mundial, ver Super Imperialism: The
Origin and Fundamentals of U.S. World Dominance
, de Michael Hudson (Pluto Press, Londres,
2003). En www.crisisenergetica.org se recogen traducciones de los
artículos más importantes y se hace un seguimiento
de la actualidad. La web oficial de la Association for Study of
Peak Oil and Gas es www.peakoil.net. En www.globalpublicmedia.com hay numerosas entrevistas con expertos de diversos ámbitos,
y en la página de British Petroleum (www.bp.com) puede encontrarse
el prestigioso Statistical Review of World
Energy
, que anualmente
publica los datos de producción y consumo por países
y energías. En www.endofsuburbia.com puede adquirirse el
DVD The End of Suburbia: Oil Depletion and
the End of the American Dream
, un documental que describe el desarrollo del American way
of life después de la Segunda Guerra Mundial y el reto que
para este modo de vida supone la próxima crisis energética.

 

Las grandes cantidades de crudo depositadas
en el subsuelo del planeta –sobre
todo, en los países menos favorecidos– han hecho posible el enorme
desarrollo demográfico, económico y social de las sociedades
occidentales. Sin embargo, los expertos coinciden: el planeta está entrando
en una nueva era en la que la exploración y extracción del
oro
negro no será tan rentable. La tendencia alcista del precio del crudo
es imparable, pero aún hay tiempo para desarrollar una estrategia energética
mundial alternativa.
Marcel Coderch

Si en los últimos 150 años el hombre ha podido desarrollar
la sociedad industrial ha sido gracias a encontrarse con una herencia insospechada
e irrepetible: cientos de miles de millones de toneladas de hidrocarburos atrapados
en el subsuelo del planeta, resultado de procesos geológicos fortuitos
que a lo largo de millones de años fosilizaron la energía solar
almacenada en inmensas cantidades de microorganismos prehistóricos.
El petróleo ha sido, sin lugar a dudas, el carburante por excelencia
del progreso económico del último siglo. Todo parece indicar,
sin embargo, que el mundo está a las puertas de un cambio de tendencia
sin precedentes: de petróleo abundante y barato a un suministro cada
vez más caro y escaso.

Hasta bien entrado el siglo xvii, las distintas civilizaciones humanas vivieron
y progresaron en la medida en que fueron capaces de aprovechar directamente
la energía solar, ya fuera en forma de cultivos agrícolas, quemando
leña o aprovechando la energía hidráulica y eólica
para convertirla en trabajo. El bajo porcentaje de energía solar que
podían captar ponía un límite natural a la capacidad de
reproducción y supervivencia de la humanidad. Durante miles de años
la población mundial se mantuvo más o menos constante alrededor
de unos pocos centenares de millones de personas y, sin embargo, a mediados
del siglo xix se inició una fase de crecimiento exponencial que ha llevado
hasta los 6.200 millones y a duplicar la esperanza de vida. A mediados de siglo
podrían alcanzarse los 9.000 millones. ¿Qué hizo posible
esta explosión demográfica después de miles y miles de
años de estabilidad? ¿Qué ocurrió a mediados del
siglo xix que disparó este crecimiento?

No puede atribuirse una causa única a un hecho de esta magnitud, resultado
de una acumulación de procesos madurados a lo largo de siglos, pero,
si se analiza en detalle, se verá que hay una causa física que
habilitó los demás factores: la humanidad pasó de vivir
del flujo de energía solar que llega a la Tierra a vivir de la explotación
de recursos fósiles acumulados en periodos geológicos muy anteriores.

Todo empezó a cambiar a finales del siglo xviii, cuando el carbón
proporcionó energía a las máquinas de vapor que iniciaron
la verdadera Revolución Industrial, pero muy especialmente a partir
de 1850, cuando se pusieron en producción los primeros pozos petrolíferos
en Pennsylvania (EE UU). Con el carbón, el petróleo y el gas
natural la humanidad descubrió que los límites al crecimiento
no los fijaba ya la cantidad de energía solar captada en cada generación,
sino la velocidad a la que podían extraerse los recursos energéticos
fósiles, que a lo largo del último siglo se han convertido en
el combustible vital de nuestra civilización. El 90% de la energía
que el planeta consume es fósil. Del consumo energético mundial,
el petróleo representa alrededor de un 40%; el carbón, un 26%,
y el gas natural, un 24%. La energía nuclear (7%) y la hidráulica
(3%) cubren el resto. El 66% del petróleo que se extrae se quema para
mover más del 90% de los medios que se emplean hoy para transportar
personas y mercancías. La llamada revolución verde, que ha cuatriplicado
la productividad agrícola, consume el 17% de la producción mundial
de oro negro: los campos se han convertido en esponjas en las que se derraman
fertilizantes y pesticidas para hacer crecer alimentos. Literalmente, comemos
petróleo: para producir un kilo de carne vacuna se consumen siete litros
de crudo. Y el que no se gasta en transporte o alimentos se utiliza para fabricar
plásticos, productos químicos o farmacéuticos, para mover
la maquinaria industrial, calentarse o generar electricidad.

La viabilidad de la sociedad industrial actual y la continuidad de sus avances
científicos, económicos y sociales depende en gran medida de
la disponibilidad creciente de una fuente energética flexible, abundante
y hasta hace poco fácil de obtener, pero finita. Aun así, el
ser humano actúa como si el modo de vida consumista que ha acompañado
a la industrialización fuera un derecho adquirido por tiempo indefinido
y un objetivo extensible a buena parte de la población mundial: se disfruta
de la herencia geológica como si de una renta vitalicia se tratara.

Descargar Imagen
Ampliada

El consumo mundial de petróleo sobrepasa los 12.000 millones de litros
al día, y según las directrices de la Política energética
nacional
estadounidense, elaborada en mayo de 2001 bajo la dirección
del vicepresidente Cheney, para mantener las actuales tasas de crecimiento
económico y de población el mundo necesita aumentar su consumo
de crudo en un 2,1% al año. ¿Hasta cuándo será posible
mantener una extracción creciente de un recurso finito y no renovable?
Tarde o temprano, el petróleo se agotará, y con él, el
combustible que ha movido y mueve los engranajes del comercio mundial y del
crecimiento económico, condición imprescindible para la continuidad
de la economía de mercado que hoy rige los destinos de un mundo globalizado.

Por suerte, la herencia recibida es inmensa, y desde los inicios de la era
industrial no se ha consumido aún la mitad del petróleo acumulado.
Por tanto, su inevitable agotamiento está lejano, pero hay que afrontar
que el planeta está a las puertas de un fenómeno que puede provocar
un cambio económico y social sin precedentes: el pico de la producción
mundial de crudo. Se podrá extraer por mucho tiempo, pero cada vez a
un ritmo menor y a un coste mayor.

UN CRUDO ESCENARIO
La extracción de petróleo está sujeta a condicionantes
geográficos y geológicos ineludibles. En primer lugar, hay que
encontrarlo mediante un proceso de análisis geológico y costosas
perforaciones. Lógicamente, son las bolsas mayores las primeras que
se descubren y se explotan. A medida que queda menos crudo por descubrir, resulta
más difícil encontrar nuevos yacimientos, y los hallazgos son
de menor entidad. La curva de descubrimientos alcanzó su máximo
en los 60, y a pesar del gran esfuerzo realizado a partir de los 70 aplicando
las más modernas técnicas de exploración sísmica,
nunca se volvieron a alcanzar los éxitos del pasado. Desde 1980 cada
año se consume más petróleo del que se encuentra, y llegará un
momento en que los costes de exploración superen el valor esperado de
los descubrimientos. A partir de entonces resultará económicamente
inviable seguir explorando: descubrir todo el petróleo implicaría
realizar un número ilimitado de perforaciones, la gran mayoría
fallidas. Por otra parte, una vez encontrado un yacimiento, lo que primero
se extrae es el crudo más fácil de obtener y que suele ser también
el de mejor calidad. Al perforar un pozo, inicialmente mana el petróleo
de menor densidad por la propia presión del gas que suele acompañarle.
Cuando disminuye esta presión natural, lo hace también la producción
del pozo, y para mantenerla hay que inyectar gas o agua a presión para
que ascienda el petróleo más denso. A la larga, se alcanza un
punto en el que para obtener un barril de petróleo convencional hay
que consumir una cantidad equivalente de energía y en este momento el
pozo deja de ser rentable, independientemente del precio de mercado del crudo.
Todo ello hace que la curva de producción de un pozo, de un yacimiento,
de un país, y por tanto del mundo, tenga inevitablemente una forma de
campana –la llamada curva de Hubbert–, alcanzándose el punto
máximo cuando se ha extraído aproximadamente la mitad del contenido
recuperable. La parte ascendente de la campana representa un periodo de producción
en aumento a un coste relativamente bajo: la fase vivida. En la descendiente –que
muy probablemente comience pronto– decrece la producción y los
costes son cada vez mayores.

En 1956, M. King Hubbert, entonces director del laboratorio de prospecciones
de Shell, estudió las curvas de descubrimientos y producción
de petróleo en
EE UU, y concluyó que ese país alcanzaría el punto
de máxima producción entre 1966 y 1972. Aunque en su época
estas predicciones fueron ridiculizadas y
olvidadas, la producción estadounidense alcanzó su máximo
en 1970 y ha ido descendiendo año tras año. A pesar de las
enormes inversiones y los avances
técnicos aplicados desde entonces, su producción actual es
inferior a la mitad de su máximo, una cantidad similar a la que
producía en 1940. Algunos discípulos,
principalmente Collin Campbell y Kenneth S. Deffeyes, han aplicado técnicas
similares para estimar el punto de máxima producción mundial.
Según ellos,
es muy probable que se haya alcanzado ya la máxima producción
de petróleo convencional (la producción mundial está estancada
desde 2000).

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La certeza de este proceso ha sido corroborada por la experiencia acumulada
en EE UU, que, siendo el territorio más explorado y más explotado
del planeta, es un buen modelo de lo que se puede esperar en un futuro a escala
mundial. No hay razón para pensar que lo que ha ocurrido allí no
se vaya a reproducir globalmente. Aun cuando no resulta fácil predecirlo
con precisión, en la comunidad científica, geológica y
petrolera se está alcanzando un consenso que sitúa el punto de
máxima producción mundial a finales de esta década o a
mediados de la siguiente. Los más optimistas, en general economistas,
creen que puede alargarse algo más, quizá otra década,
por la explotación de yacimientos atípicos que el alza de precios
puede convertir en rentables.

Inundamos los campos con
fertilizantes y, literalmente, comemos petróleo: para producir
un kilo de carne de vaca se consumen siete litros de crudo

Tengan razón unos u otros, lo cierto es que éste es un horizonte
lo suficientemente próximo como para que nos afecte directamente, si
no a nosotros, a nuestros hijos. Y también que, aun en el mejor de los
supuestos –que la extracción de petróleos pesados de las
arenas bituminosas de Venezuela o Canadá, de las regiones polares o
de las profundidades marinas permitiera mantener una producción en aumento–,
la tendencia al alza de los precios es inevitable por sus mayores costes de
producción.

Las empresas de exploraciones petroleras posiblemente sean las que mejor conocen
la dimensión del problema, y entre ellas, Halliburton, una de las principales
compañías del sector. Su entonces consejero delegado y hoy vicepresidente
de la Administración Bush, Dick Cheney, lo expuso con claridad el 15
de noviembre de 1999 en una conferencia impartida en el Institute of Petroleum
de Londres: "Se espera de las compañías petroleras que
sigan encontrando y produciendo suficiente petróleo para compensar los
más de 71 millones de barriles que se consumen cada día, y para
cubrir, además, la nueva demanda. Según algunas estimaciones,
la demanda anual global crecerá al 2%, al tiempo que la producción
(…) caerá por motivos naturales un 3%, en el mejor de los casos. Esto
significa que para 2010 necesitaremos producir
unos cincuenta millones de barriles diarios adicionales" que hoy no tenemos
localizados. (…) ¿De dónde saldrá todo es-
te petróleo?", se preguntaba Cheney. "Aunque muchas regiones
petroleras presentan buenas oportunidades, es en Oriente Medio, con dos terceras
partes del petróleo mundial y unos costes mínimos de extracción,
donde, en última instancia, se encuentra el trofeo", respondió.
Según Cheney, las compañías petroleras se enfrentan a
un problema adicional, ya que "el truco consiste, obviamente, en reemplazar
también beneficios". "La mayoría de las petroleras
obtienen la mayor parte de sus beneficios (…) en áreas ya maduras,
y posiblemente les sea difícil reemplazar los altos márgenes
que obtienen en estos barriles. Buena parte del petróleo que se extrae
en áreas nuevas tiene, obviamente, un alto coste y unos márgenes
mínimos". Cheney confirmaba el análisis de los geólogos:
el planeta se adentra en la segunda parte de la campana, menos petróleo
y más caro.

También Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal de EE UU,
lo advirtió en un discurso en el Center for Strategic and International
Studies de Washington el pasado 24 de abril: "El dramático incremento
de los precios de los futuros de crudo y gas natural a seis años vista
que se ha producido en los últimos años ha pasado casi desapercibido
(…). Seis años es un periodo suficientemente largo para buscar, descubrir,
perforar y extraer petróleo y gas, y por tanto, los precios de los futuros
a este horizonte pueden considerarse como indicativos de los precios reales
a largo plazo". A menos que los geólogos, la industria del petróleo
y los mercados de futuros estén todos equivocados, no queda más
remedio que aceptar que, por encima de las típicas oscilaciones debidas
a hechos coyunturales como las decisiones de la OPEP o la violencia y los sabotajes
contra pozos petrolíferos en Irak, el temor a que Al Qaeda se haga con
el crudo saudí, la inestabilidad política en Venezuela, Nigeria
y Colombia y la crisis de la petrolera rusa Yukos, la tendencia al alza del
precio del crudo es irreversible.

Si se observa la evolución de los precios del petróleo en los últimos
50 años actualizados a 2003, se aprecia que, aun después de las
recientes subidas, los precios actuales están bastante por debajo del
máximo histórico de 80 dólares el barril (unos 66 euros
al cambio actual) que alcanzaron en 1981 (en dólares de 2003). Esto
significa que, sólo con volver a los niveles de aquel año, el
petróleo podría colocarse a unos 80 dólares el barril.
No es de esperar que ello ocurra a corto plazo porque los mercados no suelen
funcionar así. Supongamos, sin embargo, que ocurriera a lo largo de
una década en la que es probable que surja un desajuste permanente entre
oferta y demanda, y que la inflación, empujada por el previsible aumento
del petróleo, se sitúe en promedio alrededor del 4% anual. Si
al final de la década ha de recuperarse el máximo histórico,
el precio nominal del barril debería situarse entonces bastante por
encima de los 100 dólares. Ello, suponiendo que no se desatara ninguna
psicosis de escasez, si van confirmándose las predicciones de la curva
de Hubbert
.

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¿VUELTA DE LA CRISIS DE LOS 70?
Tampoco es de esperar que
este incremento siga una línea recta. Habrá momentos
en que los precios flaqueen por los inevitables periodos de recesión
que los propios aumentos desencadenen y por las medidas de ahorro energético
que, a buen seguro, inducirán. Todo apunta, sin embargo, a que la tendencia
subyacente será forzosamente al alza, de recesión en recesión.
El mundo ya pasó por una experiencia similar a principios de los 70
cuando en siete años el precio del crudo se multiplicó por 10,
provocando dos recesiones y medidas de ahorro energético que hicieron
que por primera vez en la historia disminuyera el consumo. A partir de 1982,
sin embargo, el consumo volvió a crecer, al tiempo que los precios,
en términos reales, descendían a los niveles anteriores a la
crisis. No es probable que este comportamiento de los precios vuelva a repetirse
en la próxima década, ya que fue debido al gran excedente de
capacidad que tenían entonces los países de la OPEP y a la incorporación
al mercado de países no pertenecientes a esta organización. En
la situación actual no existe tal excedente y muy pronto la producción
de los miembros de esa organización será la única que
no haya entrado en declive.

Otra circunstancia que diferencia la situación actual de los 80 es
el papel que juega el dólar en el sistema monetario internacional y
el abultado déficit exterior que ha acumulado EE UU en las dos últimas
décadas. Las subidas de los 70 generaron enormes déficit en las
balanzas comerciales de los países importadores, que se vieron obligados
a contraer grandes cantidades de deuda externa, una situación que sólo
superaron tras varios años de hiperinflación y después
de orientar sus economías hacia la exportación. EE UU no tuvo
este problema porque entonces era casi autosuficiente, pero a partir de 1983,
cuando volvió a dispararse el consumo y con sus pozos en pleno declive,
empezó a depender cada vez más del petróleo importado
y a acumular déficit comercial hasta el medio billón anual de
los tres últimos años. Por otra parte, para evitar que creciera
su deuda externa, muchos países en desarrollo basaron su crecimiento
en las exportaciones como medio para obtener los dólares necesarios
para adquirir petróleo, y sólo el mercado estadounidense tiene
volumen suficiente para absorber todas estas exportaciones, lo cual incrementó más
todavía el déficit comercial estadounidense.

 

El Protocolo de Uppsala

El Protocolo de Uppsala es una propuesta del grupo para el Estudio
del Agotamiento de los Hidrocarburos de la Universidad de Uppsala (Suecia)
para gestionar el más que probable declive de la producción
mundial de petróleo, dirigido por el profesor Kjell Aleklett
y con el apoyo de la Agencia de la Energía de Suecia y de la
petrolera sueca Ludin Petroleum. Partiendo del irremediable agotamiento
de las reservas de energía fósil, del acercamiento al
punto de máxima producción mundial, de su impacto económico
y social y de la necesidad de gestionar adecuadamente una transición
hacia otros modelos energéticos, este grupo propone un gran
acuerdo global sobre cuatro puntos:

  1. Que los países productores acepten una auditoría
    técnica independiente de sus reservas petrolíferas
    y que se comprometan a no producir por encima de su tasa de agotamiento
    actual (porcentaje que representa su producción sobre la cantidad
    de petróleo que se estime les quede por producir).
  2. Que los países consumidores adecuen sus importaciones a
    la producción mundial de petróleo que resulte de mantener
    constante la tasa de agotamiento global actual.
  3. Mantener los precios del petróleo razonablemente estables
    en relación a los costes de producción para evitar
    flujos financieros desestabilizadores para que los países
    pobres puedan también adquirirlo, y para que no haya quienes
    puedan aprovecharse de la escasez.
  4. Estimular el desarrollo de energías alternativas que puedan
    ir supliendo el déficit energético, y concienciar a
    la población de la necesidad de evitar el despilfarro energético
    y de adecuar nuestro tren de vida a la nueva realidad energética.

Si se aprobara este mecanismo de racionamiento mundial, la producción
y el consumo disminuirían paulatinamente (o aumentarían
sólo en la medida en que nuevos descubrimientos compensaran
el consumo), pero de una forma controlada, previsible y concertada.
El consumo energético global podría o no mantenerse en
los niveles actuales en función de la capacidad de desarrollar
fuentes alternativas. De lo contrario, el mecanismo de precios de mercado
no hará sino desencadenar una escalada descontrolada del precio
del petróleo que podría desembocar en una serie de acontecimientos
geoestratégicos que acaben por desestabilizar todo el entramado
económico internacional.

 

 

Este mecanismo económico, basado en un aumento constante de la deuda
de EE UU, que actúa de motor de la economía internacional, funciona
siempre y cuando los países productores no inviertan los ingresos obtenidos
por la venta de petróleo en sus países, sino que los depositen
en el sistema bancario estadounidense, adquiriendo instrumentos de deuda denominada
en dólares. Es lo que intuyó en 1961 el economista francés
Jacques Rueff cuando en un artículo en Fortune asimiló el sistema
económico internacional a un juego "en el que al final de cada
partida los ganadores devuelven sus ganancias a los perdedores". Los
países que mantienen balanzas comerciales positivas con Washington por
venta de sus productos intercambian los dólares que reciben por petróleo,
y los gobiernos de los productores de petróleo devuelven buena parte
de estos dólares a EE UU a cambio de una pequeña rentabilidad,
de su seguridad y de la promesa de contrapartidas efectivas en un futuro. Sólo
así se entiende que en Arabia Saudí, por ejemplo, alrededor del
25% de la población viva por debajo del umbral de pobreza y que el consumo
calórico medio de sus ciudadanos sea menor que el de un libanés
o un jordano; o que los ingresos per cápita sean ahora un tercio inferiores
a los de 1982 y que los presupuestos de educación y sanidad no hayan
crecido en 20 años. O que en Nigeria, después de 30 años
de producción petrolera, se haya duplicado la población en la
pobreza extrema hasta llegar al 66%.

Si, como parece, el mundo se adentra en una época de progresiva escasez
energética sin que aparezca en el horizonte ninguna alternativa real
a corto o medio plazo, y siendo el petróleo el combustible del crecimiento
económico, ¿cómo afectará esta escasez al crecimiento
económico global, y en especial al de los países industrializados? ¿Habrá que
soportar tasas de crecimiento mínimas o incluso negativas? Si así fuera, ¿cómo
se legitimaría un sistema social y económico que, aun creando
desigualdades, hasta ahora ha sido capaz de proporcionar mejoras relativas
para casi todos? ¿Qué pasará con los dos países
más poblados del mundo, China e India, que han iniciado un proceso de
industrialización a todas luces inviable para sus más de 2.000
millones de personas?

Se vista como se vista, la realidad es que la prosperidad de los países
industrializados se ha construido sobre la base de petróleo barato,
sobre todo procedente de países subdesarrollados, sin que sus poblaciones
hayan obtenido a cambio las mejoras de vida prometidas. Ahora que sus recursos
pueden empezar a flaquear y que la esperanza de un futuro mejor puede volverse
cada vez más incierta, ¿cómo se espera que reaccionen? ¿No
sería lógico y justo que los países industrializados iniciaran
un proceso de transición hacia otros modelos económicos y sociales
de menor intensidad energética, y respetaran el derecho de los que hasta
ahora les han suministrado crudo –y de los que sólo han tenido
acceso a una mínima parte– a gastar la mayor parte del que queda,
dándoles así la misma oportunidad de prepararse para el futuro
que las sociedades occidentales han tenido? ¿Aceptarán éstas
que el futuro no puede ser una mera continuación del siglo pasado? ¿Se
alcanzará un acuerdo mundial sobre bases similares a las del Protocolo
de Uppsala antes de que el planeta se vea arrastrado a un conflicto que sólo
con imaginarlo estremece?

¿Algo más?
Una de las historias más completas de las
luchas por el poder y la riqueza que siempre han rodeado al petróleo
es la del premio Pulitzer, Daniel Yergin, The
Price: The Epic Quest for Oil, Money and Power
(Free Press, Nueva York, 1992), donde
se pasa revista al papel del petróleo en las dos guerras
mundiales y en todo el siglo xx, hasta la invasión iraquí de
Kuwait y la operación Tormenta del Desierto. El análisis
geológico sobre el que se sustenta la teoría de la
curva de Hubbert está descrito por Kenneth S. Deffeyes en
Hubbert’s Peak: The Impeding
World Oil Shortage
(Princeton
University Press, 2001). The Essence
of Oil&Gas Depletion,
de Collin J. Campbell
(Multi-Science Publishing Co., 2002), proporciona
numerosos ejemplos de las curvas históricas de producción
de los países productores. Richard Heinberg analiza las
posibilidades y limitaciones de las fuentes de energía alternativas
y las consecuencias políticas y económicas que tendrá el
pico de producción petrolera en The
Party’s Over:
Oil, War and the Fate of Industrial Societies
(New Society Publishers,
Canadá, 2003). El físico David Goodstein, vicerrector
del California Institute of Technology, explica en Out
of Gas: The End of the Age of Oil
(W. W. Norton&Co., Nueva York, 2004)
los principios científicos que subyacen en la crisis que
se avecina y su relación con el cambio climático.Sobre las consecuencias geoestratégicas de la crisis del
petróleo, del agua y de otros minerales escasos, ver Resource
Wars: The New Landscape of Global Conflict
, de Michael T. Klare
(H. Holt & Co., Nueva York, 2001). Para entender la geoeconomía
actual del dólar, consultar The Dollar
Crisis: Causes, Consequences and Cures
, de Richard Duncan (Wiley & Sons, Singapur, 2003),
y para la historia de los orígenes y la evolución
de la diplomacia financiera de EE UU después de la Segunda
Guerra Mundial, ver Super Imperialism: The
Origin and Fundamentals of U.S. World Dominance
, de Michael Hudson (Pluto Press, Londres,
2003). En www.crisisenergetica.org se recogen traducciones de los
artículos más importantes y se hace un seguimiento
de la actualidad. La web oficial de la Association for Study of
Peak Oil and Gas es www.peakoil.net. En www.globalpublicmedia.com hay numerosas entrevistas con expertos de diversos ámbitos,
y en la página de British Petroleum (www.bp.com) puede encontrarse
el prestigioso Statistical Review of World
Energy
, que anualmente
publica los datos de producción y consumo por países
y energías. En www.endofsuburbia.com puede adquirirse el
DVD The End of Suburbia: Oil Depletion and
the End of the American Dream
, un documental que describe el desarrollo del American way
of life después de la Segunda Guerra Mundial y el reto que
para este modo de vida supone la próxima crisis energética.

 

Marcel Coderch es vicepresidente
de la empresa tecnológica TechFoundries.