En una zona donde el agua es un bien cada vez más escaso, Turquía ha puesto en marcha su pequeño gran juego geoestratégico con vastos planes de irrigación y una amplia red de embalses en el sureste de Anatolia, lo que ha despertado los recelos de sus sedientos vecinos, Irak y Siria. Con este ambicioso plan, Ankara pretende, al mismo tiempo, desarrollar la región, obtener una ventaja frente a sus tradicionales enemigos y servir de barrera al independentismo kurdo.

Agua. Ésa fue la insólita petición el pasado 12 de mayo del Parlamento iraquí al Gobierno de Bagdad para que éste exigiera a la vecina Turquía mayor cantidad de oro líquido. Los parlamentarios sostenían que, a consecuencia de las infraestructuras construidas en las cuencas de los ríos Éufrates y Tigris, el caudal de agua de deshielo que llega a Irak se había reducido a 11.000 millones de metros cúbicos, frente a los 40.000 millones disponibles hace apenas tres años. Los expertos iraquíes afirman que las precipitaciones no han descendido por debajo de los niveles normales, y que la escasez ha sido provocada por Turquía, que interrumpe el flujo del líquido elemento hacía Irak para así llenar sus embalses en el Éufrates. El descenso de caudal no sólo supone un desastre medioambiental (por la desecación y salinización de los humedales del sur del país, entre otras cosas), sino que hace que la población rural iraquí se vea forzada a desplazarse. Los parlamentarios aprobaron una resolución que bloquea cualquier acuerdo con el país vecino mientras Irak no reciba una cantidad más justa. Karim al Yaqubi, miembro del comité parlamentario sobre el agua, declaró: “Hoy el Parlamento iraquí ha aprobado que el Gobierno esté obligado a incluir en cualquier acuerdo que se firme con un país limítrofe un artículo que garantice que Irak recibe la proporción de agua que le corresponde. Si no es así, no se ratificará”. La decisión de la Cámara baja iraquí es el último episodio de un largo enfrentamiento. Irak acusa a Turquía de estrangular el Tigris y el Éufrates mediante la construcción de presas y de cientos de kilómetros de canales de irrigación, englobados en un gigantesco plan hidrológico conocido como GAP (Güneydogu Anadolu Projesi o Proyecto para el Sureste de Anatolia).

Este verano, el Gobierno turco anunció la construcción de once presas adicionales, que se sumarían a las ya previstas por el GAP, y estarían situadas en las provincias de Hakkari y Sırnak, limítrofes con Irak e Irán. No está previsto que generen energía hidroeléctrica. Tampoco se utilizarán para irrigación agrícola, ya que la zona apenas está poblada. Casi toda la población rural huyó en los 90, durante el conflicto con la guerrilla del Partido de Trabajadores del Kurdistán (PKK). Los nuevos embalses han sido diseñados para funcionar como fosos defensivos llenos de agua, y su único propósito es obstaculizar la entrada de combatientes del PKK en territorio turco. Según las autoridades, por esta región montañosa llena de cuevas discurren numerosos senderos que atraviesan la frontera. Las presas, cuya construcción ya ha comenzado, sustituyen a los planes anteriores de levantar una muralla de hormigón de cinco metros de altura a lo largo de la frontera con Irán e Irak. Según Duran Kalkan, alto dirigente del PKK, el Ejército turco ya está construyendo nuevas carreteras y campamentos. “Hay mucha actividad militar [en la frontera] ligada a los nuevos proyectos de construcción de presas”. La prensa turca describe los embalses como “murallas de agua”. El parlamentario kurdo Sevahir Bayındır afirma que estos embalses tendrán un impacto negativo en la economía y el medio ambiente de la región, y considera que el plan es fruto de una “mentalidad peligrosa”. “Por lo que parece, quieren crear una barrera entre los kurdos de Turquía y los de Irak”. El plan para construir una muralla de agua puede agravar el ya largo enfrentamiento en torno al uso de los recursos hídricos. El conflicto surgió a raíz del GAP, un enorme plan de infraestructuras en el sur-este de Turquía que prevé la construcción de 22 presas, 19 centrales hidroeléctricas y cientos de kilómetros de canales de irrigación. Afecta a las provincias de Adıyaman, Batman, Diyarbakır, Gaziantep, Kilis, Siirt, Sanliurfa, Mardin y Sırnak. En términos espaciales, la región que abarca el GAP tiene una extensión de más de 75.000 km2, casi el 10% de la superficie de Turquía. Los 1,7 millones de hectáreas de tierra cultivable a los que el proyecto da servicio constituyen el 20% de toda la superficie irrigable del país. La región tiene unos siete millones de habitantes, aproximadamente el 10% de la población de la República de Turquía.

Estaba previsto que la construcción de las presas finalizara en 2010, pero una serie de problemas han provocado retrasos. Además de los problemas logísticos, de que las obras están situadas en zonas montañosas remotas donde es difícil proporcionar alojamiento y servicios a los trabajadores, y de la falta de profesionales cualificados e ingenieros, el plan sufrió también problemas de financiación. El Gobierno turco no consiguió encontrar patrocinadores para un proyecto que a principios del milenio se estimó que costaría 21.500 millones de euros, un presupuesto que ya debe de haberse sobrepasado en miles de millones.

 

 

Los problemas de financiación tienen que ver con las disputas por los recursos hídricos con Irak y Siria, pero también con el impacto social y cultural negativo que las presas tendrán sobre la región kurda. El Banco Mundial denegó la concesión de créditos porque Turquía no cumplió con los requisitos establecidos internacionalmente para este tipo de proyectos. Y lo que es más importante: el Gobierno de Ankara no ha llegado a un acuerdo con los otros dueños del agua del Tigris y del Éufrates, Siria e Irak, para compartir el recurso. No lo consideró necesario ni deseable. En palabras del anterior presidente, Turgut Özal: “Nosotros no decimos a los árabes qué tienen que hacer con su petróleo, así que no admitimos que ellos nos digan nada sobre qué debemos hacer con nuestra agua”.

Sin créditos del Banco Mundial, Turquía consiguió que bancos y trust prestasen el dinero para ejecutar los proyectos por fases. Para la presa de Ilisu, aún en construcción, las autoridades obtuvieron préstamos de entidades privadas de Reino Unido, Alemania, Austria y Suiza. Este embalse es muy polémico porque anegará la vieja ciudad de Hasankeyf, que es una pieza importante del patrimonio cultural del Kurdistán. Algunas ONG, como Kurdistan Human Rights Project, con sede en Londres, han realizado campañas contra la construcción de esta presa. Critican el impacto social y cultural negativo del proyecto, sobre todo el desplazamiento de los aldeanos de la zona y la destrucción de patrimonio cultural antiguo en la región kurda. A raíz de la campaña, en junio Alemania, Austria y Suiza retiraron sus garantías al crédito exterior para la construcción de la presa. Ya antes, un inversor privado del Reino Unido, Balfour Beaty, se había retirado del proyecto, dejando a Turquía sin financiación.

 

DE ‘TURCOS DE MONTAÑA’ A KURDOS

Los embalses gigantescos se erigen como baluartes de la modernidad y el progreso en la región más deprimida de Turquía, conviviendo con la pobreza de sus habitantes.

En sus orígenes, el GAP fue diseñado como un proyecto energético y de irrigación para aprovechar el potencial agrícola e hídrico de la región. Sin embargo, con el tiempo se añadió una dimensión de desarrollo regional (1989) y otra de desarrollo social (1992). La ampliación del GAP al campo del desarrollo regional coincidió con la emergencia del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), una organización ilegal incluida en la lista europea de grupos terroristas. El Gobierno se quedó desconcertado ante el apoyo masivo que tenía el PKK, y las autoridades de Desarrollo Regional emprendieron estudios para encontrar la necesaria explicación. Según Nilay Özok, en su obra Social Development as a Governmental Strategy in the Southeastern Anatolia Project – GAP (2004), el Gobierno intentó entender cuál había sido el proceso por el que millones de turcos de montaña (como se los denominaba oficialmente) se habían convertido en kurdos.

Durante mi estancia en Turquía intercambié en varias ocasiones opiniones sobre el GAP con especialistas en ciencias sociales. Me gustaría recordar, a este respecto, una conversación que mantuve en mayo de 2002 con un antropólogo que sostenía que la implantación de una agricultura moderna de regadío traería un nuevo estilo de vida a la región. Ponía como ejemplo Harran, una planicie en la provincia de Sanliurfa, en la frontera con Siria, donde la mayoría de la población no habla turco, sino kurdo y árabe, y la estructura social está marcada por la centralidad de las familias extendidas y las relaciones tribales. De acuerdo con este experto, la introducción de un moderno sistema agrícola debilitaría las instituciones tradicionales y haría emerger un nuevo estilo de vida, caracterizado por la familia nuclear y la confianza y por la adhesión al Estado. Las relaciones tribales y familiares perderían importancia, a la vez que aumentaría la dependencia de las instituciones estatales, como los organismos de extensión agraria o el Ministerio de Agricultura. Esto no era una cuestión empírica, sino más bien una convicción normativa. Se suponía que el desarrollo de un sistema de riego y la introducción de modernas granjas y explotaciones eran la mejor arma contra la existencia y persistencia de la identidad kurda, vista como una forma de tribalismo premoderno. El desarrollo, según el antropólogo, comprendía una serie inevitable de transformaciones sociales que convertirían a los pobladores de estas áreas rurales en turcos modernos.

Esta perspectiva en la que los kurdos son simplemente considerados como turcos en potencia resultó un fracaso en la práctica.

El plan presenta algunos puntos débiles. Para empezar, los intentos de modernizar la agricultura han aumentado la desigualdad en la región. Se ha dicho que los grandes propietarios se han beneficiado más que los pequeños. En segundo lugar, las malas prácticas de irrigación han provocado problemas de salinización en grandes zonas. Van den Ban, experto holandés en extensión agraria, afirma preocupado que “sería necesario ampliar enormemente el servicio de extensión agraria del Ministerio de Agricultura, y mejorar mucho la calidad de su labor, pero parece muy difícil, si no imposible, que estos cambios se hagan realidad”. En su opinión, el suelo se degradará aún más a causa de los métodos de riego. Sin embargo, el fallo más evidente es que las autoridades, pura y simplemente, no conciben que una persona pueda ser a la vez kurda y moderna. En su cabeza sólo cabe la posibilidad de ser tradicional y kurdo, o moderno y turco. Mientras siga sin aceptarse que existen kurdos y continúe intentándose convertirlos en turcos, es improbable que el problema se solucione.

 

RÍOS DE DISCORDIA

Gracias a las modernas técnicas de irrigación, el Gobierno de Ankara ha desarrollado una serie de explotaciones de regadío en el Kurdistán que han dejado sin agua el sur de Irak

Turquía ha utilizado el reparto del agua del Éufrates y el Tigris como carta ganadora a la hora de tratar el problema kurdo –especialmente el tema del PKK– en la escena internacional. Tenemos el ejemplo del doble acuerdo firmado en 1987 con Siria. Por un lado, Turquía garantizaba al país vecino un caudal anual de 500 metros cúbicos por segundo en la cuenca del Éufrates y, como contrapartida, Siria se comprometía a poner fin en su territorio a las actividades del PKK y de otras organizaciones consideradas terroristas por Turquía. Durante los años posteriores, varios políticos turcos de primer nivel ligaron el problema del agua a que Siria solucionase el tema del PKK. Ese mismo año, el primer ministro Demirel declaró que “es imposible sentarse a negociar sobre agua mientras se permita el terrorismo”, y el ministro turco de Asuntos Exteriores, Hikmet Çetin, añadió que “el problema del agua no debería considerarse tan importante”. “Si nos llevamos bien unos con otros, no causaremos problemas”. El tema del agua no sólo se utilizó para presionar a Damasco y que pusiese fin a las actividades del PKK, también se ha acusado a Turquía de ofrecer agua a Siria a cambio de negociaciones de paz con Israel, algo que el ministro de Exteriores Ali Babacan negó en 2008.

Desde que Turquía empezó a construir y hacer funcionar presas en la cuenca del Éufrates (y en menor medida en la del Tigris), no ha dejado de tener enfrentamientos con sus vecinos por el acceso a los recursos hídricos. En 1975, Siria e Irak estuvieron al borde de la guerra cuando el llenado del embalse turco de Keban y del sirio de Tahba, unidos a la sequía, crearon problemas serios en Irak. En 1989, cazas MIG de la aviación siria derribaron un avión turco de reconocimiento, perteneciente a la Dirección General del Registro Agrario, supuestamente debido a las tensiones en torno al agua. En enero de 1990 Turquía movilizó al Ejército mientras cortaba el río Éufrates para llenar el embalse de Atatürk, reduciendo en un 75% el caudal de agua que continuaba hacia Siria e Irak. El Gobierno iraquí había amenazado con bombardear esta presa, que permite a Turquía cortar completamente el flujo de agua a los países que viven río abajo.

A lo largo de estos años, Irak y Siria han presentado numerosas reclamaciones acusando a Turquía de provocar escasez de agua. Los agricultores del sur de Irak se quejan, y las dificultades a las que se enfrentan han llevado a muchos a la desesperación. Aleuí al Shimmari, un cultivador de arroz que vive en Diwaniya, al sur de Bagdad, afirma que “más de la mitad de las familias de agricultores han abandonado sus pueblos y se han marchado a la ciudad”. Él plantaba arroz en sus 40 hectáreas de terreno, pero la sequía ha reducido el cultivo a sólo cinco hectáreas. “Tierras que antes eran verdes ahora se han convertido en desierto”. Además, Siria ha acusado a Turquía de soltar agua contaminada. Algunas noticias en medios turcos hablan de que la reducción del caudal ha aumentado peligrosamente la concentración de restos fecales en las frutas y en los vegetales de regadío, provocando un fuerte brote de cólera. En cualquier caso, la contaminación y el aumento de la salinidad están acabando con la pesca, que es una importante fuente de alimento y sustento.

Turquía firmó acuerdos con Irak (1984) y Siria (1987) comprometiéndose a dejar pasar un caudal mínimo de 500 metros cúbicos por segundo, pero ello no hizo que la tensión generada por el GAP desapareciese. Parte de la culpa está en los propios acuerdos. Dado que la cuenca del Éufrates está compartida por los tres países, es necesario un acuerdo a tres bandas que regule adecuadamente la distribución del agua. Los acuerdos bilaterales prevén un caudal mínimo, pero al calcularse como una media anual, resulta que en realidad no garantizan ningún suministro de agua durante la estación seca veraniega, que es cuando crecen los cultivos. La cosa se complica aún más por el hecho de que las partes no saben exactamente cuánta agua tienen entre todos para dividir: el caudal varía mucho en función de las lluvias y de las nevadas, y se ve distorsionado por el gran número de embalses y de redes de irrigación. Sería necesaria una mayor colaboración para poder evaluar durante un tiempo los flujos de agua y las necesidades de cada una de las partes, y acordar un sistema de reparto factible y transparente.

El 3 de septiembre de este año, los tres países celebraron en Ankara una cumbre de emergencia para tratar el problema de la sequía en la región y de los caudales del Éufrates y del Tigris. El ministro iraquí de Recursos Hídricos, Latif Rashid, explicó que Irak se enfrenta a migraciones masivas, especialmente en el sur del país, causadas por el descenso de la cantidad de agua que entra a través de ambos ríos y por la escasez de precipitaciones. “La situación en Irak nunca ha sido tan grave como en los últimos dos años”. Su petición de recibir más agua fue rechazada en términos diplomáticos por su homólogo turco, Taner Yıldı. “Somos conscientes de lo necesitados de agua que están nuestros vecinos”, declaró, pero Turquía no soltará más caudal. “No podemos perjudicar nuestro propio sistema hídrico y energético”.

La UE está siguiendo el caso. En una resolución del 12 de marzo de 2008 sobre los progresos de Turquía, el Parlamento Europeo llama la atención sobre “las consecuencias sociales, ecológicas, culturales y geopolíticas [del GAP], como las que afectarán al suministro de agua de los países vecinos, Irak y Siria, y pide al Gobierno turco que dedique toda su atención a estas cuestiones, que proteja los derechos de la población afectada y que vele por una estrecha cooperación con las autoridades locales y regionales”. Desafortunadamente, ese mismo año una delegación del Parlamento Europeo presidida por Satu Hassi, ex ministro finlandés actualmente integrado en los Verdes Europeos, sugirió que Turquía está ignorando estos consejos y basando su política en abusar de su posición de fuerza. “La delegación se llevó la impresión de que Turquía pretende que muchas de estas presas se conviertan en hechos consumados antes de ingresar en la UE”. La Unión Europea podría heredar no sólo los embalses, sino también sus posibles conflictos.

 

UN FUTURO INCIERTO

En la cumbre de emergencia, Turquía se mostró poco dispuesta a dar a Siria y a Irak el agua que reclamaban. Además, el caudal actual podría reducirse todavía más en el futuro si Ankara construye las presas adicionales que ha anunciado. El agua quedará acumulada en embalses a lo largo de la frontera con Irak, con el único objetivo de que sirva de barrera, mientras más al Sur la sequía convierte tierras fértiles en desierto. Turquía considera que es la legítima propietaria del agua de estos ríos, y puede hacer con ella lo que desee. Mientras eso no cambie, la amenaza de conflictos internacionales y de escaladas de enfrentamientos por los recursos hídricos seguirá planeando sobre la región. El Modelo de Naciones Unidas de Uppsala planteó un posible escenario bélico. Un hipotético ataque de un grupo iraquí contra una de las presas turcas para mostrar su oposición a la política hidrológica de Ankara ponía a ambos países al borde de la guerra. Es ficción, pero no es impensable.