Moisés Naím (‘Depende: Globalización’, FP EDICIÓN ESPAÑOLA, abril/mayo, 2009) opina que mi reciente necrológica de la globalización impulsada por las finanzas en Current History era, como el anuncio de la muerte de Mark Twain en 1897, prematura. Twain no murió hasta 1910, por supuesto, pero no era inmortal. Y la globalización tampoco lo es. Naím tiene toda la razón al señalar que la globalización es un proceso muy dinámico y que ha producido tremendos beneficios en la reducción de la pobreza en muchos países, pero, desde el punto de vista histórico, la globalización –un fenómeno cíclico– es vulnerable a reacciones terribles y costosas.

Dado que gran parte de la globalización reciente se produjo impulsada por los flujos financieros, la crisis financiera es un grave retroceso. Las necesarias operaciones de los Estados para rescatar sistemas bancarios enteros derivarán de forma inevitable en sistemas financieros distintos. Por ejemplo, los contribuyentes italianos no querrán que se emplee su dinero para rescatar a remotos deudores del este de Europa. Lo mismo sucede con los paquetes de estímulo; los países no querrán que se beneficien productores extranjeros. Hasta ahora, los intentos de resolver los problemas bancarios y fiscales internacionales y no nacionales han acabado en fracaso.

Las reacciones contra la globalización no sólo están impulsadas por la realidad económica, sino por una nueva psicología. Las crisis generan teorías de la conspiración, a menudo atribuidas a individuos o a países extranjeros. En Estados Unidos, muchos aseguran que la causa del actual lío son los excedentes chinos, y en otros países ya se dice que les ha golpeado una crisis americana. Vamos a ver cómo aparecen no sólo pequeñas medidas de proteccionismo comercial, sino sentimientos xenófobos poderosos y muy extendidos. Y también puede que muchos antiguos críticos de la globalización empiecen a ver, por fin, lo bien que estábamos, cuando todo el sistema se venga abajo.

—HAROLD JAMES
Catedrático de Historia y Asuntos Internacionales,
Universidad de Princeton, Nueva Jersey, EE UU   

 

En el apartado de su artículo titulado ‘La globalización no es nada nuevo’, Moisés Naím alega, con razón, que la integración del mundo desde 1985 es cualitativa y cuantitativamente distinta a las anteriores: la economía global británica del siglo XIX y la economía global española y portuguesa del siglo XVI. Es mucho más inmediata y empresarial.

Pero la ola actual de globalización sí cuenta con un antecedente importante en el mundo antiguo. En nuestro nuevo libro, The Origins of Globalization (Los orígenes de la globalización), decimos que existió una versión primitiva de la globalización, que podríamos llamar “hemisferización”, entre el año 100 a.C. y el 200 d.C. Si podemos comparar la economía globalizada de hoy con una autopista de ocho carriles que une las regiones de todo el mundo, la economía hemisférica que unía el Imperio Romano, Partia, India y la China Han era como una ruta de caravanas. Pero establecía tenues vínculos entre las regiones del mundo conocido.

Reconocemos que, en el mundo antiguo, el impacto del comercio de larga distancia era muy ligero, y lo que más se compraba y vendía eran artículos de lujo, mientras que hoy, Internet permite miles de millones de transacciones entre miles de millones de personas para satisfacer necesidades individuales muy concretas. No obstante, existen importantes paralelismos entre la hemisferización y la globalización posmoderna actual. Por ejemplo, en la economía hemisférica antigua, existían poderosos bloques comerciales regionales, como los Imperios Romano y Han y el subcontinente indio. Del mismo modo, hoy la mayor parte del comercio se lleva a cabo en bloques regionales, como la UE, el NAFTA y la costa del Pacífico.

Cuando los Imperios Han y Romano empezaron a tambalearse, India, África oriental y el mundo islámico mantuvieron unos vínculos comerciales mundiales que revivieron la economía hemisférica en el periodo medieval. Igualmente, creemos que Naím tiene razón con su argumento central de que la ola actual no se desmoronará por una recesión grave ni por una crisis económica mundial.

 

 —KARLMOORE
Catedrático Facultad Desautels de Administración,
Universidad McGill, Montreal, Canadá

 

—DAVID LEWIS
Catedrático de Historia, Citrus College,
Glendora, California, EE UU 

 

 

Moisés Naím responde:

Uno de los mensajes fundamentales de mi artículo es que la integración internacional trasciende la economía. Los flujos comerciales y de inversiones son dimensiones importantes de la globalización, pero no las únicas: los políticos y los burócratas, las organizaciones terroristas y las comunidades religiosas, los aficionados a hobbies y los criminales son grupos que, entre otrosmuchos, estánmejor equipados que nunca para actuar a escala internacional, de forma barata y con eficacia. Este tipo de globalización no se verá afectado de forma profunda ni permanente por la crisis económica, e incluso es posible que algunas de estas actividades –el crimen internacional, por ejemplo– prosperen gracias a la mala situación económica.

Harold James acierta al pensar que la globalización económica sufrirá por la crisis actual. Los flujos comerciales e inversores están cayendo, están surgiendo barreras arancelarias y uno de los daños secundarios de las nacionalizaciones bancarias y de los rescates es el proteccionismo financiero. Por desgracia, como dice él, la crisis está alimentando también la xenofobia y el populismo.

Sin embargo, no estoy de acuerdo con su afirmación de que la globalización es cíclica. Es verdad que la integración mundial va y viene: las crisis económicas, las guerras y las pandemias inhiben las relaciones transfronterizas, y la paz, el crecimiento económico y la innovación tecnológica llegan después y las restablecen. Pero, cuando se observa desde una perspectiva histórica más amplia, parece claro que, aunque la integración de las comunidades humanas ha tenido altibajos, la tendencia más permanente es la de un ascenso continuo. A la larga, siempre hay más globalización, no menos.

Es un punto que queda muy patente en la carta de Karl Moore y David Lewis y en su fascinante ejemplo de los paralelismos entre la oleada actual de globalización y la integración económica de hace 2.000 años. Su comparación entre la hemisferización de aquella época y la globalización actual es muy útil. Las fuerzas que impedían los contactos transfronterizos y la integración internacional entonces quedaron superadas por las nuevas tecnologías y por el instinto humano de viajar, explorar, comerciar y dialogar con otras gentes. Lo mismo ocurrirá ahora.