Ganadora de la UNIVERSIDAD PABLO DE OLAVIDE, con su proyecto «El nuevo reto de la defensa nacional: la sociedad automatizada», que puede leer aquí:

La sociedad avanza y uno de sus pilares más esenciales, la defensa, está en una constante convulsión a causa de las nuevas tecnologías. Estas crecen exponencialmente pero la sociedad se queda atrás, estancada en su organización primitiva. No hay regulación, ni criterios éticos ni seguridad actualmente para implantar estas tecnologías que están en constante cambio. Esto supone el máximo reto para el futuro de nuestra defensa.

El desarrollo tecnológico ha alcanzado un ritmo insólito. Las tecnologías han invadido nuestra vida de forma que ya no podríamos concebirla sin ellas. Más allá del uso de dispositivos móviles inteligentes, sistemas de navegación analógicos o reconocimientos faciales, estamos viviendo tiempos convulsos de expansión científica que remueve nuestras entrañas más profundas de organización social.  

Si bien nuevas armas precisas fueron incorporadas en el aspecto militar durante todo el siglo pasado, los avances tecnológicos que estamos experimentando hoy día van a traer una revolución social, económica y militar sin precedentes. Además, con cada avance que se alcanza se abren multitud de nuevas materias a descubrir. 

En el aspecto militar, la Revolución Industrial 4.0 ha propiciado los avances emergentes en los campos de la robótica, la inteligencia artificial, la cadena de bloques, la nanotecnología o los vehículos autónomos, entre otros. Este desarrollo se enmarca en la tendencia actual de la automatización y el intercambio de datos algorítmicos que, aún cuando la revolución científica no cesa en sus estudios, la mayor parte de la sociedad desconocemos. ¿Estamos preparados para vivir en una sociedad completamente automatizada? 

Un aspecto para considerar ante una posible sociedad mecanizada es la regulación de la misma. Nuestra organización comunitaria se asienta en una serie de legislaciones que estructuran y delimitan la acción individual de forma que cada uno podamos comportarnos dentro de un marco preestablecido y no poner en riesgo la seguridad de otros. No obstante, si robotizamos los aspectos más primitivos y fundamentales de nuestra vida como pudiera ser el ámbito militar y de defensa, ¿cómo podríamos regular estos avances si aún los desconocemos? Uno de los mayores retos que plantea la IA a las administraciones es su propia esencia expansiva. Los algoritmos crecen con su uso y se desprenden de la responsabilidad inicial de su programador en su crecimiento. Por tanto, el cometido que este pudiera tener ya no caería bajo la obligación del creador. No existen leyes adaptadas al uso de los aparatos automatizados, y aún menos en el aspecto militar. 

En la medida en que los avances tecnológicos surcan nuevos ámbitos que el hombre no ha podido dirimir hasta ahora, otros retos se plantean. Otras de las bases de nuestra sociedad son los valores y la ética con la que actuamos, indiferentemente del objeto/sujeto de acción. Aunque en un primer momento los aparatos robotizados pudieran aparentar ser objetos vanos moralmente, la conversión de una sociedad al automatismo lleva implícita la adhesión y el respeto de valores. Los dispositivos tecnológicos están controlados en última instancia por el ser humano creador, quien se ha encargado de cifrarle una serie de códigos éticos y morales. Un ejemplo muy básico del funcionamiento moral del Big Data puede constatarse de la siguiente manera: “un bebé con la piel blanca se describe como ‘bebé’, pero un bebé con la piel negra se describe como ‘bebé negro’”. Si bien una simple búsqueda por Google pudiera “solamente” herir los sentimientos de alguien, el temor viene cuando estas bases de datos se incrustan en drones mecanizados destinados a la guerra.

Mientras la persona sabe distinguir entre un soldado y un civil, el discernimiento de un robot encuentra mayores dificultades a causa de los criterios éticos implantados. 

Por último, uno de los aspectos más temibles de la defensa automatizada viene dado por el propio desconocimiento que aún existe con respecto a las tecnologías. Como todo aparato electrónico, los robots militares pueden ser hackeados y usados con fines  maliciosos. Estos aparatos ejecutan la orden del humano y son totalmente dependientes de él. Pero el humano no es bondadoso. ¿Qué ocurriría si uno robot con alto potencial destructivo es hackeado para actuar con contra de su propio ejército o para atacar a civiles? 

El derecho internacional y humanitario no regula estos supuestos. Es más, los expertos aún desconocen cómo se podrían regular las tecnologías mecanizadas, pues desconocemos completamente su comportamiento y están cambiando todo el tiempo. No obstante, estas siguen creciendo y su complejidad sigue evolucionando a ámbitos que el hombre nunca podrá entender. También sigue creciendo la inversión en estos robots automatizados, la cual ha aumentado a un ritmo aproximado del 10% cada año, y se espera que en 2025 sea de alrededor de 2.500 millones de euros. 

Por todo ello, la automatización de la sociedad es inevitable. La forma de organización y los pilares más primitivos de la sociedad cambiarán en 30 años. La parte más esencial del Estado, la defensa, estará en manos de unos dispositivos mecanizados que crecen exponencialmente y que se nos escapan de nuestro entendimiento, así como de nuestra responsabilidad. La sociedad evoluciona, pero ¿evolucionamos nosotros con ella?