El presidente Joe Biden (izquierda) habla mientras el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol (derecha), escucha durante una conferencia de prensa en la oficina presidencial el 21 de mayo de 2022 en Seúl, Corea del Sur. (Jeon Heon-Kyun – Pool/Getty Images)

El presidente surcoreano Yoon Seok-youl ha desarrollado una particular política exterior en su primer año de gobierno: su mirada al respecto de Estados Unidos, Corea del Norte y Japón es primordial para entender las dinámicas generales de la región Asia-Pacífico.

Históricamente, han sido tres los grandes temas alrededor de los cuales ha pivotado la política exterior de Corea del Sur: Estados Unidos, Corea del Norte y Japón. Para poder dimensionar cómo entiende la política exterior de su país el presidente Yoon Seok-youl, es primordial abordar los precedentes surcoreanos en torno a esos tres elementos. En mayor o menor medida, todos los jefes de Estado anteriores han cosechado su amistad con Washington, oscilando entre la subordinación militar y la alianza como potencia regional; con respecto al norte, la Sunshine Policy tendente al acercamiento, la cooperación y la reunificación de las dos Coreas ha sido aplicada o enterrada en función del signo político de cada presidente; en cuanto a Japón, la memoria de la violencia nipona durante su ocupación de la Península ha dificultado durante décadas la consolidación de un vínculo razonable y crucial para la estrategia estadounidense.

Desde que el ex fiscal Yoon Seok-youl asumiera la presidencia en mayo de 2022, la política exterior de Seúl ha vivido un sismo en sus cimientos históricos: se han intensificado algunas tendencias, se han roto algunos puentes y se ha pretendido sanar viejas heridas que, no obstante, siguen sangrando. Sus lineamientos pueden resumirse en tres ideas: acoplamiento, ruptura y conciliación. El acoplamiento tiene que ver con la aceptación activa por parte del Estado surcoreano de la estrategia estadounidense en la región, colaborando estrechamente con Washington e intensificando una relación que siempre fue cercana; la ruptura hace referencia al quiebre histórico de las relaciones entre Pyongyang y Seúl, abriendo un nuevo capítulo de confrontación que ha borrado las esperanzas de cooperación creadas durante la presidencia de Moon Jae-in (2017-2022); la conciliación sintetiza el acercamiento a Japón sobre la base de unos intereses y valores comunes.

El acoplamiento

La tracción que Estados Unidos ejerce sobre Corea del Sur es una gran clave regional que se ha intensificado durante el último año como consecuencia de dos procesos. El primero de ellos, es el conocido como Pivot to Asia, el viraje realizado por Washington durante la Administración Obama por el cual el foco de su política exterior se desplazó hacia la región Asia-Pacífico. Esta medida tuvo que ver con un impulso que hoy ya es rector de las dinámicas globales: el deseo estadounidense de frenar la creciente influencia china a escala regional y mundial. En este marco, Corea del Sur es un socio prioritario para los distintos gobiernos norteamericanos debido a su particular posición geoestratégica, la elevada competitividad internacional de sus grandes conglomerados o su ineludible y turbulento vínculo con Corea del Norte.

El segundo de los procesos es ideológico y político. El presidente Yoon nunca ocultó su mirada de la política internacional, que pasaba inexorablemente por robustecer la alianza entre ambos países. En el primer encuentro entre Joe Biden y Yoon Seok-youl, el dirigente asiático defendió ampliar “el alcance y la escala” de la coordinación militar entre ambos ejércitos, y así fue. Los ejercicios conjuntos de preparación bélica han sido prácticamente semanales, y algunos como ‘Cyber Flag’ o el reciente Freedom Shield -el mayor en los últimos cinco años- han acompañado a aquellos que ya venían siendo rutinarios. 

Esta lógica ha traído consigo consecuencias notables para la región del Asia-Pacífico. Las respuestas norcoreanas a las presiones de la alianza en el plano militar han sumido al este de Asia en una espiral beligerante cuya salida es incierta y la cual, en un escenario enormemente pesimista, pero en absoluto descartable, podría convertir a la Península de Corea en la primera ficha de dominó de una escalada bélica entre el bloque de aliados de Estados Unidos y sus competidores en la región. 

Manifestantes sostienen pancartas contra Corea del Norte en Seúl, Corea del Sur.(Chung Sung-Jun/Getty Images)

La ruptura

Corea del Norte es uno de los principales “cuerpos hostiles” que encuentra Washington a lo largo del globo, y probablemente el aspecto de mayor divergencia en la política exterior surcoreana a lo largo de su historia. En términos de identidad nacional ni siquiera puede considerarse un asunto “exterior”, sino un capítulo abierto de la guerra civil coreana (1950-1953) que nunca llegó a cerrarse -únicamente se firmó un armisticio. Al respecto del vecino norteño, Yoon Seok-youl nunca especuló, manteniendo una postura de confrontación y enemistad desde el primer momento. Los movimientos militares conjuntos y la recuperación del término “enemigo” para definir a Pyongyang son la punta del iceberg de un engranaje teórico, ideológico e identitario que hunde sus raíces en una de las tradiciones políticas con mayor recorrido en el país: el anticomunismo.

Presente durante buena parte de los gobiernos desde la fundación de la república, el sentimiento anticomunista se expresa hoy en el rechazo a Corea del Norte. Yoon Seok-youl y el Partido del Poder Popular abrazan este discurso, “formado y reformado con el cambio de la política nacional e internacional”, y que inserta las relaciones intercoreanas en un marco analítico que trasciende el campo de la política internacional. En clave interna, el presidente Yoon rechaza la Sunshine Policy, en especial una de sus máximas: aquella según la cual el sur no debe pretender dañar o absorber al norte.

Yoon Seok-youl rechaza la legitimidad misma del Estado norcoreano, dibujando al marxismo coreano y al Partido del Trabajo como el “hecho maldito” de la nación. De esta perspectiva se desprenden dos planteamientos que impactan directamente en la seguridad de la región: se niega implícitamente la posibilidad de una salida diplomática al defender que la desnuclearización del Estado socialista debe ser previa a la paz, y no al revés -algo que Corea del Norte ha rechazado sistemáticamente; a su vez, se impulsa la militarización de Corea del Sur y sus aliados en pos de una eventual confrontación bélica.

La conciliación

Japón es la gran novedad de la diplomacia del presidente Yoon. Tokio y Seúl comparten una amplia gama de posicionamientos en materia internacional, así como se rigen a través de sistemas políticos y económicos similares. Sin embargo, las relaciones entre ambos nunca han sido particularmente amables. Con anterioridad a su victoria electoral, el ex fiscal expresó con frecuencia su voluntad de estrechar lazos; “cuando yo sea presidente, las relaciones Corea del Sur-Japón irán bien, estoy seguro de ello”, llegó a afirmar. Cuatro meses después de su asunción como presidente, él y el primer ministro japonés Fumio Kishida se encontraron y empezaron a encaminar la relación bilateral.

Aunque el ex presidente Lee Myung-bak (2008-2013) puso sobre la mesa la posibilidad de un acercamiento entre ambas partes, nadie ha dado tantos pasos como Yoon Seok-youl en este sentido. La memoria de la ocupación y la vigencia del revisionismo histórico entre muchos políticos nipones ha sido un escollo demasiado grande durante mucho tiempo. En menos de un año, Yoon ha puesto en riesgo el capital electoral de su partido para avanzar en la cooperación a pasos agigantados: ejercicios militares conjuntos, cambio del estatus japonés respecto a Corea del Sur de ‘agresor’ a ‘compañero con valores universales compartidos’ y, por encima de todo, un intento apresurado de cerrar las heridas del pasado concretado en la decisión por la cual será Seúl -y no el Estado ni las empresas japonesas- quien compense a las víctimas de trabajo forzado durante la ocupación de la Península entre 1910 y 1945.

¿Y por qué es tan importante esta conciliación en términos de política internacional? En realidad, tiene que ver con una dinámica que trasciende al propio vínculo bilateral y que ha sido adelantada en este texto: el Pivot to Asia de Washington, en el que Australia, Japón, Filipinas, Tailandia y Corea del Sur se erigen como los cinco grandes aliados regionales de Estados Unidos. Que Tokio y Seúl traduzcan su convergencia de intereses, valores y alianzas en una amistad bilateral es crucial para que la estrategia estadounidense en la región tenga éxito. Por su ubicación geográfica y sus dimensiones demográficas y económicas, Tokio y Seúl están destinados a ser parte contendiente en cualquier confrontación bélica, económica o diplomática que Washington emprenda contra China o contra Corea del Norte, por lo que si el proceso conciliatorio prospera sería un refuerzo positivo para Washington en Asia-Pacífico.
Efectivamente, Yoon Seok-youl es “el socio perfecto de Biden, como fue expresado en un texto publicado en el think tank estadounidense RAND. En realidad, lo sería para cualquier Administración norteamericana. Hace suya la estrategia de Washington en Asia-Pacífico y se acopla sin dudarlo al sistema internacional de alianzas que Estados Unidos continúa tejiendo al tiempo que pone el foco en la contención del crecimiento chino. A su vez, por su propia adscripción ideológica, aleja la posibilidad de una reunificación entre las dos Coreas, sosteniendo un statu quo en el que la Administración estadounidense puede mantener un importante enclave militar en la península coreana bajo el pretexto de proteger a Seúl y a la región de la amenaza nuclear norcoreana. Por último, trata de poner fin a unas disputas con Tokio que han enturbiado un vínculo bilateral entre dos vecinos que comparten valores y, ante todo, su adscripción a Estados Unidos como eje de un bloque en constante reconfiguración.