Mujer vende fruta en las calles de Pyongyang, Corea del Norte. (Eric Lafforgue/Art In All Of Us/Corbis via Getty Images)

Los pequeños mercados norcoreanos, conocidos como jangmada, han generado un emprendimiento incipiente en el país en las última décadas. Sin embargo, aunque estas actividades comerciales privadas han ayudado a la población a combatir la escasez de alimentos y de productos de primera necesidad, no están traduciéndose en un empoderamiento cívico y político.

 

Desde su creación en 1948, la República Popular Democrática de Corea se autodefinió como “antimperialista,  antifeudal  y  en  transición al socialismo”.  En consonancia, el fundador y primer líder de esa nación, Kim Il-sung, sentó las bases de una economía centralmente planificada, emulando a los dos artífices de la creación de su país: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la República Popular China.

La era Kim Il-sung (toda la década de los 50 hasta principios de los 90) se caracterizó por un estricto control de todos los ámbitos de la vida norcoreana, incluyendo por supuesto la economía. El Estado era el único detentor de los medios de producción y distribución; la población era alimentada mediante un sistema de entrega de raciones de comida; estaba prohibida la propiedad privada, así como la comercialización de todo tipo de bienes de consumo.

Académicos expertos en el tema como Andrei Lankov y Kim Seok-hyang han concluido que el sistema de distribución pública de alimentos se implementó en Corea del Norte con mayor rigidez que en cualquier otro país comunista del mundo. El seguimiento a las prohibiciones económicas se hacía a través de “grupos de vigilancia mutua”, cada uno consistente en unas 30 a 50 familias, comandadas por un oficial militar de bajo rango, cuya tarea principal era reportar actividades económicas “ilegales” de sus vecinos.

Pyongyang dio un apretón más al estómago de la población a principios de los 70, al implementar cortes al sistema de raciones de comida, justificándolos como “donativos de arroz al Ejército”. Con ello, la calidad y cantidad de comida disponible para las y los norcoreanos decayó sensiblemente, hasta desembocar en la gran hambruna de los 90, punto de inflexión en diversos aspectos de la vida en el país.

La de los 90 fue una década en la que la población norcoreana padeció más hambre que nunca; el Estado disminuyó la producción agrícola en 1987, a medida que se redujeron las importaciones de insumos clave subsidiadas por los soviéticos. El régimen comenzó a adaptarse intercambiando arroz por granos más baratos, importados de la URSS, mientras recurría a las reservas nacionales de alimentos y aconsejaba a su población que comiera solo dos veces al día. En 1990, la Unión Soviética canceló este sistema de trueque y solicitó a Corea del Norte que le pagara en moneda —de lo cual el Norte carecía—, conforme a los precios del mercado internacional.

A esto se sumó la naturaleza: en 1995 y 1997 una secuencia de severos huracanes provocó a su paso terribles inundaciones, dejando bajo el agua la totalidad ...