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De izquierda a derecha, el presidente Donald Trump, el líder norcoreano, Kim Jong Un, y su homólogo surcoreano, Moon Jae-in, en la Zona Desmilitarizada, Panmunjom. Dong-A Ilbo via Getty Images/Getty Images

Un repaso a las claves de la actual política exterior de Kim Jong-un, así como las posiciones y objetivos de Pekín, Seúl, Moscú y Washington, todos ellos actores implicados en la búsqueda de la estabilidad en la península coreana.

El pasado junio fue el mes del líder norcoreano, Kim Jong-un. Con tan sólo días de diferencia recibió al líder chino, Xi Jinping, en visita de Estado, y al Presidente estadounidense, Donald Trump, en un breve —pero altamente simbólico, al ser el primer mandatario del país norteamericano en hacerlo— encuentro en la parte norcoreana del Área de Seguridad Conjunta (JSA, en inglés) en Panmunjom.

A toda persona que se ha asomado por las rendijas virtuales creadas por Internet para ver atisbos de la vida en Corea del Norte, le habrá intrigado que, desde 2011 que asumió las riendas de su país, y hasta principios del 2018, Kim no se había reunido con ningún mandatario. Prácticamente desde su ascensión como líder, se decía que no duraría mucho al frente del gobierno, arguyéndose como razones el precario estado de la economía norcoreana, su inexperiencia en los asuntos de Estado y sus escasas relaciones con el exterior, particularmente con China, principal aliado desde la fundación de la también conocida como República Popular Democrática de Corea en los 50.

Tan pronto como fue ungido sucesor de Kim Il-sung, su padre, quien a su vez sucedió a su abuelo, Kim Jong-il, el más joven de la dinastía Kim se enfocó en consolidar internamente su liderazgo político y profundizar el programa nuclear y el balístico, iniciados años antes por su padre. Con cada prueba nuclear o de mísiles que el recién estrenado gobernante realizaba, Corea del Norte enfrentaba un mayor aislamiento de la comunidad internacional, afianzando su ganada reputación de reino ermitaño. Así era, hasta hace muy poco tiempo.

 

¡Hola, Pyongyang!

La apertura diplomática que estamos presenciando se gestó en los primeros días de enero de 2018. El primer guiño al mundo fue durante el tradicional discurso de año nuevo dado por el líder norcoreano: anunció que su país participaría en los juegos olímpicos de invierno, que estaban por iniciar en la vecina ciudad surcoreana de Pyeongchang. Siguió el emotivo desfile conjunto de atletas norcoreanos y surcoreanos en la ceremonia de inauguración olímpica: mismo uniforme, mano a mano alzando una bandera que mostraba la península coreana unificada.

Poco después, la sorprendente y no anunciada primera salida de Kim a otro país: China (marzo de 2018); visita a la que siguieron tres encuentros más con Xi Jinping en distintas ciudades chinas.

Justo por esos días, Kim sostuvo el que tal vez sea uno de los más emotivos encuentros de la historia contemporánea de las relaciones internacionales; uno que hizo suspirar los nostálgicos de la guerra fría, haciéndoles entender que ahora sí, esa etapa estaba terminada: el Presidente surcoreano, Moon Jae-in, y el líder norcoreano tomados de la mano en una soleada tarde de abril de 2018, cruzaron juntos y sonrientes, el mítico paralelo 38, frontera de facto entre ambas Coreas desde 1953. Primero juntos al lado Norte, para después adentrarse a la parte sur de la JSA en Panmunjom y sostener la primera cumbre intercoreana desde 2007, que rápidamente fue seguida por otra cumbre en mayo siguiente, y una tercera en la capital norcoreana de Pyongyang apenas en septiembre pasado.

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El líder norcoreano, Kim Jong Un , y el Presidente ruso, Vladímir Putin, en una reunión en Vladivostok. ALEXANDER ZEMLIANICHENKO/AFP/Getty Images

En esta montaña rusa de emociones televisadas y viralizadas, no podía faltar justamente Rusia. Kim viajó en abril de este año a la ciudad rusa de Vladivostok para encontrarse con el presidente Vladímir Putin, muy cerca de la pequeña frontera que divide ambos países.

Y luego, contra las expectativas de propios y extraños, la reunión en Singapur con el Presidente estadounidense, con quien por meses Kim había intercambiado amenazas mutuas de aniquilación total. Cada uno fiel a su estilo: las amenazas de Trump eran de 140 caracteres; las de Kim eran lanzadas en maratónicas sesiones del Partido de los Trabajadores. A Singapur siguió, algunos meses después, otra reunión entre ambos en Vietnam.

Además de los encuentros de alto nivel que Kim ha sostenido recientemente, se han incrementado considerablemente las interacciones de ministros, viceministros y funcionarios norcoreanos con sus pares chinos, estadounidenses, rusos e incluso japoneses. Las misiones de negocios chinas y rusas a distintas provincias norcoreanas son también rutinarias. En especial, relaciones intercoreanas han tomado renovado ímpetu con acciones de distensión en la Zona Desmilitarizada del paralelo 38 e iniciativas de cooperación en temas ferroviarios y forestales, reuniones de familias separadas, entre otras.

En la medida en que la nueva diplomacia de Pyongyang avanza a gran velocidad, conviene detenerse a preguntarnos qué pretende cada parte involucrada en estos acercamientos y, sobre todo, intentar prospectar si esta apertura diplomática de Kim Jong-un podría apuntar a cambios en otros aspectos de la vida norcoreana, como la económica, la social y la política.

Las intenciones norcoreanas. Es aparente que la prioridad de Corea del Norte es el levantamiento —o por lo menos una reducción significativa— de las sanciones económicas y financieras impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU para hacerle desistir de su programa nuclear y balístico. Bajo la visión norcoreana, el reto consiste en lograr lo anterior sin sacrificar significativamente la seguridad que estos programas le han permitido crear y que constituye la base de la estabilidad del régimen.

Fuentes internacionales señalan que la economía del reino ermitaño lleva años por debajo de la línea de supervivencia y, pese a que el Gobierno ha perfeccionado las maneras de obtener recursos y comerciar amén de las sanciones, coinciden en que esto es cada día más complicado. Sin el levantamiento de las sanciones, indican, la situación económica y social podría llegar pronto a un punto en el que la estabilidad del régimen se vea seriamente comprometida.

Los pasos dados por Kim para avanzar en este objetivo, mediante una diplomacia activa y, al parecer, bien ejecutada, tampoco se han traducido aún en el aligeramiento de las sanciones —salvo el relajamiento a las restricciones de ayuda humanitaria tras la cumbre de Singapur— básicamente porque Corea del Norte se ha rehusado a desarmarse unilateralmente, optando por una reducción recíproca de las sanciones en sintonía con su desarme progresivo y el retiro gradual del paraguas nuclear en la península por parte de Estados Unidos. Frente al aparente impasse, queda por verse si Corea del Norte conservará su potencial nuclear y sus misiles, o logrará negociar una fórmula para integrarse paulatinamente en la comunidad internacional a través de intercambios comerciales, inversión, turismo, etcétera, garantizando a la par la seguridad de su régimen.

El impulso de Pekín. Mantener a Corea del Norte como un país aliado en el noreste de Asia y recuperar su capacidad de influencia en los asuntos de la península coreana —este último propósito acentuado particularmente de cara a los movimientos de la administración Trump en la zona—, parecería el leitmotif que ha llevado a Xi Jinping a impulsar que ambos países retomen su cercanía.

Hasta el momento, esta estrategia ha funcionado para ambos: los líderes chino y norcoreano han sostenido ya cinco encuentros oficiales, dando carpetazo así a las especulaciones de alejamiento entre ambos países. Kim se ha reunido con Xi de manera previa a cada uno de los encuentros que ha sostenido con el presidente Trump, enviando con esto un claro mensaje del alineamiento de prioridades. A esto se suma el enorme interés de empresas chinas por invertir en Corea del Norte tan pronto como sea posible —en el contexto del alivio de las sanciones—, para lo que se requiere una considerable estructura de apoyo gubernamental y una estrategia que aproveche, para empezar, todos los vínculos y la infraestructura existentes entre las ciudades fronterizas.

La motivación de Trump. Los críticos de la estrategia diplomática del mandatario estadounidense cuestionan sus pobres resultados en cuanto obtener compromisos de desarme por parte de Corea del Norte. Otros más especulan que el mero propósito es cumplir una obsesión personal del jefe de la Casa Blanca y obtener una victoria diplomática que ayude su campaña de reelección. De cierto, la diplomacia de cumbres que Donald Trump ha impulsado con su homólogo norcoreano ha roto con la ortodoxia seguida históricamente por EE UU en su relación con Corea del Norte y, como arguyen sus partidarios, el rapprochement ha eliminado mientras tanto, el riesgo de un inminente conflicto bélico que sería desastroso para la península.

El papel central de Seúl. Tras su elección en mayo de 2017, el presidente Moon Jae-in emprendió, para desactivar el enfrentamiento bilateral y evitar un posible escalamiento armado cuando las tensiones regionales alcanzaban su nivel más álgido, la que ha sido denominada “Moonshine Policy” —una paráfrasis entre su apellido que en inglés significa “luna” y la política de acercamiento con Corea del Norte conocida como “Sunshine Policy” (política rayo de sol) de los ex presidentes Kim Dae-jung y Roh Moo-hyun— último quien fuera su mentor.

Moon enmarcó los principios de esta política en su discurso de Berlín de julio de ese año, llevando a cabo a la  par contactos diplomáticos con Estados Unidos, China, Japón, Rusia, inclusive Corea del Norte, y por otra parte apoyando las sanciones del CSONU. El delicado equilibrio de esta estrategia diplomática rindió frutos con la participación exitosa de ambas Coreas en los juegos olímpicos de invierno de Pyeongchang 2018, y con las ya citadas acciones de distención regional y cumbres presidenciales.

La estrategia intercoreana de la administración Moon, ha sido la piedra angular del actual proceso de pacificación en la península y del camino hacia la tan aspirada reunificación, aunque como se dicho, ese panorama continúe incierto como dan cuenta los sucesos de los últimos días.

El ajedrez ruso. Para el presidente Vladímir Putin era importante recibir pronto a Kim, en el contexto de la estrategia rusa de posicionamiento como una potencia global y, particularmente, porque tras las diversas cumbres Kim-Trump y Kim-Xi, Moscú estaba quedándose rezagado en los últimos desarrollos en la península coreana. El momento del encuentro fue revelador: Kim llegó a Vladivistok pocos días después de que su reunión con Trump en Vietnam terminara sin ningún resultado. Para Kim era la oportunidad perfecta para continuar demostrando que hay otras potencias que lo respaldan, acrecentando así su capacidad de negociación, no sólo con Estados Unidos, sino con la propia China.

Si bien de la reunión en Vladivostok no emanaron acuerdos concretos, el encuentro en sí mismo es la nota destacada: reforzó la estrategia diplomática de cada uno de los líderes y envió un mensaje a los demás actores involucrados en la seguridad de noreste de Asia: la relación entre la RPDC y Rusia se ha reactivado y se profundizará.

Así pues, podemos ver que cada Estado con intereses en la península coreana y/o en la región del noreste de Asia persigue objetivos —algunos más abiertos que otros– cuyo cumplimiento pasa por reunirse con Kim Jong-un, ahora que él ha decidido irse abriendo a las interacciones diplomáticas. En este estado actual de cosas, destaca sin duda el papel del presidente Moon para ir abriendo con Corea del Norte, espacios para la negociación internacional que durante casi una década prácticamente no existían.

 

Corea del Norte, siguiendo la pista del modelo chino

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Un periódico chino que lleva en portada un encuentro entre el líder norcoreano, Kim Jong Un, y el Presidente chino, Xi Jinping. FRED DUFOUR/AFP/Getty Images

Como se ha señalado, uno de los propósitos de la apertura diplomática de Kim —tal vez el prioritario— es el alivio o levantamiento de las sanciones internacionales, para desarrollar la economía de su país. Que Pyongyang desea abrirse a comerciar con el mundo y recibir inversiones parece no estar en duda; la interrogante es qué modelo seguirá para ello, y si la apertura en lo diplomático y económico significará cambios en otros aspectos.

Existe un consenso analítico en torno a que es altamente probable que la eventual apertura económica de Pyongyang siga el modelo impulsado por Pekín desde finales de los 60. Se coincide en esto no sólo por las similitudes entre la China de esa época y la Corea del Norte de hoy, sino porque existe evidencia de acercamientos en ese sentido desde hace más de tres décadas. Es sabido que tanto el abuelo como el padre del actual líder norcoreano discutieron una posible reforma económica con los líderes reformistas de China, desde épocas tan tempranas —en las propias reformas chinas— como 1980.

El proceso de transformación del modelo económico chino inició con las reformas impulsadas por Deng Xiaping consistentes en la apertura al comercio mundial y a las inversiones privadas extranjeras y en el fomento al surgimiento de un sector privado. A la par, el régimen chino fue reforzando su tutela sobre la sociedad, de forma que la apertura en el aspecto económico no ha tenido su correlato en lo político ni lo social.

Bajo este modelo, en los últimos cuarenta años China ha pasado de ser un país aislado y empobrecido, enclavado en una ortodoxa ideología socialista, a ser la segunda potencia económica con la consecuente presencia e influencia global. Sin embargo, nada de esto ha implicado para el régimen chino ceder un ápice en la tutela de su población ni en la primacía del Partido Comunista sobre todos los aspectos de la vida nacional.

Con estos referentes chinos tan asequibles para Kim, así como sus renovados vínculos con el actual liderazgo en Pekín, es fácil suponer que podría seguir el rumbo tomado por China hace cuatro décadas, adaptando su experiencia nacional y aprovechando el enorme interés del empresariado de ese país por invertir en Corea del Norte.

Sin embargo, no debe pensarse que ello significaría la supeditación del joven Kim a Pekín. El líder norcoreano ha mostrado ser hábil para conducirse diplomáticamente en varios frentes y para imprimir su sello personal a la gestión al frente de Corea del Norte. En todo caso, estamos apenas atestiguando la puesta en marcha de una estrategia para abrir el otrora reino ermitaño al mundo del Siglo XXI.