Las animadoras de Corea del Norte en los Juegos Olímpicos de Invierno en Pieongchang. Carl Court/Getty Images
Cómo la glorificación de la pureza de la raza es un elemento fundamental en la ideología que sustenta a la dinastía Kim.
Si alguien merece la medalla de oro al mejor ejercicio propagandístico en los Juegos Olímpicos de Invierno en Pieongchang es Kim Jong-un. La presentación por primera vez de un solo equipo coreano de hockey femenino, la marcha bajo una sola bandera de ambas delegaciones en la ceremonia inaugural y la presencia de su hermana, Kim Yo-jong, que eclipsó la del propio vicepresidente estadounidense, Mike Pence, fueron un golpe diplomático maestro.
Kim Jong-un envió además un arma secreta: 230 cheerleaders cuyas sofisticadas coreografías sincronizadas y cánticos a favor de la reunificación deslumbraron al estadio olímpico. La prensa de Seúl se deshizo en elogios ante la “pura e inocente belleza” de las animadoras, todas ellas seleccionadas entre las familias de la elite norcoreana por su lealtad y talento.
Pyongyang utiliza su ejército de bellezas solo cuando quiere mostrar su mejor rostro al mundo. La invitación que extendió Kim Yo-jong al presidente surcoreano, Moon Jae-in, para que visitara el Norte culminó esa audaz maniobra, que puede marcar un punto de inflexión en ...
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