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Fotolia. Autor: stadtratte

En medio de una guerra comercial y de divisas entre Estados Unidos y China, analizamos el estado de salud de la economía estadounidense en la era Trump. Una mirada detallada sobre los errores y éxitos de las medidas económicas impulsadas por la actual administración.

Pese a la guerra comercial y de divisas, analizada desde un punto de vista macro, a 10.000 metros de altura, la economía estadounidense va como un tiro. El crecimiento del PIB fue de 2,5% en 2018, y en el primer trimestre de 2019, incluso llegó al 3,1% (aunque ha caído a un 2,1% en el segundo trimestre). Eso quiere decir que la economía de EE UU lleva más de 10 años de expansión, el período más largo en su historia moderna. En la era Trump, el desempleo bajó de un 4,7% (una cifra ya muy baja) cuando se fue Barack Obama, a un 3,6%. El nivel más bajo de los últimos 50 años. Toda esta euforia se ve reflejada en la bolsa. El índice Dow Jones ha superado en Julio de 2019 los 27.000 puntos, una cima jamás alcanzada.

A pesar del escepticismo y las críticas iniciales, se puede decir pues que Trumponomics está funcionando. Según la encuesta sobre bienestar de la Reserva Federal de los EEUU (la FED), el 75% de los estadounidenses opinaba en 2018 que a nivel financiero vivía bien o cómodamente. Esto es un 12% más que en 2013. En general se piensa que el mayor crecimiento se debe a la reforma fiscal de finales de 2017, la llamada Tax Cuts and Jobs Act, que ha reducido los impuestos sobre sociedades, pero también sobre la renta y ha aumentado el nivel de ingresos no imponibles, favoreciendo a las grandes riquezas, pero también a los menos favorecidos.

El debate sobre los efectos concretos de la reforma fiscal todavía está muy abierto. Para Lawrence Kudlow, el director del Consejo Económico Nacional, órgano que aconseja a Donald Trump en estos temas, los efectos han sido importantes. La idea, cuando se introdujo este estímulo fiscal por la oferta, era pasar de un crecimiento de alrededor de un 2% (la media en la era Obama) a un 3%, y justamente eso era lo que se pensaba que había pasado en 2018, con las primeras estimaciones indicando que se había llegado al 2,9%. Gran parte de los economistas pensaban que ese había sido el impacto. Sin embargo, el Servicio de Investigación del Congreso, un órgano independiente y apartidista, ya sacó un estudio en mayo advirtiendo que la bajada de impuestos no ha tenido un efecto tan importante. Eso se ha confirmado a finales de julio tras la revisión de cifras de 2018. El crecimiento solo fue del 2,5%.

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La Bolsa de Nueva York, agosto 2019. JOHANNES EISELE/AFP/Getty Images

En donde hay un mayor consenso es en que la recuperación de la economía americana ha sido formidable desde la crisis del 2008-2009 si se compara con las otras economías desarrolladas, pero desde una perspectiva histórica, es de los ciclos de crecimiento más débiles. Además, el estímulo fiscal de 2017 va a ser temporal, y en líneas generales ha ayudado más a la América corporativa que a la sociedad en su conjunto. La bajada de impuestos ha aumentado los ingresos de las empresas, pero en vez de usar esa liquidez para invertir e incrementar la productividad, éstas están usando sus ganancias para recomprar acciones (share buybacks) y así aumentar de manera artificial el valor bursátil de su marca.

Así pues, a medida que vamos bajando altura y analizamos la economía estadounidense más de cerca, vemos que la situación no es tan boyante. La principal preocupación ahora mismo es la cantidad de deuda corporativa que se ha acumulado. Según la propia FED, el volumen total es 9,4 billones de dólares, lo que equivale al 46% del PIB. Una cifra que no se había visto desde 2007, año en que empezó la Gran Recesión. Esto tiene dos consecuencias nocivas. La primera es que la enorme liquidez existente hace que muchas empresas grandes se puedan endeudar muy barato y así comprar sus rivales a condiciones favorables, creando oligopolios y minando la competencia (se suele citar a Google, Facebook y Amazon, pero lo mismo ocurre en otros sectores). Y la segunda es que este extraordinario volumen de deuda está generando un enorme mercado de derivados en obligaciones colateralizadas de préstamos (CLO, por sus siglas en inglés), y hay que recordar que justamente el mercado de obligaciones colateralizadas de deuda (CDO) fue uno de los epicentros de la gran crisis que sufrimos a finales de la década anterior.

A la deuda privada se le une además la deuda pública. Las bajadas de impuestos no suelen salir gratis. El déficit público en el primer trimestre del 2019, lo que para muchos podría ser el pico del ciclo de crecimiento actual, ha subido al 5,5%, una cifra totalmente insostenible a largo plazo. La Oficina Fiscal del Congreso (otro órgano independiente) ya ha avisado en numerosas ocasiones que si se mantiene la senda actual la deuda pública va a superar los niveles alcanzados en la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, eso le parece preocupar poco a los líderes republicanos. Como observa Martin Wolf, comentarista económico del Financial Times y una de las voces más respetadas en el mundo, la estrategia parece ser que “la bestia [en este caso el Estado] se muera de hambre”. Es decir, aumentar la deuda de tal modo que no quede otra opción que recortar gastos, y si es gasto social, mejor. De ahí que Wolf haya acuñado la idea de que Trumponomics es realmente una especie de keynesianismo regresivo.

Lo más probable, además, es que, en plena guerra comercial, de divisas, y tecnológica con China, este keynesianismo regresivo se prolongue en el tiempo. Poco a poco ya están notándose los efectos de los aranceles impuestos por Trump sobre el gigante asiático en la economía global, sobre todo en el sector de la industria. Alemania, campeón mundial exportador en este terreno, está siendo la primera víctima y su debilidad está afectando al resto de economías, tanto en Europa como en otras latitudes.

Los últimos números así lo demuestran. La ralentización está llegando también a EE UU. El promedio mensual de creación de empleo ha bajado de 223.000 en 2018 a 165.000 puestos de trabajo al mes en la primera mitad de 2019. Las primeras estimaciones sobre el segundo trimestre de 2019 indican un crecimiento del 2,1% del PIB, todavía sólido, pero un punto por debajo del trimestre anterior. El Fondo Monetario Internacional estima que este año el crecimiento será del 2,6% y el servicio de estudios del BBVA del 2,5%, con un escenario positivo que llegaría al 3,1% y uno negativo que se quedaría en un 1,5%. Según estas mismas estimaciones, ahora mismo las probabilidades de que Estados Unidos sufra una recesión en los próximos 24 meses son del 60%, y del 40% si el horizonte son solo los próximos 12 meses.

Los efectos de los aranceles sobre China y sus medidas de represalia (aranceles, pero también devaluación del Renminbi y prohibición de compra de productos agrícolas estadounidenses) todavía no son conocidos, pero ya hay evidencia anecdótica que indica que el dolor está empezándose a sentir. La Cámara de Comercio de EE UU ya ha puesto el grito en el cielo, indicando que los aranceles no los están pagando los productores chinos, sino más bien los importadores y los consumidores americanos. La Reserva Federal de Nueva York ha calculado que el coste anual para cada unidad familiar estadounidense es de 800 dólares. Esto podría explicar en parte las cifras de una encuesta reciente efectuada por FOX News, cadena poco conocida por ser excesivamente crítica con Trump.

Según este sondeo, solo el 57% de los estadounidenses ve con optimismo la economía, un 9% menos que en enero de 2017, cuando Trump llegó a la Casa Blanca. El 48% además piensa que las políticas económicas de Trump han ayudado a los ricos, y solo el 31% cree que han ayudado a la sociedad en su conjunto. Finalmente, el 45% considera que los aranceles están perjudicando a la economía, y solo un 33% opina que están ayudando. Lo más significativo es que el 80% cree que los aranceles van a subir los precios de los bienes que consumen. Es probable que esta sensación aumente si al final Trump impone impuestos a todos los productos importados desde China, como ha amenazado, o impone también impuestos al sector del automóvil, lo que preocupa mucho en Europa, principalmente en Alemania, por razones obvias.

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Una estudiante recién graduada lleva un colgante hecho de billetes de dólares, California, 2019. La deuda de los universitarios en EE UU se ha convertido en un tema de campaña de cara a las elecciones de 2020. ROBYN BECK/AFP/Getty Images

Al final, si uno va más allá del análisis macro, y empieza a escarbar por debajo de la superficie, encuentra una economía estadounidense más débil de lo que parece. Conocidos son los déficits en infraestructura, la sanidad y la educación, pero estas deficiencias se quedan todavía en lo macro. El análisis micro es todavía más ilustrativo. La encuesta sobre bienestar de la FED es en este sentido una fuente de datos extraordinaria. Ahí se puede leer como el 10% de adultos quiere trabajar, pero no encuentra empleo. Eso es todavía más que el 7,2% del desempleo real (también conocido como U-6) que indican las cifras estatales. Es decir, estamos hablando de más del doble del desempleo oficial (el U-3) que ahora mismo está en un 3,7%.  La discrepancia viene porque muchos trabajadores ya han abandonado la búsqueda activa de empleo y no están registrados, les gustaría trabajar más o están ya jubilados, pero necesitarían ganar más dinero para llegar a finales de mes.

Otra cifra que llama la atención es que un 30% de los adultos estadounidenses (es decir, más de 70 millones de trabajadores) realizan algún pequeño trabajo al margen (en la gig economy o la economía del encargo), y a diferencia de lo que se suele pensar, solo el 3% contrata esas tareas online o a través de una app. Lo más llamativo de la encuesta si cabe, y lo que ha generado más titulares, es que el 39% de los encuestados no podría asumir un gasto extraordinario de 400 dólares. Tendría que endeudarse o vender algún bien. Y lo más preocupante, más de la mitad de los adultos con más de 60 años no tiene asegurada una jubilación digna. Todo esto hace que la inseguridad económica esté muy extendida en el país, y explica en parte el apoyo a Trump. El cabreo empuja a optar por candidatos antisistema y por soluciones proteccionistas.

Esta ansiedad económica no se da solo entre las clases medias y bajas. Muchos jóvenes universitarios están en la misma situación. La deuda de los estudiantes americanos ha llegado ya a 1,5 billones de dólares y está siendo ya un problema nacional. Sin embargo, este es un buen ejemplo de cómo funciona el sistema capitalista estadounidense y cómo es probable que evolucione. Lo curioso es que en el país que se jacta de ser una economía de mercado, la gran mayoría de los préstamos para pagar las infladísimas matrículas universitarias están garantizados por el Estado, así que si hay impagos no los paga el banco de turno, sino el contribuyente. Esto quiere decir que los que se beneficiarían de la cancelación o reestructuración de esta deuda serían las clases medias altas que son las que mandan a sus hijos a la universidad. Aunque hay becas y préstamos para las clases bajas, pocos o pocas dan el salto a la universidad.

Volvemos entonces al keynesianismo regresivo comentado antes. En plena guerra tecnológica y geopolítica es difícil que EE UU entre en recesión. La FED bajará tipos, y usará expansión cuantitativa si hace falta, y la Casa Blanca aumentará la bajada de impuestos, como ya ha advertido el propio Kudlow. Irónicamente pues, Estados Unidos copiará el modelo chino de estimular la economía para no perder la cara. Esto estimulará el crecimiento (y es muy probable que ayude a Trump a ganar las próximas elecciones en 2020), pero, como indicaron en su día Anne Case y Angus Deaton, no ayudará a reestablecer el ascensor social, roto desde hace tiempo, ni a solucionar quizás el mayor problema estructural ahora mismo en EE UU: la bajada de la esperanza de vida entre la población blanca sin educación comparada con la población hispana o negra (independientemente de sus niveles de estudio). Si esto continua, seguirá habiendo muchos angry white men (hombres blancos cabreados) y eso solo presagia más conflicto social y polarización política. Lamentablemente, eso es justo lo que necesita Trump para mantener a su base movilizada.