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Indicador de la Bolsa de Tokio. JIJI PRESS/AFP/Getty Images

Las grandes tendencias económicas de este año que comienza son un monumento a la incertidumbre, al miedo y a la duda. No son malas pero los expertos temen que sean peores.

Nos encontramos en uno de esos quicios de la historia que abren y cierran una puerta al vacío. La expansión económica da sus últimas boqueadas, las medidas nacional-populistas revelan sus primeras consecuencias con el crudo aroma de la incipiente guerra comercial entre China y Estados Unidos… y los riesgos medioambientales se aceleran como el pulso de un velocista antes de la carrera. Mientras tanto el dinero, tan barato hasta ahora, se apreciará con rigidez y a su paso también las hipotecas. Vamos a descubrir -ya estamos descubriendo- que si África no era un país, tampoco lo eran los emergentes.

El ocaso de una edad de oro

Lo crea o no el lector, nos encontramos en el final de un ciclo de considerable prosperidad y crecimiento. La denominación es polémica, hay que decirlo, en países como España, donde estos años son vistos como la mera curación de las terribles heridas de una crisis que ha dejado una enorme bolsa de jóvenes precarios y trabajadores pobres.

De todos modos, la gestora de activos Pimco mira las cifras globales y no tiene muchas dudas sobre una de las grandes locomotoras del mundo: el ciclo expansivo de la primera potencia global iniciado en 2009-2010 está perdiendo fuelle y este año nos vamos a aproximar aún más a la recesión. Ariel Bezalel, gestor de Jupiter Dynamic Bond Fund, estima que “la Reserva Federal [estadounidense] y su doble estrategia de endurecimiento monetario y subidas de tipos es el catalizador definitivo para una desaceleración en la economía mundial y también en Estados Unidos”.

UBS, el banco de inversión suizo, sugiere también nubarrones en Europa y China. Así, según una nota reciente de la entidad financiera, “en la Eurozona, la sólida demanda interna no bastará para contrarrestar el menor crecimiento de las exportaciones” mientras “China afronta la doble presión de los aranceles estadounidenses y el reajuste económico”. Como colofón, el Fondo Monetario Internacional (FMI) recoge las dificultades propias de Argentina, Brasil, Irán o Turquía, en las que se entremezclan problemas con la balanza de pagos y el endurecimiento de dólar, tensiones geopolíticas y el ascenso de la factura petrolera. 

Es verdad que no conviene exagerar. Las previsiones del FMI muestran que, aunque se aprecia una desaceleración para 2018 y 2019, las cifras mundiales de crecimiento van a ser muy parecidas en este período a las de 2017, que fue una buena cosecha, aunque muy desiguales entre países. Si nos encontramos ante un aterrizaje, todo indica que, al menos en lo que respecta a este año, será suave. 

Es el momento de la política

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Donald Trump, presidente de EEUU, y Xi Jinping, su homólogo chino, durante una reunión en China en 2017. Thomas Peter – Pool/Getty Images

Suena a eslogan electoral pero no lo es. En un momento de sustancial incertidumbre, las decisiones políticas -y no las megatendencias- son las que pueden inclinar la balanza hacia la estabilidad o el desastre a corto plazo. Hablamos de Donald Trump, con su naciente guerra comercial de 200.000 millones de dólares con China, pero no sólo de él. Si resultaba difícil prever las heridas del Brexit ordenado, lo es mucho más calcular la de su versión caótica en medio del avance del nacional-populismo en el Viejo Continente.

Hasta hace poco, Bruselas podía mirar sin temor -y, admitámoslo, con cierta superioridad-  a Hungría y a Polonia porque eran países pequeños, pero la Italia del viceprimer ministro Matteo Salvini es muy diferente, como lo son el debilitamiento progresivo de la canciller alemana, Angela Merkel, antes de su marcha (por no hablar del hundimiento de sus socios socialdemócratas) y, por supuesto, la nueva pujanza de la extrema derecha en Francia, que puede ganar las elecciones  al Parlamento Europeo a un líder profundamente noqueado como es Emmanuel Macron.

Las cuatro grandes potencias comunitarias -Reino Unido, Alemania, Francia e Italia- nunca habían albergado un sentimiento contrario a la UE tan masivo. España, con el ascenso del partido Vox y la radicalización de los nacionalistas catalanes, ya no es una excepción ni en inestabilidad ni en desconfianza hacia las instituciones comunitarias, a pesar que el apoyo a la UE sigue siendo mayoritario en el país.

También es el momento de la política porque, como advierte el FMI, “con un menguante exceso de capacidad y unos riesgos que se amontonan, muchos países necesitan reconstruir colchones fiscales y reforzar su resiliencia en un entorno en el que las condiciones financieras pueden endurecerse súbita y agudamente”. Se puede traducir así: ahorren, ahorren mientras puedan, porque las cosas se pueden complicar de repente y tienen que estar preparados. El problema es que, en momentos de incertidumbre, los políticos buscan la paz social con el gasto, no con el ahorro… hasta que todo salta por los aires y se echan la culpa entre sí.    

Por último, la política va a ser determinante porque los viejos consensos ya no los comparten las grandes potencias. Venimos de un tiempo en el que la antiglobalización tuvo que renunciar a su nombre y cambiárselo por “alterglobalización”, porque la visión favorable al comercio y el libre tránsito de personas y capitales se había convertido en pensamiento casi único.

Ese consenso globalista, con muchos más críticos que hablaban de mejorar el sistema que de reventarlo, ahora se ha visto cuestionado por la misma potencia mundial que lo impulsó: Estados Unidos. De la política va a depender que aquella toma de posesión de Trump en 2017 se convierta ahora en un punto de inflexión, el de una globalización que se acaba, o en un debate que termine garantizando su supervivencia con importantes reformas.

Cambio climático: comienza la cuenta atrás

Global Carbon Project calcula que las emisiones mundiales de CO2 del año pasado aumentaron en casi un 3%, un récord nunca visto en la historia de la humanidad. Un informe de octubre del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas recomendó un recorte drástico de las emisiones porque, según sus estimaciones, nos quedan 11 años para limitar el ascenso de las temperaturas del planeta en 1,5   desde la era preindustrial. Ese recorte podría dañar seriamente el crecimiento económico a corto plazo, pero si las temperaturas suben más, los expertos de la ONU aseguran que los riesgos de tragedia se multiplicarán.

Ante ese dilema, la cumbre del clima COP24 que se celebró en diciembre en Polonia nos trajo un acuerdo de mínimos. Los países sólo pactaron la forma en la que van a medir, verificar e informar sobre el cumplimiento de sus compromisos de emisiones en el Acuerdo de París de 2015. Muchos analistas se decepcionaron porque ni se dijo cómo pensaban cumplir sus compromisos, ni se desarrolló la articulación de los mercados de carbono. Tampoco se tuvo en cuenta que las circunstancias climáticas han empeorado en los tres años anteriores. 

Por todo ello, 2019 será un año paradójico para el clima y su impacto financiero. Por un lado, nos vamos a aproximar cada vez más al precipicio de unos riesgos climáticos intolerables, que se agravarán con la previsible elevación de las temperaturas y las emisiones. Las consecuencias económicas de los fenómenos meteorológicos extremos tenderán a subir. Por otro lado, los Estados se acercan al momento en el que tendrán que demostrar con datos que hacen lo prometido en 2015.

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Paneles solares instalados en Konya, Turquía. Chris McGrath/Getty Images

Así, habrá reformas e incentivos para la eficiencia energética, la electrificación de la economía, la mayor competitividad de las energías verdes (algo cada vez más sencillo porque el precio del petróleo subió en 2018 y seguirá haciéndolo, aunque débilmente en 2019, según los analistas de Reuters y S&P Platts) y la revolución de las baterías. La Comisión Europea anunció en noviembre que aconsejaba no sólo pasar del 40% al 45% en el recorte de las emisiones para 2030, sino también adelantar la meta de las “cero emisiones netas” a 2050.

El dinero sube y los emergentes ya no son (nunca lo fueron) un país

El mes pasado, la Reserva Federal (Fed) estadounidense anunció que los tipos de interés subirán dos veces este año. Esas escaladas se sumarán a las nueve que se han producido desde 2015. Según los analistas de Bankinter, el Banco Central Europeo se animará a elevar los tipos a finales de 2019, algo que no ocurría desde julio de 2012. Así es como las dos divisas más importantes del mundo elevarán su precio a la vez. 

En consecuencia, la financiación, las hipotecas y la deuda extranjera de los Estados (y nacional en el caso de los miembros de la Eurozona) serán más caras. UBS señala que puede haber problemas con la deuda de las empresas estadounidenses y chinas y también con la del Estado italiano. A nadie se le escapa la forma en la que 2018 ha sido trágico para Argentina y Turquía, dos países donde la subida del dólar ha contribuido a minar brutalmente la confianza de los inversores mundiales hasta ponerlos contra las cuerdas.

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Ciudadanos argentinos protestan en Buenos Aires por los recortes en los Presupuestos de 2019 que se están debatiendo en el Congreso. EITAN ABRAMOVICH/AFP/Getty Images

Esta caída en desgracia de turcos y argentinos sugiere una tendencia que reconoce la OCDE para los dos próximos años: las experiencias de los emergentes tendrán muy poco que ver entre sí. Según el organismo, sufrirán los que hagan dudar a los inversores sobre el ritmo y el calado de sus reformas y capearán el temporal aquellos que exporten masivamente materias primas en general y petróleo en particular. En el caso de China, el FMI advierte de una disminución en el crecimiento en línea con el enfriamiento del crédito y de la inversión en infraestructuras. Además, añade el FMI, Pekín deberá afrontar el impacto negativo de la reducción de  la población en edad de trabajar y quizá también de las tensiones comerciales con Estados Unidos. Los emergentes, como África, ya no son (nunca lo fueron) un país.