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El líder norcoreano, Kim Jong Un, y su hermana, Kim Yo Jong en Panmunjom. Corea del Sur, 2017. Korea Summit Press Pool/Getty Images

Un libro para entender las razones del actual comportamiento, renovadamente agresivo y provocador del régimen norcoreano, que hasta hace poco parecía haber dejado atrás la confrontación como forma de relacionarse con el mundo. He aquí una obra que ofrece valiosas respuestas.


The_great_sucessor_coverThe Great Successor: The Divinely Perfect Destiny of Brilliant Comrade Kim Jong Un

Anna Fifield

Public Affairs, 2019


The Great Successor se trata de un recuento meticuloso, estructurado a partir de fuentes primarias y exclusivas, de aspectos poco conocidos de la misteriosa vida del líder de Corea del Norte, Kim Jong Un, que proporciona valiosos elementos para acercarse a sus motivaciones familiares, políticas e incluso psicológicas.

De la pluma de la periodista neozelandesa Anna Fifield, jefa de la oficina del periódico The Washington Post en Pekín, este libro satisface, en primer lugar, la curiosidad que la dinastía Kim ha logrado generarnos, por el hermetismo con el que se ha conducido a lo largo de sus siete décadas en el poder. Pinta además un cuadro, con sus varias dimensiones y matices, de la vida actual de los diferentes estratos de la población norcoreana, y de la maquinaria estatal y propagandística que asegura la supervivencia de los Kim como líderes del país.

Fifield, quien ha trabajado en el noreste de Asia durante años y ha realizado una docena de viajes a Corea del Norte a lo largo de casi dos décadas, da contexto a las acciones más escandalosas que de Kim Jong Un se recuerden: la ejecución de su poderoso tío, el general Jang Song Thaek; el asesinato de su medio hermano Kim Jong Nam, en el aeropuerto de Kuala Lumpur; las estrafalarias visitas a Pyogyang del basquetbolista estadounidense Dennis Rodman; la guerra cibernética contra otros Estados, empresas y bancos; y la detención y misteriosa muerte del turista estadounidense Otto Warmbier.

Pero el libro no se queda ahí. Amplía la perspectiva sobre un país que, pese a sus carencias y aislamiento, es hoy un miembro no deseado del exclusivo club nuclear y, a partir de esta posición, está desarrollando una audaz, y por momentos contradictoria, estrategia diplomática para obtener ganancias políticas y económicas. Si durante el 2018 esta estrategia derritió corazones con la ofensiva del carisma –como fue conocida por la prensa occidental–, en 2020 estamos presenciando una nueva vuelta de tuerca del régimen norcoreano, marcada por el endurecimiento del lenguaje y el retorno a las acciones hostiles y, sobre todo, por lo que parece comenzar a perfilarse como un liderazgo dual, introduciendo en la escena política formal a Kim Yo Jong, hermana del actual líder.

 

Lo que pasó en Vietnam, se quedó en Vietnam

Para entender los más recientes acontecimientos en la península coreana, que parecieran tirar por la borda todo buen propósito alcanzado en los meses precedentes, conviene hacer un poco de memoria. Tras un período, a lo largo de casi todo 2017, de insultos mutuos que rayaban en la comicidad y de grandilocuentes amenazas recíprocas de muerte y destrucción, Kim Jong Un sorpresivamente invitó al Presidente estadounidense, Donald Trump, a reunirse con él; éste aceptó de mil amores y sin condiciones ni requisitos previos a cumplir por Corea del Norte.

El ex asesor de Seguridad Nacional de EE U, John Bolton, en su reciente y polémico libro The Room Where it Happened (Simon & Schuster, 2020) confirma lo que la intuición popular suponía: más que asegurar la desnuclearización del régimen de Pyongyang, lo que a Trump movía era la foto con Kim y pasar a la historia como el primer presidente de su país en reunirse con un líder norcoreano. De acuerdo con Bolton, quien siempre estuvo en desacuerdo con este encuentro, Trump quería hacer de la reunión “un gran teatro”, “fascinado como estaba” por reunirse con Kim; estas últimas palabras, Bolton asegura habérselas escuchado decir al mismísimo Secretario de Estado, Mike Pompeo.

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Encuentro entre Donald Trump y Kim Jong Un. En el fondo la hermana del líder norcoreano y el Secretario de Estado, Mike Pompeo, Singapur, 2018. SAUL LOEB/AFP via Getty Images

Esta ambición fue muy bien decodificada por Kim, quien la convirtió en un hilo, del cual tiró y los condujo a ambos a reunirse en Singapur (junio 2018), Hanoi (febrero 2019) y Panmunjon (junio 2019). Es importante decir que una pieza fundamental para que todo lo anterior pasara, fue el presidente surcoreano, Moon Jae In, para quien la paz y desnuclearización de la península han sido prioridades desde que asumió el cargo en mayo de 2017. Con una agenda centrada en torno a la reunificación de las Coreas, Moon realizó un sinfín de gestiones tras bambalinas para que se lograra cada una de estas reuniones, fungiendo como una especie de fiel de la balanza entre ambos líderes, que no se caracterizan precisamente por su estabilidad.

Más allá del impacto mediático, ninguno de los encuentros produjo acuerdos formales. Reunirse en Singapur y terminar sin compromisos firmados fue justificado por ambas partes como una especie de calentamiento para generar rapprochement (acercamiento) entre ambos líderes e iniciar un proceso que, eventualmente, condujera al fin de la guerra en la península y su desnuclearización, y al levantamiento de las sanciones comerciales y financieras que pesan sobre Pyongyang. En la segunda reunión, en la capital vietnamita, tendrían que haberse firmado acuerdos que, esta vez sí, vincularan a Pyongyang a un proceso de desnuclearización; pero en Hanoi, Kim sólo pensaba en el levantamiento de las sanciones, ofreciendo a cambio concesiones mínimas que, dicho sea de paso, habían sido ofrecidas múltiples veces en el pasado. Hanoi fue un sonado fracaso, del que ambas delegaciones regresaron a sus respectivos países con las manos vacías, sin siquiera haber tocado el almuerzo que se había preparado para los líderes y sus equipos tras las reuniones de trabajo.

Pocos meses después de Hanoi, en un intento por romper el impasse –y volver a tener una foto impactante–, Trump invitó a Kim a encontrarse con él nuevamente. La sede esta vez sería, nada más y nada menos, que el Área de Seguridad Conjunta en Panmunjom, frontera de facto entre las Coreas. Esta vez, se unió a la foto el presidente surcoreano Moon Jae In, lográndose una imagen que renovó las expectativas hasta de los más escépticos –salvo del duro corazón de Bolton–. Otra vez, el evento fue de un enorme simbolismo, pero nulos resultados.

Después de Panmunjon y ante la falta de acuerdos concretos y acciones verificables, Corea del Norte fue dejando de formar parte de la volátil agenda trumpiana, que se fue concentrando cada vez más en el tema de su reelección y en dramas domésticos, en lugar del noreste de Asia.

Para entonces, Kim había hecho un mini world tour, reuniéndose casi rutinariamente con el Presidente chino, Xi Jinping, con el ruso Vladímir Putin, y varias veces con su contraparte del sur, Moon Jae In. De cuando en cuando, realizaba una prueba de lanzamiento de misiles, para recordarle al mundo que su arsenal existe y está listo para ser utilizado. Pero poco a poco, el boom de la diplomacia del encanto fue perdiendo el lustre y la capacidad de sorprendernos. Luego, vendría el coronavirus…

 

El juego del ‘policía malo, policía peor’

A lo largo de este año, el mundo ha padecido los efectos de la covid19, y cada quien ha tenido problemas más grandes por resolver que la denuclearización de la península coreana. En tanto, las sanciones siguen en pie, el régimen norcoreano está cada vez más corto de ingresos y vuelve a la retórica belicista y amenazante de siempre, pero con un factor sorpresa: Kim Yo Jong entra a escena.

Algunos analistas y académicos que siguen de cerca el drama intercoreano, han comenzado a aceptar la posibilidad de que Kim Jong Un pudiera estar compartiendo, tanto de facto como formalmente, las responsabilidades de Estado con su hermana; incluso se empieza a hablar de la posibilidad de que la esté preparando como su posible sucesora. Analistas que normalmente se mostraban reticentes a estas ideas, bajo el argumento de que una mujer no podría tomar las riendas de un régimen androcéntrico como el de Corea del Norte, han escrito recientes columnas de opinión en periódicos estadounidenses mostrando que la idea ya no les parece tan descabellada.

Esta posibilidad comenzó a dar vueltas tras una prolongada ausencia reciente de Kim en diversos actos oficiales, en fechas importantes para el régimen, lo que generó una andanada de rumores sobre su estado de salud, incluso sobre si continuaba con vida. En su libro, Anna Fifield ahonda en los problemas de salud que el joven líder podría estar enfrentando, asociados a su sobrepeso y adicción al tabaco. Se cuestiona quién podría suceder al camarada Kim al frente del país, considerando que la dinastía se ha mantenido por siete décadas en el poder gracias a una combinación de factores entre los cuales, el hereditario es el de mayor peso.

Si bien Kim reapareció aparentemente saludable, la especulación sobre la creciente importancia de su hermana en los asuntos del Estado no paró, sobre todo cuando, con su nombre, se difundió un comunicado a través de los medios estatales, en el que no sólo insultaba al presidente surcoreano, sino amenazaba a Corea del Sur con cortar las líneas de comunicación entre ambos países –lo cual sucedió–, así como con acciones militares. Lo anterior en represalia por la inactividad del gobierno vecino para frenar la difusión de propaganda en contra de Kim por parte de grupos de activistas de derechos humanos, utilizando globos lanzados desde el Sur hacia el Norte. En el fondo, este abrupto cambio de lenguaje refleja la molestia de los Kim por lo que consideran falta de presión de Moon sobre Washington para lograr el relajamiento de las sanciones contra Pyongyang.

La escalada verbal de la hermana Kim derivó en un acto por demás simbólico, presuntamente ordenado por ella: la demolición con explosivos de la oficina de enlace intercoreana en su territorio, hecho que puede considerarse como el mayor agravamiento de la situación entre las Coreas desde finales de 2017. En lo que respecta a las amenazas de acciones militares, la decisión fue suspendida por su hermano, por lo que ahora se habla de un presunto juego del policía malo y el policía peor, en el que sería ella quien cumple este último rol.

¿Qué es lo que permitiría que en un régimen y sociedad tradicionalmente de hombres fuertes, una mujer pudiera avanzar hasta las más altas posiciones del anquilosado sistema político norcoreano? De acuerdo con Anna Fifield, los hermanos Kim son muy cercanos: después de sus primeros años de vida, transcurridos en medio de comodidades pero detrás de los muros de seguridad del régimen, compartieron una infancia y adolescencia de aislamiento en Suiza, educándose en un mundo de adultos serviles pero silenciosos –sus tíos maternos, con quienes vivían; el  personal de la embajada, que cuidaba de ellos– y de idiomas que no alcanzaron a dominar o, por lo menos, en los que no se sentían lo suficientemente fluidos. Esos años de aislamiento debieron haber creado entre ellos un fuerte vínculo y un sentido de destino compartido.

Una vez en el poder, tras la muerte del padre de ambos en 2011, el joven heredero del régimen se concentró en consolidar su liderazgo a lo interno, ante una comunidad internacional que apostaba por su rápida caída, y en continuar desarrollando el programa nuclear y de misiles iniciados por su progenitor. Cuando la amenaza nuclear fue lo suficientemente creíble, tras la detonación de la bomba de hidrógeno en septiembre de 2017, Kim decidió que era el momento de relacionarse con el mundo, desde la posición que le brindaban sus armas atómicas y su muy avanzado programa de misiles. Para esa apertura diplomática se valió de quien había sido su apoyo emocional en la infancia y confidente en la adolescencia: su única hermana.

Kim Yo Jong, de quien se cree tiene 31 años, fue enviada por su hermano a representarlo en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno 2018, en la vecina ciudad surcoreana de Pyeongchang, y durante su estancia transmitió al Presidente surcoreano el interés de su hermano por reunirse con él. En los meses siguientes, lo acompañaría en todas las reuniones sostenidas con otros mandatarios, desde Donald Trump hasta Xi Jinping, y por supuesto con su par surcoreano.

En esas reuniones, era común ver a Kim Yo Jong sumamente diligente, lo mismo acercándole a su hermano documentos y bolígrafos que ceniceros. De manera informal, ha venido desempeñándose como portavoz del Gobierno, jefa de personal, asesora de seguridad nacional y propagandista en jefe. A nivel formal, es directora adjunta del Departamento de Organización y Orientación, el lugar donde se toman todas las decisiones de personal relacionadas con el Partido, el Ejército y la burocracia. También es miembro suplente del Politburó (máximo órgano de toma de decisiones en el Partido entre las sesiones del Comité Central), sólo la segunda mujer en ser nombrada para este órgano (la primera fue su tía paterna, Kim Kyong Hui). Se especula que su ascenso al órgano supremo puede indicar que asumirá también la titularidad del poderosísimo Departamento de Seguridad del Estado.

En las recientes ausencias de su hermano, Yo Jong ha sido la cara del régimen, tanto en asuntos internos como de política exterior. Más allá de la confianza que su hermano evidentemente le tiene, hay un asunto pragmático: por sus venas corre sangre del mítico linaje del Monte Paetku lo que la convierte, hoy por hoy, en la única persona que tiene la posibilidad de mantener la supervivencia del régimen Kim, en caso de que algo le ocurra a su actual líder: los otros miembros del clan familiar son muy pequeños de edad –los hijos de Kin Jong Un–, o están muertos –como el medio hermano, Kim Jong Nam–, o geográfica y emocionalmente alejados desde hace décadas, como el hermano mayor de Jong Un y Yo Yong, Kim Jong Chul.

La lectura del libro de Anna Fifield es, en este sentido, de la mayor pertinencia para comprender la actualidad norcoreana, no sólo por haberse publicado apenas en 2019, sino porque sus páginas proporcionan conocimiento del pasado del clan Kim, lo que permite jugar a prever el futuro del régimen y, por tanto, del país. La obra no se centra en la hermana, pero su lectura ayuda a conocer las motivaciones detrás de decisiones, hechos y palabras que se repiten, y que seguramente continuarán reciclándose y perfeccionándose, de la mano de Jong Un o de Yo Jong. Ambos son milenial que si bien abrevaron de los largos discursos patrióticos comunistas de su padre y abuelo, también saben que el mundo ha cambiado y que son necesarias otras herramientas y otro lenguaje para relacionarse con el exterior si se quiere pertenecer a la comunidad internacional, lo cual ambos parecían comprender muy bien durante la apertura diplomática reciente. A nivel doméstico, los policías del régimen deben también saber que su población necesita acceder a mejores condiciones de vida, a libertades aunque sean mínimas y a información de lo que pasa más allá del río Tumen…. Aunque a veces, como en estos días, nada de esto parezca aún importarles.