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La crisis de la covid19 debe servir como punto de partida para replantearse los parámetros utilizados a la hora de analizar los niveles de desarrollo y progreso de nuestras sociedades.

La construcción de la narrativa tradicional de la financiación al desarrollo se apoya en dos pilares fundamentales: el sistema de gobernanza que gestiona esta financiación y los indicadores empleados para medir el desarrollo y atribuir esta financiación. Ambos pilares se venían discutiendo en los últimos años por su falta de alineación con la Agenda 2030 y la crisis de la covid19 ha reforzado algunos de los argumentos en contra de los parámetros de desarrollo y mecanismos que fundamentan este sistema.

El primer pilar es el sistema de gobernanza de la financiación internacional del desarrollo administrado por el Banco Mundial (BM) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). El Banco Mundial establece una clasificación de países según el nivel de desarrollo, así como los umbrales que los dividen según el Ingreso Nacional Bruto per cápita (INB). Esta clasificación divide a los Estados en cuatro categorías: renta alta, medio-alta, medio-baja y baja. A su vez, el Comité de Ayuda para el Desarrollo (CAD) de la OCDE se encarga de graduar a los países cuando se sitúan por tres años consecutivos en la categoría de renta alta (12.376 dólares per cápita anual). Al graduarse, los Estados quedan excluidos de los circuitos de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) y de créditos con fines de desarrollo en condiciones más ventajosas que las del mercado. El segundo de estos pilares es el indicador universalmente empleado para medir el desarrollo: el INB per cápita. Este se emplea como referencia única, privilegiando la dimensión económica sobre las demás, y al tratarse de una media aritmética no muestra la complejidad de la pobreza y las desigualdades dentro de una sociedad.

 

¿Qué novedades incluyó la Agenda 2030?

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La Agenda 2030 recoge por primera vez el cambio de mentalidad que se ha producido en los últimos años en la conceptualización del desarrollo, aceptando tácitamente la ruptura del binomio tradicional desarrollo es igual al aumento del INB. Por primera vez, la agenda global de desarrollo con más aceptación internacional indica que sus objetivos deben perseguirse en todos los países. Esta afirmación confirma la transformación del concepto de desarrollo hacia una visión que va más allá de los datos macroeconómicos para centrarse en otros aspectos como la sostenibilidad de la economía, y a una medición del progreso más multidimensional. En esta línea se manifestaba a su vez el último informe del Índice de Coherencia de Políticas de Desarrollo Sostenible (ICPDS) de 2019, indicando que “ningún Estado del mundo está en el camino correcto para alcanzar las metas de todos los objetivos de desarrollo sostenible”.

Sobre la arquitectura del sistema de gobernanza de la financiación al desarrollo, la Agenda 2030 también reafirma su apoyo hacia modelos innovadores y multilaterales, animando a fomentar modelos de cooperación al desarrollo más horizontales mediante la cooperación sur-sur y triangular.

 

¿Por qué los parámetros son más importantes que nunca?

Este viraje hacia modelos de cooperación más horizontales y maneras multidimensionales de medir el desarrollo obedecen a cambios en la percepción del concepto mismo de desarrollo, tanto en países desarrollados como en aquellos en vías de desarrollo. Los parámetros que los Estados desarrollados imponen a los países en desarrollo son en definitiva una proyección de su propio concepto de progreso. Esta idea es determinante a la hora de tomar decisiones sobre políticas públicas y establecer prioridades de financiación, tanto en el ámbito nacional como a la hora de financiar proyectos internacionales de cooperación. Sistemas en los que los datos macroeconómicos se establezcan como indicador por encima de cualquier otro pueden llevar a una toma de decisiones que no sean efectivas ni para países con niveles de INB per cápita altos ni para aquellos considerados en vías de desarrollo.

En el caso de Estados en vías de desarrollo, la discusión sobre la graduación al alcanzar el umbral establecido por el Banco Mundial en 2017 tuvo mayor difusión con la graduación de Chile y Uruguay. Estos dos países han sido los impulsores del debate tanto en la Comisión Europea como en la OCDE, así como en diversos foros sobre financiación del desarrollo. Estos Estados planteaban que, aunque se hayan logrado notables mejoras en los últimos años, existían todavía problemas estructurales graves que hacen que los avances logrados sean frágiles. En el caso de los Estados con niveles de renta altos, la actual crisis sanitaria ha dejado al descubierto carencias de los sistemas públicos que no se ven reflejados por los datos macroeconómicos.

 

¿Qué cosas no muestra el INB?

La crisis sanitaria producida por la covid19 ha puesto de manifiesto las carencias tanto en países en vías de desarrollo como en algunos de los más prósperos del mundo. Se ha visto cómo el INB no muestra el desarrollo de los sistemas de cobertura de salud pública, ni la existencia de mecanismos de protección para trabajadores por cuenta propia. Tampoco refleja el porcentaje de trabajadores que continúan en la economía informal, ni cuál es la disposición o el poder de los gobiernos para proteger a los consumidores de prácticas abusivas. El INB no mide la educación financiera de los consumidores ni su capacidad de tomar decisiones que no pongan en riesgo su estabilidad económica con respecto a los productos bancarios que adquieren. Tampoco da información de las habilidades digitales de sus docentes ni de la capacidad de un gobierno para realizar sus trámites de manera digital. No mide la vulnerabilidad de los países con economías altamente especializadas en un sector económico, ni los niveles de transparencia de los gobiernos a la hora de tomar decisiones. Tampoco nos dice cuál es el peso del asesoramiento científico en la toma final de decisiones políticas ni el espacio fiscal con el que cuenta un Estado o en qué grado un país depende de las remesas enviadas por ciudadanos residentes en el exterior. Tampoco cuáles son las condiciones de vida de los hogares dentro de esos ellos ni, por supuesto, el grado de desigualdad entre sus habitantes.

© María ruiz-melgarejo

En el gráfico (a la derecha), extraído del trabajo de investigación “Una nueva metodología para medir la coordinación entre la medición del desarrollo y los objetivos de la Agenda 2030: los casos de Chile, Colombia, Nicaragua y Haití” puede apreciarse cómo pese al aumento del nivel de INB per cápita de Chile, el porcentaje de mujeres con empleos precarios, así como el de asientos de la Asamblea nacional ocupados por féminas en el país no ha experimentado apenas cambios desde 1990. Este estudio se centró en el análisis del ODS5 (Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas) y el ODS11 (Lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles). Empleó también los indicadores del Marco de Indicadores Mundiales para los Objetivos de Desarrollo Sostenible y Metas de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible como referencia. Este marco de indicadores ha sido diseñado por la Comisión de Estadística de la Agenda 2030 para poder evaluar la consecución de sus objetivos.

El estudio pone en relación los dos elementos que, como se apuntaba al comienzo, son los dos pilares de la financiación al desarrollo, es decir, la gobernanza de la financiación y los indicadores empleados para medir el desarrollo, con el grado de consecución de los objetivos Agenda 2030. De esta forma se busca confirmar o desmentir la existencia de una correlación entre el aumento del INB per cápita y la mejora de los resultados en los indicadores para medir el logro de los ODS. Esta comparación pretende llamar la atención sobre la complejidad de analizar el desarrollo, y de alinear los objetivos marcados por la Agenda 2030 con el modo en que medimos su consecución.

La crisis del coronavirus debe servir como punto de partida de un debate sobre cuáles son los parámetros de desarrollo, el éxito y el progreso que se aplican a su financiación, que forme parte de una reflexión global sobre los parámetros en los que basamos el establecimiento de prioridades y la financiación de nuestras propias políticas públicas domésticas.

 

Este artículo forma parte del especial

‘El futuro que viene: cómo el coronavirus está cambiando el mundo’.

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