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Empleados de Porche AG en Alemania. (SEBASTIAN GOLLNOW/DPA/AFP via Getty Images)

Ni siquiera los ODS de Naciones Unidas pueden permitirse el lujo de vivir de espaldas al crecimiento económico. Por eso, es importante evaluar su impacto en las empresas y el empleo.

Solo los que han disfrutado durante décadas de la riqueza se atreverían a subestimar la importancia de un PIB que aumenta y se ensancha prodigiosamente todos los años. Lamentablemente, algunos olvidan con demasiada frecuencia que, como se ha visto de manera más reciente en China o India, el crecimiento es el principal motor para reducir la pobreza. Necesitamos crecer para después redistribuir y desplegar un sólido estado del bienestar.

Esto no significa que no resulte alarmante el escenario que anticipan el calentamiento global, la contaminación de los océanos o la abrumadora merma de los recursos naturales. Tampoco podemos fingir ceguera frente al ascenso de figuras como Donald Trump… o el empobrecimiento de un debate climático en el que los pragmáticos pierden credibilidad frente a negacionistas y apocalípticos, muy especialmente en las redes sociales.

Y todo ello se refleja en la discusión sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que son 17 metas consensuadas y apoyadas por todos los países miembros de Naciones Unidas en 2015. La fecha límite en la que deberían haberse cumplido es 2030 y, ciertamente, no pecan de falta de ambición. Aspiran a dar una respuesta eficaz al calentamiento y también a eliminar la pobreza, el hambre, el SIDA o la discriminación contra mujeres y niñas.

Dichos así, parecen una carta a los Reyes Magos, pero la verdad es que marcarse metas ambiciosas ha ayudado hasta ahora a subrayar la gravedad de la situación, a elevar el coste político para las iniciativas y los líderes que se les oponen y a avanzar más deprisa. Eso fue lo que ocurrió cuando, entre 1990 y 2010 se alcanzó el primero de los Objetivos del Milenio -reducir la pobreza a la mitad- cinco años antes de lo esperado.

Los ODS, igual que en su día los Objetivos del Milenio, pueden ser compatibles e incluso alimentar el crecimiento económico, aunque también comporten desafíos notables. La reducción de la pobreza a la mitad, que mencionábamos, se consiguió sobre todo gracias al fortísimo galope del PIB en los países emergentes durante la década de los 90 y los primeros 2000. El PIB per cápita de China a precios corrientes pasó de 200 dólares en 1990 a 5.200 dólares en 2011.

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Planta solar y turbina eólica en Vietnam. (MANAN VATSYAYANA/AFP/Getty Images)

El gran desafío para las nuevas 17 metas de la comunidad internacional es que aspiran a hacer algo parecido ahora pero limitando el uso de los recursos naturales, contaminando menos, limpiando o restaurando parte de lo contaminado (los océanos, por ejemplo) y sustituyendo paulatinamente los combustibles fósiles por fuentes cada vez más verdes (el gas natural genera menos CO2 que el petróleo y la energía eólica o la fotovoltaica generan menos CO2 que el gas).

 

Sectores perjudicados

Desde este punto de vista, sí que se atisban sectores productivos perjudicados. Evidentemente, la industria, en especial la pesada, no se podrá permitir los niveles de residuos actuales y, para evitarlos, tendrá que incurrir, lo más probable, en mayores costes. La minería de hierro, cobre, níquel o carbón tampoco lo tendrá fácil. La agricultura más intensiva en recursos, principalmente la de las pequeñas explotaciones, se enfrentará a la paradoja de intentar mantener la producción consumiendo, por ejemplo, menos agua. El sector logístico, el de automoción y el energético sufrirán una profunda restructuración en su avance hacia la reducción de emisiones. Si los países se toman en serio los ODS, deberán promulgar regulaciones nuevas que, a veces, mermarán la agilidad, competitividad y capacidad expansiva de las empresas.

Cabe recordar que el estrechamiento de los márgenes a corto plazo de todos estos sectores podría compensarse, a largo plazo, con el despegue de la productividad de la mano de nuevos procesos o con el hallazgo de fuentes de ingresos distintas. Pero no hay que ser ingenuos: si los costes de producción se elevan, también aumentará el precio de algunos productos básicos (los agricultores que inviertan más querrán y, muchas veces, necesitarán cobrar más por sus alimentos). Al mismo tiempo, decenas de empresas se quedarán por el camino y eso supondrá un drama terrible para millones de familias. Habrá que estar muy atentos, igualmente, a la evolución de algunos países africanos, que dependen de la agricultura, la industria pesada, la extracción de combustibles fósiles y la minería.

La gran pregunta es si las empresas y las innovaciones que surjan serán capaces de neutralizar el impacto negativo de las que agonicen. Un informe de la Organización Internacional del Trabajo prevé que, en 2030, el paro generado por el desplome del sector de la producción de electricidad con combustibles fósiles podría verse compensado por la creación de empleos en la producción eléctrica con fuentes renovables. Ocurriría casi lo mismo, según sus predicciones, con el segmento de la extracción de combustibles fósiles y el de la extracción de las materias primas que integran los componentes de los coches eléctricos.

También cabe plantearse si no deberíamos asumir que las compañías ahora nacen y mueren a toda velocidad (la esperanza de vida de las integrantes del S&P 500 se ha reducido en más de dos tercios desde 1958). Finalmente, sería lógico temer que el alza de los precios de algunos productos básicos agrave la desigualdad y suponer un torrente de subsidios que muchos países no se pueden permitir.

Todo ello, además, coincide con un contexto que poco tiene que ver con el del momento en el que se acordaron los ODS en 2015. La economía mundial se enfría, existe una guerra comercial en marcha y el grado de compromiso con la sostenibilidad de Estados Unidos, China o potencias de segunda línea como Brasil no invita a la tranquilidad.

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Una mujer refugiada de Sudán del Sur trabaja en el campo en Turkana, Kenia. (LUIS TATO/AFP via Getty Images)

Pero los ODS también pueden traernos oportunidades para empresas y ciudadanos. La reducción drástica de la pobreza o el hambre, la promoción de la igualdad económica o de género y el acceso a más energía, un agua más limpia y una mejor salud pueden incrementar el número de los consumidores y también aflorar en las familias nuevas necesidades de gasto, financiación e inversión.

En segundo lugar, no debería sorprendernos que, como advertía un análisis de la OCDE, la economía crezca menos en aquellos países en los que la desigualdad entre la clase media baja y los pobres sea mayor. Son los rincones del mundo donde la pobreza masiva se vuelve crónica y estructural. Una amplia clase media es buena para las empresas, porque favorece la estabilidad política, el cumplimiento de los contratos o el imperio de la ley.

En tercer lugar, debemos tener en cuenta que la ONU no determina con precisión las medidas que deben tomarse para alcanzar los ODS y que la mayoría de los políticos van a decantarse, para mantenerse en el poder, por aquellas que no destruyan el crecimiento. Por ejemplo, se puede reducir la pobreza y el hambre ayudando a los países menos favorecidos a ser más productivos para que mejoren sus salarios.

Ahí el comercio en un marco adecuado (que fomente el tejido productivo local en vez de acabar con él), la formación de los trabajadores (y de la sociedad en su conjunto), la transferencia tecnológica y la construcción de infraestructuras serían determinantes. Todas estas medidas aflorarían, obviamente, nuevas oportunidades para las empresas en su conjunto.

Alivio y sectores beneficiados

En cuarto lugar, el daño que van a sufrir los sectores más perjudicados puede aliviarse desplegando medidas como las que ha sugerido la Organización Mundial del Trabajo (OIT), que incluyen desde subsidios hasta incentivos fiscales, pasando por un sólido diálogo social entre las partes implicadas. Los daños también pueden mitigarse con la migración de los trabajadores a actividades productivas parecidas pero dentro del ámbito de la electrificación y las energías renovables.

En quinto lugar, del mismo modo que antes identificábamos sectores perjudicados, existen otros especialmente favorecidos por la implementación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 2030 el avance hacia la sostenibilidad podría haber creado 18 millones de empleos netos (surgirían 24 millones nuevos y desaparecerían seis millones). De los 163 sectores analizados, solo 14 arrojarían pérdidas de más de 10.000 puestos de trabajo en todo el mundo (casi todos estarían relacionados con los combustibles fósiles y la automoción no eléctrica) y únicamente dos (los de la extracción y refino de petróleo) podrían igualar o rebasar la pérdida de un millón de empleos.

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Un hombre muestra un robot prototipo cuya función es recoger y mover artículos en una feria en Tokio. (BEHROUZ MEHRI/AFP/Getty Images)

Los sectores más favorecidos, en millones de puestos de trabajo creados durante la próxima década, serían la construcción (se asume que la apuesta por las renovables y la electrificación exigirán nuevas infraestructuras), la producción de maquinaria y aparatos eléctricos, la producción de energía solar, el reprocesamiento de acero y el reprocesamiento del plomo para aprovecharlo como plomo nuevo, zinc y hojalata.

Es interesante observar que el negocio de la distribución se expandirá a pesar de la contracción en la venta de coches y motos tradicionales y también que la ganadería generará empleo mientras que la agricultura podría perder más de 100 millones de puestos de trabajo. Esto último ocurriría porque los cultivos serían menos fértiles durante la fase de transición hacia las nuevas técnicas, los precios de las semillas ascenderían y se necesitarían más profesionales. Todo ello hundiría los márgenes de los pequeños cultivos, que, en muchos casos, terminarían precarizando las condiciones de sus jornaleros y quebrando.

Naturalmente, todas las previsiones de la OIT dan por hecho que los países se van tomar muy en serio la sostenibilidad. Y esto significa que abrazarán la economía circular, respetarán el límite del aumento de las temperaturas para este siglo en 2ºC y reducirán en un 40% las emisiones de CO2 en la próxima década. Eso es parte de lo que quieren conseguir los Objetivos de Desarrollo Sostenible que, como hemos visto, afectan a otras muchas cuestiones como la pobreza, el hambre o la salud de las personas en todo el mundo.

Tanto los ODS como las previsiones de la OIT asumen que los Estados y los políticos quieren cumplir sus compromisos… ¿pero realmente es así? ¿Debemos esperar un liderazgo de estas características por parte de Donald Trump o Xi Jinping? ¿Durante cuánto tiempo podrá mantener la Unión Europea su apuesta, casi en solitario, por una transición ecológica más acelerada? ¿Quién destinará miles de millones para ayudar a los países pobres que se enfrenten a graves dificultades durante esta transición, si la economía mundial se enfría y el nacionalismo populista conquista más poder? ¿Seremos capaces, en fin, de forjar y preservar los consensos políticos necesarios de aquí a 2030 con un grado tan brutal de polarización política?