Un granjero en Afganistán lleva el trigo durante tras la recolecta. (Farshad Usyan/AFP/Getty Images)
Un granjero en Afganistán lleva el trigo durante tras la recolecta. (Farshad Usyan/AFP/Getty Images)

Un repaso a los logros de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y las claves para saber qué es necesario para que los Objetivos de Desarrollo Sostenible sean un éxito.

La adopción de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) en el año 2000 fue un gran paso político hacia adelante. Los ODM fueron la plasmación de un proyecto político para restablecer el respaldo de la opinión pública a la cooperación e invertir la tendencia negativa que estaban sufriendo los presupuestos de ayuda. En ese sentido, fueron un éxito. Contribuyeron a que los países desarrollados ayudaran a los países pobres en sus intentos de mejorar su situación. Entre 1997 y 2013 la ayuda oficial se duplicó y se centró más que nunca en reducir la pobreza y mejorar el bienestar.

En 2015, las necesidades políticas y programáticas son otras: ampliar las miras, universalizar la propiedad y preparar el terreno para la actuación colectiva en una nueva serie de problemas globales comunes. Los ODM desaparecerán y serán sustituidos por los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Para que los ODS tengan tanta repercusión como los anteriores, es importante introducir innovaciones programáticas y tener muy presente el propósito político.

Los objetivos globales tienen eco porque son globales y porque son objetivos. Es gratificante la falta de ambigüedad de un objetivo que dice que todos los niños, en todas partes, deben estar escolarizados, que debe disminuir el número de mujeres que mueren en el parto en todo el mundo o que es necesario reducir la pobreza a la mitad. Los autores iniciales de lo que luego se convirtió en los ODM, miembros del Comité de Ayuda al Desarrollo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), acabaron con las medias tintas cuando extrajeron una serie de metas de todas las conferencias que había celebrado la ONU en los 90. Reaccionaron con decisión al entusiasmo por la utilización, entonces y ahora, de objetivos cuantitativos para impulsar la mejora del rendimiento y la responsabilidad en las administraciones públicas.

Al mismo tiempo, los autores de los Objetivos corrían el riesgo, igual que los gobiernos nacionales de muchos países desarrollados y algunos en vías de desarrollo, de obsesionarse demasiado con lo que se podía medir, hasta el punto de pasar por alto las complejidades y los problemas de fondo. Por ejemplo, ¿había que medir la pobreza solo en función de los ingresos dinerarios, o debían tenerse en cuenta también la capacidad de actuar y la autonomía? Estos factores eran difíciles de evaluar, así que los ingresos dinerarios se implantaron como criterio. Igualmente, fue curioso que la Declaración del Milenio tuviera que promocionar (algunos dirían relegar) al preámbulo valores fundamentales que no eran fáciles de medir: libertad, igualdad, solidaridad, tolerancia.

En cualquier caso, los ODM cumplieron su función. Indujeron a los donantes a incrementar la ayuda. Inspiraron iniciativas políticas, como la Comisión para África y el Consenso Europeo sobre el Desarrollo. ...