El cambio climático y la guerra van de la mano. Ésta es la idea principal del informe Global Climate Change, War, and Population Decline in Recent Human History (Cambio climático global, guerra y disminución de la población en la historia reciente), publicado en noviembre de 2007 en la revista Proceedings of theNationalAcademy of Sciences (PNAS). Los autores David Zhang, profesor de la Universidad de Hong Kong, y Peter Brecke, del Instituto Tecnológico de Georgia, perciben una conexión entre el cambio climático prolongado y los enfrentamientos bélicos porque aquél afecta, por ejemplo, a las reservas de agua, provocando escasez de alimentos. Esas carencias pueden conducir a la desestabilización, a enfrentamientos locales e invasiones, así como a una disminución de la población a causa del derramamiento de sangre y el hambre. Por lo tanto, son tres los efectos unidos a una variación continuada del clima: un aumento del precio de los alimentos, mayor riesgo de muerte por la situación de miseria, y tensión social, que puede conducir al conflicto violento.

Analizaron el periodo entre 1400 y 1900, recopilando información de múltiples fuentes, tales como la base de datos que Brecke comenzó a desarrollar en 1995 con fondos del Instituto Estadounidense para la Paz, que cuenta con estadísticas de 4.500 guerras, además de informes paleontológicos sobre el tema. Zhang y Brecke señalan, además, que existe un patrón cíclico de etapas convulsas cuando las temperaturas eran más bajas, seguidas de otras más tranquilas cuando eran más templadas. El número de guerras en todo el mundo durante los siglos fríos fue casi el doble que en el tibio siglo XVIII. Actualmente, se espera que la temperatura global aumente y, aunque los climas cálidos son en principio beneficiosos para las sociedades, un ascenso continuado de la temperatura provoca inestabilidad en los recursos naturales. “Con más sequías y un rápido crecimiento de la población, va a ser cada vez más difícil proporcionar alimentos a todas las personas, así que no nos debería sorprender ver más casos de carencias y probablemente de enfrentamientos por la escasez de agua y comida”, explica Brecke.

Siguiendo esta línea, en junio de 2007, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) publicó su informe sobre la situación de Darfur, Environmental Degradation Triggering Tensions and Conflict in Sudan (La degradación medioambiental provoca tensiones y conflicto en Sudán), en el que señalaba como factor clave del largo enfrentamiento sudanés el cambio climático en el país, que había supuesto un impacto sin precedentes en algunas regiones. La desertificación ha causado una profunda crisis en la agricultura tradicional y el pastoreo, y el nivel de precipitaciones ha disminuido una tercera parte en los últimos ochenta años.