Personas protestan contra el Gobierno tras dos días de huelga exitosa en todo el territorio nacional haitiano para exigir una salida de la crisis que vive el país, Puerto Príncipe, Haití, septiembre de 2022. Georges Harry Rouzier/Anadolu Agency via Getty Images

Desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse, en julio de 2021, Haití está inmovilizado por la parálisis política y la violencia desatada de las bandas. Los servicios públicos están colapsados y el cólera está extendiéndose. La situación es tan grave que algunos haitianos ya empiezan a depositar sus esperanzas en las tropas extranjeras, a pesar del nefasto historial de anteriores intervenciones en el país.

Ariel Henry, el primer ministro provisional de Haití que sustituyó a Moïse, cuenta con el apoyo de influyentes potencias extranjeras, pero se enfrenta a una dura resistencia haitiana. Desde que llegó al poder, el gobierno de Henry se ha encontrado con la oposición del Acuerdo de Montana, un grupo de políticos de la oposición y representantes de la sociedad civil. En teoría, Henry iba a dirigir la transición hacia unas elecciones, pero la enorme inseguridad ha impedido que se celebren y Henry ha disuelto la comisión electoral.

Cientos de bandas controlan más de la mitad del país. La capital, Puerto Príncipe, está asfixiada porque bloquean las carreteras e imponen el terror, incluido el uso de la violación para castigar e intimidar a la gente, a veces contra niñas de solo 10 años. La mayor coalición, el G9, está dirigida por el famoso líder Jimmy “Barbeque” Chérizier. Las bandas existen en Haití desde hace décadas, casi siempre vinculadas a políticos. Pero su poder se ha disparado desde el asesinato de Moïse.

La situación se ha exacerbado en los últimos seis meses. En julio, las peleas entre el G9 y otra banda por Cité Soleil, una barriada pobre cerca de Puerto Príncipe, mataron a más de 200 personas en poco más de una semana. Dos meses después, Henry suprimió las subvenciones al combustible; los precios se dispararon y estallaron protestas masivas a las que se sumaron los miembros de las bandas. El G9 se apoderó de una importante terminal petrolera y dejó a casi todo el país con escasez de combustible, lo que, entre otras cosas, ha impedido a muchos el acceso al agua potable. Chérizier dijo que no devolvería la terminal hasta que dimitiera Henry, pero las fuerzas policiales haitianas consiguieron recuperarla unos meses después.

La consecuencia de todo esto es una catástrofe humanitaria. La mitad de la población, 4,7 millones de personas, padece hambre extrema y se cree que casi 20.000 personas corren peligro de morir de inanición. Las dificultades de los trabajadores humanitarios para llegar a las clínicas de salud y la escasez de agua potable han hecho que reaparezca el cólera. Según un informe reciente de la Organización Mundial de la Salud, entre principios de octubre y principios de diciembre se produjeron más de 13.000 casos, con 283 muertes registradas, pero es probable que estas cifras se queden muy cortas.

Ante estos problemas, Henry pidió en octubre ayuda militar extranjera. Cualquier misión de este tipo tendrá una ardua tarea en la lucha contra las bandas juveniles e infantiles que se esconden en zonas urbanas densamente pobladas. También se encontrará con oposición política: el grupo Montana es muy contrario a cualquier misión porque cree que el primer ministro interino la utilizará para apuntalar su gobierno. Muchos otros haitianos se muestran recelosos por la historia de sometimiento de la isla a potencias exteriores y el controvertido antecedente de los despliegues extranjeros anteriores. Pese a ello, cada vez son más las personas, especialmente en las zonas más golpeadas por la violencia de las bandas, que se han mostrado de acuerdo por pura desesperación.

Las sanciones de Estados Unidos y Canadá contra varios altos cargos y ex altos cargos políticos, además de Chérizier, han conmocionado a las élites haitianas y quizá les hagan replantearse su relación con las bandas en el futuro. Pero pocos países extranjeros se ofrecen voluntarios para desplegar tropas. Dicho esto, si Henry y sus rivales se pusieran de acuerdo sobre el papel de dicha misión y sobre una hoja de ruta para la transición, las fuerzas extranjeras podrían ser la mejor esperanza de Haití. El simple hecho de que lleguen y amenacen con actuar podría empujar a las bandas a abandonar las carreteras principales y suavizar su asedio de la capital.