Los partidarios del ex primer ministro paquistaní Imran Khan, jefe del partido Pakistan Tehrik-e-Insaf (PTI), se reúnen para asistir a una manifestación antigubernamental en Rawalpindi, noviembre de 2022. Muhammed Semih Ugurlu/Anadolu Agency via Getty Images

El país empieza un año electoral con la nación profundamente dividida, mientras el ex primer ministro Imran Khan agita un apoyo populista contra el Gobierno y los todopoderosos militares.

Su salida del poder la primavera pasada fue acompañada de su caída en desgracia ante el Ejército pakistaní. Después de llegar al poder con el respaldo de los altos mandos, las relaciones se deterioraron a causa de la ineptitud de Khan, su feroz retórica contra Estados Unidos y sus intentos de colocar a gente leal en altos cargos de las Fuerzas Armadas. A medida que crecía el apoyo a una moción de censura, Khan afirmó que Washington era responsable de un plan para derrocarlo. El general Qamar Javed Bajwa, jefe del Ejército, rechazó la idea de la conspiración, preocupado por cómo pudiera repercutir en las relaciones con Washington, y rechazó el intento desesperado de Khan de ganárselo prorrogándole de forma indefinida su situación en el cargo. En abril, éste fue destituido. Su puesto lo ocupó un gobierno de coalición presidido por Shehbaz Sharif.

Khan y su partido, Pakistan Tehreek-e-Insaf, abandonaron el Parlamento y se echaron a la calle. Las violentas protestas se intensificaron en todo el país cuando el gobierno de Sharif rechazó la petición de Khan de que se celebraran elecciones anticipadas. Sus partidarios también arremetieron contra los altos mandos, en particular contra Bajwa. La retórica antioccidental ha desatado la ira entre una población receptiva. Además, las afirmaciones de Khan de que Sharif está gestionando mal la economía ponen el dedo en la llaga a medida que aumenta el coste de la vida.

El 3 de noviembre, durante una marcha antigubernamental hacia la capital, Islamabad, que se prolongó varias semanas, Khan recibió un disparo y resultó herido. El que intentó matarlo, detenido en el acto, insiste en que actuó solo. Pero Khan acusa a Sharif, a un ministro del gobierno y a un alto cargo de los servicios de inteligencia militar de conspirar para asesinarlo.

Todo esto es un mal presagio para las elecciones, previstas para antes de octubre de 2023. Los principales contendientes ya discrepan sobre las reglas electorales y Khan acusa a altos funcionarios electorales de favorecer al gobierno de Sharif. Parece dispuesto a rechazar el resultado si su partido pierde. El Ejército, que está bajo un nuevo mando, promete mantenerse al margen de la contienda política. Pero a los generales puede resultarles difícil mantenerse verdaderamente al margen si la situación se viene abajo o se encamina en una dirección que les parezca peligrosa.

Lo que menos necesita Pakistán es otra crisis política que se sume a todos los demás problemas. Este año, unas inundaciones devastadoras han sumergido un tercio del país y han afectado a uno de cada siete ciudadanos; sigue habiendo 20,6 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria. Según estimaciones fiables, el total de daños y pérdidas económicas asciende a 31.200 millones de dólares y se necesitan al menos otros 16.300 millones para la recuperación. Los segmentos más vulnerables de la población, las mujeres y las niñas, se encuentran entre los más perjudicados, puesto que ven cómo se reduce aún más su limitado acceso a la educación, los ingresos y la atención sanitaria.

Las condiciones de un rescate del Fondo Monetario Internacional concedido en agosto de 2022 y que impidió que Pakistán incumpliera su deuda también ponen a Sharif en aprietos: rescindir y perder el rescate o poner en marcha reformas dolorosas y arriesgarse a impulsar el apoyo populista a Khan. Después de las inundaciones, el país necesita todavía más ayuda, que tarda en llegar. Los retrasos en la ayuda y la reconstrucción podrían agravar el sentimiento de injusticia y reforzar el respaldo a Khan.

Mientras tanto, los militantes islamistas están reanimándose. En la provincia de Khyber Pakhtunkhwa, fronteriza con Afganistán, han aumentado los ataques de yihadistas contra las fuerzas de seguridad. Este repunte es posible gracias a la acogida de militantes pakistaníes por parte de los talibanes en Afganistán y al intento fallido de Islamabad, con la mediación de los talibanes, de llegar a un acuerdo con los islamistas. Después de haber acogido a los dirigentes talibanes varias décadas durante la guerra de Estados Unidos en Afganistán, da la impresión de que ahora Islamabad está teniendo dificultades para imponer su voluntad a su antiguo aliado.