La fragata de misiles guiados de clase Cheng Kung ROCS Chi Kuang dispara un misil durante el ejercicio militar Han Kuang 2022 de Taiwán en las afueras de Suao, Taiwán, julio de 2022. Vic Chiang/The Washington Post via Getty Images

El mayor foco de conflicto entre EE UU y China parece cada vez más inestable, en la medida en que Washington intenta mantener su dominio en la región y Pekín persigue la unificación con la isla.

El objetivo de China es la unificación desde hace mucho tiempo. Pekín dice que espera que se produzca de forma pacífica, pero no descarta la fuerza. Washington cree que Xi Jinping se ha fijado 2027 como fecha en la que el Ejército chino debería ser capaz de apoderarse de Taiwán. Por su parte, EE UU mantiene una política de “una sola China”—que tiene como objetivo una resolución pacífica del estatus de Taiwán, sea cual sea el resultado— y una postura de “ambigüedad estratégica” sobre si acudiría en defensa de Taiwán. Ahora bien, con un Pekín cada vez más poderoso y agresivo, Washington está dando muestras de endurecer unas políticas adoptadas cuando el Ejército chino era más débil.

La situación se calentó el verano pasado cuando la entonces presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, visitó Taipei, la capital de Taiwán. En su calidad de congresista, no dependía del presidente Joe Biden (cuyo gobierno al parecer desaconsejó la visita). Pero, como era de esperar, el gigante asiático interpretó la visita como una firme señal de apoyo a Taipei y un presagio del deterioro del compromiso estadounidense con la política de “una sola China”. Su reacción consistió en organizar unas maniobras militares sin precedentes alrededor de la isla y desplegar buques y aviones de guerra en la “mediana” que desde hace décadas sirve de límite acordado tácitamente a la actividad militar china en el estrecho de Taiwán.

La creciente preocupación por el ascenso de China, su agresividad en la región de Asia-Pacífico y su empeño en ampliar su capacidad militar se han convertido en una preocupación fundamental de la política estadounidense. La actitud firme respecto a Pekín —incluso en relación con Taiwán— es uno de los pocos asuntos que aúna el consenso bipartidista en Washington. Tanto el gobierno de Biden como el Congreso creen que Estados Unidos tiene hoy menos capacidad de disuasión para impedir una invasión china y quieren recuperarla.

Lo que debe conseguir el gobierno estadounidense es hacer creíbles los costes que supondría para China emprender una campaña militar y, al mismo tiempo, la garantía de que, si desiste, Washington no propugnará la separación permanente de Taiwán.

A corto plazo, no parece que China vaya a invadir el país. Romper las defensas de Taiwán sería difícil y, después de haber visto la respuesta de Occidente a la invasión rusa de Ucrania, Pekín es seguramente consciente del oprobio internacional y el coste económico que tendría una ofensiva, incluso aunque EE UU opte por no intervenir militarmente.

Aun así, las amenazas creíbles de Estados Unidos —seguir reforzando la capacidad defensiva de Taiwán, hacer que su posición militar en Asia-Pacífico sea menos vulnerable a los ataques chinos e identificar con sus socios y aliados las posibles medidas económicas punitivas— pueden contribuir a disuadir a Pekín. Pero esas medidas deben ir acompañadas de garantías de que la política estadounidense no va a cambiar. Si el gigante asiático cree que abstenerse de atacar da a Washington y Taipei margen para crear las condiciones de una separación permanente de Taiwán, entonces sus cálculos se inclinarán hacia la guerra.

Biden parece consciente del peligro. Aunque tiene una preocupante tendencia a comprometerse a dar ayuda militar a Taiwán (sus ayudantes han tenido que desmentir rápidamente sus comentarios en ese sentido cada vez que los ha hecho), cuando se reunió cara a cara con el presidente chino, Xi Jinping, durante la reunión del G-20 en noviembre, se atuvo al guión. Aseguró a Xi que la política estadounidense no había cambiado. Xi Jinping, a su vez, dijo a Biden que China sigue deseando la unificación pacífica.

Con todo, los riesgos a corto plazo pueden aumentar las tensiones. Por parte estadounidense, Kevin McCarthy, líder de la minoría republicana en la Cámara de Representantes hasta las últimas elecciones, ya ha dicho que, si sucediese a Pelosi como portavoz, también visitará Taiwán. De ser así, China respondería, como mínimo, con unas demostraciones militares de fuerza a la altura de los ejercicios que llevó a cabo tras el viaje de ésta. Si aumentan los problemas económicos y políticos internos de Pekín, es posible que se produzca una exhibición de fuerza todavía más contundente, sobre todo si da la impresión de que EE UU está tratando de aprovechar su ventaja en un momento de supuesta debilidad china.

Una escalada así no supondría una guerra inmediata, pero sí podría situar a las potencias económicas y militares más poderosas del mundo un poco más cerca de ella.