Un disidente poco común, encerrado durante más de dos décadas por escribir en 1978 el ensayo democrático La quinta modernización, espera impaciente la llegada de la democracia a China.

Cuando era muy joven, estuve en la campiña de Gansu. Por las ventanas del tren, vi a un puñado de chicas de entre 17 y 18 años muy, muy pobres. No tenían ropa con la que cubrirse. La educación que yo había recibido hasta entonces decía que nuestro país era el mayor del mundo, pero yo no había visto nunca nada semejante. Fue un shock empezar a pensar que este país tenía problemas”.

Escribí La quinta modernización en una sola noche. Volví del trabajo y escupí el artículo. Cuando lo colgué en el Muro de la Democracia
[en Pekín, donde los disidentes chinos colgaron pósteres críticos a finales de los 70], aún no estaba seguro de si debía hacerlo. Lo que puse allí era tan claro y directo que sería un delito sólo mirarlo. Cuando colgué el póster eran las cuatro o cinco de la mañana. Después desayuné algo y volví con mi bicicleta un par de horas más tarde. ¡Había un montón de gente leyéndolo! Parecían todos muy interesados en él y contentos de poder leerlo. Así que firmé el artículo en seguida con mi nombre y mi número de teléfono. A mi lado había un funcionario. Me golpeó en el hombro y dijo: “Joven, la ha fastidiado”.

En mi juicio, cuando salió mi sentencia, me sentí muy contento porque no me condenaron a muerte. Me dije: “He salido bien parado”. Mi mente estaba en paz.

La dignidad y el honor son muy importantes. Mucha gente no se da cuenta de ello y dicen: “Si confieso y acabo con esto, me tratarán un poco mejor”. Pero olvidan que en cuanto bajas la cabeza, pierdes el respeto por ti mismo”.

Hace 30 años, cuando escribí La quinta modernización, los que se oponían al Partido Comunista Chino creían de corazón que algo iba mal, pero no se atrevían a decirlo en voz alta. Pero ahora, todo el pueblo chino está deseando hablar si ve algo. Si el PCCh hubiera escuchado a Zhao Ziyang y su propuesta de reformas, el partido podría parecerse ahora al Kuomintang de Taiwan, un partido legal en un sistema democrático. Pero el uso que hizo el PCCh de tanques y pistolas frustró no sólo a los manifestantes y sus esperanzas sino también su propia oportunidad.

Cuando en China haya democracia, entonces me jubilaré. Un montón de amigos me dicen: “No puedes retirarte; tienes que volver a China”. Uno de ellos me dijo: “¡Sr. Wei, estás atado al vagón de la democracia china. Así que hasta que la muerte te lleve, tienes que estar colgado de ese vagón!”. No me queda alternativa. Tengo una responsabilidad que no puedo ignorar.

Wei Jingsheng es presidente de la Overseas Chinese Democracy Coalition y de la Fundación Wei Jingsheng.

Ilustración de Joseph Ciardiello PARA FP.