El Gobierno indio fracasa en integrar y dar dignidad a 40 millones de estas mujeres, condenadas a ser ciudadanas de tercera en un país en el que conviven, a menudo de manera contradictoria, tradición y modernidad.

 

Vrindaban/Nueva Delhi. Una fila de viudas recorre las calles de Vrindavan, noroeste de la India, con un cuenco en la mano para pedir limosna a las tiendas y puestos callejeros. Algunas caminan tan dobladas que su tronco forma un ángulo de 90 grados con respecto a las piernas. La mayoría tiene el rostro y el cuerpo surcado de arrugas. Otras se arrastran apoyadas en un bastón. Muchas tienen la mirada perdida.

Con sus ajados saris de color blanco, el cabello rasurado y sin joyas adornando su cuerpo, las viudas acuden a Vrindavan, donde los hindúes consideran que el dios Krishna pasó su infancia. Las mujeres le dedican sus cánticos a la deidad mañana y tarde en los ashrams (monasterios) a cambio de dos rupias, unos 0,03 céntimos de euros,  y alguna limosna extra que mendigan a mediodía.

La mayoría de las viudas de Vrindavan canturrean durante horas “Hare Krishna, Hare Rama” de un modo mecánico, repetitivo, monótono. Los rezos suenan como una desesperada llamada a la muerte.

Pero, paradójicamente, uno de los mayores temores de estas mujeres, que supuestamente vienen a Vrindavan a morir y escapar de la rueda de la reencarnación, es no haber ahorrado lo suficiente para pagar los ritos funerarios y que sus cenizas no lleguen a ser esparcidas al río Yamuna que recorre la ciudad.

Todos los días decenas de viudas procedentes de toda la India llegan a la estación de trenes de Vrindavan. En algunas ocasiones por deseo propio, pero en la mayoría de los casos porque sus hijos las han echado de casa una vez fallecido el marido.

 

Raveendran/AFP/Getty Images

 

Alrededor de 15.000 viudas malviven en Vrindavan durante sus últimos años en minúsculos habitáculos de algún ashram u ONG o duermen en la calle. La tradición patriarcal brahmánica establece que una mujer viuda sólo ha de esperar la muerte, vestir de blanco, rasurarse el cabello, quitarse las joyas, ingerir tan sólo una comida al día –prohibida la carne, los dulces, la cebolla y el ajo– y, básicamente, desaparecer de la sociedad y esperar la muerte en soledad. Alrededor de 40 millones de viudas habitan en India, el 10% del total de la población femenina del país asiático.

“Hace seis años que mis hijos me dijeron que no querían saber nada de mí”, cuenta la bengalí Menaka Mukherjee. “Ahora sólo deseo morirme”, añade esta anciana de 74 años completamente consumida. A pesar de sus orígenes brahmánicos –la casta más alta en el hinduismo–, a sus descendientes no les tembló el pulso a la hora de echarla de casa.

En todo caso, la mayoría de las viudas que han acudido a esta localidad suelen proceder de extractos sociales muy humildes. En sus hogares se convierten tan sólo en una carga económica y una boca más que alimentar. La mayoría de ellas proceden de los Estados de Andhra Pradesh y Bengala Occidental, donde a pesar de la legislación, la sociedad no acepta que las viudas vuelvan a contraer matrimonio y donde los padres casan a sus hijas siendo todavía púberes.

“Si las mujeres en este país son ciudadanas de segunda, las viudas son de tercera categoría”, explica Mohini Giri, fundadora de la ONG Guild of Service.

A pesar de que por ley en India desde 1956, las mujeres tienen los mismos derechos a recibir su parte de la herencia que un hombre, muchas veces los familiares se aprovechan del analfabetismo y vulnerabilidad de estas mujeres para que sean incapaces de reclamar sus derechos. En el septentrional Estado de Rajastán todavía existen ocasionales cazas de brujas.

Del 22% de las viudas indias que tienen derecho a recibir una pensión de 200 rupias al mes (unos 3 euros) por parte del Gobierno, tan sólo un 11% de ellas realmente la cobra. Un 70% de ellas son analfabetas.

Tan sólo las mujeres extremadamente pobres con una edad comprendida entre los 40 y 65 pueden solicitar la ayuda gubernamental. Existe un gran desconocimiento entre ellas sobre sus derechos. Además, la corrupción del sistema burocrático indio muchas veces dificulta que las viudas sean capaces de cobrar su subsidio. En último lugar, el Gobierno no ha hecho el esfuerzo suficiente para desarrollar un único programa destinado a la totalidad de las viudas, que incluya la preparación educativa o vocacional para que las mujeres más jóvenes sean capaces de trabajar.

La India es conocida por aunar todo tipo de contradicciones. Pero con el desarrollo que experimenta el subcontinente desde que se pusieran en marcha las reformas de liberalización económica en 1991 y que han permitido un crecimiento anual de su economía de alrededor de 8% durante las dos últimas décadas, no han desaparecido una serie de costumbres ancladas en la tradición y que generalmente lastran terriblemente a las mujeres.

“Como afirma el premio Nobel de Economía Amartya Sen no tiene sentido mirar a la pobreza con un estricto sentido económico como la falta de dinero o comida, sino también como la falta de capacidades y posibilidades”, señala Anju Pandey desde la Agencia de Naciones Unidas para la Mujer (ONU Mujeres) en India.

“El sistema patriarcal que permea la sociedad, la cultura y la mentalidad explica por qué es tan difícil para las viudas mejorar su situación y sufrir una discriminación tan brutal. Hay que prestar atención a las dinámicas de poder dentro de los hogares”, añade Pandey.

De este modo, la viuda, según la tradición hindú, es hasta culpable de la muerte de su marido y ni siquiera le debería sobrevivir. Los británicos prohibieron en 1829 la práctica de la sati, en la que las esposas se inmolaban en la pira funeraria de sus maridos fallecidos, pero se han seguido registrando incidentes aislados hasta 2008.

“Quedarse viuda es un castigo divino a causa de alguna vida pasada”, explica Praven Morwal, consultor legal y astrológico de Vrindavan.

“Las viudas jóvenes corren el riesgo de caer fácilmente en la prostitución”, afirma Pallavi, miembro de Guild of Service. Propietarios de tierras de la zona las adoptan como amantes y posteriormente las venden a prostíbulos. Esta situación aparece dramáticamente retratada en la cinta Agua de la directora india Deepa Mehta, que se terminó de rodar en Sri Lanka ante las amenazas de extremistas hindúes. El film refleja la marginación social que sufren las viudas en la época de la lucha por la independencia. Sesenta años después la situación es muy similar.

En un país como India todavía el 22% de las jóvenes entre 22 y 24 años tuvieron un hijo antes de los 18 años, según recoge un reciente informe de Unicef sobre la situación de la infancia en el mundo.

En las zonas rurales todavía los padres siguen casando a las hijas menores de edad con hombres mayores. Muchas veces para evitar que sean violadas y, de este modo, perder el honor y ser condenadas a la prostitución. Es fácil que sus maridos mueran antes que ellas y que su destino continúe por la senda que sus padres trataron de evitar casándolas todavía adolescentes. “Qué otra cosa pueden hacer estas mujeres más que vender sus cuerpos”, señala Giri.

La legislación promovida por el Gobierno indio  para igualar los derechos de hombres y mujeres, claramente se ha mostrado insuficiente a la hora de tener un impacto real en las condiciones de vida de sus viudas. “Hay que empoderar a las mujeres y reconocerles su dignidad para que no sean vistas como víctimas, sino como agentes de cambio económico”, precisa Pandey.

“Desde ONU Mujeres estamos tratando de involucrar a los líderes religiosos de ciudades como Vrindavan para mejorar la consideración social que estas mujeres se merecen”, añade Pandey.

Y Giri, desde Guild of Service, señala que la educación, la independencia económica, el reforzamiento de la conciencia política de las viudas para que puedan hacerse escuchar a través del voto, una mayor representación de mujeres en el Parlamento y asambleas regionales, así como una red social conectada a lo largo de la nación son algunas de las más recientes iniciativas y propuestas realizadas por parte de esta ONG. Además de las casas de acogida que han levantado a lo largo del país, donde las mujeres pueden aprender habilidades que les permitan ganar un salario.

“Ni siquiera existen cifras específicas en el último censo de India sobre las viudas del país, ni ningún estudio extenso sobre el tema. Parte del abandono que sufren estas mujeres se debe a su invisibilidad”, asevera Pandey. Pero por el momento, el Gobierno indio no parece mostrar ninguna prioridad en crear las condiciones necesarias para que los 40 millones de viudas sean capaces de integrarse en la sociedad.

 

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