¿Un Gobierno marroquí cada vez más moralizante de inspiración otomana?

El primer ministro marroquí, Abdelilá Benkirane, habla durante una ceremonia oficial en Rabat, enero de 2012. (AFP/Getty Images)

Nueve meses después de la victoria por mayoría simple de su formación, el Partido de la Justicia y  el Desarrollo (PJD), en las elecciones legislativas de noviembre del año pasado –adelantadas por el rey Mohamed VI tras meses de protestas y la aprobación exprés de una nueva Constitución–, el primer ministro Abdelilá Benkirane y su Gobierno arrojan un discreto balance. Lastrado por una coyuntura económica internacional muy desfavorable –la estructura productiva marroquí es una de las más expuestas al destino de la Unión Europea y el euro– y una monarquía reacia a ceder poder y atribuciones, el primer Ejecutivo de la historia de Marruecos presidido por un islamista [de su Majestad, según la ironía local] batalla por dejar su impronta moral en la acción política a pesar de contar con un limitado margen de maniobra. Aunque desde el primer día Benkirane repite hasta la saciedad que su trabajo se basa en cumplir los designios del monarca alauí, también ha dejado entrever recientemente que Palacio no le está poniendo las cosas del todo fáciles.

Benkiran se enfrenta desde el comienzo de su mandato con unos compañeros de coalición –varios de ellos procedentes de anteriores ejecutivos— reticentes ante las veleidades religiosas; un auténtico Gobierno en la sombramajzén— y, cómo no, con un monarca tradicionalmente poco amigo de los islamistas. Además, los ecos de la primavera árabe lograron sacar a la calle a miles de marroquíes hartos de la corrupción, la falta de libertades y la pobreza haciendo así emerger a una oposición antirégimen predominantemente secular. Hoy, sin embargo, el llamado Movimiento del 20 de Febrero languidece víctima de la falta de liderazgo, programa común y unidad, como ha escrito recientemente el exdirector del semanario crítico TelQuel, Ahmed Benchemsi.

 

Programa con sesgo moralizante

Por el momento, el político rabatí, que debe su victoria a las consecuencias de la ola de descontento que estallara a comienzos de 2011, goza aún de una parte del crédito alimentado durante años de oposición parlamentaria con forma y mensaje populistas que apeló a la lucha contra la pobreza y corrupción. Además, como asegura Ahmed Charai, “los partidos liberales y progresistas han sido incapaces de articular una alternativa que reconcilie Islam y progreso, lo que los ha dividido y debilitado”. El PJD de Benkiran se presentó a la cita electoral de noviembre pasado con un discurso moderado, muy en sintonía con el marroquí medio, al que cansa la retórica de una clase política en profundo descrédito y de profundas convicciones religiosas. Lo cierto es que Benkiran y los suyos tratan de combatir alguno de los casos más flagrantes de corrupción nacional, como hicieron publicando una lista de compañías de autobús que se habían beneficiado de contratos gracias a decisiones poco claras procedentes de arriba. Pero también de promover lo halal en la vida pública.

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