Gente sostiene carteles y canta consignas durante una protesta contra la muerte de la iraní Mahsa Amini y el gobierno de Irán, Estambul, Turquía, octubre de 2022. Chris McGrath/Getty Images

Las protestas masivas contra el régimen, la cruel represión iraní y el suministro de armas a Rusia han dejado a la República Islámica en su situación más aislada desde hace décadas, justo cuando empieza a gestarse una crisis a propósito de su programa nuclear.

Las protestas que sacuden el país constituyen la amenaza más duradera y decidida contra la autoridad de la República Islámica desde el Movimiento Verde de 2009. Decenas de miles de personas, en su mayoría jóvenes, encabezados por mujeres y jóvenes escolares que rechazan el hiyab (velo islámico) obligatorio como símbolo de misoginia y opresión general, han tomado las calles en actos abiertamente desafiantes contra el régimen.

La reacción del Gobierno iraní ha matado a cientos de personas, entre ellas decenas de niños. Se llevan a cabo ejecuciones solemnes de manifestantes después de unos juicios que los grupos de derechos humanos consideran una farsa. Hay miles de personas en la cárcel, muchas de ellas sometidas a terribles torturas. El régimen califica lo que es una inequívoca expresión del sentimiento antigubernamental de la población, sobre todo entre los jóvenes y en unas periferias olvidadas durante mucho tiempo, de complot extranjero. Pocos se lo creen.

El obstáculo que deben superar los heroicos jóvenes manifestantes iraníes es ganarse a los ciudadanos de clase media y de más edad, muchos de los cuales simpatizan con ellos pero temen la violencia o el cambio radical del régimen. Quizá se unirían más de ellos a las protestas si estas alcanzan una masa crítica, pero, al mismo tiempo, parece improbable que la logren si no se unen, salvo que algún otro hecho incline la balanza o surjan líderes de entre los manifestantes. Por el momento, nada indica que el régimen vaya a escindirse. Pero la represión tampoco puede aplacar la profunda ira de la sociedad. Algo se ha roto. Y el régimen no puede dar marcha atrás.

Mientras tanto, las conversaciones para reactivar el acuerdo nuclear de 2015, estancadas desde principios de septiembre, están paralizadas. La capacidad nuclear de Teherán ha avanzado a pasos agigantados en los últimos años. La capacidad de enriquecimiento de uranio ha aumentado y el tiempo necesario para fabricar una cabeza nuclearse ha reducido casi a cero. La labor de vigilancia del Organismo Internacional de la Energía Atómica tiene graves restricciones. El momento que Estados Unidos y sus aliados esperan evitar desde hace tiempo —cuando deban elegir entre la posibilidad de que Irán adquiera una bomba nuclear o el uso de la fuerza para impedirlo— parece acercarse.

Incluso aunque puedan arreglárselas durante unos cuantos meses, octubre de 2023, que es cuando expiran las restricciones de la ONU a los misiles balísticos iraníes, será un momento delicado. Si se tiene en cuenta que dichas restricciones son cruciales para contener la proliferación de misiles y drones por parte de Irán, cuyo fin es en especial para ayudar a Rusia en Ucrania, la única opción de los líderes occidentales para impedir que expiren es volver a imponer las sanciones de la ONU. Seguramente eso llevará a Teherán a retirarse del Tratado de No Proliferación Nuclear, un posible casus belli para Estados Unidos e Israel. Cualquier ataque que lleven a cabo estos dos países contra el programa nuclear iraní podría desencadenar una escalada de represalias en toda la región. Dado que Irán está furioso con Arabia Saudí por su apoyo a los canales por satélite, a los que acusa de alimentar las protestas, y que el enfrentamiento entre Teherán y Tel Aviv podría agravarse con el nuevo gobierno israelí de extrema derecha, los riesgos se multiplican.

En estas circunstancias, mantener la puerta abierta a la diplomacia tiene sentido. Las capitales occidentales, asqueadas por la represión de la República Islámica en su propio país, indignadas por el suministro de armas a Rusia y presionadas por los grupos internos que critican duramente a cualquiera que recomiende hablar, temen, como es comprensible, que una negociación con Teherán pueda suponer un salvavidas para el régimen. Aun así, hasta ahora han optado por no romper por completo los contactos, en parte porque algunos tienen que negociar la liberación de varios rehenes y, sobre todo, pensando en la amenaza nuclear. Dado lo envenenadas que están hoy las relaciones, las posibilidades de que se celebren conversaciones para desactivar la crisis nuclear parecen escasas. Pero, por lo menos, entender cuáles son las líneas rojas de la otra parte podría ayudar a contener las tensiones hasta que haya más margen para conseguir una desescalada y un pacto diplomático sustancial. Para los manifestantes no sería nada positivo que la crisis nuclear llegase a un punto crítico; lo más probable es que el régimen, asediado, cambie de tema dentro de sus fronteras y ejerza un control aún más férreo.