Los Emiratos Árabes Unidos respaldando a las tropas yemeníes en un puesto de control en Adén, Yemen. Giles Clarke/UNOCHA via Getty Images

El país está en el limbo. La tregua acordada en abril entre los rebeldes hutíes y el Gobierno del país, reconocido internacionalmente y con el respaldo fundamental de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU), expiró en octubre. No se han reanudado los grandes combates, pero ambos bandos se preparan para volver a la guerra.

La tregua negociada por la ONU fue un logro inesperado en un conflicto brutal que dura ya ocho años. En noviembre de 2021, los hutíes, que controlan gran parte del noroeste de Yemen, parecían estar cerca de la victoria. Si hubieran tomado la ciudad de Marib y las instalaciones de petróleo y gas cercanas, habrían ganado la guerra por el norte, habrían conseguido los fondos que tanto necesitaba su cuasi Estado y habrían acabado con el gobierno del entonces presidente Abed Rabbo Mansur Hadi. Su ofensiva se frustró cuando las fuerzas patrocinadas por EAU los expulsaron de un territorio estratégico en Marib y la vecina Shabwah en enero de 2022. Los hutíes respondieron atacando a EAU y Arabia Saudí con misiles y drones, al otro lado de la frontera. Después, la guerra de Ucrania provocó una escasez mundial de alimentos y combustible que ejerció más presiones sobre todas las partes.

El estancamiento resultante abrió la puerta a la mediación. A principios de abril, la ONU anunció una tregua de dos meses entre el gobierno de Hadi y los hutíes. Riad, cada vez más decepcionado con la guerra, respaldó el acuerdo. Varios días después, Hadi dimitió. Lo sustituyó un Consejo Directivo Presidencial (PLC por sus siglas en inglés) de ocho miembros elegidos a dedo por los saudíes y los emiratíes, que es más representativo de la coalición de facciones yemeníes que luchan contra los hutíes y, casi con la misma frecuencia, entre sí.

Las esperanzas iniciales de que se llegara a un acuerdo más amplio se han desvanecido. Después de dos prórrogas, las negociaciones dirigidas por la ONU para extenderla tregua fracasaron a principios de octubre, frustradas por la exigencia de los hutíes de que el Gobierno pagara los salarios de los soldados y las fuerzas de seguridad rebeldes. Según fuentes de ambos bandos y de la ONU, el Ejecutivo y los saudíes habían acordado pagar los salarios de los civiles, pero se negaban a cubrir el coste de las tropas que luchaban contra ellos sobre el terreno.

Los combates están en su mayor parte en suspenso, incluso sin la tregua. No se han reanudado las grandes ofensivas terrestres ni los ataques transfronterizos y las conversaciones continúan, ahora sobre todo por canales bilaterales entre los saudíes y los hutíes. Pero las tensiones van en aumento. Los hutíes han lanzado disparos que denominan de advertencia contra las infraestructuras de crudo y gas controladas por el PLC, lo que ha interrumpido las exportaciones de petróleo. Dicen que las ventas de oro negro podrán reanudarse cuando ellos y sus fuerzas reciban su parte de los ingresos. En represalia, el Gobierno intentó impedir las importaciones de combustible a través del puerto de Hodeidah, en el Mar Rojo, controlado por los hutíes, pero Riad lo impidió. Varias fuentes dicen que las dos partes están reforzando sus fuerzas y su equipamiento militar en torno a las principales líneas del frente.

El riesgo de que se reanude la guerra es demasiado elevado. En el bando hutí, algunos se inclinan por emprender otra ofensiva, aunque por ahora, a pesar de que probablemente sean más fuertes que sus rivales, carecen de fondos y sus fuerzas están debilitadas. Otra posibilidad es que lleguen a un acuerdo con los saudíes sobre el pago de salarios, prorroguen la tregua y utilicen el dinero y el tiempo para reagruparse. Algunos líderes hutíes confían en alcanzar un acuerdo más amplio con Riad que implique la salida saudí del conflicto y consolide su estatus como fuerza dominante en Yemen. Pero un acuerdo de este tipo, que no tiene en cuenta los intereses de muchas facciones contrarias a los hutíes que ya se quejan de haber quedado excluidas de las conversaciones bilaterales, probablemente sumiría al país en una nueva fase de la guerra. Incluso sin los saudíes, parece poco probable que los hutíes puedan invadir todo Yemen así como así, igual que hicieron los talibanes en Afganistán.

Sería más conveniente una tregua prolongada que facilitara unas negociaciones entre los propios yemeníes. Un acuerdo genuino deberá cumplir los requisitos de las principales facciones del país y probablemente necesite la mediación de la ONU. Pero, dado que los hutíes piensan que la intransigencia les beneficia más e Irán, el único actor externo con cierta influencia sobre ellos, no está dispuesto a ayudar, este tipo de acuerdo es quizá el que menos probabilidades tiene de plasmarse.