• Measuring National Power,
    Rand Corporation, 2005,
    Santa Mónica (California, EE UU)

Estados Unidos comenzó el siglo XXI con una superioridad económica,
militar y tecnológica sin precedentes, pero Afganistán e Irak
han demostrado gráfica y trágicamente sus inmensas limitaciones.
El poder era mucho menor de lo que se presumía o menos servible de
lo que se esperaba. ¿Qué grado de poder tiene realmente EE UU? ¿Cómo
puede asegurarse que seguirá siendo la primera potencia dentro de 20
o 50 años? ¿Quiénes serán sus rivales entonces?

Para empezar a responder a estos interrogantes, la Rand Corporation, uno de
los think tanks más prestigiosos del mundo y principal laboratorio conceptual
del Pentágono y la CIA, decidió reunir a una docena de expertos
con el objetivo de analizar los elementos que conforman ese poder y medirlo
con la meta de obtener la fórmula mágica, un modelo.

El país más poderoso económicamente, con la
voluntad de ejercer esa autoridad y la capacidad de aglutinar corazones
y mentes, liderará el siglo XXI

En un mundo globalizado, el poder de los Estados es cada vez más complejo
y depende de tres factores básicos: capacidades y recursos (la potencia
en sí misma), que la nación sepa convertirlos en poder y lograr
influir o condicionar una determinada circunstancia. Otras capacidades como
la demografía, tecnología… sólo son significativas
según su grado de conversión dentro de estas tres categorías.
A los políticos les interesa el tercer caso -lo capaces que son
de forzar un resultado-, a pesar de que éste es el más
relativo de todos, ya que depende de sobre quién se ejerce y en qué circunstancias.

El análisis de los dos primeros puntos revela pocas novedades. Las
categorías para cuantificarlos son conocidas -PIB, gasto de defensa,
población…- y mantienen a Estados Unidos en primer lugar.
En la actualidad, la gran potencia acumula el 20% de la población mundial,
y la Unión Europea y China el 14% cada una. En 2015, EE UU se mantendría
más o menos en la misma posición, mientras que la UE perdería
terreno y China e India lo ganarían. Esto sugiere posibles alianzas
capaces de compensar el poder estadounidense -en solitario o con sus
aliados tradicionales- y apunta a que los conflictos futuros se producirán
en Asia, con muy altas probabilidades de que en ellos se vea envuelto China -seis
de los ocho conflictos bilaterales más presumibles-. Esta opinión
es resultado del análisis de los elementos que conforman el poder de
165 países y su capacidad de hacerlo utilizable, en particular de tipo
bélico.

El equipo de la Rand llegó al consenso de que el factor más
importante de poder en 2020 seguirá siendo el militar, y su principal
indicador el presupuesto de defensa, aunque su fundamento radica en la capacidad
económica. Por tanto, el PIB continuará como el indicador más
relevante para entender el poder relativo de las naciones.

Sin embargo, este poder de los Estados está cada día más
condicionado por otros competidores no estatales transnacionales: legítimos
(las ONG) e ilegítimos (terroristas, narcotraficantes); y otras fuerzas
de influencia más estructuradas que podríamos denominar poder
blando (valores, ideas, conceptos). Estas variables definen cada vez más
el marco donde los Estados tienen que ejercer su autoridad tradicional y lo
modifican hasta incluso neutralizarlo. Aunque muchos piensen lo contrario,
los gobiernos no pueden realmente manipular este poder blando. Hollywood puede
ser más influyente que el Pentágono fuera de EE UU, pero no depende
de la Casa Blanca.

Los expertos afirman que las principales 50 ONG tienen más legitimidad
que muchos Estados de la ONU y que las 10 empresas más importantes del
mundo tienen más poderío que el PIB de 150 de los 185 miembros
de esa organización. Sin embargo, es muy complicado medir la fuerza
de estos actores no estatales. ¿Qué capacidad tienen éstos
de influir directamente en el resultado de un proceso o situación? ¿Cuáles
son más importantes de convencer? Es evidente que la diferencia entre
el poder duro y el blando es cada vez más difusa y depende de dónde
se perciba. Incluso su valor es muy relativo. ¿Vale más una idea
que un carro de combate? El poder económico, ¿es duro o blando?

Últimamente, las opiniones públicas mundiales están
más predispuestas a aceptar la persuasión que la fuerza militar,
aunque ambas forman parte de una misma línea continua y representan
distintas caras de una misma manera de imponer criterios e ideas. El problema
es medir el poder blando. Muchos piensan que es tan fácil como preguntarse ¿dónde
te gustaría vivir si no fuera en tu nación de origen? La respuesta
es compleja y no solamente depende de los recursos, sino de la imagen que trasmiten
de ella los actores o fuerzas no estatales que hoy día tienen mayor
acceso a la información y capacidad de reacción.

Para algunos, el poder blando de Estados Unidos alcanzó su máxima
expresión justo tras la desaparición de la Unión Soviética -la
supremacía del ideal estadounidense difundido mundialmente a través
de los medios de comunicación y la industria del entretenimiento-.
En la actualidad, ocurre lo contrario, especialmente en el mundo islámico.
Para aquellos cuyas vidas están movidas por la fe, Estados Unidos aparece
ahora como materialista e impuro.

Es difícil fijar el equilibrio que debe haber entre poder duro y blando en el caso de una superpotencia, porque si falta alguno de ellos la hegemonía
se pierde o se convierte en prepotencia. ¿Quién dominará entonces
el escenario mundial en 2020? Aquel país más poderoso económicamente,
con voluntad de ejercer esa autoridad y capacidad de aglutinar corazones y
mentes, es decir, de lograr un consenso a escala global. Deberá ser
una superpotencia que no actúe como un Estado normal ni tampoco unilateralmente,
sino que sea benevolente frente a otras naciones. Quizá será aquel
en el que todos los habitantes del planeta piensen cuando se les pregunte ¿qué país
admira más? Por el momento, Estados Unidos sigue en cabeza a pesar de
todo.

La formúla mágica del poder. Rafael Moreno

  • Measuring National Power,
    Rand Corporation, 2005,
    Santa Mónica (California, EE UU)

Estados Unidos comenzó el siglo XXI con una superioridad económica,
militar y tecnológica sin precedentes, pero Afganistán e Irak
han demostrado gráfica y trágicamente sus inmensas limitaciones.
El poder era mucho menor de lo que se presumía o menos servible de
lo que se esperaba. ¿Qué grado de poder tiene realmente EE UU? ¿Cómo
puede asegurarse que seguirá siendo la primera potencia dentro de 20
o 50 años? ¿Quiénes serán sus rivales entonces?

Para empezar a responder a estos interrogantes, la Rand Corporation, uno de
los think tanks más prestigiosos del mundo y principal laboratorio conceptual
del Pentágono y la CIA, decidió reunir a una docena de expertos
con el objetivo de analizar los elementos que conforman ese poder y medirlo
con la meta de obtener la fórmula mágica, un modelo.

El país más poderoso económicamente, con la
voluntad de ejercer esa autoridad y la capacidad de aglutinar corazones
y mentes, liderará el siglo XXI

En un mundo globalizado, el poder de los Estados es cada vez más complejo
y depende de tres factores básicos: capacidades y recursos (la potencia
en sí misma), que la nación sepa convertirlos en poder y lograr
influir o condicionar una determinada circunstancia. Otras capacidades como
la demografía, tecnología… sólo son significativas
según su grado de conversión dentro de estas tres categorías.
A los políticos les interesa el tercer caso -lo capaces que son
de forzar un resultado-, a pesar de que éste es el más
relativo de todos, ya que depende de sobre quién se ejerce y en qué circunstancias.

El análisis de los dos primeros puntos revela pocas novedades. Las
categorías para cuantificarlos son conocidas -PIB, gasto de defensa,
población…- y mantienen a Estados Unidos en primer lugar.
En la actualidad, la gran potencia acumula el 20% de la población mundial,
y la Unión Europea y China el 14% cada una. En 2015, EE UU se mantendría
más o menos en la misma posición, mientras que la UE perdería
terreno y China e India lo ganarían. Esto sugiere posibles alianzas
capaces de compensar el poder estadounidense -en solitario o con sus
aliados tradicionales- y apunta a que los conflictos futuros se producirán
en Asia, con muy altas probabilidades de que en ellos se vea envuelto China -seis
de los ocho conflictos bilaterales más presumibles-. Esta opinión
es resultado del análisis de los elementos que conforman el poder de
165 países y su capacidad de hacerlo utilizable, en particular de tipo
bélico.

El equipo de la Rand llegó al consenso de que el factor más
importante de poder en 2020 seguirá siendo el militar, y su principal
indicador el presupuesto de defensa, aunque su fundamento radica en la capacidad
económica. Por tanto, el PIB continuará como el indicador más
relevante para entender el poder relativo de las naciones.

Sin embargo, este poder de los Estados está cada día más
condicionado por otros competidores no estatales transnacionales: legítimos
(las ONG) e ilegítimos (terroristas, narcotraficantes); y otras fuerzas
de influencia más estructuradas que podríamos denominar poder
blando (valores, ideas, conceptos). Estas variables definen cada vez más
el marco donde los Estados tienen que ejercer su autoridad tradicional y lo
modifican hasta incluso neutralizarlo. Aunque muchos piensen lo contrario,
los gobiernos no pueden realmente manipular este poder blando. Hollywood puede
ser más influyente que el Pentágono fuera de EE UU, pero no depende
de la Casa Blanca.

Los expertos afirman que las principales 50 ONG tienen más legitimidad
que muchos Estados de la ONU y que las 10 empresas más importantes del
mundo tienen más poderío que el PIB de 150 de los 185 miembros
de esa organización. Sin embargo, es muy complicado medir la fuerza
de estos actores no estatales. ¿Qué capacidad tienen éstos
de influir directamente en el resultado de un proceso o situación? ¿Cuáles
son más importantes de convencer? Es evidente que la diferencia entre
el poder duro y el blando es cada vez más difusa y depende de dónde
se perciba. Incluso su valor es muy relativo. ¿Vale más una idea
que un carro de combate? El poder económico, ¿es duro o blando?

Últimamente, las opiniones públicas mundiales están
más predispuestas a aceptar la persuasión que la fuerza militar,
aunque ambas forman parte de una misma línea continua y representan
distintas caras de una misma manera de imponer criterios e ideas. El problema
es medir el poder blando. Muchos piensan que es tan fácil como preguntarse ¿dónde
te gustaría vivir si no fuera en tu nación de origen? La respuesta
es compleja y no solamente depende de los recursos, sino de la imagen que trasmiten
de ella los actores o fuerzas no estatales que hoy día tienen mayor
acceso a la información y capacidad de reacción.

Para algunos, el poder blando de Estados Unidos alcanzó su máxima
expresión justo tras la desaparición de la Unión Soviética -la
supremacía del ideal estadounidense difundido mundialmente a través
de los medios de comunicación y la industria del entretenimiento-.
En la actualidad, ocurre lo contrario, especialmente en el mundo islámico.
Para aquellos cuyas vidas están movidas por la fe, Estados Unidos aparece
ahora como materialista e impuro.

Es difícil fijar el equilibrio que debe haber entre poder duro y blando en el caso de una superpotencia, porque si falta alguno de ellos la hegemonía
se pierde o se convierte en prepotencia. ¿Quién dominará entonces
el escenario mundial en 2020? Aquel país más poderoso económicamente,
con voluntad de ejercer esa autoridad y capacidad de aglutinar corazones y
mentes, es decir, de lograr un consenso a escala global. Deberá ser
una superpotencia que no actúe como un Estado normal ni tampoco unilateralmente,
sino que sea benevolente frente a otras naciones. Quizá será aquel
en el que todos los habitantes del planeta piensen cuando se les pregunte ¿qué país
admira más? Por el momento, Estados Unidos sigue en cabeza a pesar de
todo.

Rafael Moreno es director de Comunicación
de General Dynamics Santa Bárbara Sistemas y profesor de periodismo
en la Universidad Carlos III de Madrid.