La división en la disidencia siria se traduce en una ausencia de liderazgo claro para los ciudadanos que se manifiestan contra el régimen de Assad.

 

AFP/Getty Images

 

El pasado 9 de noviembre de 2011, cuando acudían  a una reunión en El Cairo con el líder de la Liga Árabe, Nabil al Arabi, varios representantes de la oposición interna de Siria fueron recibidos con huevos por parte de manifestantes sirios. Este desagradable  acontecimiento ilustra perfectamente la situación de los opositores del régimen assadista, divididos en varias ramas que no consiguen unirse en pos de liderar la revolución. La cohesión interna es imprescindible: tanto para ofrecer una alternativa  viable a un régimen que mata con impunidad como para presentar una cara unida a socios internacionales, quienes buscan tratar con un representante legitimo del pueblo sirio.

Se disciernen dos ramas dentro de la oposición: la política, que lleva ocho meses formándose, y la militar, que está empezando a levantar  la cabeza a base de deserciones. La oposición política consta de dos grandes fuerzas, el Consejo Nacional Sirio (CNS) y el Comité de Coordinación Nacional Sirio (CCNS). Ninguno de los dos puede erigirse como el único interlocutor de la oposición, tan diversa y tan fragmentada que unirla bajo un solo grupo representa el mayor reto. En tanto que el CCNS tiene más legitimidad en la calle, el CNS goza de mas visibilidad a escala internacional, pero algunos activistas sirios le acusa de priorizar la internacionalización  de su causa antes de la búsqueda de una solución doméstica.

Unidos en su deseo de ver una destitución o expulsión de Bashar el Assad, el Consejo y el Comité difieren en lo de más: su composición, el dialogo con el régimen, su actitud hacia la intervención  internacional y su hoja de ruta. El CNS, liderado por Burhan Ghalioun y considerado la oposición en exilio  -tanto por su composición como por tener su base en Istanbul- agrupa a una serie de partidos políticos,  al grupo de intelectuales de la llamada “declaración  de Damasco”, a los Hermanos Musulmanes y a una serie de activistas kurdos y caldeos. Sin embargo, minorías como los alauítas, cristianos y drusos apenas cuentan con representación.  Por su parte, el CCNS, un bloque de la oposición interna compuesto por trece partidos políticos de tendencia secular y nacionalista, está presidido por Hassan Abdel Azim y apoyado por históricos opositores como Michel Kilo, Fayez Sara y Samir al Eitta. El Comité también cuenta con el respaldo de tres coaliciones dentro del país, derivadas de los originarios comités locales creados por los activistas para publicitar el levantamiento: el Consejo Superior de la Revolución Siria (de tendencia islamista), la alianza Ghad y la Comisión General de la Revolución Siria. La ultima táctica de los Comités de Coordinación Local está siendo organizar una campaña de desobediencia civil a través de huelgas generales, el cierre de universidades y sit-ins. Habrá que ver si el régimen responderá a estos actos tomando las medidas drásticas que han caracterizó la represión de manifestaciones pacifistas hasta el momento.

En cuanto al diálogo con el régimen, otra vez surgen acusaciones de irrelevancia dirigidas al CNS frente a una actitud mucho mas realista del CCNS. El último aboga por hablar con el régimen siempre y cuando este último retire a sus tropas de las calles, cese todo ataque contra los manifestantes y libere de las cárceles a los prisioneros políticos. Defiende la idea de que esta estrategia es la menos costosa para la futura transición política. El CNS rechaza el diálogo con el régimen argumentando que este sería utilizado para dividir a la oposición y incitar el sectarismo. De hecho, boicotearon una reunión de la oposición convocada por el régimen en Turquía. La actitud del CNS carece de realismo, según algunos sirios que afirman que Burhan Ghalioun “juega a la política” en círculos internacionales en vez de actuar para encontrar una solución con los actores locales. Su entrevista  con el Wall Street Journal indica dicha actitud: Ghalioun da por hecho el apoyo Occidental y se muestra dispuesto a disminuir relaciones con Irán, Hamás y Hezbolá. El pueblo sirio, con una voz política recién encontrada y todavía sin confiar en la oposición, no aprecia que el CNS pretenda hablar por todos ellos, ni que priorice la política exterior  sin tener condiciones domesticas propicias para implementarlo.

Tanto el CCNS como el CNS se oponen en principio a la intervención militar extranjera, sin embargo,  algunos miembros del Consejo verían con buenos ojos la injerencia. Como distinguió Ghalioun, no es igual usar la fuerza para obligar al régimen a respetar derechos humanos como para deshacerse de él. La opción de la imposición de una zona de exclusión aérea está visto con el precedente  de Irak en mente y el conflicto de carácter sectario que generó. En cambio, la puesta en marcha de una zona desmilitarizada (que sea con el apoyo de tropas de la OTAN, Turquía o de países árabes), crearía  así un refugio seguro para los desertores, que son cada vez más. El CCNS prefiere una protección internacional que incluyese a observadores internacionales,  la entrada en Siria de medios de comunicación extranjeros y de asistencia humanitaria, y sanciones más severas contra figuras clave del régimen. Para el CCNS el mayor temor se esconde en el posible sectarismo que una intervención militar dirigida por Turquía podría desencadenar.

Los actuales acontecimientos sobre el terreno podrían empujar hacia una militarización de la oposición

La fragmentación interna y la represión violenta no han impedido que la oposición desarrollara una visión post-Assad. Las rutas de trabajo,  tanto del CCNS como del CNS, parecen bien definidas a día de hoy, por lo menos, en el plano teórico. El programa político del CCNS aboga por mantener un diálogo con el partido Baaz, reclutar a sus sectores más moderados para que contribuyan a la creación del nuevo sistema político,  evitando así lo ocurrido en Irak, donde la exclusión de toda la estructura del Baaz llevó a una situación de inestabilidad muy fuerte. El CNS, por su parte, se centraría en el modelo de transición que está llevándose a cabo en Túnez y en Egipto, y trataría de forjar una república parlamentaria plural. Junto con el aparato militar se responsabilizarían de la gestión del país hasta celebrar unas elecciones libres bajo supervisión de observadores árabes e internacionales, con el fin de elegir una Asamblea Constituyente encargada de redactar una nueva constitución para el país, que luego sería votada por el pueblo en un referéndum. A los 6 meses se llevarían a cabo unos comicios parlamentarios libres de acuerdo con la nueva Constitución. Las minorías kurdas y asirías gozarían de los mismo derechos que el resto de los ciudadanos dentro del marco de la nueva Constitución.

A pesar de los esfuerzos de la mayoría de la oposición para mantener el carácter pacífico de las revueltas, los actuales acontecimientos sobre el terreno podrían empujar hacia una militarización de la oposición. Cada vez hay más evidencias de que este hecho está produciéndose: el aumento de las deserciones, la creación del Ejercito Libre Sirio (ELS) a finales de julio, la absorción en septiembre del movimiento de oficiales libres y el recién firmado acuerdo entre el ELS y el CNS con el fin de coordinar su lucha contra el régimen de Damasco. Con su centro de operaciones en un campo de refugiados en la frontera con Turquía, según varios informes, su composición rondaría los 15.000 soldados. Dirigido por un Consejo Militar, compuesto por 10 miembros y encabezado por el ex coronel del Ejército Riad al Asaad, el ELS declara no tener ningún tipo de aspiraciones políticas más allá de su voluntad de acabar con el régimen y de proteger la revolución.

Aunque no ha realizado operaciones a gran escala, simplemente tácticas de guerrilla sobre todo dirigidas contra vehículos destinados al transporte de refuerzos del Ejército sirio, su nacimiento marca un antes y un después en el panorama político de la oposición, hasta entonces liderado por los movimientos pacíficos no violentos. Los activistas  explican  que esta militarización de la oposición es una autodefensa por parte de los ciudadanos frente a la represión del Ejército sirio. Según la ONU y Human Rigths Watch, la tasa de victimas  ha superado los 5.000. El ELS reclama a la comunidad internacional la creación de una zona de seguridad en el norte del país, con el fin de facilitar las deserciones en el seno del Ejército sirio, dotando a su vez al grupo de una zona bajo su control donde pudiese reagruparse, reclutar y adiestrar nuevos miembros.

Es necesario plantearse, con el precedente del caso Libio en mente, a dónde podría llevar la creación de esta zona de seguridad. ¿Contribuirá a que la situación derivase en una guerra civil? Lo más probable es que dado la falta de cohesión de la oposición, el carácter cada vez más militarizado de varias de sus ramas y un régimen sin ninguna intención de cesar su represión violenta, la situación empeore antes de que aparezca cualquier mejora. Frente a un acertijo sin respuesta obvia, la comunidad internacional debe respetar la cautela: no apostar a ciegas a por el Consejo Nacional Sirio, sino más bien reconocer que otros grupos de activistas dentro del país son tal vez más representativos  del pueblo. Lo único cierto es que tratar con la oposición es mejor que hacerlo con un líder que, según su entrevista con ABC News, pretende no ejercer control sobre sus fuerzas de seguridad, atribuye muertos a “errores personales” y bandas terroristas,  y sigue rechazando los intentos de mediación. La oposición siria, siempre y cuando sea dotada de legitimidad doméstica, ofrece sin duda mejor homólogo con quien hablar.

 

 

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