La civilización ha acabado con la desnutrición masiva. Pero entonces, ¿por qué están muriéndose de hambre tantos somalíes?

 

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Cuando una persona pasa mucho tiempo sin alimentos, su cuerpo descompone el tejido muscular para mantener en funcionamiento los órganos vitales. La diarrea y las erupciones cutáneas son habituales, igual que las infecciones y los hongos. A medida que el estómago se empequeñece, desaparece la sensación de hambre y se produce un aletargamiento. Cualquier movimiento se vuelve increíblemente doloroso. A menudo, lo que causa la muerte es la deshidratación, porque la sensación de sed y la capacidad de conseguir agua de una persona hambrienta disminuyen de forma radical.

Miles de somalíes han sufrido ya este trágico final, y en los próximos meses es muy probable que mueran decenas de miles más. La hambruna que asola Somalia afecta a 3,7 millones de personas, según el Programa de Alimentos de Naciones Unidas. Edward Carr, miembro de la Agencia de Desarrollo Internacional de EE UU, que trabaja en la acción contra las hambrunas, calcula que, si continúa la tendencia actual, en el sur de Somalia pueden producirse 2.500 muertes diarias al llegar a agosto.

A pesar del horror que representa, el hambre es una de las formas de mortalidad más sencillas de prevenir: sólo hacen falta alimentos. La sequía, las malas carreteras y la pobreza son factores que contribuyen al riesgo de hambruna, pero si se da comida a los hambrientos, la solución está prácticamente garantizada. Eso quiere decir que las muertes por hambre en el mundo moderno son casi siempre resultado de actos deliberados por parte de las autoridades. Por eso la hambruna es un crimen contra la humanidad y los líderes que son cómplices de ella deberían comparecer ante el Tribunal Penal Internacional (TPI).

A lo largo de la historia, las hambrunas no eran, a veces, más que consecuencia de la caída de la producción alimentaria local, unos recursos limitados y unas infraestructuras incapaces de facilitar la llegada de alimentos. Pero, a medida que se han extendido las infraestructuras y los mercados, las malas cosechas locales han pasado a ser un factor más y han dejado de ser la causa principal de la muerte por inanición. Por ejemplo, los economistas Robin Burgess y Dave Donaldson han llegado a la conclusión de que la hambruna (en tiempo de paz) en India terminó cuando el ferrocarril llegó a todos los rincones del subcontinente (en 1919).

Las infraestructuras siguen siendo un obstáculo para solucionar este problema en muchas partes del mundo; los estudios sobre el tema indican que vivir cerca de una carretera principal aumenta de forma significativa las posibilidades de supervivencia. Pero las carreteras y el ferrocarril están mucho más extendidos en todo el planeta que hace 50 años, y existe un sector mundial dedicado a la ayuda contra el hambre que tiene una gran capacidad de suministrar alimentos a los necesitados incluso en los rincones más remotos. La ayuda humanitaria financiada por los grandes donantes pasó de poco más de 1.000 millones en 1990 a 9.000 millones en 2008, un volumen y una capacidad que, incluso con todos los defectos ya conocidos del sector, basta para garantizar la capacidad de impedir la muerte masiva por inanición en aquellos lugares en los que se le permite actuar.

Gracias a la globalización, la expansión de las infraestructuras y la creciente capacidad de organismos como el Programa Mundial de Alimentos, las hambrunas se han vuelto muy infrecuentes en los últimos 30 años. La de Somalia constituye la primera hambruna oficial declarada por la ONU en todo el mundo desde 1984. Como la declaración de hambruna suele ser responsabilidad del gobierno (un requisito que la ONU no ha tenido en cuenta en este caso), el recuento oficial no es nada exhaustivo: en Corea del Norte, en la segunda mitad de los 90, murieron de inanición entre 600.000 y 1 millón de personas, y tanto el Sudán de Omar al Bashir como el Zimbabue de Robert Mugabe  han vivido otros brotes. Ahora bien, en general, el hambre está desapareciendo. Según Bill Easterly, de la Universidad de Nueva York, entre 1990 y 2005, por término medio, menos de tres décimas partes de los habitantes de África sufrieron hambruna.

Entonces, ¿por qué, a pesar de todo, sigue habiendo hambrunas? Como dijo el economista Amartya Sen en un famoso comentario, éstas no suelen producirse en sociedades democráticas o incluso relativamente libres. De hecho, no ocurren en ningún país cuyos dirigentes tengan el más ligero interés por el bienestar de sus ciudadanos. Gracias a que los mercados tienen una presencia cada vez más grande y a que la ayuda internacional ha mejorado, la hambruna ya no está relacionada con una forma de gobernar que es meramente pasiva o débil. Para conseguir que se extienda la muerte por inanición, quien gobierna debe tomar una decisión consciente: debe ejercer su poder para arrebatar los alimentos a los productores que los necesitan o negar ayuda alimentaria a las víctimas.

Pensemos en la Gran Hambruna de 1959 en China. Si queremos darle al presidente Mao el beneficio de la duda, podríamos alegar que el desastre fue resultado de una grave negligencia y una ideología que daba escaso valor a la vida humana, y no de un intento deliberado y directo de asesinar a millones de personas. Pero, en cualquier caso, fue culpa de Mao. Los economistas Xin Meng, Nancy Qian y Pierre Yared han descubierto que, en el año de la hambruna, las regiones chinas con más producción de alimentos per cápita tuvieron índices de mortalidad más elevados, lo cual significa que los planificadores centrales se llevaron demasiada comida de lugares que la necesitaban. Del mismo modo, el hambre que padeció Etiopía en 1984 y que provocó la creación de Live Aid se debió a una sequía, pero se vio exacerbada por las políticas del gobierno de colectivización forzosa, confiscación de cereal e impuestos. Y las provincias de Wollo, Tigray y la hoy independiente Eritrea, en las que se cebó el hambre, eran refugio de movimientos separatistas y fueron víctimas de una política deliberada de utilizar la hambruna como arma.

Somalia está convirtiéndose en otro caso típico de hambruna masiva como consecuencia de un acto de gobierno deliberado. Es cierto que el país tiene un Ejecutivo oficial cuyas competencias no se extienden más que a poca distancia de la capital y que hace mucho tiempo que sufre sequías, pobreza, escaso abastecimiento local de alimentos y unos factores logísticos que complican las importaciones desde otros países, como la destrucción casi total de las infraestructuras del país por veintitantos años de guerra civil. Como consecuencia, los precios locales del cereal, en algunas zonas, son más del doble o el triple de los que había en 2010. Ed Carr, de USAID, advirtió este mes que “no existen puestos de trabajo reales con los que ganar dinero para comprar alimentos importados, y el ganado está muriéndose, lo cual significa que los ganaderos no pueden vender sus reses a cambio de comida”. Pero Carr también apunta otro problema: “No podemos entrar en esas áreas con nuestra ayuda”. Por eso es por lo que, a pesar de que las regiones colindantes de Etiopía y Somalia sufran unas condiciones de sequía similares, “la hambruna se detiene en la frontera somalí”.

La hambruna se concentra en zonas del país controladas por Al Shabab, un grupo afiliado a Al Qaeda

Para ser más específicos, la hambruna se concentra en zonas del país controladas por Al Shabab, un grupo afiliado a Al Qaeda, que se ha estado negando a que llegara ayuda a la zona para combatir la sequía. Por su parte, las ONG tienen unas reservas comprensibles sobre la posibilidad de aventurarse de nuevo a entrar en una región en la que, entre 2008 y 2009, murieron asesinados 42 cooperantes. Quienes tengan buena memoria recordarán que la intervención de Estados Unidos en Somalia durante el mandato del presidente George H. W. Bush, que terminó con la operación Blackhawk Down, comenzó como una misión de ayuda alimentaria. No se sabe cuál será la reacción de un adolescente armado al aparecer un Toyota Land Cruiser con la insignia de la ONU, cuando siempre le han dicho que ese es el vehículo del diablo (como tampoco se sabe cuál sería la reacción de los donantes cuando, seis meses después, algunos de los Land Cruisers donados reaparecieran, cargados con ametralladoras, para disparar contra las tropas de la ONU en Mogadiscio).

Si hoy la hambruna sólo se produce de forma generalizada cuando unas decisiones de gobierno deliberadas crean las condiciones propicias, ¿cómo debe responder la comunidad internacional? En un artículo publicado en 2003 en el American Journal of International Law, el abogado David Marcus sostenía que la hambruna podía constituir un crimen contra la humanidad. Los miembros del Parlamento Europeo han establecido un precedente al reconocer la hambruna de 1932 en Ucrania –provocada cuando el gobierno de Stalin obligó a eliminar cereales y prohibió la circulación de tal manera que se garantizó el hambre en todas partes– como tal. Y casi todas las hambrunas del pasado más reciente encajan muy bien en esa descripción. Eso indica que el TPI podría adoptar la norma de dictar órdenes de detención contra los líderes de regiones o países en los que haya un hambre masiva.

Por supuesto, como, en el mundo moderno, la escasez de alimentos no produce hambruna generalizada más que en los lugares que tienen dirigentes criminales o dementes, los organismos de ayuda que intentan hacer algo se encuentran siempre ante el dilema moral de tener que negociar su acceso con las mismas personas que están contribuyendo a la crisis. Y eso complica la respuesta internacional a los crímenes de hambruna. Véase el caso de Sudán y Bashir: en 2009, el TPI dictó una orden de arresto contra él basada en pruebas de que había cometido crímenes contra la humanidad en Darfur. En aquel momento, algunos comentaristas advirtieron que la orden iba a dificultar las negociaciones con Bashir para que dejara entrar a los organismos de ayuda humanitaria en la región.

Sin embargo, en el caso de Al Shabab, esa inquietud parece menos acuciante. Dado que todo el mundo considera a su grupo una organización terrorista y que sus máximos dirigentes son ya blancos de los ataques no tripulados de Estados Unidos, no parece que la comunidad internacional tenga mucho que perder. Así que este no sería un mal momento para sentar un precedente con una decisión del Consejo de Seguridad de la ONU que remita el caso de Al Shabab al TPI por crímenes contra la humanidad mediante el método del hambre de masas. De esa forma, quedaría claro que la comunidad internacional es muy consciente de que la hambruna no es un acto de la naturaleza sino un caso de asesinato de masas.

 

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