El revuelo causado por un puerto de construcción china en el Mar Arábigo dice más sobre la desesperación de Islamabad que sobre las ambiciones imperiales de Pekín.

 

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Las visitas de estado entre países que mantienen relaciones amigables rara vez producen sorpresas o momentos que se salgan del guión, pero el reciente viaje a China de altos funcionarios paquistaníes se las arregló para hacer precisamente eso.

Tras su regreso a Islamabad, el ministro de Defensa, Ahmed Mukhtar, realizó dos anuncios sorprendentes: primero, que Pekín había accedido a hacerse cargo de la operación del puerto de Gwadar en Baluchistán, y, segundo, que había invitado a los chinos a construir una base naval allí. Los líderes asiáticos, a los que al parecer estas declaraciones les cogieron desprevenidos, rápidamente lo negaron.

No obstante, los aparentemente improvisados comentarios de Mukhtar revivieron el debate sobre las ambiciones de China en el suroeste de Asia. Por ejemplo, la semana pasada, un artículo de opinión del periódico Wall Street Journal titulado provocadoramente “China crea el caos” afirmaba que “China quiere introducirse en el juego de las grandes potencias marítimas operando puertos por todo el Océano Índico”. ¿Es Gwadar un caso aislado o una importante plataforma para la proyección de su influencia en la región?

Durante gran parte de la última década, la llamada teoría del collar de perlas ha ido ganando aceptación, mientras sus defensores sugieren que Pekín está buscando extender su influencia mediante el desarrollo de una ristra de puertos comerciales y puestos de escuchas de inteligencia –perlas– a lo largo del borde del Océano Índico. Parece que el término fue acuñado por primera vez por el contratista de defensa Booz Allen Hamilton en un informe de 2005 llamado Futuros de la energía en Asia y desarrollado con más profundidad por una docena de estrategas de salón desde entonces. Un estudio de 2006 del U.S. Army War College describió esta supuesta estrategia como una “manifestación de la ambición de China para conseguir el estatus de gran potencia y garantizarse un futuro pacífico, próspero y decidido por ella misma” y dieron la bienvenida al desarrollo del puerto de Gwadar -entonces en su primera fase- como un “proyecto que sólo ofrecía aspectos positivos tanto para China como para Pakistán”.

Pero ¿es así?

Es fácil comprender por qué Pekín estaría interesado en construir y operar un puerto en el suroeste de Pakistán. La localización estratégica de Gwadar en el cruce de caminos del comercio global de energía -frente al Estrecho de Hormuz, en la desembocadura del Golfo Pérsico -ofrece al gigante asiático una conveniente terminal de tránsito para las importaciones energéticas desde Oriente Medio. Dado que es muy probable que esta zona siga siendo la mayor fuente de las importaciones de crudo de China, una porción importante de este suministro continuará pasando por el Océano Índico. Los chinos por tanto tienen un evidente interés en asegurar las rutas marítimas vitales. Las instalaciones de un puerto comercial ofrecen un medio relativamente poco controvertido de lograr un importante objetivo de seguridad energética.

Algunos han llevado la visión del collar de perlas un paso más allá, sugiriendo que también entran en juego factores militares. En concreto, algunos observadores han afirmado (hasta el momento sin muchas pruebas) que China está construyendo bases navales en Gwadar, entre otros lugares. Por ejemplo, Robert D. Kaplan escribió en Foreign Affairs en 2009 que: “el Gobierno chino ya ha adoptado una estrategia de collar de perlas para el Océano Índico… Está construyendo una gran base naval y puestos de escucha en Gwadar, Pakistán, … una estación de combustible en la costa sur de Sri Lanka… e instalaciones para containers con amplio acceso naval y comercial en Chittagong, Bangladesh”. (Kaplan parece haber cambiado su afirmación desde entonces).

Todo esto tiene sentido, en teoría. Una base naval en Pakistán sería un activo estratégico para China. Como potencia en ascenso, ser capaz de proyectar poder en Oriente Medio y en parte de África -regiones de las que depende fuertemente en cuanto a recursos naturales- es indudablemente atractivo. Una base naval también acrecentaría la influencia de Pekín en Asia Central, otra área de creciente importancia para él. Además, dado que las relaciones entre Washington e Islamabad atraviesan un momento de tensión, y con la previsión de la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán en 2014, algunos, como Nayan Chanda en un reciente artículo del periódico Times of India, afirman que el gigante asiático intentará aprovechar la oportunidad de llenar un vacío de poder.

Pero la verdad es que Pekín está andando con pies de plomo, y con razón. Una combinación de factores económicos, políticos y de seguridad de peso garantizan que un puerto comercial en pleno funcionamiento —y ya no digamos una base militar operativa— siga siendo una posibilidad distante.

Con mucho, el elemento disuasorio más evidente para su desarrollo es la inestabilidad endémica de la provincia de Baluchistán. A pesar de ser la mayor (y se puede afirmar que la más rica en minerales) de las cuatro provincias de Pakistán, esta región ha sufrido décadas de olvido y abandono por parte del Gobierno central. Crónicamente subdesarrollada y acosada por una insurgencia de poco poder liderada por nacionalistas baluchis, la situación sobre el terreno ha empeorado considerablemente en los últimos años. Los habitantes de la zona se quejan amargamente de la descarada explotación de los recursos naturales de su provincia por parte de Islamabad y su aparente falta de consideración hacia los intereses locales.

Aunque gran parte de esta oposición va dirigida a la industria energética, Gwadar se ha convertido también en un centro de concentración de protestas. Las esperanzas de que la construcción del puerto generara oportunidades de desarrollo y empleo para los habitantes locales se han visto frustradas. En su lugar, la mayoría de los trabajos que se han creado fueron ofrecidos a miembros de otros grupos étnicos. Además, durante la fase de construcción del puerto, miembros de las burocracias civiles y militares de Pakistán se apropiaron de grandes extensiones de los mejores terrenos de la costa de los alrededores de Gwadar, según un informe de la organización International Crisis Group.

La irritación generalizada se ha transformado con regularidad en violencia. En 2004, por ejemplo, tres ingenieros chinos fueron asesinados en Gwadar, y en 2007, un autobús que transportaba a más ingenieros sufrió un atentado con bomba en la ciudad sureña de Hub. La situación de la seguridad en Baluchistán, ya de por sí tensa, se ha deteriorado en los últimos años a medida que la insurgencia se extendía a áreas no tribales como el cinturón de Makrán, en el sur, donde se sitúa Gwadar. Como consecuencia, todos los visitantes extranjeros requieren permiso de Islamabad para visitar la región. Esto es a menudo complicado, aunque no imposible.

La falta de infraestructuras modernas en Baluchistán plantea otro obstáculo. Al margen de lo sofisticado o eficiente que su nuevo puerto pudiera llegar a ser un día, su utilidad para Pekín dependerá en última instancia de lo fluido que pueda ser el transporte de  productos en los aproximadamente 2.000 kilómetros de distancia que lo separan de la frontera china. La ausencia de conexiones por carretera entre Gwadar y el resto de Baluchistán ya ha obstaculizado anteriormente la actividad comercial. Informaciones de un medio local señalaron en enero de 2010 que el Gobierno central se ha visto obligado a subvencionar el alto coste de transportar artículos desde el puerto a otras partes del país. Para una economía que depende de fondos externos, este estado de cosas no promete nada bueno para el futuro de Gwadar.

Incluso si China toma directamente cartas en el asunto financiando la construcción de una carretera desde Gwadar a la capital provincial de Quetta, como observaba un artículo de Forbes el año pasado, la seguridad seguirá siendo un desafío clave.

No resulta sorprendente, por tanto, que la actividad comercial en Gwadar y sus alrededores haya sido floja. La ambiciosa visión articulada por el ex presidente Pervez Musharraf -convertir el puerto en un centro neurálgico del comercio al estilo de Dubai o Singapur- parece haberse quedado en nada. Gwadar está abierto al comercio, pero solo hasta cierto punto.

Aunque pasó a ser operativo poco después de que los chinos completaran la primera fase de su desarrollo en 2007, el puerto no recibió a su primer carguero comercial hasta casi dos años después, en julio de 2009. Desde entonces no ha tenido mucho uso. Un periódico local señaló el año pasado que parte del equipamiento del puerto ha comenzado a oxidarse. Una prevista segunda fase de desarrollo (de nuevo dirigida por los chinos) está todavía pendiente de comenzar, lo que sugiere que Pekín podría tener otras prioridades.

El indefinido coste de establecer una base naval en una parte inestable de un país volátil es un factor obviamente disuasorio

En realidad, es muy probable que tanto las consideraciones económicas como las diplomáticas disuadan a China de involucrarse aún más en Gwadar. Estos mismos factores hacen doblemente improbable que Pekín intentara tener allí una presencia militar.

El indefinido, pero presumiblemente sustancial, coste de establecer una base naval en una parte inestable de un país volátil es un factor obviamente disuasorio. Ese compromiso económico estaría necesitado de uno político sin plazo fijo, uno que los tradicionalmente prudentes estrategas de China no asumirían a la ligera.

Como motivo de su cautela está el recelo de Pekín a añadir nuevas razones de tensión a las relaciones chino estadounidenses. El Pentágono, ya desconcertado por los crecientes gastos militares del gigante asiático y su emergente dominio naval del Mar de la China Meridional, no se quedaría mirando benévolamente si la Marina del Ejército Popular de Liberación echara el ancla en Gwadar.

¿Podría algún día China perseguir una presencia naval en Gwadar para proteger sus vitales canales de suministro de energía y posiblemente desafiar la dominación naval india? Es quizá con esta eventualidad en mente con la que Pekín construyó para empezar el puerto. Todas las indicaciones, no obstante, señalan que el Estrecho de Taiwán y el Mar de la China Meridional seguirán siendo los puntos centrales de la estrategia marítima china en un futuro cercano.

Por ahora las atrevidas afirmaciones de Pakistán sobre el compromiso de China de desarrollar Gwadar, tienen menos que ver con las ambiciones en política exterior de Pekín y más con el deseo de Islamabad de mostrar a Washington que tiene otros amigos poderosos. Tras la humillación y los sentimientos heridos que provocó la acción unilateral de Estados Unidos contra Osama bin Laden en territorio pakistaní a comienzos de mayo, el torpe esfuerzo de Pakistán para jugar la carta de China fue una descarada maniobra para salvar la cara -como dejó claro el inmediato desaire del gigante asiático-.

En público, los funcionarios chinos expresaron su simpatía y solidaridad hacia su aliado del sur de Asia, pero The Economist ha informado que, en privado, apremiaron al Gobierno paquistaní para que cooperara con EE UU. En un momento en que Pekín anda en liza con Washington a propósito de numerosos temas —desde las cuestiones relacionadas con el tipo de cambio a la libertad de navegación en el Mar de la China Meridional— no tiene interés en añadir otro punto de fricción.

Pakistán sigue siendo un aliado muy importante, pero China se juega demasiado para ser arrastrada inconscientemente al culebrón que Islamabad protagoniza con Washington.

 

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