La guerra contra el terrorismo es un regalo
para el líder de Al Qaeda
.

¿La victoria del terror?
¿La victoria del terror?

El 23 de febrero de 1998, Osama Bin Laden y otros líderes islamistas
radicales creaban el Frente Islámico Mundial para la Yihad contra los
Judíos y los Cruzados. Según ellos, Estados Unidos y sus aliados
habían declarado la guerra contra los musulmanes. Alegaban motivos como
la presencia militar estadounidense en las tierras santas del islam para apoderarse
de sus riquezas y humillar a sus habitantes, el sufrimiento causado al pueblo
iraquí a raíz de la guerra del Golfo
y el posterior embargo y el apoyo de Washington a Israel, con el fin de debilitar
a los Estados árabes y sembrar la desunión entre ellos. Por esto,
Bin Laden dictaminaba que “matar a los estadounidenses y a sus aliados,
civiles y militares, es una obligación individual de todo musulmán
que lo pueda hacer en todo país en que le sea posible, hasta que se
liberen la mezquita de Al-Aqsa y la mezquita de La Meca de su garra, y hasta
que sus ejércitos salgan de toda la tierra del islam”.

Siete años más tarde, el balance de lo ocurrido no parece ir
en contra de los intereses de Bin Laden y sus seguidores. Más bien todo
lo contrario: han demostrado su capacidad de materializar sus amenazas contra
Estados Unidos y sus aliados; han conseguido alterar la vida diaria de las
sociedades abiertas y recortar algunas libertades de sus ciudadanos, y han
contribuido a generar inseguridad en distintas partes del planeta. Tras el
11-S, las tropas estadounidenses abandonaron Arabia Saudí, país
cuya estabilidad interna se ha degradado debido a la amenaza yihadista (causante,
en parte, de que el precio del petróleo se haya triplicado desde finales
de 2001). Pero lo que resulta más alarmante a largo plazo –y,
por consiguiente, es el mayor éxito de Bin Laden– es que ha pasado
de dirigir una organización con una capacidad operativa limitada a convertirse
en inspiración para numerosos grupos autónomos, presentes en
decenas de países. No es de extrañar que exista la sensación
de que el mundo es hoy menos seguro que hace unos años.

La guerra de Afganistán causó daño a Al Qaeda como organización
(aunque muchos de sus miembros tuvieron tiempo suficiente para huir). Sin embargo,
la invasión y ocupación de Irak han fortalecido a Al Qaeda como
ideología. Durante años, los dirigentes yihadistas han elaborado
un discurso sofisticado, en la línea de las tesis de Huntington sobre
el inminente choque de civilizaciones, para alertar a los musulmanes sobre “la
nueva cruzada, liderada por Estados Unidos, contra la nación musulmana”.
En este contexto, las políticas estadounidenses hacia Irak, diseñadas
por los neoconservadores, se han utilizado para confirmar las advertencias
de Bin Laden, al tiempo que queda patente la distancia entre los objetivos
declarados de democratizar ese país y la realidad de la catástrofe
cotidiana en que está sumido. Al declarar una guerra
contra el terrorismo,
George Bush confirió una legitimidad al movimiento yihadista internacional,
que ha visto crecer su número de simpatizantes y afiliados, incluso
en la modalidad suicida.

Bin Laden se ha convertido en pocos años en el consejero
delegado
de
la mayor franquicia mundial del terror. El personaje es percibido con frecuencia
como uno de los más influyentes en la política internacional.
Mientras tanto, él y sus más próximos colaboradores siguen
en libertad y bien informados de la actualidad, a juzgar por sus periódicas
apariciones. Su manejo de las nuevas tecnologías de la información
les permite gestionar campañas propagandísticas y diseminar mensajes
con gran eficacia, mientras que su conocimiento de cómo funcionan los
medios de comunicación les sirve para amplificar los efectos de sus
acciones y amenazas. Los elevados costes económicos de la guerra
contra el terrorismo
y de los ataques perpetrados por islamistas radicales son empleados
por Bin Laden como prueba del éxito de su empresa. De ahí la
insistencia en aprovechar las vulnerabilidades económicas del sistema
internacional para atacar a los intereses de Estados Unidos y sus aliados.

Cuando Bin Laden pregunta desafiante a los estadounidenses “¿acaso
vuestra sangre vale más que la nuestra?”, genera una simpatía
hacia él entre muchos árabes y musulmanes. A esto se suman su
carisma y la imagen que se ha creado de líder humilde y austero. Ésta
no es precisamente la idea que dichos ciudadanos tienen de sus líderes
políticos. Esa visión positiva se extiende incluso entre sectores
que no tolerarían vivir bajo un sistema puritano como el que desearía
instaurar Bin Laden, y no está reñida necesariamente con el rechazo
hacia el asesinato indiscriminado de civiles en acciones terroristas. Este
fenómeno es muy preocupante, pero también contiene la esperanza
de que el apoyo al líder de Al Qaeda termine cuando desaparezcan las
causas que alimentan el profundo descontento que existe hacia Estados Unidos
y su política exterior, y al final sólo quede el rechazo hacia
los crímenes yihadistas.

El éxito final de Bin Laden sería polarizar a las sociedades
occidentales y musulmanas. Las acciones terroristas cometidas por Al Qaeda
y sus grupos afines han contribuido a que en distintas partes del mundo se
identifique al islam y a quienes lo profesan con el extremismo asesino de unos
pocos. Eso es lo que busca Bin Laden: tratar de erigirse en el representante
y portavoz de todos los seguidores de Mahoma del mundo. En Estados Unidos ya
se han oído voces exaltadas que piden el bombardeo de los lugares santos
del islam si Al Qaeda vuelve a atentar en territorio estadounidense. El terrorista
saudí no podría recibir mejor regalo que ver radicalizados a
millones de musulmanes de todo el mundo. Algo así podría hacer
saltar la chispa que inicie la insurgencia mundial que persiguen los yihadistas.
Bin Laden ha hecho grandes avances en sus proyectos, pero las sociedades democráticas
tienen la capacidad de acabar con ellos, siempre que sean conscientes de la
vulnerabilidad que suponen las incoherencias en la aplicación de sus
propios valores y principios, dentro y fuera de casa.

La guerra contra el terrorismo es un regalo
para el líder de Al Qaeda
. Haizam
Amirah Fernández

¿La victoria del terror?
¿La victoria del terror?

El 23 de febrero de 1998, Osama Bin Laden y otros líderes islamistas
radicales creaban el Frente Islámico Mundial para la Yihad contra los
Judíos y los Cruzados. Según ellos, Estados Unidos y sus aliados
habían declarado la guerra contra los musulmanes. Alegaban motivos como
la presencia militar estadounidense en las tierras santas del islam para apoderarse
de sus riquezas y humillar a sus habitantes, el sufrimiento causado al pueblo
iraquí a raíz de la guerra del Golfo
y el posterior embargo y el apoyo de Washington a Israel, con el fin de debilitar
a los Estados árabes y sembrar la desunión entre ellos. Por esto,
Bin Laden dictaminaba que “matar a los estadounidenses y a sus aliados,
civiles y militares, es una obligación individual de todo musulmán
que lo pueda hacer en todo país en que le sea posible, hasta que se
liberen la mezquita de Al-Aqsa y la mezquita de La Meca de su garra, y hasta
que sus ejércitos salgan de toda la tierra del islam”.

Siete años más tarde, el balance de lo ocurrido no parece ir
en contra de los intereses de Bin Laden y sus seguidores. Más bien todo
lo contrario: han demostrado su capacidad de materializar sus amenazas contra
Estados Unidos y sus aliados; han conseguido alterar la vida diaria de las
sociedades abiertas y recortar algunas libertades de sus ciudadanos, y han
contribuido a generar inseguridad en distintas partes del planeta. Tras el
11-S, las tropas estadounidenses abandonaron Arabia Saudí, país
cuya estabilidad interna se ha degradado debido a la amenaza yihadista (causante,
en parte, de que el precio del petróleo se haya triplicado desde finales
de 2001). Pero lo que resulta más alarmante a largo plazo –y,
por consiguiente, es el mayor éxito de Bin Laden– es que ha pasado
de dirigir una organización con una capacidad operativa limitada a convertirse
en inspiración para numerosos grupos autónomos, presentes en
decenas de países. No es de extrañar que exista la sensación
de que el mundo es hoy menos seguro que hace unos años.

La guerra de Afganistán causó daño a Al Qaeda como organización
(aunque muchos de sus miembros tuvieron tiempo suficiente para huir). Sin embargo,
la invasión y ocupación de Irak han fortalecido a Al Qaeda como
ideología. Durante años, los dirigentes yihadistas han elaborado
un discurso sofisticado, en la línea de las tesis de Huntington sobre
el inminente choque de civilizaciones, para alertar a los musulmanes sobre “la
nueva cruzada, liderada por Estados Unidos, contra la nación musulmana”.
En este contexto, las políticas estadounidenses hacia Irak, diseñadas
por los neoconservadores, se han utilizado para confirmar las advertencias
de Bin Laden, al tiempo que queda patente la distancia entre los objetivos
declarados de democratizar ese país y la realidad de la catástrofe
cotidiana en que está sumido. Al declarar una guerra
contra el terrorismo,
George Bush confirió una legitimidad al movimiento yihadista internacional,
que ha visto crecer su número de simpatizantes y afiliados, incluso
en la modalidad suicida.

Bin Laden se ha convertido en pocos años en el consejero
delegado
de
la mayor franquicia mundial del terror. El personaje es percibido con frecuencia
como uno de los más influyentes en la política internacional.
Mientras tanto, él y sus más próximos colaboradores siguen
en libertad y bien informados de la actualidad, a juzgar por sus periódicas
apariciones. Su manejo de las nuevas tecnologías de la información
les permite gestionar campañas propagandísticas y diseminar mensajes
con gran eficacia, mientras que su conocimiento de cómo funcionan los
medios de comunicación les sirve para amplificar los efectos de sus
acciones y amenazas. Los elevados costes económicos de la guerra
contra el terrorismo
y de los ataques perpetrados por islamistas radicales son empleados
por Bin Laden como prueba del éxito de su empresa. De ahí la
insistencia en aprovechar las vulnerabilidades económicas del sistema
internacional para atacar a los intereses de Estados Unidos y sus aliados.

Cuando Bin Laden pregunta desafiante a los estadounidenses “¿acaso
vuestra sangre vale más que la nuestra?”, genera una simpatía
hacia él entre muchos árabes y musulmanes. A esto se suman su
carisma y la imagen que se ha creado de líder humilde y austero. Ésta
no es precisamente la idea que dichos ciudadanos tienen de sus líderes
políticos. Esa visión positiva se extiende incluso entre sectores
que no tolerarían vivir bajo un sistema puritano como el que desearía
instaurar Bin Laden, y no está reñida necesariamente con el rechazo
hacia el asesinato indiscriminado de civiles en acciones terroristas. Este
fenómeno es muy preocupante, pero también contiene la esperanza
de que el apoyo al líder de Al Qaeda termine cuando desaparezcan las
causas que alimentan el profundo descontento que existe hacia Estados Unidos
y su política exterior, y al final sólo quede el rechazo hacia
los crímenes yihadistas.

El éxito final de Bin Laden sería polarizar a las sociedades
occidentales y musulmanas. Las acciones terroristas cometidas por Al Qaeda
y sus grupos afines han contribuido a que en distintas partes del mundo se
identifique al islam y a quienes lo profesan con el extremismo asesino de unos
pocos. Eso es lo que busca Bin Laden: tratar de erigirse en el representante
y portavoz de todos los seguidores de Mahoma del mundo. En Estados Unidos ya
se han oído voces exaltadas que piden el bombardeo de los lugares santos
del islam si Al Qaeda vuelve a atentar en territorio estadounidense. El terrorista
saudí no podría recibir mejor regalo que ver radicalizados a
millones de musulmanes de todo el mundo. Algo así podría hacer
saltar la chispa que inicie la insurgencia mundial que persiguen los yihadistas.
Bin Laden ha hecho grandes avances en sus proyectos, pero las sociedades democráticas
tienen la capacidad de acabar con ellos, siempre que sean conscientes de la
vulnerabilidad que suponen las incoherencias en la aplicación de sus
propios valores y principios, dentro y fuera de casa.

Haizam Amirah Fernández es
investigador principal del área del mundo árabe en el Real Instituto
Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos.