Una tierra de extraordinaria belleza, una pobreza terrible y unos líderes codiciosos, Tayikistán puede muy bien convertirse en un territorio perfecto para las guerrillas -procedentes de Asia Central y otros grupos musulmanes de Estados de la antigua Unión Soviética- que llevan años luchando junto a los talibanes y ahora quizá estén pensando en volver a su país para ajustar las cuentas a los brutales y corruptos dirigentes de la región.

Gobernado desde 1992 por Emomali Rahmon, un autócrata postsoviético, Tayikistán sufre una corrupción desde arriba que ha vaciado el país. Un cable diplomático estadounidense filtrado por WikiLeaks dice que “desde el presidente hasta el policía que patrulla la calle, la administración se caracteriza por el amiguismo y la corrupción. Rahmon y su familia controlan las grandes empresas del país, incluido el mayor banco, y emplean todos sus recursos para proteger sus propios intereses, sin importarles el coste para la economía en general”.

No es extraño que, en un ambiente así, casi todos los servicios públicos -incluido el sistema de salud- estén prácticamente destruidos. La economía sobrevive gracias a las remesas de los trabajadores emigrados a Rusia, y casi la mitad de la población vive por debajo del umbral de pobreza. Es un peligroso caldo de cultivo para la inestabilidad.

En los últimos meses, el Gobierno tayiko ha intentado reprimir a los grupos rebeldes islamistas que cruzan la frontera desde el norte de Afganistán, pero con poco éxito. En Washington preocupa cada vez más la posibilidad de que este país se convierta en el nuevo teatro de operaciones de los militantes islámicos y en una ruta conveniente para la penetración de insurgentes de otras zonas volátiles o vulnerables de Asia Central, empezando por su débil vecino, Kirguizistán.

En el año que comienza, es fácil prever que Tayikistán sufrirá un deterioro gradual que lo convertirá en un Estado fallido, a medida que el Gobierno ceda discretamente el control de zonas enteras del país a los insurgentes. Pero hay que tener en cuenta que, aunque desaparecieran los militantes afganos, las perspectivas democráticas de Tayikistán serían pesimistas. Como dice el cable estadounidense, “el gobierno no está dispuesto a reformar su proceso político”.