The Flight of the Creative Class
(La fuga de la clase creativa)

Richard Florida, 325 págs.,
Harper Business, Nueva York,
EE UU, 2005 (en inglés)

EE UU pierde su tesoro: el talento prefiere Nueva Zelanda.

EE UU pierde su tesoro: el
talento prefiere Nueva Zelanda.


¿Qué tiene Wellington, una ciudad de 400.000 habitantes en Nueva Zelanda,
que no tenga Hollywood? ¿Qué motivó al director de la
trilogía de El señor de los anillos, Peter Jackson, a escoger
su ciudad natal frente a la gran Meca del cine para la producción de
sus películas? Según Richard Florida, profesor de Políticas
Públicas en la Universidad estadounidense George Mason e investigador
de la Brookings Institution, ejemplos como éste muestran que Estados
Unidos podría estar perdiendo su ventaja competitiva a la hora de atraer
y retener talento, creatividad e innovación frente a otros países.

El autor nos recuerda que algunas de las historias de éxito más
importantes en la economía de la superpotencia han sido lideradas por
talentos importados, como Andrew Carnegie en la industria del acero, George
Soros o Sergey Brin, el cofundador de Google. Ahora se está produciendo
el proceso inverso, como refleja el caso del cineasta neozelandés o
el del investigador Roger Pedersen, especialista en células madre que
cambió la Universidad de California por la de Cambridge, en el Reino
Unido. A estos casos se les unirían los de numerosos ingenieros, artistas
y otros creativos que se han planteado buscar oportunidades y un plan de vida
más atractivo en Europa, Canadá, Australia o Nueva Zelanda.

El investigador presenta sus reflexiones acerca de cómo afrontar los
retos planteados por un nuevo modelo económico y social condicionado
por la movilidad global de su principal activo: el talento humano. Es la continuación
natural de su anterior libro, The Rise of the Creative
Class (El ascenso de la clase creativa)
, en el que analizaba el papel clave de ese grupo social
en el crecimiento económico de diferentes ciudades y regiones de EE
UU. Se trata de los trabajadores que emplean la creatividad, en sentido amplio,
en su profesión: arquitectos, investigadores, escritores, abogados y
empresarios, entre otros, que representan algo más del 30% de la población
activa (38 millones de personas) de su país.

Pese al evidente enfoque estadounidense, la obra aporta una visión novedosa
sobre la globalización del mercado laboral, normalmente centrado en
la externalización y el traslado de plantas de producción a Estados
más pobres. No es, por supuesto, el único autor que ha analizado
en EE UU este aspecto. El periodista de The New York Times Thomas Friedman
ha tratado en numerosas ocasiones la fuerte competencia que los países
en desarrollo, especialmente China e India, plantean en los sectores tecnológicos,
los servicios y la investigación.

Para un lector español, las reflexiones, ideas y propuestas del libro
resultarán interesantes por sus implicaciones locales, como la importancia
de impulsar la investigación, el desarrollo y la educación, y
afrontar las desigualdades que se originan.

El autor confecciona un ranking de países según su Índice
Global de Creatividad, que examina las tres T que señala como indicadores
del crecimiento económico: talento (porcentaje de la población
activa en ocupaciones creativas, con estudios universitarios o dedicada a labores
de investigación), tecnología (gasto en I+D sobre el PIB y número
de patentes por millón de habitantes) y tolerancia (actitudes ante la
religión, los derechos de la mujer o la familia). Los Estados nórdicos,
junto con Japón, EE UU, Suiza, Países Bajos y Alemania, ocupan
los primeros puestos, en línea con el Índice Anual de Globalización
de AT Kearney/FP o el de Desarrollo Humano de la ONU.

Florida ha mencionado, recientemente, a España como uno de los nuevos
competidores en la atracción de talento y creatividad. Los datos, que
abarcan hasta 2001 o 2002, muestran que la clase creativa estaría compuesta
por algo más de tres millones de trabajadores, cifra que se incrementó a
un ritmo medio anual de casi el 1% entre 1995 y 2002, y que representaría
algo menos del 20% de la población activa. Su puntuación lleva
a España al puesto 23 del ranking, sobre un total de 45 países.
La mejor nota la obtiene en talento (plaza 19), frente a la posición
24 en tecnología y tolerancia.

El autor plantea el “cierre” que EE UU parece estar experimentando
y presenta datos sobre el descenso en el número de visados solicitados
y concedidos a estudiantes, profesionales cualificados e investigadores entre
2001 y 2003. Las medidas adoptadas por la Administración Bush tras el
11-S en materia de inmigración son objeto de crítica por el autor,
sin atender quizás suficiente al hecho de que el control de la inmigración
y de las fronteras fueron identificadas por el Informe
de la Comisión
del Congreso sobre los atentados del 11-S
como acciones necesarias de lucha
contra el terrorismo.

En cualquier caso, tal y como el libro apunta, la batalla por el talento es
especialmente intensa en el ámbito local, ya que es en las ciudades
donde se reúnen los genios en busca de oportunidades, y se concentra
el conocimiento y la creatividad fundamentales para el desarrollo económico.
Entre las alrededor de cincuenta ciudades que Florida considera claves –y
que incluyen Madrid y Barcelona– se encuentran, por un lado, las grandes
cities como Londres, Nueva York, Sydney, Toronto o Amsterdam, que, por su nivel
de inmigración y diversidad, atraen personas de todo el planeta. Quizás
más interesante, por ser menos obvio, sería el grupo que Florida
denomina “Austins globales” y cuyo desarrollo ha seguido un patrón
similar al de la ciudad texana: especialización en áreas tecnológicas
conseguida atrayendo a empresas y talento de otras regiones. Han desarrollado
sus infraestructuras culturales y artísticas y se están convirtiendo
en ciudades abiertas y diversas de dimensión global. Dublín sería
el ejemplo más claro de una urbe que ha pasado de ser exportadora a
importadora de talento para su industria de software.

En definitiva, el libro aporta un interesante y original punto de vista sobre
las complejas causas y efectos del crecimiento en un mundo plenamente interconectado.
También recuerda la necesidad de afrontar el reto de la globalización
con el nivel de detalle y la altitud de miras que se merece. Aprovechando una
expresión que se hizo desgraciadamente famosa en la pasada campaña
del referéndum sobre la Constitución Europea en Francia, este
libro ayuda a comprender que, quizás, la verdadera preocupación
no debería ser tanto el fontanero polaco como el ingeniero polaco.

La clase creativa se fuga
de Estados Unidos.
Roger Cabrera


The Flight of the Creative Class
(La fuga de la clase creativa)

Richard Florida, 325 págs.,
Harper Business, Nueva York,
EE UU, 2005 (en inglés)

EE UU pierde su tesoro: el talento prefiere Nueva Zelanda.

EE UU pierde su tesoro: el
talento prefiere Nueva Zelanda.

¿Qué tiene Wellington, una ciudad de 400.000 habitantes en Nueva Zelanda,
que no tenga Hollywood? ¿Qué motivó al director de la
trilogía de El señor de los anillos, Peter Jackson, a escoger
su ciudad natal frente a la gran Meca del cine para la producción de
sus películas? Según Richard Florida, profesor de Políticas
Públicas en la Universidad estadounidense George Mason e investigador
de la Brookings Institution, ejemplos como éste muestran que Estados
Unidos podría estar perdiendo su ventaja competitiva a la hora de atraer
y retener talento, creatividad e innovación frente a otros países.

El autor nos recuerda que algunas de las historias de éxito más
importantes en la economía de la superpotencia han sido lideradas por
talentos importados, como Andrew Carnegie en la industria del acero, George
Soros o Sergey Brin, el cofundador de Google. Ahora se está produciendo
el proceso inverso, como refleja el caso del cineasta neozelandés o
el del investigador Roger Pedersen, especialista en células madre que
cambió la Universidad de California por la de Cambridge, en el Reino
Unido. A estos casos se les unirían los de numerosos ingenieros, artistas
y otros creativos que se han planteado buscar oportunidades y un plan de vida
más atractivo en Europa, Canadá, Australia o Nueva Zelanda.

El investigador presenta sus reflexiones acerca de cómo afrontar los
retos planteados por un nuevo modelo económico y social condicionado
por la movilidad global de su principal activo: el talento humano. Es la continuación
natural de su anterior libro, The Rise of the Creative
Class (El ascenso de la clase creativa)
, en el que analizaba el papel clave de ese grupo social
en el crecimiento económico de diferentes ciudades y regiones de EE
UU. Se trata de los trabajadores que emplean la creatividad, en sentido amplio,
en su profesión: arquitectos, investigadores, escritores, abogados y
empresarios, entre otros, que representan algo más del 30% de la población
activa (38 millones de personas) de su país.

Pese al evidente enfoque estadounidense, la obra aporta una visión novedosa
sobre la globalización del mercado laboral, normalmente centrado en
la externalización y el traslado de plantas de producción a Estados
más pobres. No es, por supuesto, el único autor que ha analizado
en EE UU este aspecto. El periodista de The New York Times Thomas Friedman
ha tratado en numerosas ocasiones la fuerte competencia que los países
en desarrollo, especialmente China e India, plantean en los sectores tecnológicos,
los servicios y la investigación.

Para un lector español, las reflexiones, ideas y propuestas del libro
resultarán interesantes por sus implicaciones locales, como la importancia
de impulsar la investigación, el desarrollo y la educación, y
afrontar las desigualdades que se originan.

El autor confecciona un ranking de países según su Índice
Global de Creatividad, que examina las tres T que señala como indicadores
del crecimiento económico: talento (porcentaje de la población
activa en ocupaciones creativas, con estudios universitarios o dedicada a labores
de investigación), tecnología (gasto en I+D sobre el PIB y número
de patentes por millón de habitantes) y tolerancia (actitudes ante la
religión, los derechos de la mujer o la familia). Los Estados nórdicos,
junto con Japón, EE UU, Suiza, Países Bajos y Alemania, ocupan
los primeros puestos, en línea con el Índice Anual de Globalización
de AT Kearney/FP o el de Desarrollo Humano de la ONU.

Florida ha mencionado, recientemente, a España como uno de los nuevos
competidores en la atracción de talento y creatividad. Los datos, que
abarcan hasta 2001 o 2002, muestran que la clase creativa estaría compuesta
por algo más de tres millones de trabajadores, cifra que se incrementó a
un ritmo medio anual de casi el 1% entre 1995 y 2002, y que representaría
algo menos del 20% de la población activa. Su puntuación lleva
a España al puesto 23 del ranking, sobre un total de 45 países.
La mejor nota la obtiene en talento (plaza 19), frente a la posición
24 en tecnología y tolerancia.

El autor plantea el “cierre” que EE UU parece estar experimentando
y presenta datos sobre el descenso en el número de visados solicitados
y concedidos a estudiantes, profesionales cualificados e investigadores entre
2001 y 2003. Las medidas adoptadas por la Administración Bush tras el
11-S en materia de inmigración son objeto de crítica por el autor,
sin atender quizás suficiente al hecho de que el control de la inmigración
y de las fronteras fueron identificadas por el Informe
de la Comisión
del Congreso sobre los atentados del 11-S
como acciones necesarias de lucha
contra el terrorismo.

En cualquier caso, tal y como el libro apunta, la batalla por el talento es
especialmente intensa en el ámbito local, ya que es en las ciudades
donde se reúnen los genios en busca de oportunidades, y se concentra
el conocimiento y la creatividad fundamentales para el desarrollo económico.
Entre las alrededor de cincuenta ciudades que Florida considera claves –y
que incluyen Madrid y Barcelona– se encuentran, por un lado, las grandes
cities como Londres, Nueva York, Sydney, Toronto o Amsterdam, que, por su nivel
de inmigración y diversidad, atraen personas de todo el planeta. Quizás
más interesante, por ser menos obvio, sería el grupo que Florida
denomina “Austins globales” y cuyo desarrollo ha seguido un patrón
similar al de la ciudad texana: especialización en áreas tecnológicas
conseguida atrayendo a empresas y talento de otras regiones. Han desarrollado
sus infraestructuras culturales y artísticas y se están convirtiendo
en ciudades abiertas y diversas de dimensión global. Dublín sería
el ejemplo más claro de una urbe que ha pasado de ser exportadora a
importadora de talento para su industria de software.

En definitiva, el libro aporta un interesante y original punto de vista sobre
las complejas causas y efectos del crecimiento en un mundo plenamente interconectado.
También recuerda la necesidad de afrontar el reto de la globalización
con el nivel de detalle y la altitud de miras que se merece. Aprovechando una
expresión que se hizo desgraciadamente famosa en la pasada campaña
del referéndum sobre la Constitución Europea en Francia, este
libro ayuda a comprender que, quizás, la verdadera preocupación
no debería ser tanto el fontanero polaco como el ingeniero polaco.

Roger Cabrera es licenciado en Derecho
y MBA Internacional por el Instituto de Empresa de Madrid (España).