Las razones de la reconciliación estratégica entre este movimiento islamista y el  Estado de Marruecos.

 

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Desde que los rojos comunistas dejaron de representar una amenaza y, en su lugar, la nueva cabeza de turco llevaba el cartel de “islamismo”, los integrantes de la corriente salafista marroquí se han sentido discriminados, apartados, negados por la sociedad y el Estado y ferozmente perseguidos por el sistema. Declarase públicamente devoto de la salaf conllevaba el control y el seguimiento de las autoridades y cualquier manifestación que se saliera de los márgenes del discurso oficial –un claro reconocimiento del Rey alauí como comendador de los creyentes– significaba purgar cárcel. Sin embargo, el fenómeno de la primavera árabe transformó de un plumazo el campo político tunecino y egipcio con unos efectos irremediables sobre la sociedad marroquí. Los hombres, a los que despectivamente se les denomina barbudos y representaban un peligro para la sociedad por preconizar –a veces utilizando métodos violentos– ideas de recuperación de la identidad árabe-musulmana; la islamización de la sociedad o el retorno a los tiempos del califato no sólo aparecen en la actual escena política, sino que además ostentan poder y empiezan a escribir los designios de sus sociedades.

Precisamente, la liberalización del campo político en Túnez y Egipto ha repercutido en Marruecos donde la revuelta del 20-F abrió la espita a un hecho inédito: la apertura del diálogo con el ala moderada del salafismo marroquí y una llamada hacia la reconciliación entre este sector, aún minoritario de la sociedad, y el Estado. No cabe duda de que sobre el tapete se asientan las primeras negociaciones entre el majzén (grupo de consejeros del monarca) y los salafistas reconvertidos, es decir, aquellos que se disponen a intervenir en el proceso democrático de Marruecos aceptando una primera premisa: que el Rey es el comendador de los creyentes y su figura encarna el islam suní.  Los aires revolucionarios de 2011 han provocado, además, que la sociedad comience a integrar el lenguaje salafista no violento y lo naturalice. Dicho esto, ¿se reforma el salafismo en Marruecos o el sistema cambia en aras de normalizar el salafismo? Existen elementos de los dos planteamientos.

Históricos salafistas como Mohamed Fizazi, un piadoso hombre condenado a años de cárcel por hacer apología a favor del terrorismo, tras salir de la cárcel por una medida de gracia real, asegura haberse “reformado” y aceptado las reglas del juego democrático de las que había renegado, porque las únicas leyes aceptadas por islamistas de esta naturaleza provenían sólo y exclusivamente de Dios. Su prioridad es continuar con la predicación a favor de la islamización de la sociedad “pervertida por el trabajo de los movimientos laicos emergentes” –aseguró a esta revista– y colaborar con el sistema contra los actores de la sociedad que buscan un cambio de régimen o que hagan tambalear el sistema, del que se beneficia una pequeña élite política interesada en preservar la actual oligarquía. La perversión –señala el islamista– procede también de los partidos políticos no islamistas que han gobernado en los últimos años siendo los responsables directos de la fiebre social; la marginación del mundo rural; la pobreza; la ignorancia; el libertinaje y la ausencia de valores morales.

El islamista Fizazi es de los que esconde una doble agenda y consciente de que la única forma de alcanzar un Estado impregnado en los valores islámicos es integrando el sistema y aceptando el discurso político, se arroja a la arena electoral dispuesto a crear una formación política. El Partido del Saber y del Trabajo (PST). Al calor de la primavera árabe no es el único salafista que ha salido de su madriguera y ha comenzado a urdir una estrategia moral que le haga alcanzar visibilidad en las próximas elecciones legislativas. Otras figuras de la corriente salafista y antiguos integrantes de la Chabiba Islamiya, así como Omar Hadouchi, Hassan Kettani y Abou Hafs –tres halcones del salafismo no violento y con una legión de seguidores– que tras haber recibido la gracia real del rey Mohamed VI y la libertad en las vísperas del movimiento 20 de febrero, aspiran a importar el proyecto de sociedad de Al Nour en Egipto.

Entre otras prioridades, buscan continuar con la predicación y la defensa de los derechos humanos de los presos islamistas que no han cometido delitos de sangre. Estos son otros dos ejemplos de salafistas que han mostrado su disposición a cooperar con el sistema garantizando su apoyo a la estabilidad del país a cambio de obtener visibilidad y liderazgo en el actual campo político marroquí. Recientemente Hafs y Ketanni, una vez prometida su conversión, puramente estratégica, y haber depurado sus cerebros de las ideas de las cruzadas, han erigido en la ciudad de Casablanca la asociación Al Bassira por la educación y la predicación. Un primer paso en un largo recorrido hacia la institucionalización de esta corriente controlada por el régimen y el primer cimiento en aras de entrar en el ruedo político. “El Gobierno debe actuar de forma inteligente con respecto a la diversidad. Mucho mejor que se expresen a que funcionen de forma violenta”, manifestó Youssef Blal, politólogo y  especialista en los movimientos islamistas.

 

Estrategia del sistema

Rabat ha desplegado una ristra de estrategias para normalizar  la corriente salafista con el fin de recuperarla y utilizarla en su propio beneficio, en aras de proteger el sistema. Los salafistas, por su parte, ganan en visibilidad y consiguen la impunidad en el trabajo de campo donde se sirven del tejido social con mensajes de la lucha a favor de la paz y la justicia social y el islam como telón de fondo. Una vez legitimada la tendencia salafista alejada del discurso violento, el siguiente paso es enfrentarla a la radical provocando una fractura en el seno de este movimiento no uniforme. “Claro que aunque la frontera entre unos y otros se encuentra en el carácter violento del combate, ideológicamente tanto los salafistas moderados como los extremistas piensan igual. Lo difícil es reformar el pensamiento”, reconoció el salafista y ex miembro de la Chabiba, Abderrahim Mouhtad, presidente de la asociación Annasir por la defensa de los detenidos salafistas para quien el “Estado necesita a estos actores por su capacidad de influencia en la sociedad. La solución de este expediente tiene sólo un nombre: la reconciliación”.

El Estado no sólo pretende moderar las voces salafistas, también conseguir la diversificación del voto destinado al Partido de Justicia y Desarrollo (PJD), ganador de las elecciones legislativas por vez primera en la historia de Marruecos y cuyo brazo ideológico, el Movimiento de Unificación y Reforma (MUR), trabaja en el tejido social haciendo una fuerte labor humana, especialmente en los sectores más castigados. Las expectativas de que los islamistas renueven en el Gobierno son altas salvo que la falta de independencia, los estragos de la crisis económica y la estrategia del régimen de responsabilizarlos de los males del país provoquen un efecto contrario en las urnas y le resten votos.

Para el sistema, la autorización de los partidos salafistas con proyecto político dentro de los márgenes de la constitución provocará el debilitamiento del PJD pero, antes, necesita la garantía de que los salafistas aceptarán acceder a la esfera pública adoptando un discurso político desvinculado de la violencia. Hasta el momento, los primeros pasos que están dando van encaminados a su participación política. La gradual victoria de unos y otros hará que el Estado gane nuevos apoyos y los islamistas avanzan en su camino hacia un Estado islámico.

 

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