Con niveles de violencia insólitos y en medio de un año electoral que, ingenuamente, se augura como un momento histórico de transformación política por unos, el 50º aniversario del movimiento estudiantil de 1968 es un recordatorio que la transición democrática que muchos soñaban aún se encuentra pendiente.

El año 1968 fue uno de movimientos sociales que cimbraron el orden político de los países en donde se gestaron. Aun en un periodo de crecimiento económico sostenido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, éstos se expresaron en forma de protesta social en distintos frentes, como la defensa de los derechos de la mujer o de los derechos laborales de la creciente masa de trabajadores urbanos. Los movimientos estudiantiles tuvieron un papel clave en esta ola de protesta que, entre otras cosas, buscaban mayor apertura para la participación política y las libertades individuales ante los gobiernos autoritarios.
En México, el crecimiento económico de la época estuvo acompañado de una emergente clase media que exigía mayores derechos políticos. Sin embargo, el milagro mexicano que se produjo en el campo económico no fue reproducido en el ámbito político. Al contrario, el régimen unipartidista bajo el Partido Revolucionario Institucional (PRI) se había consolidado en el poder gracias a las prácticas clientelares y corporativistas que moldearon el sistema político que sigue vigente.
El movimiento estudiantil del 68, que originalmente buscaba defender la autonomía universitaria y detener la represión del Estado contra los estudiantes, fue transformándose para incluir a más sectores de la sociedad mexicana, y exigir concretamente la defensa de los derechos ciudadanos y la apertura política. La masacre de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968, a solo 10 días del inicio de los primeros Juegos Olímpicos latinoamericanos que pretendían presumir al exterior un México de primer mundo, fue transcendental para la gradual adopción de esas demandas.
El Estado avasallador
La represión del movimiento estudiantil fue una de las reacciones del gobierno ante lo que percibía como una amenaza a su legitimidad y credibilidad. La otra reacción, y la clave de la perpetuidad del sistema político mexicano, especialmente a partir de la masacre de Tlatelolco, es la adaptación de su clase política con la intención de acomodar las demandas de los diferentes grupos que buscan acceso al poder. Mientras el gobierno chocaba con los elementos más radicales que surgieron en los 60 (parte de la llamada “guerra sucia”), hubo intentos por reformar ciertos aspectos del régimen priista para apaciguar estas demandas. Pero los movimientos sociales, aunque fundamentales como detonador del cambio, no obtuvieron un lugar en este ajedrez político.
Las reformas electorales post 68 fueron los primeros intentos de apertura política, o más bien acomodo, que formaron parte de esta estrategia de adaptación. La supresión violenta como herramienta principal para callar a la oposición dejó de ser una alternativa viable para el sistema político si quería sobrevivir. Las reformas electorales buscaban cerrar la brecha entre el oficialismo y ...
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