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Mujeres protestan contra la violencia machista en Jerusalén, 2017. Gali Tibbon/AFP/Getty Images

A la sociedad israelí aún le queda mucho trabajo por delante para garantizar la igualdad de género en un país donde la influencia del extremismo religioso, tanto en el ámbito político como social, sigue en aumento.

Incluso antes de que se creara Israel existían en el territorio activistas que luchaban por los derechos de las mujeres, con la vista puesta en lo que sería el futuro Estado, por ejemplo, las mujeres del Nuevo Yishuv. La Declaración de Independencia de Israel – que cobra especial relevancia si se tiene en cuenta que el país no se ha dotado de una Constitución– declaraba así: "El Estado de Israel (…) garantizará la completa igualdad de los derechos sociales y políticos a todos sus habitantes independientemente de su religión, raza o sexo". Sin embargo, una vez que fue lograda la estatalidad, nociones más tradicionales comenzaron a dominar la psique nacional. Este último fenómeno arroja luz sobre la situación de la mujer hoy en día en el país que, a pesar de haber mejorado en algunos ámbitos, soporta el peso de una sociedad y una arena política cada vez más influenciadas por el extremismo religioso.

Número de mujeres y hombres que integran el Parlamento israelí según los datos del Índice de Desigualdad de Género del WIPS. (Yael Katzeer / WIPS at the Van Leer Jerusalem Institute)
Número de mujeres y hombres que integran el Parlamento israelí según los datos del Índice de Desigualdad de Género del WIPS. (Yael Katzeer / WIPS at the Van Leer Jerusalem Institute)

Comencemos por el ámbito de la política. Las elecciones legislativas de 2015 fueron tremendamente celebradas por llevar a la Knesset –Parlamento israelí– el mayor número de diputadas de su historia, un 27,5% del número total (33 de 132). La presencia cada vez más común de mujeres en la arena política israelí no es suficiente en este ámbito, ni se ha visto reflejada en avances similares en otras esferas. Aunque todo el mundo recuerde a Golda Meir –primera ministra de 1969 a 1974– como la tercera Jefa de Gobierno en la historia del planeta, ha sido la única en ocupar ese puesto. Desde el establecimiento del Estado de Israel, solo 13 mujeres han servido como ministras, sólo cuatro de los 23 ministros en el Gobierno actual son mujeres. Tampoco destaca la representación femenina en lo que respecta a carteras de primer nivel, con la excepción de Tzipi Livni como ministra de Asuntos Exteriores (2006-2009) y Viceprimera ministra o en la actualidad Ayelet Shaked como Ministra de Justicia. La situación es aún más preocupante en la política local –solo hay una alcaldesa, Miriam Feirberg, de Netanya. Desde la fundación del Estado, solo cuatro mujeres han servido como alcaldes. Y, aunque muchas mujeres forman parte de partidos políticos, su número no suele reflejarse en el liderazgo o listas de las formaciones, a pesar de los esfuerzos del Ejecutivo –reducción del apoyo del gobierno a partidos con menos del 25% de candidatas – o los esfuerzos internos en algunos, muy particularmente el partido Laborista, Meretz o el propio Likud. Sin embargo, algunas de las formaciones políticas más pequeñas, incluidos los que parten de una plataforma religiosa, disuaden a las mujeres de postularse para cualquier cargo electivo.

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Mujeres miembros del movimiento Women of the Wall, que luchan por la igualdad de derechos en el Muro de las Lamentaciones, en un rezo matutino. Mehamed Kahama/AFP/Getty Images

La presencia de mujeres en política va más allá de cuestiones de representación adecuada y visibilidad política. También es una cuestión de política pública y establecimiento de agenda. Un ejemplo en este sentido es la primera legislación que incluía disposiciones de discriminación positiva, aprobada en 1993, que requería que los ministros designaran mujeres como directoras de corporaciones gubernamentales en las cuales estuvieran subrepresentadas. Tras comprobar que la legislación había estado en vigencia durante un año sin mejoras notables, la Red de Mujeres de Israel presentó una solicitud al Tribunal Superior de Justicia que falló a su favor y reafirmó la responsabilidad de los ministros, afirmando que se necesitaban medidas temporales para contrarrestar la discriminación existente en términos de trabajo, salarios y representación. Como resultado, el número de mujeres jefas de departamento en ministerios paso de 14% en 1984 a 30% en 1995, y las mujeres directoras de corporaciones gubernamentales aumentaron de aproximadamente 1,5% a 19%. El movimiento feminista en Israel ha ganado un impulso significativo en las últimas décadas, y han sido aprobadas leyes que protegen a las mujeres del acoso sexual y de la violencia familiar, aunque con algunas limitaciones derivadas de la cultura del país.

Salario medio mensual según el género entre 1996 y 2015. (Yael Katzeer / WIPS at the Van Leer Jerusalem Institute)
Salario medio mensual según el género entre 1996 y 2015. (Yael Katzeer / WIPS at the Van Leer Jerusalem Institute)

Sin embargo, y aunque la presencia de las mujeres es cada vez mayor en el mundo laboral, existen en los sectores público y privado discriminación de género y brechas salariales considerables. La Oficina Central de Estadística israelí publicó un informe en noviembre de 2017 según el cual una mujer en Israel gana un 35% de media menos que un hombre (la OCDE también se ha pronunciado en este mismo sentido). Entre otros factores, hay que destacar que el 20% de las mujeres en el país se ven obligadas a trabajar a tiempo parcial en lugar de a tiempo completo, con menos probabilidades de avanzar en su carrera. Los hombres tienden a estar empleados en industrias con salarios mayores, la mayoría profesiones técnicas, mientras que las mujeres que trabajan fuera del hogar generalmente se limitan a profesiones femeninas peor remuneradas. En un país en el que las startups son la norma, es además menos probable que las mujeres sean empresarias, y las compañías propiedad de mujeres tienden a obtener menos beneficios que las de hombres. Las mujeres representan sólo el 18,1% de todos los miembros de consejos de administración. Todo ello a pesar de que las tasas de educación son ahora más altas para las mujeres –en 2014, un 19,5% más de mujeres que de hombres completaron la escuela secundaria y las israelíes se unen a la fuerza de trabajo en mayor número que las mujeres en la mayoría de los otros países de la OCDE. Las presiones culturales para casarse temprano –la edad media es de 25 años– y formar una familia son fuertes entre las mujeres israelíes. Como resultado, muchas que están interesadas en la política o en una carrera profesional ambiciosa sacrifican sus propias aspiraciones en nombre del matrimonio y la familia.

El nivel de desigualdad de género se ha reducido ligeramente desde 2011 pero sobretodo debido al empeoramiento de la situación de los hombres, no por la mejora de la posición de la mujer. (Yael Katzeer / WIPS at the Van Leer Jerusalem Institute)
El nivel de desigualdad de género se ha reducido ligeramente desde 2011 pero sobretodo debido al empeoramiento de la situación de los hombres, no por la mejora de la posición de la mujer. (Yael Katzeer / WIPS at the Van Leer Jerusalem Institute)

A pesar de algunos avances, un índice desarrollado por primera vez en 2013 por el Instituto Van Leer afirmaba que la idea de la igualdad de género es todavía una lejana realidad para las mujeres en Israel, en donde las mujeres son objeto de discriminación y están más expuestas tanto a la violencia –de acuerdo con un estudio realizado en 2016 por la Universidad Ben-Gurion, alrededor del 40 % de las mujeres israelíes han sufrido violencia física, psicológica o verbal por parte de sus parejas– como a la pobreza. Cuatro son los pilares sobre los que reposa la desigualdad. El primero son obstáculos universales derivados de estereotipos, educación sexista (incluidos los medios de comunicación, la publicidad y las artes), y la socialización de niños y niñas para adaptarse a las normas de conducta patriarcales. Pero a este factor se añade el mito enormemente extendido en Israel de que ya existe la igualdad de género en el país, muy particularmente en comparación con el resto de Estados del vecindario. Por otra parte, hay que tener en cuenta la militarización de la sociedad israelí, en la que el Ejército, quintaesencia de una institución patriarcal, es la última etapa de socialización: aunque los que hayan visitado el país estén acostumbrados a ver mujeres en uniforme, pocos son conscientes de que las mujeres tienen menos tiempo de mili –obligatoria en el país, durante tres años para los hombres y 21 meses para las mujeres–, no tienen obligación de ser reservistas y se enfrentan a un techo de cristal casi perpetuo cuando se trata de acceder a puestos de responsabilidad y combate activo.

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Un policía israelí detiene a una árabe israelí por protestar en la villa de Ara. Jack Guez/AFP/Getty Images

El cuarto pilar sobre el que reposa la desigualdad de las mujeres en Israel es la barrera que representa la jerarquía religiosa en el país, fundamental si se tiene en cuenta el poder de los pequeños partidos políticos ortodoxos y ultraortodoxos de inclinar la balanza pasando a parte de uno u otro gobierno de coalición (en un sistema extremadamente proporcional que evita las mayorías), a cambio de lo cual imponen mantener el control religioso sobre aspectos vitales de los derechos de los ciudadanos. Así, y para los ciudadanos israelíes de todas las religiones, el divorcio –una mujer judía, por ejemplo, no puede obtener un decreto de divorcio (gett) sin el consentimiento de su marido o, en última instancia, una corte rabínica anclada en tradiciones arcaicas– y el matrimonio caen casi exclusivamente bajo la competencia de las leyes y las instituciones religiosas. Cada comunidad religiosa reconocida tiene su propio sistema judicial autónomo que gobierna sobre estos asuntos de estado personal de acuerdo con su propia ley religiosa. Esta es la razón por la cual una pareja del mismo sexo, o de diferentes religiones, no puede contraer matrimonio en Israel. La aplicación de los distintos ordenamientos religiosos pone a la mujer en clara desventaja, como demuestran los traumas a los que en numerosas ocasiones se tienen que enfrentar cuando quieren divorciarse o abortar.

La influencia de la religión no se limita al derecho de familia y llega hasta los más insospechados recovecos de la arena pública. Es por la presión de los grupos ultraortodoxos que las mujeres no pueden orar, cantar y leer la Biblia en voz alta en el Muro de las Lamentaciones, el sitio más importante para la religión judía. Algunos ultraortodoxos se oponen incluso a que las mujeres canten en público y han presionado para hacer desaparecer los rostros femeninos de los anuncios y paneles en las áreas más religiosas de Jerusalén, en donde –muy particularmente en Mea Shearim, barrio en el que viven exclusivamente judíos ultraortodoxos– se aconseja a las mujeres que utilicen las calles secundarias por modestia.

Calcular la magnitud de la desigualdad permite identificar en qué áreas la brecha de género es mayor y en cuáles menor. (Yael Katzeer / WIPS at the Van Leer Jerusalem Institute)
Calcular la magnitud de la desigualdad permite identificar en qué áreas la brecha de género es mayor y en cuáles menor. (Yael Katzeer / WIPS at the Van Leer Jerusalem Institute)

A la discriminación por razón de sexo se une para cientos de miles de mujeres la discriminación étnica, de la que son víctimas a diario las mujeres etíopes, mizrajíes (judías orientales) y drusas, y sobre todo las mujeres árabes israelíes, las llamadas ciudadanas palestinas de Israel. De acuerdo con una encuesta de 2016 del Centro de Investigación e Información de la Knesset sobre las percepciones de seguridad personal entre los residentes de Israel, las israelíes sienten que su seguridad personal es menor que la de los hombres. Las mujeres palestinas eran con mucho el grupo más vulnerable: el 73% de ellas temen ser discriminadas debido a su identidad (mientras que las ultraortodoxas representaban algo más del 30%). Las mujeres palestinas se ven así atrapadas en tres capas de discriminación: una sociedad machista y militarista; un país en el que la minoría palestina (ciudadanos, pero no nacionales) es discriminada de iure y de facto; y una comunidad por lo general conservadora y tradicional, tanto en su vertiente musulmana como cristiana.

¿Qué hay de las palestinas al otro lado de la Línea Verde, aquellas bajo dominación israelí –bajo un régimen único que el profesor israelí Oren Yiftachel denomina "etnocracia"– pero sin condición de ciudadanas del país? Es justo esta cuestión, íntimamente relacionada con la realidad de la ocupación israelí, la que lleva a numerosos autores, siguiendo la teoría de la interseccionalidad, a hablar de una contradicción entre sionismo y feminismo, en vista de que el feminismo es un movimiento no solo de liberación individual, sino de cambio estructural para construir una sociedad más justa –en la que no tiene cabida la discriminación por razón de etnia o lugar de residencia. Es precisamente también la realidad de la ocupación la que ha empujado a numerosos individuos y colectivos en el seno de la sociedad israelí a formar parte del llamado "campo de la paz", en el que una gran mayoría de componentes son, quizás no por casualidad, mujeres. La situación de la mujer en Israel –o quizás deberíamos decir la situación de diferentes grupos de mujeres– refleja así las propias contradicciones del país, en el que la igualdad de facto representa un sueño imposible de alcanzar para millones de individuos.