• Ramses 2005,
    septiembre de 2004,
    París (Francia)

 

La palabra globalización suena con especial fuerza en Francia (mondialisation).
Los franceses usan el término con más frecuencia que los estadounidenses
y, desde luego, tienen una relación más compleja –algunos
dirían conflictiva– con el fenómeno. En parte, tal vez,
porque Estados Unidos está siempre cerca del núcleo de las definiciones
que París hace de la globalización, y por ello el fenómeno
provoca el mismo antagonismo que siente Francia, en general, respecto a su
bête noire.

Desde el punto de vista cultural, los franceses consideran que globalización
es sinónimo de americanización, ese imperialismo cultural que
llena su país de mala comida y mal cine, por no hablar de palabras en
inglés. A esto se han resistido.

Desde el punto de vista económico, piensan que impone una lógica
neoliberal anglosajona que exige la desregulación y privatización
de las actividades económicas, la liberalización de los mercados
financieros y el retroceso del Estado. Esto, los franceses lo han adoptado.

Los franceses conciben la globalización
como sinónimo de ‘americanización’,
ese imperialismo cultural que inunda Francia de mala comida, mal cine y
palabras en inglés

Ahora bien, desde el punto de vista político, se considera que la globalización
consagra el predominio estadounidense en los asuntos mundiales, que, en definitiva,
sustituye el mundo bipolar, que terminó con la caída del muro
de Berlín, por un mundo unipolar.

Para moderar o desmentir esta afirmación, los franceses no dejan de
recordar a Estados Unidos (y a los demás) que el mundo es multipolar.
Con ello no quieren decir que Francia se considere un rival –ni a solas
ni como miembro de la Unión Europea– de Washington. Cualquier
dirigente galo sabe que eso no es ni posible ni deseable. Lo que pretenden
es convencer a otros de que, aunque el mundo esté cada vez más
globalizado, su diversidad histórica, cultural, económica y estratégica
sigue haciendo de contrapeso frente a la hegemonía de Estados Unidos.

Esta visión del mundo queda patente en Ramses
2005
, la publicación
anual del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI), el
principal organismo de investigación sobre política exterior
en Francia. El volumen, titulado ‘Les faces cachées de la mondialisation’ (‘Los
rostros ocultos de la globalización’), examina las repercusiones
del fenómeno global en otros polos, como los efectos del milagro chino,
la marginación de África y los problemas derivados del conflicto
en Oriente Medio.

Amistades reñidas: manifestantes exhiben un muñeco maniatado de Ronald McDonald a su paso por París en 2001.
Amistades reñidas: manifestantes
exhiben un muñeco
maniatado de Ronald McDonald a su paso por París en 2001.

Resulta significativo que Francia y Europa estén ausentes en los ensayos
más importantes, lo cual implica que los autores quieren evitar la tendencia –que
suele asociarse con Estados Unidos– a concebir el mundo sólo desde
la perspectiva del propio país. El artículo que mejor refleja
esta postura es el escrito por el codirector de Ramses, Philippe Moreau Defarges,
que adopta un tono desapasionado y objetivo para asegurar que la globalización
ha fragmentado el Tercer Mundo al provocar desacuerdos sobre temas tan diversos
como la justicia internacional, la reforma del Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas y las mejoras del medio ambiente.

Ahora bien, la visión del mundo de la superpotencia tampoco ha permanecido
estática, afirma en su prefacio el director del IFRI, Thierry de Montbrial,
también miembro del comité editorial de FP EDICION ESPAÑOLA.
Aunque critica abundantemente y de forma implacable los errores cometidos a
ambos lados del Atlántico en el periodo anterior a la guerra de Irak,
llega a la conclusión de que ahora se ha establecido un nuevo y delicado "equilibrio" transatlántico,
pese a las tensiones derivadas de la política exterior estadounidense.

Los europeos –incluidos los franceses– tienen que ser conscientes
de que Europa no podría emprender acciones contra Estados Unidos, ni
siquiera simbólicas, en un futuro inmediato, por muy insensata que fuera
su trayectoria. Por otra parte, al reconocer la utilidad de una Europa relativamente
unida y razonablemente fuerte, Washington ha admitido implícitamente
que la multipolaridad existe.

Ramses 2005 demuestra que, a pesar de la definición de globalización
que propone Francia, esencialmente negativa y centrada en Estados Unidos, los
especialistas galos son capaces de hacer análisis imparciales e integrales
de la materia. Eso sí, el amigo americano está presente en casi
todos los ensayos, lo cual sugiere que, por mucho que el poder blando de Europa
haya logrado atraer a los demás polos del mundo, el poder
duro
que ejerce
Washington suele salir vencedor. Como es natural, es probable que los franceses
opinen de forma diferente.

París se resiste al McMundo. Vivien Schmidt

Ramses 2005,
septiembre de 2004,
París (Francia)

La palabra globalización suena con especial fuerza en Francia (mondialisation).
Los franceses usan el término con más frecuencia que los estadounidenses
y, desde luego, tienen una relación más compleja –algunos
dirían conflictiva– con el fenómeno. En parte, tal vez,
porque Estados Unidos está siempre cerca del núcleo de las definiciones
que París hace de la globalización, y por ello el fenómeno
provoca el mismo antagonismo que siente Francia, en general, respecto a su
bête noire.

Desde el punto de vista cultural, los franceses consideran que globalización
es sinónimo de americanización, ese imperialismo cultural que
llena su país de mala comida y mal cine, por no hablar de palabras en
inglés. A esto se han resistido.

Desde el punto de vista económico, piensan que impone una lógica
neoliberal anglosajona que exige la desregulación y privatización
de las actividades económicas, la liberalización de los mercados
financieros y el retroceso del Estado. Esto, los franceses lo han adoptado.

Los franceses conciben la globalización
como sinónimo de ‘americanización’,
ese imperialismo cultural que inunda Francia de mala comida, mal cine y
palabras en inglés

Ahora bien, desde el punto de vista político, se considera que la globalización
consagra el predominio estadounidense en los asuntos mundiales, que, en definitiva,
sustituye el mundo bipolar, que terminó con la caída del muro
de Berlín, por un mundo unipolar.

Para moderar o desmentir esta afirmación, los franceses no dejan de
recordar a Estados Unidos (y a los demás) que el mundo es multipolar.
Con ello no quieren decir que Francia se considere un rival –ni a solas
ni como miembro de la Unión Europea– de Washington. Cualquier
dirigente galo sabe que eso no es ni posible ni deseable. Lo que pretenden
es convencer a otros de que, aunque el mundo esté cada vez más
globalizado, su diversidad histórica, cultural, económica y estratégica
sigue haciendo de contrapeso frente a la hegemonía de Estados Unidos.

Esta visión del mundo queda patente en Ramses
2005
, la publicación
anual del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI), el
principal organismo de investigación sobre política exterior
en Francia. El volumen, titulado ‘Les faces cachées de la mondialisation’ (‘Los
rostros ocultos de la globalización’), examina las repercusiones
del fenómeno global en otros polos, como los efectos del milagro chino,
la marginación de África y los problemas derivados del conflicto
en Oriente Medio.

Amistades reñidas: manifestantes exhiben un muñeco maniatado de Ronald McDonald a su paso por París en 2001.
Amistades reñidas: manifestantes
exhiben un muñeco
maniatado de Ronald McDonald a su paso por París en 2001.

Resulta significativo que Francia y Europa estén ausentes en los ensayos
más importantes, lo cual implica que los autores quieren evitar la tendencia –que
suele asociarse con Estados Unidos– a concebir el mundo sólo desde
la perspectiva del propio país. El artículo que mejor refleja
esta postura es el escrito por el codirector de Ramses, Philippe Moreau Defarges,
que adopta un tono desapasionado y objetivo para asegurar que la globalización
ha fragmentado el Tercer Mundo al provocar desacuerdos sobre temas tan diversos
como la justicia internacional, la reforma del Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas y las mejoras del medio ambiente.

Ahora bien, la visión del mundo de la superpotencia tampoco ha permanecido
estática, afirma en su prefacio el director del IFRI, Thierry de Montbrial,
también miembro del comité editorial de FP EDICION ESPAÑOLA.
Aunque critica abundantemente y de forma implacable los errores cometidos a
ambos lados del Atlántico en el periodo anterior a la guerra de Irak,
llega a la conclusión de que ahora se ha establecido un nuevo y delicado "equilibrio" transatlántico,
pese a las tensiones derivadas de la política exterior estadounidense.

Los europeos –incluidos los franceses– tienen que ser conscientes
de que Europa no podría emprender acciones contra Estados Unidos, ni
siquiera simbólicas, en un futuro inmediato, por muy insensata que fuera
su trayectoria. Por otra parte, al reconocer la utilidad de una Europa relativamente
unida y razonablemente fuerte, Washington ha admitido implícitamente
que la multipolaridad existe.

Ramses 2005 demuestra que, a pesar de la definición de globalización
que propone Francia, esencialmente negativa y centrada en Estados Unidos, los
especialistas galos son capaces de hacer análisis imparciales e integrales
de la materia. Eso sí, el amigo americano está presente en casi
todos los ensayos, lo cual sugiere que, por mucho que el poder blando de Europa
haya logrado atraer a los demás polos del mundo, el poder
duro
que ejerce
Washington suele salir vencedor. Como es natural, es probable que los franceses
opinen de forma diferente.

Vivien Schmidt es profesora de integración
europea y relaciones internacionales en la Universidad de Boston (Massachusetts,
EE UU).