El primer ministro polaco, Donald Tusk, (derecha) estrecha la mano del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, tras una reunión en Varsovia, junio de 2014. AFP/Getty ImagesEl progresivo interés de Washington por Varsovia, y viceversa.

“Hoy, la capital de la comunidad transatlántica es Wrocław [Breslavia]”. Estas fueron las palabras de Ryszard Schnepf, embajador de Polonia en Estados Unidos, ante el alcalde de la ciudad que acoge el Wrocław Global Forum -una importante reunión transatlántica anual que se celebra en el oeste de Polonia- durante una gala celebrada el viernes pasado. Pero la frase no era una simple ocurrencia diplomática, sino que contenía una buena parte de verdad.

El foro de Wrocław fue una oda al amor transatlántico. Hubo emocionantes discursos sobre la solidaridad entre las dos orillas, la comunidad occidental de valores y el triunfo de la libertad y la paz sobre el autoritarismo y la agresividad. Personalidades como Zbigniew Brzezinski, John McCain y Radosław Sikorski elogiaron las conquistas de los manifestantes del Maidán en Kiev, representados por la cantante pop ucraniana Ruslana y la famosa tuitera Kataryna Kruk.

Es indudable que, a medida que la atención del mundo se ha centrado en los acontecimientos de Ucrania, el centro de gravedad de las relaciones entre la UE y Estados Unidos se ha trasladado hacia el Este. Y, mientras Londres se perdía en un debate interno sobre los oligarcas en la City, Berlín se agobiaba por sus intereses comerciales y el abastecimiento de gas y París preparaba el papeleo para la venta de aviones Mistral a Rusia, Varsovia ha aprovechado la oportunidad para forjarse un nuevo papel, más acorde con sus ambiciones en el escenario europeo y mundial.

Un rápido repaso de la labor diplomática estadounidense durante los últimos meses permite pensar que en Washington se han dado cuenta. Además de la aireada visita del presidente Barack Obama para conmemorar el 25º aniversario de las elecciones libres en Polonia, el 4 de junio, también han viajado recientemente a Varsovia el vicepresidente Joe Biden, el secretario de Estado John Kerry y el secretario de Defensa, Chuck Hagel.

Ello se debe, en parte, a que las ideas de Estados Unidos sobre la crisis de Ucrania, en términos generales, coinciden más con las de Polonia y los Estados bálticos que con la vieja guardia de la Unión Europea.

Por supuesto, el Gobierno de Obama no es tan beligerante como los de Europa Central, que consideran que las acciones de Rusia son una amenaza directa contra su seguridad nacional (el ministro de Exteriores polaco, Radosław Sikorski, comparó la anexión rusa de Crimea con el Anschluss, la anexión de Austria que llevó a cabo Hitler en 1938). Pero los círculos políticos estadounidenses, en su mayor parte, están enfervorecidos contra Moscú y son mucho más partidarios que sus homólogos europeos de que Occidente tome medidas decisivas en Ucrania.

Y aún más importante es el hecho de que en Washington, como en Polonia y el Báltico, muchos no comparten el optimismo esperanzado que tienen otros en Europa occidental sobre la posibilidad de que la victoria de Petro Poroshenko en las elecciones presidenciales y la retirada de parte de las tropas rusas de la frontera signifiquen el fin de los problemas en Ucrania.

Ante el progresivo interés de Estados Unidos en Polonia, Varsovia ha correspondido de la misma manera. Los sucesos de Ucrania han hecho que Polonia centre más su atención en Estados Unidos y menos en sus socios europeos, que eran su objetivo fundamental desde que se incorporó a la UE hace 10 años. La indecisión de Europa occidental sobre la situación ucraniana ha recordado a los polacos que, a pesar de todas sus ventajas, a la hora de garantizar la seguridad contra los vecinos más belicosos, la UE no es la OTAN ni Bruselas, desde luego, es Washington.

Además, Polonia y EE UU tienen posturas similares respecto a la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP en sus siglas en inglés), el ambicioso acuerdo comercial que pretende facilitar la circulación de bienes, servicios e inversiones directas entre uno y otro lado del Atlántico y que están negociando en la actualidad Bruselas y Washington.

En Europa occidental hay muchos que no están convencidos de aceptar el TTIP. Francia se ha mostrado muy precavida desde el principio y se ha asegurado de que el sector audiovisual quede excluido del mandato negociador de la Comisión. Alemania y el Reino Unido se han apresurado a identificar las posibles ventajas comerciales del acuerdo para sus economías y han tratado de subrayarlas durante las negociaciones, pero se han encontrado con una fuerte oposición de sus propios ciudadanos. En los tres países, el debate público sobre el acuerdo se ha centrado en sus posibles consecuencias para el medio ambiente y las normas de protección al consumidor, así como las repercusiones de elementos como el arbitraje entre inversor y Estado.

Polonia y Estados Unidos no lo ven así. Para ellos, el TTIP tiene un carácter claramente geoestratégico. En Wrocław se dijo que el acuerdo es “una forma de unir a la UE y Estados Unidos” e incluso “un corolario para fortalecer la OTAN”. Como destacó un orador, a diferencia de otros países de la Unión,  Polonia no necesita que la convenzan sobre el TTIP. En parte, sin duda, porque los polacos están menos enterados del acuerdo. Pero, sobre todo, porque, con el deterioro de la situación en Ucrania, el instinto atlantista del país, que estaba algo olvidado, ha vuelto a dispararse.

Y Varsovia, dispuesta a sacar el máximo partido a su momento de gloria transatlántica, quiere que el TTIP ayude a reforzar su seguridad energética.

La seguridad del abastecimiento de energía preocupa a Polonia desde hace tiempo. En mayo, el primer ministro, Donald Tusk, afirmó ante una reunión de dirigentes empresariales que no puede haber seguridad sin seguridad energética. El nuevo proyecto que intenta promover el Gobierno para Europa y que lleva defendiendo en el Consejo Europeo desde hace meses es la creación de una “unión energética”. Se trata de impulsar la solidaridad en esta materia dentro de la UE, mediante la mejora de las infraestructuras físicas y de mercado, con la posible perspectiva de actuar como comprador único en los mercados energéticos mundiales.

Ahora Varsovia desea diversificar sus proveedores para promover su seguridad energética. Como muchos Estados miembros de la UE, Polonia importa gran parte de su gas y su petróleo de Rusia (la media de la UE es 30% y 35% del petróleo y el gas, respectivamente).

Y ahí entra el TTIP. El complicado entramado legislativo de EE UU hace que a los proveedores estadounidenses de energía les sea prácticamente imposible exportar sus productos a países con los que el país no tenga acuerdos de libre comercio. Además, esos acuerdos deben contener cláusulas específicas que garanticen un “tratamiento nacional” para dichas exportaciones en los Estados de destino. Polonia está presionando para que el TTIP asegure las exportaciones energéticas de EE UU a Europa: Sikorski ha pedido en concreto que Estados Unidos suministre gas natural licuado a Polonia y Lituania.

Ahora bien, esta reanimación del atlantismo no quiere tampoco decir que Polonia se vuelque ahora en EE UU. Varsovia mantiene la misma dosis de escepticismo que sus socios europeos respecto a Washington. Después de haber salido escaldados de Afganistán y más que avergonzados tras las revelaciones sobre las prisiones de la CIA en territorio polaco, los ciudadanos de este país han recibido con desconfianza la nueva oferta estadounidense de ayuda en materia de defensa, que incluye más tropas y más material, además de 1.000 millones de dólares para reforzar la presencia de la OTAN en la región.

En el Wrocław Global Forum, Radosław Sikorski no se anduvo por las ramas y preguntó por qué Polonia no puede tener una base permanente de tropas estadounidenses, cuando otros Estados miembros de la UE en Europa occidental sí las tienen. “¿Contra quién defienden los soldados americanos a Alemania?”, preguntó, para añadir: “¡Polonia no es ninguna amenaza, se lo aseguro!” También se oyeron comentarios de protesta en los pasillos: “¿1.000 millones de dólares? ¡Eso es lo que gastan en seis horas en Afganistán!”

Quizá sea exagerado calificar a Varsovia -y mucho más a Wrocław- de capital de la comunidad transatlántica. Pero no cabe duda de que Polonia ha aprovechado la crisis de Ucrania para atraer la atención de Washington hacia Europa y reconducir la agenda transatlántica hacia sus prioridades estratégicas de seguridad energética y militar.

Está por ver si el “renacimiento transatlántico” del que presumió la secretaria adjunta de Estado, Victoria Nuland, va a consolidarse. Pero, suceda lo que suceda, podemos prever que Varsovia estará en primera línea y se esforzará para que la firmeza frente a Rusia, el incremento del comercio energético y la cooperación en materia de seguridad sean las bases de la cooperación entre la UE y Estados Unidos.

 Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.