La falta de una oposición creíble, cierta estabilidad financiera y una autoestima argentina recuperada son algunas de las claves que explican el éxito de Cristina Fernández de Kirchner.
Desde que murió Néstor Kirchner, la presidenta, Cristina Fernández, ha estado sola al frente de un barco cuyo destino inmediato es atracar en el puerto de su reelección. Las primarias, eufemismo para hablar de un gran ensayo general de las elecciones, –los partidos ya habían elegido a dedo a sus candidatos–, confirman que ella sigue siendo la favorita de Argentina. Ningún otro candidato, ni dentro ni fuera del peronismo, es capaz de hacerle sombra por sí mismo. La máxima aspiración del arco opositor es forzar un balotaje para intentar unificar fuerzas y tratar de arrebatarle el trono del poder en una segunda vuelta.
El kirchnerismo, versión moderna del movimiento peronista o “populismo mercantilista y nacionalista”, según define el profesor de Ciencias Económicas, Raúl Ochoa, arrastra recientes e importantes derrotas en Buenos Aires y en las provincias de Santa Fe y Córdoba. En esta última, la mujer que ocupa la Casa Rosada desde hace ocho años, –primero como consorte y después como jefa del Estado–, no fue siquiera capaz de presentar un candidato. En la capital de Argentina, Mauricio Macri, un empresario con escasa experiencia política, mantuvo a finales de julio su puesto de jefe de Gobierno y humilló al oficialista Daniel Filmus, al vencerle por casi treinta puntos de diferencia. Esta seguidilla de fracasos en las urnas, donde el 70% no votó por el kirchnerismo, sirve en bandeja la hipótesis que sostiene que el cambio en el país es posible.
Lo de probable, es otra cosa. Cristina Fernández, viuda desde hace diez meses, sigue teniendo un respaldo mayoritario. Su fortaleza, a título personal, pone de manifiesto la ausencia de alternativas sólidas. “No hay liderazgos que la hagan sombra. Argentina no ofrece, hoy por hoy, estadistas o dirigentes con discursos que calen en la sociedad”, observa el historiador, sociólogo y escritor, Juan José Sebrelli. “El mensaje de la oposición –continúa– es institucional. Se defiende el respeto a la separación de poderes y se proponen políticas de Estado pero no sirve para ganar votos”.
La Unión Cívica Radical (UCR), después de la monumental crisis que precipitó, en 2001, la dimisión de Fernando de la Rúa, no logra dar con una persona capaz de provocar entusiasmo. Ricardo Alfonsín, hijo del difunto presidente Raúl Alfonsín, recoge parte de la herencia familiar pero no convoca, como hacía su padre, a las masas. “Además, su recuerdo está ligado a la hiperinflación”, puntualiza Sebrelli. Un peronista de la vieja escuela como el ex presidente Eduardo Duhalde, conserva, según las últimas encuestas, un nivel de rechazo demasiado alto y Elisa Carrió, ex UCR y promesa de líder truncada, no levanta vuelo. Tampoco el socialista Hermes Binner, un hombre demasiado pausado para un país que sintoniza más con dirigentes entusiastas. Beatriz Sarlo, autora de ...
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AFP/GettyImages |
Desde que murió Néstor Kirchner, la presidenta, Cristina Fernández, ha estado sola al frente de un barco cuyo destino inmediato es atracar en el puerto de su reelección. Las primarias, eufemismo para hablar de un gran ensayo general de las elecciones, –los partidos ya habían elegido a dedo a sus candidatos–, confirman que ella sigue siendo la favorita de Argentina. Ningún otro candidato, ni dentro ni fuera del peronismo, es capaz de hacerle sombra por sí mismo. La máxima aspiración del arco opositor es forzar un balotaje para intentar unificar fuerzas y tratar de arrebatarle el trono del poder en una segunda vuelta.
El kirchnerismo, versión moderna del movimiento peronista o “populismo mercantilista y nacionalista”, según define el profesor de Ciencias Económicas, Raúl Ochoa, arrastra recientes e importantes derrotas en Buenos Aires y en las provincias de Santa Fe y Córdoba. En esta última, la mujer que ocupa la Casa Rosada desde hace ocho años, –primero como consorte y después como jefa del Estado–, no fue siquiera capaz de presentar un candidato. En la capital de Argentina, Mauricio Macri, un empresario con escasa experiencia política, mantuvo a finales de julio su puesto de jefe de Gobierno y humilló al oficialista Daniel Filmus, al vencerle por casi treinta puntos de diferencia. Esta seguidilla de fracasos en las urnas, donde el 70% no votó por el kirchnerismo, sirve en bandeja la hipótesis que sostiene que el cambio en el país es posible.
Lo de probable, es otra cosa. Cristina Fernández, viuda desde hace diez meses, sigue teniendo un respaldo mayoritario. Su fortaleza, a título personal, pone de manifiesto la ausencia de alternativas sólidas. “No hay liderazgos que la hagan sombra. Argentina no ofrece, hoy por hoy, estadistas o dirigentes con discursos que calen en la sociedad”, observa el historiador, sociólogo y escritor, Juan José Sebrelli. “El mensaje de la oposición –continúa– es institucional. Se defiende el respeto a la separación de poderes y se proponen políticas de Estado pero no sirve para ganar votos”.
La Unión Cívica Radical (UCR), después de la monumental crisis que precipitó, en 2001, la dimisión de Fernando de la Rúa, no logra dar con una persona capaz de provocar entusiasmo. Ricardo Alfonsín, hijo del difunto presidente Raúl Alfonsín, recoge parte de la herencia familiar pero no convoca, como hacía su padre, a las masas. “Además, su recuerdo está ligado a la hiperinflación”, puntualiza Sebrelli. Un peronista de la vieja escuela como el ex presidente Eduardo Duhalde, conserva, según las últimas encuestas, un nivel de rechazo demasiado alto y Elisa Carrió, ex UCR y promesa de líder truncada, no levanta vuelo. Tampoco el socialista Hermes Binner, un hombre demasiado pausado para un país que sintoniza más con dirigentes entusiastas. Beatriz Sarlo, autora de ...
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