Si la crisis financiera nos ha enseñado algo, es que los sistemas frágiles pueden derrumbarse de forma catastrófica.


Desde los 80, cada vez con más fervor, “sostenibilidad” ha sido la palabra favorita de científicos, ecologistas y todos los que se preocupan por los complejos y frágiles sistemas de la esfera que habitamos. Es un término que ha configurado los debates sobre la empresa, el diseño y nuestra forma de vida.

La sostenibilidad parece un objetivo loable –nos dice que necesitamos vivir con arreglo a nuestros medios, ya sean económicos, ecológicos o políticos–, pero no basta para una época de incertidumbre. ¿Cómo podemos vivir con arreglo a nuestros medios cuando cambian, de pronto y sin saberlo, bajo nuestros pies? Necesitamos un nuevo paradigma. Con la mirada puesta en el futuro, necesitamos luchar por un medio ambiente y una civilización capaces de soportar cambios inesperados sin venirse abajo. Un mundo así no sería meramente sostenible; sería regenerativo y diverso, y se apoyaría en la capacidad no sólo de absorber los golpes como el estallido de la burbuja inmobiliaria y la subida del nivel marino, sino de evolucionar con ellos. En una palabra, sería resistente.

La sostenibilidad es intrínsecamente estática. Supone que hay un punto en el que podemos mantenernos nosotros mismos y el mundo y que, una vez que damos con la combinación adecuada de conducta y tecnología que nos permita cierto grado de estabilidad, debemos quedarnos ahí. Un mundo sostenible puede evitar el desastre inminente, pero permanecerá en el precipicio hasta la siguiente conmoción.

La resistencia, por el contrario, acepta que el cambio es inevitable y en muchos casos no depende de nosotros, y se centra en la necesidad de ser capaces de soportar lo inesperado. Salvo que sea algo verdaderamente apocalíptico, un sistema resistente puede absorber esas consecuencias sin que se vea en peligro su salud global. Como la sostenibilidad, la resistencia afecta a la estrategia y al diseño, y determina qué decisiones se toman y cómo se crean los sistemas. En esencia, consiste en evitar quedar atrapado –o atraparse uno mismo– en un camino de destrucción. Los principios de la resistencia son:

•Diversidad. No depender de un solo tipo de solución significa no padecer un solo punto de fracaso.

•Redundancia. Reservas. Nunca hay que quedarse con una sola vía de escape o de rescate.

•Descentralización. Los sistemas centralizados parecen fuertes, pero, cuando fracasan, fracasan de forma catastrófica.

•Colaboración. Todos estamos juntos en esto. Aprovechemos las tecnologías de colaboración, sobre todo las que ofrecen compartir la comunicación y la información.

•Transparencia. No hay que ocultar los sistemas; la transparencia facilita averiguar dónde está el problema. Hay que compartir los planes y preparativos y escuchar cuando otros indiquen nuestros fallos.

•Fracaso elegante. Los fracasos suceden, así que debemos asegurarnos de que ese fracaso no va a empeorar las cosas aún más.

•Flexibilidad. Estemos preparados para cambiar de planes cuando no funcionen como esperábamos; no contemos con que todo será siempre estable.

•Previsión. No es posible predecir el futuro, pero sí oír cómo se aproxima. Hay que reflexionar y prepararse.

En suma, la resistencia significa aumentar nuestra capacidad de soportar las crisis y de superar lo inesperado. La sostenibilidad es cuestión de supervivencia. El objetivo de la resistencia es prosperar.