Nota a los Cardenales. URGENTE: Requisitos para ser el próximo Papa: Para asegurar la vitalidad de la Iglesia católica, el sucesor de Juan Pablo II debe abrirse a la ciencia, rechazar la globalización, acercarse al islam y luchar por un reparto equitativo de la riqueza

A:Sacro Colegio Cardenalicio Iglesia católica

DE: R. Scott Appleby

RE: Elección del próximo Papa

En el siglo XXI, eminencias, la Iglesia católica debe abordar con
energía tres retos relacionados y urgentes que amenazan la vitalidad
y la importancia del cristianismo.

En primer lugar, me refiero a una secularización nueva y agresiva,
introducida por la dinámica de la globalización. Tanto en las
sociedades tradicionales como en las desarrolladas, el materialismo creciente
está abriendo paso a un tipo de secularidad que es indiferente u hostil
a la fe religiosa. Un segundo hecho fundamental que afecta de forma directa
al futuro del catolicismo es la feroz lucha interna por el alma del islam,
la gran religión mundial que es, a la vez, la principal rival del cristianismo
en número de adeptos y su posible aliada contra un concepto puramente
materialista del desarrollo humano. Y, en tercer lugar, la aparición
de la ingeniería genética y otras formas de biotecnología
resalta la necesidad de actualizar la educación y la competencia de
la Iglesia católica en ciencia y bioética.

El pontífice que suceda a su santidad Juan Pablo II debe afrontar estos
tres retos con audacia. Si el próximo Papa no concibe la relación
entre estos problemas y sus raíces en el contexto de un debate histórico
sobre el significado de la religión para la humanidad, el catolicismo
será incapaz de ofrecer una alternativa viable a los extremismos, encarnados
en la militancia religiosa intolerante y el materialismo egocéntrico
de una sociedad mundial de consumo.

El reto del laicismo
La idea de que la experiencia humana puede interpretarse mediante análisis
puramente empíricos y sociales, sin ninguna referencia a la trascendencia
de los orígenes y la orientación de la humanidad, no es nueva,
desde luego. La reducción del ser humano a un objeto es la tentación
constante del mundo moderno; no hay más que ver la degradación
de la vida en las guerras, los genocidios, las salas de torturas y las desigualdades
sociales a lo largo del siglo xx. Pero esta concepción errónea
de la humanidad ha encontrado un poderoso complemento en la nueva globalización,
llena de fuerza y que domina, en la actualidad, las relaciones económicas,
políticas y culturales entre los pueblos. La mercantilización
de las relaciones sociales, que convierte a los individuos en dientes de las
ruedas de la industria y la política, está presente prácticamente
en todas las modalidades de interacción humana, incluida la religión.

La Iglesia católica lleva más de un siglo lanzando advertencias
contra la interpretación de la humanidad exclusivamente a través
de conceptos extraídos de la biología, la economía y
la psicología. Ha proclamado, con renovado vigor desde el pontificado
de Juan XXIII y el Concilio Vaticano II (1962-1965), que la fe en el carácter
sagrado de la vida humana es el único fundamento seguro para proteger
la dignidad del ser humano. En su labor de reafirmar esta piedra angular de
las enseñanzas sociales del catolicismo, el próximo Papa tendrá
que exhibir la misma fuerza y la creatividad que Juan Pablo II, que ha atravesado
el mundo proclamando que la dignidad humana es el regalo de Dios a cada persona.
La defensa de los derechos humanos, incluido el importantísimo derecho
a la libertad de culto, debe seguir siendo el mensaje central del catolicismo
al mundo. No es una tarea fácil: Karol Wojtyla recibió críticas
cuando habló de la libertad religiosa en un viaje a India, donde los
militantes hindúes le acusaron de practicar el proselitismo. Tampoco
son bienvenidos los defensores de dicha libertad en bastiones del laicismo
como las repúblicas postsoviéticas de Asia central o China,
ni en naciones dominadas por una mayoría etnorreligiosa, como Arabia
Saudí, Bosnia o Sri Lanka. La falta de popularidad y la desaprobación
de los gobiernos no han detenido nunca a Wojtyla, y no deben detener a su
sucesor.

Esta defensa fundamental de la dignidad y los derechos humanos es el fundamento
moral de la evangelización. En su tarea de llevar el mensaje de Cristo
a la gente, tanto a quienes han escuchado el Evangelio como a quienes no lo
han hecho, Juan Pablo II rechazó de plano las alianzas con los Estados
y su poder de coacción. Los concordatos con Estados-nación amigos
-una amistad que, muchas veces, le costaba a la Iglesia un terrible
precio moral y espiritual- pertenecen al pasado. El próximo Papa
no puede volver a asociarse con ningún gobierno. La sociedad civil
-la cuna de la autodeterminación política y el ámbito
de expresión de la libertad humana en la cultura y la religión-
es el medio en el que debe ponerse en práctica la misión divina
de acercar Cristo al mundo y el mundo a Cristo.

El próximo Papa tiene que reconocer que la fe religiosa se ve como
algo cada vez más contraproducente (en el mejor de los casos) desde
el punto de vista de una sociedad seducida por la riqueza material, escéptica
respecto a la verdad y recelosa del poder. En gran parte de Europa occidental,
es frecuente que las afirmaciones de la identidad religiosa se reciban con
desprecio y una incomprensión casi obstinada (valga como ejemplo los
recelos que han despertado en Francia las chicas musulmanas por llevar velo
a la escuela). En Irak, Siria, Indonesia, Malaisia, Argelia y partes de Latinoamérica,
grupos religiosos de todo tipo han sufrido intimidaciones o clara persecución.
En Estados Unidos, los cristianos conservadores se declaran partidarios de
la libertad y la Carta de Derechos, pero sienten la tentación de regular
lo que, en definitiva, sólo compete a Dios: la conciencia y los principios
morales de sus conciudadanos.

Para la Iglesia católica sería desastroso capitular ante la
globalización del libre mercado y, con ello, ganar el mundo pero perder
el alma. Por tanto, el próximo Papa tiene que conservar la fuerza del
discurso religioso -la peculiaridad del relato cristiano, con su escandalosa
proclamación del perdón, el amor a los enemigos y la resurrección-,
aunque lo traduzca para que llegue tanto a los de dentro como a los de fuera.
Es preciso hacer que el argumento cristiano en defensa de los derechos humanos
y el desarrollo equitativo sea reconocible para los dirigentes económicos
y políticos, sobre todo aquellos para los que la fe no parece tener
gran importancia. Proteger la dignidad humana y otorgar instrumentos económicos
y políticos a los miles de millones de pobres a los que la globalización
margina cada vez más debe ser una cuestión de política
pública razonable, y no sólo de religión bien entendida.

El reto del islam
"No hay obligación en la religión", dice el Corán,
y el mundo islámico, hoy, intenta no coaccionar ni verse coaccionado.
Esta realidad tiene que influir en la elección papal que posiblemente
tengan que hacer ustedes dentro de poco. Desde luego, el próximo Papa
debe mantener y extender las posturas adoptadas en el Concilio Vaticano II
y promovidas por Juan Pablo II: el alejamiento del Estado en favor de la sociedad
civil, de la teocracia en favor de la democracia y del exclusivismo religioso
en favor de la libertad de culto. Pero, además, el próximo Papa
debe tomar muy en serio al islam, principal rival mundial del cristianismo
en la conquista de las almas de millones de africanos, asiáticos, europeos
y, tal vez, americanos.

Las proyecciones demográficas más fiables indican que el cristianismo
y el islam van a seguir creciendo de forma exponencial hasta que el hemisferio
sur esté inundado con las modalidades pentecostales, carismáticas,
militantes y sobrenaturalistas de ambas religiones. El historiador Philip
Jenkins prevé una población mundial de 2.600 millones de cristianos
en el año 2025, concentrada fundamentalmente en África, Asia
y Latinoamérica. Según esas proyecciones, el islam crecerá
a un ritmo similar en África y Asia. Hace mucho tiempo que el catolicismo
europeo ya no es la forma dominante de expresión del cristianismo en
el mundo; se ve eclipsado, cada vez más, por nuevas formas de piedad
y solidaridad religiosas, creadas, en parte, por el contacto con el islam.

Ahora bien, la relación entre el islam y el cristianismo, las dos
confesiones misioneras más poderosas del mundo, no se limita a la competencia
y la rivalidad. El cristianismo tiene mucho que aprender de la experiencia
moderna del islam, con su feroz resistencia a ciertas adaptaciones a la Ilustración,
como la privatización de la religión y el muro de separación
entre la religión y el Estado, y su desprecio hacia los agentes irreligiosos
o indiferentes de la modernización. Los cristianos y musulmanes militantes
se consideran el último bastión contra el agnosticismo de un
mundo cada vez más laico. Ambos grupos expresan, con argumentos separados
pero que resultan sorprendentemente afines, la crítica de que el materialismo
que amenaza con arrebatar a la religión hasta el último atisbo
de trascendencia es el producto más insidioso de la globalización.

El mundo pudo vislumbrar la posibilidad de una alianza entre el catolicismo
y el islam durante la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo
celebrada en El Cairo en 1994. Tanto los representantes del Vaticano como
los clérigos musulmanes denunciaron partes del Programa de Acción
para 20 años aprobado por los asistentes, entre ellas las relativas
a políticas reproductivas basadas, sobre todo, en el control de natalidad
y el aborto. Las voces más avanzadas, tanto laicas como religiosas,
expresaron su temor y su desdén ante la perspectiva de una guerra mundial
de culturas que enfrentara a las dos grandes religiones patriarcales contra
las fuerzas progresistas de los países ricos, democráticos y
liberalizados.

Para acallar esos temores, el próximo Papa deberá ser el arquitecto
de un diálogo cristiano-musulmán del que surjan alternativas
a las políticas y los programas que violan los principios de las enseñanzas
sociales del catolicismo. Los valores religiosos musulmanes se prestan a esa
construcción comunitaria de la sociedad, pero los especialistas en
ética de las dos confesiones deberán trabajar para alcanzar
posturas comunes en aspectos que van desde la guerra justa hasta el control
de natalidad.

Cuando impulse este diálogo, el próximo Papa tiene que evitar,
con inteligencia, errores como los que ha cometido la Iglesia en el mundo
moderno, entre ellos la tendencia del Vaticano a mirar hacia otro lado cuando
se encuentra con elementos fascistas y autoritarios en su propia casa y en
la de su posible aliado. La rama extremista del islam político busca
el poder de coacción y se esfuerza para superar lo que algunos detractores
musulmanes han llamado la fascinación idólatra por el poder
del Estado. La Iglesia católica ya ha pasado por ahí. ¿Qué
tuvo que sacrificar, por el camino, de su testimonio religioso y su integridad
espiritual? El próximo Papa tiene que elaborar una respuesta que resuene
tanto en los oídos de los musulmanes devotos como en los que desprecian
la religión.

El reto de la ciencia y la bioética
El próximo pontificado debe prestar especial atención a la defensa
de la vida humana, su carácter sagrado y su dignidad, y cargarse de
razones para que se considere al cristianismo como una voz clave en el debate
sobre investigación y experimentación científica. En
noviembre de 2002, la Congregación para la Doctrina de la Fe (el organismo
encargado de promover y salvaguardar la doctrina de la Iglesia) publicó
una ‘Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas a la participación
de los católicos en la vida política’, dirigida a los
obispos católicos, los políticos y otros seglares involucrados
en la vida pública. "Una conciencia cristiana bien formada",
proclamaba el documento, "no nos permite votar por un programa político
o una ley individual que contradigan el contenido fundamental de la fe y la
moral". Entre los aspectos sujetos a la ley moral, proseguía,
se encuentran el aborto, la eutanasia y los experimentos con embriones humanos.

Con estas declaraciones, la Iglesia se sitúa en medio de un complejo
debate público sobre la propia esencia de lo que significa ser humano
y cómo se define dicha esencia a través de las decisiones éticas
en la ciencia y la medicina. La complejidad creciente del debate sobre la
vida y la muerte obliga a la Iglesia a mantenerse al día de la ciencia
y la tecnología, cuyos avances establecen los términos a los
que debe atenerse cualquier proclamación convincente de la moral cristiana.

La Iglesia católica tiene que superar los obstáculos de su
reputación como enemiga habitual de la investigación científica
sin ataduras y su lentitud a la hora de desarrollar un grupo propio de científicos
de primera categoría que trabajen en las disciplinas que le interesan.
Eso hace que la Iglesia no esté en buena situación para abordar
los dilemas éticos suscitados por la clonación humana y otras
formas de ingeniería genética.

¿Por qué no emprende el próximo Papa una ofensiva de
educación científica? El caso Galileo y otros episodios negativos
siguen despertando gran interés, pero las aportaciones de los científicos
católicos, la actitud relativamente abierta respecto a la evolución
(tras la resistencia inicial, a comienzos del siglo xx) y la aceptación
de la libertad de cátedra pueden ayudar a reconstruir las energías
y la respetabilidad de la Iglesia en este ámbito. Un buen punto de
partida sería mejorar y actualizar la Academia Pontificia de Ciencias
(un órgano independiente, dentro de la Santa Sede, que tiene libertad
de investigación en disciplinas científicas concretas).

El próximo Papa debe dirigir con una actitud intelectual y de amplias
miras esta tarea crucial de situar la teoría católica a la altura
de las prácticas actuales y la transformación constante de los
horizontes éticos. La Iglesia no puede permitirse el lujo de pontificar
desde una plataforma de conocimientos que ha quedado obsoleta.

Las cualidades del próximo Papa
¿Qué cualidades debe poseer el próximo Papa para afrontar
estos retos? En realidad, poca cosa: nada más que un intelecto de gran
capacidad, formado mediante la lectura y el estudio disciplinado, no sólo
de la filosofía y la teología católicas, sino también
de la política, la economía y la ciencia contemporáneas;
un profundo conocimiento y una experiencia personal de las lenguas, las culturas,
las leyes religiosas y las costumbres del mundo islámico; y una comprensión
real sobre el estado de las instituciones católicas de enseñanza
superior, junto a la voluntad de absorber nuevas enseñanzas y hallazgos
del mundo de la biotecnología.

No hace falta decir que estaría bien que se fijaran en el ejemplo de
Karol Wojtyla. Dado que Juan Pablo II ha nombrado a 130 de los 135 cardenales
con derecho a votar en el próximo cónclave, seguramente este
consejo parece innecesario; el mundo cuenta con que escojan a un Papa que
siga los pasos de su jefe actual. Es más, si no hay ningún candidato
que obtenga el apoyo de los dos tercios durante los 12 o 13 primeros días
de votación secreta, podrían tomar la decisión, por mayoría,
de elegir al Papa por mayoría simple. En ese caso, parece que saldrían
beneficiados los candidatos que son más conocidos, es decir, los cardenales
que han ocupado puestos de responsabilidad destacados durante el pontificado
de Juan Pablo II.

Sin embargo, si la historia indica algo en cuanto a las elecciones papales,
es la preferencia de los electores por cambiar de rumbo, sobre todo después
de un papado prolongado. Y sería superfluo, para no hablar de teológicamente
incorrecto, intentar encontrar a un sustituto de Karol Wojtyla. Nunca podremos
reemplazar al Papa polaco, ni siquiera con otro Papa polaco, cuyo espíritu,
en cualquier caso, se habría forjado en una realidad católica
diferente en Polonia, un paisaje cambiado para siempre por su predecesor.
Además, la Iglesia católica no cree en la clonación.

Conclusión
Les pido una tarea difícil: deben elegir a un Papa que pueda proclamar
el evangelio a líderes políticos, economistas, responsables
del Banco Mundial, ingenieros genéticos y especialistas en ética,
secularizados y agnósticos, que recomiendan las decisiones en materia
de vida y muerte. Deben elegir a un Papa que pueda mantener la independencia
política de la Iglesia católica, ganada a pulso, y resistir
la tentación de construir alianzas con los poderes profanos. Y deben
elegir a un pontífice que reconozca las afinidades del catolicismo
con el islam, evite verse involucrado con extremistas y forje una alianza
de trabajo con los moderados que, como la Iglesia católica, pretenden
influir en la cultura y la educación a largo plazo, y no hacerse directamente
con el poder.

Algunos de ustedes tienen una o más de estas cualidades; para encontrar
a la persona que las posea en abundancia será necesaria la ayuda del
Espíritu Santo. Les deseo lo mejor, y rezaré por ustedes.

Nota a los Cardenales. URGENTE: Requisitos para ser el próximo Papa: Para asegurar la vitalidad de la Iglesia católica, el sucesor de Juan Pablo II debe abrirse a la ciencia, rechazar la globalización, acercarse al islam y luchar por un reparto equitativo de la riqueza

A:Sacro Colegio Cardenalicio Iglesia católica

DE: R. Scott Appleby

RE: Elección del próximo Papa

En el siglo xxi, eminencias, la Iglesia católica debe abordar con
energía tres retos relacionados y urgentes que amenazan la vitalidad
y la importancia del cristianismo.

En primer lugar, me refiero a una secularización nueva y agresiva,
introducida por la dinámica de la globalización. Tanto en las
sociedades tradicionales como en las desarrolladas, el materialismo creciente
está abriendo paso a un tipo de secularidad que es indiferente u hostil
a la fe religiosa. Un segundo hecho fundamental que afecta de forma directa
al futuro del catolicismo es la feroz lucha interna por el alma del islam,
la gran religión mundial que es, a la vez, la principal rival del cristianismo
en número de adeptos y su posible aliada contra un concepto puramente
materialista del desarrollo humano. Y, en tercer lugar, la aparición
de la ingeniería genética y otras formas de biotecnología
resalta la necesidad de actualizar la educación y la competencia de
la Iglesia católica en ciencia y bioética.

El pontífice que suceda a su santidad Juan Pablo II debe afrontar estos
tres retos con audacia. Si el próximo Papa no concibe la relación
entre estos problemas y sus raíces en el contexto de un debate histórico
sobre el significado de la religión para la humanidad, el catolicismo
será incapaz de ofrecer una alternativa viable a los extremismos, encarnados
en la militancia religiosa intolerante y el materialismo egocéntrico
de una sociedad mundial de consumo.

El reto del laicismo
La idea de que la experiencia humana puede interpretarse mediante análisis
puramente empíricos y sociales, sin ninguna referencia a la trascendencia
de los orígenes y la orientación de la humanidad, no es nueva,
desde luego. La reducción del ser humano a un objeto es la tentación
constante del mundo moderno; no hay más que ver la degradación
de la vida en las guerras, los genocidios, las salas de torturas y las desigualdades
sociales a lo largo del siglo xx. Pero esta concepción errónea
de la humanidad ha encontrado un poderoso complemento en la nueva globalización,
llena de fuerza y que domina, en la actualidad, las relaciones económicas,
políticas y culturales entre los pueblos. La mercantilización
de las relaciones sociales, que convierte a los individuos en dientes de las
ruedas de la industria y la política, está presente prácticamente
en todas las modalidades de interacción humana, incluida la religión.

La Iglesia católica lleva más de un siglo lanzando advertencias
contra la interpretación de la humanidad exclusivamente a través
de conceptos extraídos de la biología, la economía y
la psicología. Ha proclamado, con renovado vigor desde el pontificado
de Juan XXIII y el Concilio Vaticano II (1962-1965), que la fe en el carácter
sagrado de la vida humana es el único fundamento seguro para proteger
la dignidad del ser humano. En su labor de reafirmar esta piedra angular de
las enseñanzas sociales del catolicismo, el próximo Papa tendrá
que exhibir la misma fuerza y la creatividad que Juan Pablo II, que ha atravesado
el mundo proclamando que la dignidad humana es el regalo de Dios a cada persona.
La defensa de los derechos humanos, incluido el importantísimo derecho
a la libertad de culto, debe seguir siendo el mensaje central del catolicismo
al mundo. No es una tarea fácil: Karol Wojtyla recibió críticas
cuando habló de la libertad religiosa en un viaje a India, donde los
militantes hindúes le acusaron de practicar el proselitismo. Tampoco
son bienvenidos los defensores de dicha libertad en bastiones del laicismo
como las repúblicas postsoviéticas de Asia central o China,
ni en naciones dominadas por una mayoría etnorreligiosa, como Arabia
Saudí, Bosnia o Sri Lanka. La falta de popularidad y la desaprobación
de los gobiernos no han detenido nunca a Wojtyla, y no deben detener a su
sucesor.

Esta defensa fundamental de la dignidad y los derechos humanos es el fundamento
moral de la evangelización. En su tarea de llevar el mensaje de Cristo
a la gente, tanto a quienes han escuchado el Evangelio como a quienes no lo
han hecho, Juan Pablo II rechazó de plano las alianzas con los Estados
y su poder de coacción. Los concordatos con Estados-nación amigos
-una amistad que, muchas veces, le costaba a la Iglesia un terrible
precio moral y espiritual- pertenecen al pasado. El próximo Papa
no puede volver a asociarse con ningún gobierno. La sociedad civil
-la cuna de la autodeterminación política y el ámbito
de expresión de la libertad humana en la cultura y la religión-
es el medio en el que debe ponerse en práctica la misión divina
de acercar Cristo al mundo y el mundo a Cristo.

El próximo Papa tiene que reconocer que la fe religiosa se ve como
algo cada vez más contraproducente (en el mejor de los casos) desde
el punto de vista de una sociedad seducida por la riqueza material, escéptica
respecto a la verdad y recelosa del poder. En gran parte de Europa occidental,
es frecuente que las afirmaciones de la identidad religiosa se reciban con
desprecio y una incomprensión casi obstinada (valga como ejemplo los
recelos que han despertado en Francia las chicas musulmanas por llevar velo
a la escuela). En Irak, Siria, Indonesia, Malaisia, Argelia y partes de Latinoamérica,
grupos religiosos de todo tipo han sufrido intimidaciones o clara persecución.
En Estados Unidos, los cristianos conservadores se declaran partidarios de
la libertad y la Carta de Derechos, pero sienten la tentación de regular
lo que, en definitiva, sólo compete a Dios: la conciencia y los principios
morales de sus conciudadanos.

Para la Iglesia católica sería desastroso capitular ante la
globalización del libre mercado y, con ello, ganar el mundo pero perder
el alma. Por tanto, el próximo Papa tiene que conservar la fuerza del
discurso religioso -la peculiaridad del relato cristiano, con su escandalosa
proclamación del perdón, el amor a los enemigos y la resurrección-,
aunque lo traduzca para que llegue tanto a los de dentro como a los de fuera.
Es preciso hacer que el argumento cristiano en defensa de los derechos humanos
y el desarrollo equitativo sea reconocible para los dirigentes económicos
y políticos, sobre todo aquellos para los que la fe no parece tener
gran importancia. Proteger la dignidad humana y otorgar instrumentos económicos
y políticos a los miles de millones de pobres a los que la globalización
margina cada vez más debe ser una cuestión de política
pública razonable, y no sólo de religión bien entendida.

El reto del islam
"No hay obligación en la religión", dice el Corán,
y el mundo islámico, hoy, intenta no coaccionar ni verse coaccionado.
Esta realidad tiene que influir en la elección papal que posiblemente
tengan que hacer ustedes dentro de poco. Desde luego, el próximo Papa
debe mantener y extender las posturas adoptadas en el Concilio Vaticano II
y promovidas por Juan Pablo II: el alejamiento del Estado en favor de la sociedad
civil, de la teocracia en favor de la democracia y del exclusivismo religioso
en favor de la libertad de culto. Pero, además, el próximo Papa
debe tomar muy en serio al islam, principal rival mundial del cristianismo
en la conquista de las almas de millones de africanos, asiáticos, europeos
y, tal vez, americanos.

Las proyecciones demográficas más fiables indican que el cristianismo
y el islam van a seguir creciendo de forma exponencial hasta que el hemisferio
sur esté inundado con las modalidades pentecostales, carismáticas,
militantes y sobrenaturalistas de ambas religiones. El historiador Philip
Jenkins prevé una población mundial de 2.600 millones de cristianos
en el año 2025, concentrada fundamentalmente en África, Asia
y Latinoamérica. Según esas proyecciones, el islam crecerá
a un ritmo similar en África y Asia. Hace mucho tiempo que el catolicismo
europeo ya no es la forma dominante de expresión del cristianismo en
el mundo; se ve eclipsado, cada vez más, por nuevas formas de piedad
y solidaridad religiosas, creadas, en parte, por el contacto con el islam.

Ahora bien, la relación entre el islam y el cristianismo, las dos
confesiones misioneras más poderosas del mundo, no se limita a la competencia
y la rivalidad. El cristianismo tiene mucho que aprender de la experiencia
moderna del islam, con su feroz resistencia a ciertas adaptaciones a la Ilustración,
como la privatización de la religión y el muro de separación
entre la religión y el Estado, y su desprecio hacia los agentes irreligiosos
o indiferentes de la modernización. Los cristianos y musulmanes militantes
se consideran el último bastión contra el agnosticismo de un
mundo cada vez más laico. Ambos grupos expresan, con argumentos separados
pero que resultan sorprendentemente afines, la crítica de que el materialismo
que amenaza con arrebatar a la religión hasta el último atisbo
de trascendencia es el producto más insidioso de la globalización.

El mundo pudo vislumbrar la posibilidad de una alianza entre el catolicismo
y el islam durante la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo
celebrada en El Cairo en 1994. Tanto los representantes del Vaticano como
los clérigos musulmanes denunciaron partes del Programa de Acción
para 20 años aprobado por los asistentes, entre ellas las relativas
a políticas reproductivas basadas, sobre todo, en el control de natalidad
y el aborto. Las voces más avanzadas, tanto laicas como religiosas,
expresaron su temor y su desdén ante la perspectiva de una guerra mundial
de culturas que enfrentara a las dos grandes religiones patriarcales contra
las fuerzas progresistas de los países ricos, democráticos y
liberalizados.

Para acallar esos temores, el próximo Papa deberá ser el arquitecto
de un diálogo cristiano-musulmán del que surjan alternativas
a las políticas y los programas que violan los principios de las enseñanzas
sociales del catolicismo. Los valores religiosos musulmanes se prestan a esa
construcción comunitaria de la sociedad, pero los especialistas en
ética de las dos confesiones deberán trabajar para alcanzar
posturas comunes en aspectos que van desde la guerra justa hasta el control
de natalidad.

Cuando impulse este diálogo, el próximo Papa tiene que evitar,
con inteligencia, errores como los que ha cometido la Iglesia en el mundo
moderno, entre ellos la tendencia del Vaticano a mirar hacia otro lado cuando
se encuentra con elementos fascistas y autoritarios en su propia casa y en
la de su posible aliado. La rama extremista del islam político busca
el poder de coacción y se esfuerza para superar lo que algunos detractores
musulmanes han llamado la fascinación idólatra por el poder
del Estado. La Iglesia católica ya ha pasado por ahí. ¿Qué
tuvo que sacrificar, por el camino, de su testimonio religioso y su integridad
espiritual? El próximo Papa tiene que elaborar una respuesta que resuene
tanto en los oídos de los musulmanes devotos como en los que desprecian
la religión.

El reto de la ciencia y la bioética
El próximo pontificado debe prestar especial atención a la defensa
de la vida humana, su carácter sagrado y su dignidad, y cargarse de
razones para que se considere al cristianismo como una voz clave en el debate
sobre investigación y experimentación científica. En
noviembre de 2002, la Congregación para la Doctrina de la Fe (el organismo
encargado de promover y salvaguardar la doctrina de la Iglesia) publicó
una ‘Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas a la participación
de los católicos en la vida política’, dirigida a los
obispos católicos, los políticos y otros seglares involucrados
en la vida pública. "Una conciencia cristiana bien formada",
proclamaba el documento, "no nos permite votar por un programa político
o una ley individual que contradigan el contenido fundamental de la fe y la
moral". Entre los aspectos sujetos a la ley moral, proseguía,
se encuentran el aborto, la eutanasia y los experimentos con embriones humanos.

Con estas declaraciones, la Iglesia se sitúa en medio de un complejo
debate público sobre la propia esencia de lo que significa ser humano
y cómo se define dicha esencia a través de las decisiones éticas
en la ciencia y la medicina. La complejidad creciente del debate sobre la
vida y la muerte obliga a la Iglesia a mantenerse al día de la ciencia
y la tecnología, cuyos avances establecen los términos a los
que debe atenerse cualquier proclamación convincente de la moral cristiana.

La Iglesia católica tiene que superar los obstáculos de su
reputación como enemiga habitual de la investigación científica
sin ataduras y su lentitud a la hora de desarrollar un grupo propio de científicos
de primera categoría que trabajen en las disciplinas que le interesan.
Eso hace que la Iglesia no esté en buena situación para abordar
los dilemas éticos suscitados por la clonación humana y otras
formas de ingeniería genética.

¿Por qué no emprende el próximo Papa una ofensiva de
educación científica? El caso Galileo y otros episodios negativos
siguen despertando gran interés, pero las aportaciones de los científicos
católicos, la actitud relativamente abierta respecto a la evolución
(tras la resistencia inicial, a comienzos del siglo xx) y la aceptación
de la libertad de cátedra pueden ayudar a reconstruir las energías
y la respetabilidad de la Iglesia en este ámbito. Un buen punto de
partida sería mejorar y actualizar la Academia Pontificia de Ciencias
(un órgano independiente, dentro de la Santa Sede, que tiene libertad
de investigación en disciplinas científicas concretas).

El próximo Papa debe dirigir con una actitud intelectual y de amplias
miras esta tarea crucial de situar la teoría católica a la altura
de las prácticas actuales y la transformación constante de los
horizontes éticos. La Iglesia no puede permitirse el lujo de pontificar
desde una plataforma de conocimientos que ha quedado obsoleta.

Las cualidades del próximo Papa
¿Qué cualidades debe poseer el próximo Papa para afrontar
estos retos? En realidad, poca cosa: nada más que un intelecto de gran
capacidad, formado mediante la lectura y el estudio disciplinado, no sólo
de la filosofía y la teología católicas, sino también
de la política, la economía y la ciencia contemporáneas;
un profundo conocimiento y una experiencia personal de las lenguas, las culturas,
las leyes religiosas y las costumbres del mundo islámico; y una comprensión
real sobre el estado de las instituciones católicas de enseñanza
superior, junto a la voluntad de absorber nuevas enseñanzas y hallazgos
del mundo de la biotecnología.

No hace falta decir que estaría bien que se fijaran en el ejemplo de
Karol Wojtyla. Dado que Juan Pablo II ha nombrado a 130 de los 135 cardenales
con derecho a votar en el próximo cónclave, seguramente este
consejo parece innecesario; el mundo cuenta con que escojan a un Papa que
siga los pasos de su jefe actual. Es más, si no hay ningún candidato
que obtenga el apoyo de los dos tercios durante los 12 o 13 primeros días
de votación secreta, podrían tomar la decisión, por mayoría,
de elegir al Papa por mayoría simple. En ese caso, parece que saldrían
beneficiados los candidatos que son más conocidos, es decir, los cardenales
que han ocupado puestos de responsabilidad destacados durante el pontificado
de Juan Pablo II.

Sin embargo, si la historia indica algo en cuanto a las elecciones papales,
es la preferencia de los electores por cambiar de rumbo, sobre todo después
de un papado prolongado. Y sería superfluo, para no hablar de teológicamente
incorrecto, intentar encontrar a un sustituto de Karol Wojtyla. Nunca podremos
reemplazar al Papa polaco, ni siquiera con otro Papa polaco, cuyo espíritu,
en cualquier caso, se habría forjado en una realidad católica
diferente en Polonia, un paisaje cambiado para siempre por su predecesor.
Además, la Iglesia católica no cree en la clonación.

Conclusión
Les pido una tarea difícil: deben elegir a un Papa que pueda proclamar
el evangelio a líderes políticos, economistas, responsables
del Banco Mundial, ingenieros genéticos y especialistas en ética,
secularizados y agnósticos, que recomiendan las decisiones en materia
de vida y muerte. Deben elegir a un Papa que pueda mantener la independencia
política de la Iglesia católica, ganada a pulso, y resistir
la tentación de construir alianzas con los poderes profanos. Y deben
elegir a un pontífice que reconozca las afinidades del catolicismo
con el islam, evite verse involucrado con extremistas y forje una alianza
de trabajo con los moderados que, como la Iglesia católica, pretenden
influir en la cultura y la educación a largo plazo, y no hacerse directamente
con el poder.

Algunos de ustedes tienen una o más de estas cualidades; para encontrar
a la persona que las posea en abundancia será necesaria la ayuda del
Espíritu Santo. Les deseo lo mejor, y rezaré por ustedes.

R. Scott Appleby es catedrático
de Historia y director de la cátedra John M. Regan Jr. en el Instituto
Joan B. Kroc de Estudios Internacionales sobre la Paz, en la Universidad de
Nôtre Dame de Indiana (EE UU). Su obra más reciente, como coautor,
es Strong Religion: The Rise of Fundamentalisms Around the World, Chicago, University
of Chicago Press, 2003.