¿Están los países ricos obstaculizando, sin pretenderlo, la acción humanitaria? ¿Cómo garantizar que su ayuda sirva de verdad para salvar vidas? El Índice de Respuesta Humanitaria revela que aún existe una gran diferencia entre lo que los gobiernos se comprometen a hacer y sus actuaciones. La crisis financiera internacional abre interrogantes adicionales.

 

Mientras los líderes mundiales centran su atención en la coyuntura financiera internacional y en la construcción de un nuevo orden económico, continúan las catástrofes naturales y las crisis humanitarias. Y, con el impacto del cambio climático, los conflictos violentos persistentes y el aumento de los precios de los alimentos y el combustible, podemos contar con que las cosas no van a mejorar, sino a empeorar, para los más de 350 millones de personas perjudicadas por estas crisis sólo el año pasado, por no hablar de los millones que viven en la pobreza.

Como principales fuentes de financiación de la ayuda humanitaria, los gobiernos donantes tienen el poder –y la responsabilidad– de garantizar que sus políticas y prácticas beneficien lo más posible a quienes sufren. Pero, ¿hasta qué punto están comportándose bien los dirigentes de los países ricos a la hora de respaldar una acción humanitaria eficaz? ¿Significará la crisis financiera menos dinero de los gobiernos para las organizaciones humanitarias?

El Índice de Respuesta Humanitaria de 2008 elaborado por Development Assistance Research Associates, con sede en Madrid (DARA), revela que existe aún una gran diferencia entre el compromiso de los gobiernos de regirse por los principios de la buena donación y lo que hacen en la práctica. Todos los donantes evaluados podrían mejorar. Además, los líderes y la comunidad internacional deben abordar con urgencia varios problemas sistemáticos para reducir las muertes y los afectados por catástrofes y conflictos cada año.

 

 

 

LA NEUTRALIDAD, PRIORITARIA

En primer lugar, los gobiernos tienen que ofrecer ayuda de manera que apoyen una acción humanitaria neutral e imparcial y asegurarse de que sus políticas contribuyan a garantizar la seguridad de las organizaciones que trabajan sobre el terreno. Por ejemplo, en Afganistán, muchos países de la OCDE –algunos, directamente involucrados en el conflicto– se resisten a calificar la situación de crisis humanitaria y destinan el dinero, sobre todo, a programas explícitamente vinculados a los Equipos de Reconstrucción Provincial que dirigen sus ejércitos. Eso tiene graves consecuencias para las organizaciones humanitarias que tratan de conservar su independencia y respetar las bases de su actividad: que la ayuda se ofrezca según principios de neutralidad e imparcialidad, en proporción con las necesidades y sin discriminación de ningún tipo.

En 2006 murieron violentamente más de 80 trabajadores de organismos humanitarios en todo el mundo, y en 2007 fueron asesinados más de 40 sólo en Afganistán, en parte por la confusa línea que separa  los objetivos militares y de seguridad de los gobiernos donantes y la acción humanitaria. Éste es un terreno en el que países influyentes como Estados Unidos pueden recuperar un puesto de liderazgo y asegurarse de que su auxilio respeta las leyes internacionales, los derechos humanos y otras normas que garantizan la calidad y la eficacia de la acción humanitaria. Si no lo hacen, puede ser fatal para estas organizaciones.

 

 

 

UNA REFORMA NECESARIA

En segundo lugar, los líderes de los países más ricos del mundo deben invertir seriamente en reforzar la capacidad del sistema humanitario internacional para que pueda cubrir mejor las necesidades actuales y futuras. El sistema está ya al límite de sus posibilidades y ha de mejorar para ser más eficaz. El ex secretario general de la ONU Kofi Annan supo verlo e inició un ambicioso proceso de reforma al final de su mandato. Esos esfuerzos deben continuar e incluso acelerarse, y los gobiernos donantes tienen un papel fundamental que desempeñar: el de proporcionar el compromiso político y los recursos para lograrlo. Sin embargo, este compromiso puede correr peligro cuando la atención mundial está centrada en otras cuestiones.

Es cierto que algunos países destacan por su esfuerzo para financiar la respuesta frente a crisis y emergencias, en correspondencia con los compromisos de aumentar la ayuda al desarrollo y humanitaria hasta el objetivo recomendado del 0,7% del PIB. ¿Pero qué pasará a medida que la crisis económica se intensifique? Muchas organizaciones humanitarias han reducido ya sus presupuestos. Otras han aumentado enormemente los programas en sus propios países para afrontar la demanda creciente de las personas perjudicadas por la crisis financiera. No podemos esperar que los organismos de la ONU, el Movimiento de la Cruz Roja y la Media Luna Roja y las ONG asuman unas necesidades mayores sin el correspondiente apoyo de los donantes. Ahora, más que nunca, los gobiernos tienen que asegurarse de que cada dólar se utiliza para ayudar a quienes lo precisan.

Pero no es sólo cuestión de financiación. Más importante es la calidad de la ayuda y las relaciones con las organizaciones humanitarias. Limitarse a dar fondos, sin dejar claro con los actores fundamentales y las autoridades del país afectado cómo se va a gastar, y sin vigilancia y supervisión del programa, no es, ni mucho menos, suficiente. Los donantes deben abordar este asunto de manera estratégica e invertir en estimular la armonización y la coordinación entre los diferentes niveles del sistema. Han de comprometerse más con las organizaciones que trabajan sobre el  terreno y fomentar la mutua responsabilidad de encontrar las soluciones mejores y más duraderas para la gente afectada. Los riesgos y los costes humanos de no invertir en ello podrían ser desastrosos.

 

 

 

UNA ESTRATEGIA A LARGO PLAZO

En tercer lugar, los países ricos tienen que vincular su auxilio a estrategias de recuperación y desarrollo a largo plazo. Invertir en estructuras locales es la forma más eficaz de prevenir y mitigar los efectos de las catástrofes y los conflictos. Los donantes y las organizaciones suelen repetir que su compromiso de apoyar la participación local es la clave para el éxito de cualquier programa. Sin embargo, convertir estas palabras en una práctica coherente sigue siendo un problema. El sistema humanitario internacional, incluidos los donantes, ha de aprender aún cómo adaptar sus mecanismos a los contextos locales, sobre todo para apoyar y reforzar la capacidad local de responder, hacer frente a las crisis y recuperarse de ellas.

Los organismos humanitarios, muchas veces, se afanan en encontrar el equilibrio entre cubrir las necesidades a corto plazo y sentar las bases para la recuperación y el desarrollo, pero las políticas de los donantes pueden acentuar la brecha. Del mismo modo, los procedimientos de éstos pueden facilitar o dificultar los esfuerzos para relacionarse de manera eficaz con las comunidades locales y poner en práctica programas que atiendan a sus necesidades inmediatas y a largo plazo.

Como ejemplo positivo, en Bangladesh, los donantes y las organizaciones humanitarias trabajaron relativamente bien en colaboración después de un gran ciclón. El apoyo internacional de larga duración y el compromiso de construir una estructura local para prepararse para las catástrofes, además del respeto a las autoridades y organizaciones locales, ayudaron a que las pérdidas de vidas fueran mínimas en comparación con otros ciclones anteriores. Con la vista puesta en 2015 como plazo marcado para los Objetivos de Desarrollo del Milenio, los donantes pueden renovar los esfuerzos para que la ayuda humanitaria y la cooperación al desarrollo vayan de la mano y ayuden a reforzar a las comunidades que sufren la pobreza, las catástrofes y los conflictos para que puedan afrontar mejor el futuro. Los líderes de los países ricos desempeñan un papel fundamental en la búsqueda de soluciones para estos retos. En un momento en el que otras preocupaciones pueden distraer la atención de los problemas humanitarios es preciso renovar los esfuerzos mundiales para garantizar un uso responsable y eficaz de la ayuda. En palabras de Kofi Annan, “podemos y debemos hacer más. Tenemos los recursos, el conocimiento y la capacidad para ello. Los millones de personas afectadas por las crisis y las emergencias se lo merecen”.

Los pilares de la buena donación

El Índice de Respuesta Humanitaria valora y clasifica anualmente el comportamiento de los 22 gobiernos de la OCDE/CAD y la CE que en 2005 acordaron atenerse a los principios de la Buena Donación Humanitaria. Para el de 2008 se realizó un proceso de investigación que incluyó la recogida de 58 indicadores cualitativos y cuantitativos de buena práctica. Los equipos de DARA visitaron 11 zonas en crisis, entrevistaron a más de 350 organizaciones humanitarias y reunieron más de 1.400 encuestas sobre cómo perciben el comportamiento de los donantes los agentes que están sobre el terreno. Los resultados están respaldados por datos recogidos de donantes, organismos de la ONU, el Banco Mundial y otras fuentes. Los indicadores se agrupan en cinco pilares de la buena práctica.

Pilar 1: ¿Las respuestas de los donantes se basan en las necesidades o en otras consideraciones?
Pilar 2: ¿En qué medida contribuyen los donantes a la recuperación a largo plazo y el desarrollo?
Pilar 3: ¿En qué medida apoyan los donantes a otros socios y colaboran con ellos?
Pilar 4: ¿Los donantes respetan y promueven las normas y los principios internacionales?
Pilar 5: ¿Los donantes contribuyen a la responsabilidad y el aprendizaje en la acción humanitaria?

Para consultar el Índice de Respuesta Humaniaria completo, visite la web www.dara.int.org.