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Activistas tailandeses protentan contra la Junta, enero de 2019.

El país asiático celebrará elecciones en marzo tras casi cinco años de dictadura militar, pero pocos ven la cita electoral como una vuelta al juego democrático.

El pasado 8 de febrero, la política tailandesa dio un giro propio de una de las enrevesadas telenovelas que triunfan durante el prime time de las principales cadenas del país. Las candidaturas para presentarse a primer ministro en las próximas elecciones previstas para el 24 de marzo estaban a punto de cerrar y las piezas parecían estar claramente dispuestas en el tablero de juego. Sin embargo, a primera hora de la mañana se confirmaba un rumor que llevaba dos días rumiándose y que la mayoría había considerado como demasiado atrevido: la princesa Ubolratana Mahidol, la hermana mayor del actual rey, se presentaba.

En las horas siguientes al anuncio, las elecciones que la junta militar había diseñado cuidadosamente durante los últimos cuatro años para asegurarse una victoria, parecían perdidas. La monarquía es una institución venerada en Tailandia, protegida por una dura ley de lesa majestad, y aunque oficialmente no puede involucrarse en política, el monarca siempre planea sobre los gobiernos del país. Ubolratana era así la primera persona de la familia real que se aliaba abiertamente con un partido político, algo que supuestamente podía hacer porque había perdido sus títulos honoríficos en los 70 para casarse con un estadounidense. Sin embargo, la princesa, que se presentaba por uno de los partidos relacionados con el multimillonario Thaksin Shinawatra, seguía conservando su popularidad real. Y con ella un gran tirón electoral que duró tan sólo unos días, hasta que la candidatura fue anulada por la Comisión Electoral.

Este movimiento casi desesperado de la oposición es sólo una muestra más del guión surrealista que rige hoy la política tailandesa tras casi tres lustros de crisis en los que se han visto dos golpes de Estado y decenas de multitudinarias protestas de las dos principales facciones en las calles, los camisas rojas y los camisas amarillas. En el centro de esa crisis ha estado la figura del controvertido Thaksin Shinawatra, quien se convirtió en primer ministro en 2001 y fue depuesto en un golpe de Estado en 2006, y que sigue siendo una de las figuras con mayor influencia en la política del país a pesar de estar en el exilio en Dubai. Y es también el mayor quebradero de cabeza de los militares, que en mayo de 2014 depusieron de nuevo un gobierno encabezado por el Pheu Thai, un partido patrocinado por Thaksin.

Desde entonces, la junta militar que aún gobierna el país ha estado diseñando un sistema que permitiera al país volver a un sistema democrático –al menos en apariencia– pero asegurándose de que no vuelva a caer en manos de los Shinawatra. Para ello la junta ha remodelado todo el sistema político y electoral, aprobando una nueva Constitución y toda una batería de leyes orgánicas que regulan cómo los gobiernos civiles serán elegidos en el futuro. ...