Erdogan necesita cambiar de rumbo respecto a su propia insurgencia kurda para tomar el control del país y tener más fuerza frente a Siria.
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AFP/Getty Images |
Uno de los numerosos problemas que supone para Turquía el agravamiento de la guerra civil en Siria es el hecho de que alimenta las llamas del conflicto interno de Ankara con los rebeldes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Los choques en el sureste del país se han multiplicado durante el último año. Un grupo afiliado al PKK domina en las áreas kurdas, junto a la frontera con el norte sirio. Y Turquía acusa a Siria de haber renovado su apoyo al grupo proscrito, que está calificado de organización terrorista.
Sin embargo, es crucial que Turquía afronte la realidad de que la conexión con Siria no es más que un mero síntoma de su problema interno más importante. Un escudo antimisiles, Patriot, instalado por Estados Unidos a lo largo de la frontera entre ambos países, como sugirió el Gobierno turco hace unos días, no servirá de mucho frente al PKK. La verdadera prueba de fuego para el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, es encontrar una manera de aprovechar el caos actual para dar un giro radical y abandonar las políticas fracasadas que ha mantenido su Gobierno con el PKK y los kurdos durante los últimos 18 meses.
Cada vez es más urgente un cambio de rumbo. El número de víctimas en los choques con los rebeldes está llegando a sus niveles más altos desde los peores tiempos de los 90; el recuento mínimo informal de la organización International Crisis Group habla de más de 830 soldados, policías, miembros del PKK y civiles muertos por la violencia desde junio de 2011. En septiembre de este año, los presos del entorno del Partido iniciaron una huelga de hambre que se ha extendido ya a más de 600 personas en más de 60 cárceles y las condiciones de algunos son ya críticas. Las fuerzas de seguridad han arrestado a varios miles de activistas del movimiento kurdo acusados de terrorismo, pese a que en general no tienen vínculos con esta actividad. La semana pasada, el cierre de tiendas, escuelas y servicios municipales en solidaridad con los reos y los huelguistas en la ciudad de Diyarbakir, de mayoría kurda, fue una de las más seguidas de los últimos 10 años.
Hasta ahora, la reacción de Erdogan ha consistido en una nueva ronda de declaraciones retóricas inflexibles, una estrategia exclusivamente militar sobre el terreno y la negación pública de que alguien estuviera haciendo huelga de hambre. Es una actitud nada realista. Debe encontrar la forma de volver a la fructífera estrategia que mantuvo hasta 2009, una apertura democrática que hizo por los kurdos, históricamente oprimidos más que cualquier otra cosa desde hace casi un siglo, y un intento genuino de hablar y dialogar con el PKK para ...
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