Ante la invitación a elegir un ejemplo simbólico de lo que significa para mí el proyecto europeo escojo el legado académico y vital de Tony Judt, historiador británico de familia judía, padres emigrantes (belga y rusa), plasmado en obras magníficas como ¿Una gran ilusión?: un ensayo sobre Europa (1996); o Posguerra: una Historia de Europa desde 1945 (2005). Lo que me cautiva especialmente de Judt es su entrega y compromiso con los valores y la identidad europea, que le llevó a aprender checo como terapia a su crisis de la mediana edad y no sólo convertirse en referencia de la historia contemporánea de Europa Oriental, sino en activista que apoyó a colegas y disidentes, algunos protagonistas de la revolución del terciopelo en Checoslovaquia. En noviembre de 1989, un momento de gran esperanza para el futuro de Europa, Judt fue testigo privilegiado en Praga de cómo Václav Havel aceptaba la presidencia del país desde un balcón de la plaza central.