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Los jugadores de fútbol americano Colin Kaepernick (izquierda) y Eric Reid se arrodillan mientras suena el himno estadounidense en protesta por el racismo y la represión policial contra la población afroamericana en EE UU. Ezra Shaw/Getty Images

¿Qué tiene que ver el Presidente estadounidense con la Liga Nacional de Fútbol Americano y el racismo?

El deporte, como el cine, la música, la televisión y otras instituciones culturales constituye a menudo una preciada forma de escapar del sopor cotidiano. Sin embargo, no hay nada que nos devuelva a la realidad tan deprisa como añadir algo de política a la mezcla. Por otra parte, las protestas políticas son mejores cuando se fusionan con la cultura y nos plantan una lección ante nuestras narices en el momento más inesperado. El 23 de mayo pasado, los dueños de la Liga Nacional de Fútbol Americano de Estados Unidos (NFL en sus siglas en inglés) hicieron pública su nueva política sobre lo que los jugadores pueden y no pueden hacer mientras se toca el himno nacional antes de un partido. El vicepresidente Mike Pence no tardó nada en tuitear el titular de CNN con el hashtag #winning y una bandera de Estados Unidos. Al día siguiente, el presidente estadounidense, Donald Trump, aportó su granito de arena en el programa Fox and Friends, al decir: “No me parece que la gente se tenga que quedar en el vestuario, pero creo que vendrá bien. O se ponen de pie con orgullo al escuchar el himno nacional, o no deben jugar, no deben estar en el campo. Quizá no deberían estar en el país”.

Salvo que ustedes sean muy aficionados al fútbol americano (yo no lo soy, a pesar de haber sido animadora), seguramente necesitarán que les ponga en antecedentes. La historia comienza en agosto de 2016, cuando Colin Kaepernick, un quarterback de los San Francisco 49ers, decidió quedarse sentado en el banquillo durante el himno nacional antes de un partido de pretemporada. Después explicó la decisión diciendo que quería protestar contra el racismo y la brutalidad policial: “Voy a seguir apoyando a la gente oprimida. Eso es algo que tiene que cambiar. Cuando haya cambios reales y sienta que la bandera representa lo que se supone que tiene que representar, y que este país representa a la gente como se supone que debe hacerlo, me pondré de pie”.

Después de una conversación con un antiguo jugador de la NFL y veterano del Ejército, Kaepernick modificó su forma de protesta y decidió poner una rodilla en el suelo en lugar de quedarse sentado, para no “despreciar al Ejército”. Pronto se le unió su compañero de equipo Eric Reid y después otros jugadores de fútbol y deportistas en general, hasta que, en otoño de 2017, se convirtió en algo habitual. Salvo que Kaepernick no volvió al campo ese otoño, porque su contrato expiró, no le contrató ningún otro equipo y se quedó sin jugar en la temporada 2017-2018, en un intento aparente por parte de los dueños de la NFL de castigarlo discretamente y resolver así la situación.

Todo se comprende mejor si se tiene en cuenta que los dueños de la NFL son, casi en su totalidad, hombres blancos de derechas. Según un estudio hecho en 2011 por el Center for Responsive Politics, de los 32 equipos de la NFL, los dueños dieron un total de 1,4 millones de dólares a campañas políticas, y aproximadamente el doble a candidatos republicanos que a demócratas. No es extraño que la mayoría de los 32 equipos tengan propietarios blancos y solo dos sean de color: un estadounidense de origen paquistaní y un copropietario que es de origen asiático. Ninguno de ellos es negro. De hecho, de los 92 grandes equipos de deportes profesionales que juegan en Estados Unidos, solo hay uno propiedad de un afroamericano, los Bobcats de Charlotte, cuyo dueño es Michael Jordan.

Por el contrario, el 70% de los jugadores de la NFL son negros. Mucha gente se queja de que los deportistas y otros famosos aprovechen su fama para llamar la atención sobre cuestiones políticas, pero las industrias del deporte y el espectáculo han dado a los afroamericanos unos megáfonos muy necesarios, y es comprensible que muchos quieran usarlos.

Aunque muchos de los primeros análisis achacaron los nervios de los dueños de la NFL al conservadurismo de la mayoría de los aficionados, los datos no lo corroboran. Según los analistas estadísticos de FiveThirtyEight.com (que se ocupa tanto del deporte como la política), las tendencias políticas de los aficionados a la NFL suelen coincidir con las de sus ciudades, y las áreas urbanas suelen ser más de izquierdas que las rurales. Dicho esto, en comparación con los aficionados al béisbol (MLB), el baloncesto (NBA) y el hockey (NHL), que se inclinan claramente hacia la izquierda, y los aficionados al baloncesto universitario, NASCAR y el fútbol universitario, que se inclinan hacia la derecha, la NFL tiene la base menos partidista. Ocurre sobre todo con el equipo en el que empezó todo, mi equipo local, los 49ers de San Francisco, que no solo tiene la base de aficionados más a la izquierda de toda la Liga, según los datos de FiveThirtyEight.com, sino, además, la que menos votos dio al actual Presidente estadounidense.

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El Presidente Donald Trump recibiendo un casco de fútbol americano como regalo, Washington, 2017. Saul Loeb/AFP/Getty Images

Porque llegamos a Trump. Para reanudar la historia donde la dejamos, en el otoño de 2017, llegó Trump, roció todo el asunto de gasolina y encendió la mecha durante un mitin en Alabama en favor del candidato al Senado Luther Strange. Éste ni siquiera era un político de los que le gustan a Trump, pero Strange había ido a apoyarlo en las primarias republicanas para que no venciera Roy Moore, que las ganó pero después perdió la elección en medio de acusaciones de agresiones sexuales a adolescentes. Es decir, Trump estaba tratando de incendiar a una concentración de seguidores y se salió del guion para hablar de las protestas de los jugadores de la NFL:“Sería fantástico ver a uno de esos propietarios de la NFL, cuando alguien falta al respeto a nuestra bandera, diciendo: ‘Que saquen a ese hijo de puta del campo ahora mismo. Fuera. Esta despedido. ¡Está despedido!’ Y algún propietario va a hacerlo. Va a decir: ‘Ese tío está faltando al respeto a nuestra bandera, está despedido’. Y ese dueño, no lo saben. No lo saben. Será la persona más popular durante una semana. Será la persona más popular del país”.“¿Pero sabéis que está haciendo más daño que eso? Cuando gente como vosotros enciende la televisión y ve a esas personas arrodillándose durante nuestro gran himno nacional. Lo único que podéis hacer mejor es, si lo veis, aunque solo sea un jugador, abandonad el estadio, y garantizo que la cosa se acabará. La cosa se acabará. Levantaos y marchaos. Levantaos y marchaos. Y la cosa cambiará”.

Hay que señalar que este es el tipo de asunto al que la mayoría de los políticos no quiere ni acercarse porque hay pocas posibilidades de abordarlo sin verse arrastrados a una lucha desagradable e imposible de ganar. Es lo que podríamos calificar, con una metáfora deportiva, como un “error no forzado”, una equivocación cometida por un jugador en una situación en la que no hay ninguna presión.

Aunque esa era la primera vez que Trump hablaba específicamente de las protestas de los jugadores de fútbol americano, no es el primer conflicto que ha tenido con la NFL. A mediados de los 80, Trump fue dueño de un equipo, los New Jersey Generals, que formaba parte de la U.S. Football League (USFL). En opinión de casi todo el mundo, Trump fue el culpable de que desapareciera esta liga de fútbol americano, porque se empeñó en que cambiaran su calendario y jugaran en otoño para competir con la NFL. Posteriormente, en 2014, perdió una puja para ser propietario de los Buffalo Bills y tuiteó: “Los partidos de @nfl son hoy tan aburridos que, en realidad, estoy encantado de no haberme quedado con los Bills. ¡Partidos aburridos, demasiadas banderas, demasiado blandos!”

Después de la diatriba de Trump en el mitin de Alabama, el domingo 24 de septiembre de 2017 se desató con seis tuits sobre el tema en los que llamó a los aficionados a boicotear la NFL. El ataque empujó a jugadores de todo el país a protestar en solidaridad, arrodillándose, quedándose en el vestuario o enlazando sus brazos durante el himno. Como es natural, la situación dominó varios ciclos informativos, precisamente lo que los dueños de la NFL habían intentado evitar al apartar a Kaepernick y Reid, con la esperanza de que la furia se calmara. Sin embargo, Trump se apoderó del mensaje de una protesta elegante y no violenta contra el racismo y la brutalidad policial y lo convirtió en un debate sobre el patriotismo, la bandera, el himno nacional y el respeto al servicio militar. Y además, hubo bots de propaganda vinculados a Rusia dispuestos a entrar en la controversia y agravar las divisiones todo lo posible.

Desde fuera, el problema puede parecer bastante estúpido, y muy estadounidense, porque no es algo que se haga en la mayoría de los países. La primera interpretación documentada de The Star Spangled Banner, que todavía no era oficialmente el himno nacional, antes de un evento deportivo, tuvo lugar el 15 de mayo de 1862 en el partido inaugural del estadio béisbol y críquet de Union Grounds en Brooklyn, Nueva York. Contratar a una banda era caro, así que solo se hacía en ocasiones especiales. Otra de esas ocasiones fue el 5 de septiembre de 1918, el primer partido de la Serie Mundial —la final de la liga de béisbol—, que estuvo a punto de no jugarse por respeto a los soldados que estaban luchando en la Primera Guerra Mundial, pero que sí se celebró porque se enteraron de que los soldados estaban deseosos de enterarse de qué había pasado. El diario The New York Times publicó una preciosa descripción de cómo, cuando los espectadores se pusieron de pie para estirar las piernas a mitad de la séptima entrada —una tradición del béisbol—, la banda empezó a tocar la canción y todo el mundo se sintió obligado a levantarse y escuchar. En 1931, el presidente Herbert Hoover firmó una ley que designaba The Star Spangled Banner como himno nacional, y, durante la Segunda Guerra Mundial, la costumbre de tocarlo al comenzar los partidos se extendió a otros deportes.

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Personas se manifiestan en apoyo a los jugadores de fútbol americano y su protesta contra el racismo. Spencer Platt/Getty Images

La polémica no está cerrada en absoluto. Kaepernick y Reid tienen pendientes sendas querellas por confabulación contra la NFL y, a pesar de estar en el apogeo de sus carreras, no han vuelto a jugar desde que expiraron sus contratos, el de Kaepernick al terminar la temporada de 2016 y el de Reid al finalizar la de 2017. Hay que ver además si la política de los dueños de la NFL de prohibir a los jugadores que se arrodillen durante el himno nacional aguantará el escrutinio legal. A primera vista, da la impresión de que viola el derecho de libertad de expresión contemplado en la Primera Enmienda, pero, según Erwin Chemerinsky, decano de la Facultad de Derecho de Berkeley y experto constitucionalista, “La Primera Enmienda no cuenta en las instituciones privadas”. Sin embargo, el hecho de que los propietarios hayan tomado la decisión sin consultar con el sindicato de jugadores sí plantea problemas legales, igual que el hecho de que haya intervenido el mismísimo presidente de EE UU. En cualquier caso, sea legal o no, el asunto da una imagen terrible de la NFL: unos hombres blancos ricos que deciden cómo pueden comportarse unos hombres negros que les están haciendo ganar mucho dinero, en un campo de fútbol americano.

Aunque es frecuente que las protestas sean impopulares cuando se producen, la Historia suele recordar a las personas que se atreven a llamar la atención nacional e internacional sobre sus causas, porque el progreso social es una realidad, aunque sea lento. A Muhammad Alí le insultaron por eludir el servicio militar y después se le consideró una de los grandes personajes de Estados Unidos. En 1966, el 64% de los estadounidenses tenía una opinión negativa de Martin Luther King, Jr., y hoy es una de nuestras figuras políticas más veneradas. En los Juegos Olímpicos de 1968, después de recibir sus medallas en el podio, los deportistas olímpicos Tommie Smith y John Carlos levantaron el puño cubierto con un guante negro durante la interpretación del himno nacional, en homenaje a los derechos humanos. En aquel momento se les criticó y marginó, pero hoy tienen una estatua en San José, California, además de otros tributos artísticos y musicales.

A sus 30 años, Colin Kaepernick quizá no tenga oportunidad de volver a jugar, pero ya ha participado en una Superbowl, y hoy es un campeón nacional de los derechos civiles con un altavoz gigantesco y todo el tiempo del mundo para seguir llamando la atención sobre su causa.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia