Un reportera en la línea de combate entre el Ejército ucraniano y los separatistas prorrusos en Donetsk, 2014. Sergei Supinsky/AFP/Getty Images
Un reportera en la línea de combate entre el Ejército ucraniano y los separatistas prorrusos en Donetsk, 2014. Sergei Supinsky/AFP/Getty Images

 

Puede no ser la crisis más mortífera del mundo, pero ha transformado y empeorado las relaciones entre Rusia y Occidente. Más de 5.000 personas han muerto en el país desde que comenzó el conflicto declarado en marzo de 2014, entre ellas, alrededor de mil fallecidas después de que se declarase el alto el fuego, el 5 de septiembre. La entrada del invierno puede añadir una nueva dimensión a la crisis: la población de las regiones orientales de Donetsk y Luhansk, en manos de los separatistas, tendrán que arreglárselas como puedan sin casi calefacción, medicinas, alimentos ni dinero, que escasean debido al derrumbe de la economía local y las restricciones financieras impuestas por Kiev. Los dirigentes separatistas han creado pocas instituciones de gobierno que funcionen, casi no han formado funcionarios y no serán capaces de afrontar ninguna crisis humanitaria por sí solos.

Existen atisbos de esperanza. Aunque Moscú continúa dando su apoyo a las diminutas repúblicas escindidas creadas en partes de Donetsk y Luhansk, su entusiasmo por los separatistas está disipándose. No las ha reconocido, y ahora subraya que su futuro está dentro de las fronteras de Ucrania.

No obstante, la situación es imprevisible. No parece probable que en este comienzo de año se vaya a imponer militarmente ninguno de los dos bandos, pero, dado que ambos cuentan con poderosos grupos de presión en favor de la guerra, es posible que quieran intentarlo. Otras zonas de Ucrania en el sureste -áreas como Jarkov y Zaporizhia, relativamente tranquilas hasta ahora- podrían empezar a removerse si Moscú agita las cosas, tal vez para abrir una vía terrestre a Crimea a través de esa zona. Desde luego, los separatistas más radicales están esperando que suceda.

El presidente ucraniano, Petro Poroshenko, es consciente de que es urgente hacer reformas económicas y sociales para asegurar la estabilidad del país a largo plazo. Sin embargo, está dándose poca prisa en implantarlas. Occidente debe mantener la presión política para que continúe con el plan.

A corto plazo, las principales tareas de la comunidad internacional consisten en separar a las partes en conflicto, animar a Kiev a tender la mano a sus compatriotas en la región este, colocar la frontera entre Ucrania y Rusia bajo el pleno control de observadores internacionales y alejar poco a poco el conflicto del enfrentamiento armado a la negociación política. Todavía hay tiempo de evitar la aparición de otro conflicto congelado en la periferia de Europa, con algo de suerte, mucha energía y una política respecto a Moscú que aúne la presión sostenida con posibles incentivos si tranquilizan la situación.