Cuando se escriben estas líneas, los noticiarios siguen pendientes de la anunciada entrada de las tropas israelíes en la Franja de Gaza. Mientras, desde el atentado del pasado día 7, se siguen viendo imágenes de los múltiples dramas humanos que se viven y que están en el centro de los análisis que se hacen. Y que se refieren a la dramática actualización de un conflicto en el que siguen convergiendo, de manera inaceptable, todos los enfrentamientos anteriores.

En este ambiente, con la pesadumbre de los riesgos que se predicen para la vida y la dignidad de tantas víctimas habidas y de las que se produzcan, sería limitado circunscribir los nuevos horizontes de la globalización multipolar a la ampliación de los BRICS o las resoluciones finales del G-77+China. Ambos movimientos, tanto si buscan emular el G-7 o ir más allá del G-20, puede que inicialmente pretendan reactivar el no alineamiento para propiciar la reforma de las instituciones internacionales surgidas después de la Segunda Guerra Mundial. En línea con lo que se ha empezado a dejarse sentir en la toma de posiciones desde la invasión de Ucrania.

Los dramáticos sucesos que se están produciendo, desde el mencionado ataque de Hamas, es posible que contribuyan, todavía más, a estimular esos sentimientos. Que reclaman a Europa y también a los Estados Unidos, salir de sus mentalidades, que les hacen creer que sus problemas son los problemas del mundo. Sin percatarse que, como ya dijese un escritor, el mundo es ancho y ajeno. Ni percibir que la creciente pujanza del Sur Global, a pesar de sus contradicciones internas, supone un paso más para hacer que en la nueva globalización el control de Occidente resulte cada vez más precario.

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