En 2010, Yemen celebrará el vigésimo aniversario de su unificación nacional. Pero no será una gran fiesta: puede ser el año en el que Yemen se desintegre. Ni siquiera la brutal guerra civil de 1994 consiguió poner la integridad de este país, siempre al borde de la desintegración, tan en peligro como la actual crisis.

Yemen tiene tantos problemas graves que es fácil sentirse abrumado. Al Qaeda tiene cada vez más importancia, en el Norte está extendiéndose una rebelión chií, y en el Sur se renueva la amenaza de secesión. Existe un conflicto latente por lo que vendrá después del presidente Alí Abdullah Saleh, de 67 años, que gobierna el país desde hace 31; las clases dirigentes están envueltas en una lucha a puerta cerrada para hacerse con el poder cuando él lo deje. Y el último problema, tal vez el más imposible de solucionar, es que Yemen está al borde de la catástrofe ambiental y de recursos. El nivel freático del país está casi agotado tras años de malas prácticas agrarias, y sus reservas de petróleo disminuyen a toda velocidad. Todo esto llega en un momento en el que el desempleo se ha disparado y el altísimo índice de natalidad promete más jóvenes sin trabajo en los próximos años.

El Gobierno, sobrecargado y acosado por la crisis, nunca ha tenido mucha prisa por abordar estas preocupaciones. Pero los dos primeros problemas, la seguridad y el arte de gobernar, son una mezcla explosiva que podría estallar en 2010, si Al Qaeda consolida sus triunfos y se aprovecha de un Gobierno en pleno caos. La organización, que es ya el grupo con más representación regional y económica en el país, se ha hecho cada vez más fuerte durante los tres últimos años. Desorganizados y fugitivos en otro tiempo, los miembros de Al Qaeda hoy están echando raíces mediante el matrimonio con mujeres de las tribus locales, y estableciendo una infraestructura duradera capaz de sobrevivir a la pérdida de jefes importantes. Además, han puesto en marcha una doble estrategia de persuasión y de intimidación, lo primero elaborando un relato de la yihad que es muy popular en Yemen, y lo segundo mediante el asesinato o la ejecución de los agentes de seguridad que persiguen con demasiada agresividad a los combatientes. El resultado es que, mientras el presidente estadounidense Barack Obama se dedica a intentar acabar con los refugios terroristas en Jalalabad y Waziristán, están surgiendo otros nuevos, en Marib, Shabwa y Al Jawf.

Durante gran parte de su vida, Saleh ha sido un maestro de la manipulación, capaz de resistir tres décadas en el poder en un país en el que sus dos predecesores inmediatos fueron asesinados con un año de diferencia. Ha durado tanto porque se ha apoyado en una camarilla de familiares y aliados de confianza. Pero ahora, el estilo y la estructura de su Gobierno empiezan a quebrarse. La mala situación económica hace que tenga menos dinero para mantener su red de protegidos y para enfrentar a unas facciones con otras. Dentro de su propia tribu Sanhan, los vínculos de lealtad, antes muy fuertes, dan ya señales de tensión en la medida en que miembros de su familia y otros personajes poderosos se apresuran a tomar posiciones con la esperanza de acabar ocupando la presidencia ellos mismos.

Quienquiera que se haga con el poder en la capital, Saná, puede encontrarse con que no queda mucho Yemen que gobernar. El país se disuelve poco a poco en regiones semiautónomas en medio de varias rebeliones, que se alimentan entre sí. La incapacidad del Ejército para acabar con la insurrección en el Norte envalentona a los que piden la independencia en el Sur, y otros grupos, que sienten la creciente debilidad de Saleh, están empezando a plantear sus exigencias.

Estados Unidos no ha facilitado las cosas. La continua insistencia de Washington en ver el país sólo a través del prisma del antiterrorismo ha provocado los resultados que pretendía evitar. Al centrarse en Al Qaeda y olvidarse de las demás amenazas, y al vincular la mayor parte de su ayuda a ese único problema, EE UU ha garantizado que Al Qaeda no deje de existir jamás.

Yemen no va a implosionar, sino que va a explotar. Y, cuando lo haga, sus problemas actuales se convertirán en los futuros problemas de Arabia Saudí. Se puede ver ya con la intervención de los saudíes en el conflicto del norte de Yemen y con las incursiones de Al Qaeda desde este último en el reino saudí. Para cuando Obama y su equipo elaboren una respuesta más acertada, habrá pasado ya la hora de la prevención, y la única opción será recoger los platos rotos.