Los miedos y riesgos que se ciernen tras la retirada de Estados Unidos y sus aliados, prevista para 2014, del país de la guerra interminable.

 

AFP/Getty Images

 

El calendario del repliegue occidental en Afganistán fue establecido en la Cumbre de la OTAN en Lisboa, noviembre de 2010. Se acordó para fecha no posterior a 2014 la retirada de la mayoría de los 150.000 soldados de Estados Unidos y diversos países atlánticos, entre ellos España, transfiriendo sus funciones a las fuerzas afganas. Existen dudas sobre su capacidad para asegurar la estabilidad de Afganistán, el control de su territorio y la protección de fronteras, dados los limitados niveles alcanzados en el entrenamiento de las tropas, su  fraccionamiento religioso y social, el elevado índice de analfabetismo y la reducida moral de combate. En cualquier caso la capacidad militar del Gobierno afgano seguirá dependiendo después de 2014 de la voluntad de EE UU,  sus aliados y los donantes internacionales, de su compromiso en financiar un Ejército que se ha calculado para 2013 requerirá 6.000 millones de dólares (unos 4.400 millones de euros), más del doble del presupuesto del Estado, imposibilitado de correr con tal gasto.

No es extraño que se compare la retirada de Afganistán con la de Estados Unidos en Vietnam, suponiéndose también, y en el peor de los casos,  la repetición de  un intervalo de tiempo entre  la retirada y la derrota del aliado, por su  incapacidad para sostenerse solo y por la negativa del Congreso de EE UU a seguir pagando facturas; comparándose a Karzai con Diem, ambos confundidos por la burbuja de la generosidad estadounidense. Las fuerzas afganas tendrán mucho trabajo por delante, ya que la insurgencia de los talibanes se ha extendido de manera notoria y militarmente. Habrá que contar con ella, o contra ella, después de 2014. Muy probablemente la guerra va continuar, y ante la proximidad de la retirada occidental no hay consenso sobre lo que debe hacerse para asegurar el futuro del país; ni en el seno de la Administración Obama, ni entre Estados Unidos y sus aliados atlánticos, ni siquiera entre las facciones de los talibanes y sus patrones paquistaníes, los ministros del  Gobierno Karzai, etcétera. Tampoco se ha avanzado de manera sustancial en las conversaciones con los talibanes para la paz y la reconciliación nacional.

 

Negociación inevitable…

Tarde o temprano será abordada tal negociación, que no es una panacea y que  implicará los riesgos y costes políticos acostumbrados para alcanzar un acuerdo sostenible en un país de guerra interminable, generando inmensa fatiga para su población y para los donantes internacionales, con un Gobierno mas bien corrupto e incompetente, excluyente, reacio a las reformas e incapaz de controlar el territorio nacional aún disponiendo de una sustancial ayuda internacional en fondos y soldados. Ante la fecha límite de 2014 y la retirada  militar occidental inexorable no solo está estableciéndose el inventario de lo que quedará en ese Afganistán en condiciones muy precarias, políticas, militares y sociales, pese a los elevadísimos gastos en vidas y hacienda; también se evalúan los riesgos y peligros que supone para la estabilidad de Asia Central y, por parte de Washington  de manera muy especial, el grave deterioro que el conflicto  ha arrojado en sus relaciones con  Kabul e Islamabad, particularmente pero no sólo desde el asesinato de Osama bin Laden en Abbotabad (Pakistán) en mayo de 2011.

Todo el mundo recomienda la retirada de Estados Unidos de Afganistán, pero todo el mundo se  preocupa por la situación que provocará su repliegue militar y cooperativo. Debemos al periodista paquistaní Ahmed Rashid los análisis mas acertados al respecto,  tanto sobre el futuro de Afganistán como por la evolución de su principal vecino, Pakistán, el país que considera como el  más inestable y el más vulnerable a la violencia terrorista, al cambio político y el derrumbe económico. Se marcharán los soldados  cuando la insurgencia de los talibanes -en Afganistán pero también en Pakistán- ha cobrado intensidad, el Gobierno de Kabul nunca había sido tan débil, el de Islamabad más vulnerable, además de mantener una relación muy deteriorada con Washington.  Pero sin la colaboración paquistaní los estadounidenses y la OTAN no podrán retirarse  con normalidad, ni se reducirá la violencia talibán de forma sustancial. Los seis países vecinos (Irán, Pakistán, China, Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán) muestran ya una evidente  rivalidad por personarse en ese Afganistán sin occidentales. Que tampoco podrá ser estable al menos que tales vecinos, junto con India, Rusia y Arabia Saudí, decidan ayudarle y no interferir en su evolución; para  en definitiva evitar  o protegerse de ese diluvio tan amenazador para toda la región.

 

…En unas sillas incómodas

Para sentarse a negociar la paz y para fomentar la reconciliación nacional obviamente es preciso que los principales actores alcancen un acuerdo de mínimos sobre el modelo de país y el fin de la violencia, como en las conferencias de Bonn en 2001 y 2011. Entre los  militares de EE UU incluso se baraja la conveniencia de lanzar una  rotunda ofensiva final que caracterice la retirada de 2014, mediante la derrota evidente de la insurgencia. Pero parece que los talibanes no  tienen excesivo interés en negociar una vez fijado el calendario para la retirada occidental, comparando a los estadounidenses con los soviéticos en 1989, unos y otros saliendo con el rabo entre las piernas. Por su parte, el Presidente Karzai apuesta por su pervivencia política en base precisamente a que la guerra concluya mediante pacto. Para Pakistán, es decir para sus militares y sus servicios de seguridad e inteligencia, el teatro afgano sigue concediéndole profundidad estratégica en su eterna rivalidad con  India, renovable tal vez con crecida intensidad a partir de 2014.

Y es que la guerra civil afgana tiene mucho que ver con el propio conflicto de Pakistán, el vecino mas amenazado con la retirada occidental y el replanteamiento estratégico consiguiente. En Afganistán hay 12 millones de pastunes, y otros 30 millones de pastunes en Pakistán, fuente inagotable de combatientes contra los aliados en Afganistán y contra el Ejército paquistaní. En los dos países cada nueva hornada reclutada por los talibanes es mas radical y combativa que la anterior, como si cada generación tuviera su guerra al estilo de Tierra Santa, con Palestina e Israel. Los talibanes paquistaníes, a diferencia de los afganos, sí estarían dispuestos a la colaboración con Al Qaeda, a constituir un Emirato e integrarse en la yihad global. En definitiva, complicada la paz para ese Afganistán con un vecino inestable e impredecible, con un drama negociador de muchos actores y quimérico mínimo común denominador, cuya economía, según informe del Banco Mundial de 2011, dependía en un 97% del gasto militar internacional. Es difícil desechar la comparación, como no sea  mediando un gigantesco esfuerzo de voluntad  afgano, regional e internacional, entre Hamid Karzai y Ngo Dinh Diem. Esperemos que en Kabul, 2014, no se repita Saigón,  abril 1975.

 

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