En busca de un modelo que ponga freno a la expansión del yihadismo en el Sahel.

 

AFP/Getty Images

 

Los inicios de Al Qaeda tuvieron un origen africano que hoy tiene un punto de retorno. Sus primeros ataques fueron contra las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania, en agosto de 1998, y a barcos estadounidenses en costas lejanas. Pero si nos retrotraemos mucho más en la historia, al origen de la yihad, que data del siglo VII, vemos cómo sigue manteniendo intactos el ideario y el proyecto yihadista que a fecha de hoy trata de imponer Al Qaeda allá donde actúa: conversión de los infieles, expansión territorial (que ya en las guerras santas del siglo VII tenían como objetivo el norte de África), la búsqueda de alianzas en la zona (con independentistas y tuaregs radicales del Sahel, en especial del norte de Malí) y la destrucción de santuarios profanos.

La franja de países al sur del Sáhara que se extiende desde Senegal hasta Somalia, atravesando Mauritania, Malí, Chad, e incluso Sudán pero hasta el 11-S, se ha configurado en los últimos años como una nueva base de operaciones de Al Qaeda que ha ido creciendo desde el Magreb, y de forma más reciente ha incorporado a Etiopía y Kenia a un conflicto fronterizo con Somalia, exacerbando una división que antes no existía entre comunidades cristianas y musulmanas. La expansión a estos nuevos territorios viene derivada del hostigamiento cada vez mayor que han ido recibiendo las milicias de Al Sabbah (de inspiración islamista y asociada formalmente a  Al Qaeda desde 2006) en Somalia, gracias a las operaciones de la Unión Africana y Atalanta de la Unión Europea, que las ha obligado a replegarse a esas zonas.

Una situación similar explica por qué Al Qaeda ha ido desplazando en los últimos años su campo de operaciones a este espacio africano desde su bastión en Asia central (Irak, Afganistán y Pakistán) y en Yemen, principalmente. El cerco de las operaciones militares internacionales y algunas mejoras introducidas en gobernabilidad han desplazado a la organización de  aquellos que fueran sus enclaves durante su década más fructífera (entre el 11-S y las revoluciones árabes). Por otro lado, el hecho de que los servicios de inteligencia y la investigación criminal, y gracias a su cooperación internacional, hayan cercado sus finanzas, les ha supuesto un duro golpe y han tenido que buscar nuevas vías de financiación, y ahí es donde el Sahel juega un papel central. Los Estados frágiles de esta región, corruptos, con fronteras porosas, sin apenas capacidades para hacerles frente, con una geografía que les facilita establecer bases rotatorias y esquivar los controles y con pobreza extrema, son elementos que juegan a su favor. El terrorismo aflora bajo esas condiciones, mientras tiene más difícil supervivencia en Estados democráticos y de derecho.

Pero hay otro factor en el Sahel que merece un especial detenimiento: su connivencia con los grupos criminales y de delincuencia organizada de la zona que ya existían previamente (tráfico de armas, de drogas y de personas), con los que inicialmente habría pactado protección en sus rutas a cambio de facilitarles pasaportes para entrar a Europa y establecer sus bases en el Sahel. Al Qaeda empezó a establecerse en la zona en 2003 como una base logística de apoyo a acciones terroristas en Europa, partiendo de una organización sólida, el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate  –GSPC– argelino. Este proyecto fue conducido por uno de sus fundadores, Al Bara. Éste fue quien organizó el primer secuestro de occidentales en la región, los 32 turistas alemanes, y que finalmente fue capturado en Chad tras haber extendido este tipo de operaciones a países al sur de Argelia. Acciones que evolucionaron hacia la creación de campos de entrenamiento, y más tarde han ido encontrando allí también un filón para nutrir sus principales fuentes de financiación mediante  los secuestros, entremezclándose con el tráfico de drogas (exactamente como hicieran en Afganistán, a excepción de los Talibán), del bandidaje y los robos (tal y como fue la yihad en sus inicios). Como resultado, los secuestros, los atentados a bases de fuerzas de seguridad y de infraestructuras de confesiones consideradas impías y de las instalaciones empresariales occidentales son sus principales objetivos en la zona.

Fue un antiguo líder argelino del GSPC, Amari Saifi, detenido en 2004, quien inició la compra de rebeldes tuaregs de Malí para Al Qaeda. En 2006 Al Mokhtar fue designado representante de Al Qaeda en el África Occidental. Y después se produjo una mayor penetración hacia las tierras sahelianas. En 2007 se anunció la creación de Al Qaeda en la tierra de los bereberes, año en que se canceló el Dakar. A esto le siguieron acciones de adoctrinamiento en Malí, desplegando predicadores saudíes y paquistaníes en las mezquitas, proclamando la yihad y extendiendo el islam wahabí. Se abrieron centros de caridad en Tombuctú y se instauró la sharia  (ley islámica) al modo más purista en la zona norte. Un nuevo bastión a donde se cree que trasladan a muchos de los secuestrados occidentales. La alianza entre el movimiento Azawad independentista del norte y Ansar Dine (tuaregs radicales que se integraron en Al Qaeda), en abril del año pasado, fue lo que les permitió conquistar el norte e instalar la sharia al estilo más cruel, algo que contrasta con una tradición tolerante de prácticas confesionales en la zona.

A finales de 2011 emergió una escisión de AQMI en esa misma zona, los MUYAO –el Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África Occidental–, mediante el secuestro de tres cooperantes europeos (dos de ellos españoles). Lo que junto con la emergencia de otros grupos, como los Boko Haram en Nigeria, que en este caso se han nutrido de desarrapados del sistema (jóvenes sin trabajo ni educación), nos da a entender que la multiplicación de estos grupos se disemina de forma menos jerárquica en sus inicios (menos dependencia estructural de la matriz Al Qaeda). Comienzan con una identificación ideológica global, basta con tener la inspiración como para crear un grupo, pero con el tiempo muchos acaban por integrarse estructuralmente en la red terrorista.

El fenómeno de la radicalización islamista ha sido más institucional en Mauritania, que desde que se independizó en los 60 ha financiado escuelas y mezquitas con fondos saudíes, con lo que contaba con una larga trayectoria de propagación del islam radical. En solo una década, la primera del siglo XXI, pasó de tener 60 mezquitas a 900, y en un solo año, 2008, destinó 12 millones de dólares para el Ministerio de Asuntos Religiosos. Tan solo en el primer semestre de 2008 las fuerzas saudíes detuvieron a 700 mauritanos, reclutados durante la celebración del Hajj, que estaban preparando atentados en el Sahel.

Estados Unidos lanzó en la era George W. Bush el “Partenariado Contraterrorista Trans-sahariano”, en el que participaron gobiernos del Magreb y del Sahel, con la intención de dotarles de formación e impulsar la cooperación en la lucha contra el terrorismo. Ha estado facilitando equipos y entrenamiento al Ejército de Malí, pero la iniciativa debió de ser multilateral y abordar más áreas de intervención. Es preciso que se extienda al ámbito de la ayuda al desarrollo, el apoyo al Estado de derecho, la cooperación en materia de inmigración, el control de fronteras, el intercambio de información, la colaboración policial y judicial, el impulso a la democratización y la implantación de infraestructuras para el desarrollo y el turismo, y a un mayor partenariado entre Estados Unidos, la UE, la ONU, la Unión Africana y los países de la zona, algo similar a la hoja de ruta para Oriente Medio.

La parte militar del partenariado impulsado por EE UU en Chad fue exitosa, en 2004 una operación de las fuerzas chadianas, apoyadas por las estadounidenses en inteligencia táctica y operativa, eliminaron a 42 terroristas, y a ello le siguieron exitosas operaciones de captura, dejando que fueran las fuerzas locales las que encabezaran las operaciones militares de contrainsurgencia y EE UU apoyara desde atrás. Quizá éste sea el modelo por el que apostar en términos militares (y para no volver a repetir las desastrosas experiencias de Afganistán e Irak). La asistencia occidental desde la retaguardia y dejar el protagonismo de las acciones más arduas del combate a las fuerzas regulares del país e incluso a la Unión Africana, o a la ONU dotada de fuerzas UA. Con este estilo chadiano la presencia internacional no acusaría tanto desgaste ni sería un blanco tan directo. Pero para redefinir el modelo de operaciones se necesita un pacto global entre todos los actores implicados, impulsado desde un liderazgo multilateral que en estos momentos no existe, pues las acciones militares en Malí están encabezadas por un solo actor estatal, Francia, con apoyo de la UA.

La actual intervención militar en Malí ha sido aprobada por consenso por el Consejo de Seguridad de la ONU, incluyendo el apoyo de China y Rusia. El caso chino vendría explicado porque está aumentando su explotación de minas y fuentes de materias primas y de energía en Níger. No olvidemos que la operación en Malí tiene también como objetivo asegurar las explotaciones internacionales de estas minas, en la que Francia tiene una importante participación y sumo interés en evitar un In Amenas en la zona. Esta operación podría llevar a un desplazamiento de los terroristas, mientras no se rompiera su alianza con los tuaregs radicales, hacia las áreas más desestabilizadas de Libia (como la Cirenaica), y posiblemente a las menos controladas del Magreb. Allí se abastecieron de la guerra libia, lo que les ayudó a conquistar más territorio en Malí. El grupo que secuestró en enero a 790 empleados de la planta gasística en In Amenas, Argelia, pudo penetrar en este país partiendo de Malí y cruzando Libia. La UE ha establecido una misión civil para ayudar a Libia en el control de fronteras. La ONU ha autorizado una misión militar de la CEDEAO, Comunidad Económica de África Occidental, liderada por países del África occidental, que está más en consonancia con la necesaria localización de las operaciones de combate y con el reparto multilateral de estas acciones. La UE estableció en abril de 2012 otra misión de entrenamiento, esta vez en Malí, destinando 250 instructores y 300 militares de apoyo. Lanzó también otra en Níger, que cuenta con unos 80 efectivos y dirigida desde el pasado julio por el coronel Francisco Espinosa Navas de la Guardia Civil, aunque aún muy limitada para la dimensión del problema en la zona. Estados Unidos está contribuyendo a la operación francesa en Malí aportando satélites y aviones no tripulados desde sus bases en Burkina Faso y Mauritania.

Cabría preguntarse si mediante un modelo más político y de cooperación multilateral por parte europea y estadounidense, fundamentado en la ayuda al desarrollo, misiones civiles de entrenamiento a las fuerzas de seguridad locales, dotación de herramientas y capacidades, además de apoyo táctico y operativo-logístico, pero reforzado con acciones militares necesarias, pero encabezadas por la Unión Africana y los gobiernos de la zona, e incluso por la ONU con base de tropas de la UA, sería un modelo más amplio y multilateral, que despertaría más consensos, y aportaría mayores réditos para abordar un fenómeno tan extenso territorialmente hablando, porque esta guerra contra el terrorismo no termina liberando la zona norte de Malí. Por otro lado, sería preciso actuar de modo preventivo en los países del norte de África, asentando Estados de derecho y ayudando al control de fronteras, que aún están convalecientes de los efectos de las revoluciones árabes, y donde Al Qaeda podría aprovecharse del caos transitorio para desplazarse a esas zonas.

 

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