La esclavitud nunca ha dejado de existir, si bien varios informes de organizaciones internacionales y ONG aseguran que en las últimas décadas se ha reducido su magnitud. Aún así, se estima que entre 20 y 30 millones de personas en todo el mundo todavía estarían viviendo en condiciones de esclavitud. He aquí una muestra de la esclavitud moderna.

Europa

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Activistas contra la situación de esclavitud en Europa se manifiestan en Londres. Peter Macdiarmid/Getty Images

Una comisión del Parlamento Europeo estableció a mediados de 2013 que en Europa podría haber hasta 1 millón de personas en situación de esclavitud que estarían reportando a las mafias hasta 25.000 millones de euros al año.

La trata de mujeres, con fines de explotación sexual, destaca como un problema común en todos los países europeos, tanto en los que se ha legalizado la prostitución como en aquellos que mantienen su prohibición. España, por ejemplo, es de los pocos Estados europeos que aún no ha firmado el Convenio Europeo contra la Trata de Seres Humanos.

Los países de Europa del Este suelen considerarse los más afectados por la esclavitud derivada de la trata de personas. Son países de origen, tránsito y destino de mujeres obligadas a ejercer la prostitución. Entre los Estados miembros de la UE destacan República Checa, Hungría y Bulgaria. Fuera de la Unión, es Moldavia la que prevalece. Además de las mujeres de esta región, en los últimos años se ha incrementado mucho la explotación de africanas –procedentes sobre todo de Nigeria-, sudamericanas –concretamente destacan las de Brasil– y asiáticas –con las mafias chinas expandiendo de forma sustancial su negocio de trata-.

Además de la trata con fines sexuales, en Europa miles de personas son empleadas en sectores como la construcción y la agricultura, así como en pequeños talleres textiles clandestinos. Muchos son inmigrantes obligados a trabajar en condiciones infrahumanas a cambio de cancelar su deuda con las mafias que les facilitaron la entrada en la UE. En la ciudad italiana de Prato, en la Toscana, donde operan numerosas empresas chinas, las condiciones de trabajo de muchos trabajadores de origen chinos son precarias. En los medios se ha hablado de la presencia de esclavos procedentes de China, sin embargo, muchos de esos trabajadores han negado que lo sean. En el sur del país, empleados de Bangladesh sí han denunciado estar siendo tratados como esclavos en fábricas y talleres de la periferia de Nápoles.

Si bien es cierto que Europa es una de las regiones mundiales con menos esclavitud en términos absolutos, no se debería obviar que los países desarrollados son los principales destinatarios de bienes de consumo producidos –en muchos casos, por empresas europeas directa o indirectamente- en las regiones del mundo con una mayor incidencia de esclavitud.

Rusia y Eurasia

Cada año, coincidiendo con la época de cosecha del algodón que se inicia en octubre, cientos de miles de uzbekos –en torno a 1 millón, según algunas estimaciones- son obligados por las autoridades a participar en los trabajos de recolección del algodón, con jornadas de sol a sol a cambio de una comida al día. El Estado uzbeko emplea a sus ciudadanos sin distinción de sexo, edad o profesión (hasta 2012 niños menores de 15 años eran empleados, una costumbre que parece haber comenzado a decaer ante la presión internacional). Aún así, las autoridades justifican el ejercicio de la esclavitud estatal asegurando que es una costumbre que les permite obtener buena parte de su riqueza.

En el Ejército ruso, aún se producen casos de trabajos forzados, como en tiempos de los zaristas. Algunos oficiales ganan mucho dinero haciendo trabajar fuera de los cuarteles a los reclutas en trabajos de diversas características.

En Asia Central y el Cáucaso miles de ciudadanos emigran cada año en busca de un futuro mejor y terminan trabajando en condiciones de esclavitud en los diversos sectores de los principales motores económicos de la antigua Unión Soviética: Kazajstán y la Federación Rusa.

Además de ser un país de destino para centroasiáticos, Rusia es también un destacado país de origen para la trata de mujeres, al igual que Ucrania y Bielorrusia. Rusas, bielorrusas y ucranianas terminan siendo explotadas sexualmente en países de los cinco continentes, en ocasiones controladas por las propias mafias rusas.

Oriente Medio y Norte de África

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Empleadas del hogar procedentes de Etiopía, Filipinas y Sri Lanka trabajan en condiciones de esclavitud en Líbano. Patrick Baz/AFP/Getty Images

Las noticias publicadas en los últimos meses sobre la muerte de varias decenas de trabajadores en las obras de construcción del Mundial de Fútbol de Qatar 2022 han situado en las portadas de los medios internacionales las difíciles condiciones de los inmigrantes en el pequeño emirato del Golfo Pérsico. Jornadas laborales de hasta doce horas al día, siete días a la semana, contratos incumplidos y alojamientos indecentes son algunas de las condiciones en las que viven los trabajadores –procedentes, sobre todo, de Bangladesh, Nepal, Filipinas, India, Pakistán y Sri Lanka- encargados de construir todas las infraestructuras necesarias para la cita deportiva internacional. El fenómeno no es nuevo en esta región, se están viviendo situaciones similares en Arabia Saudí y también Dubái.

Especialmente, en Arabia Saudí, el país más poblado de la Península Arábiga, se registran muchos casos de trabajadoras domésticas sometidas a condiciones abusivas por parte de sus empleadores. Mujeres procedentes de países asiáticos –como Filipinas o Sri Lanka- y de algunos Estados africanos trabajan en muchos casos sin que se les respeten un mínimo de sus derechos laborales. Según la Organización Mundial del Trabajo, Oriente Medio y el Norte de África son dos regiones en las que las que estas empleadas del hogar están más desamparadas por las legislaciones laborales, lo que facilita todo tipo de abusos, incluido el maltrato físico. Mientras Marruecos y Jordania están tomando medidas legales para remediar esa desprotección, Líbano, por ejemplo, se muestra, de momento, menos comprometido al respecto. A pesar de que en los últimos años se han registrado varios casos de suicidio entre las trabajadoras domésticas procedentes sobre todo de países africanos y asiáticos que residen en el país. Unas 200.000 según algunas estimaciones.

También los niños son objeto de explotación en Afganistán, uno de los países del mundo en el que más matrimonios infantiles se registran. Según UNICEF, el matrimonio infantil desemboca en muchos casos en situaciones equiparables a la esclavitud. Además, otra práctica habitual es el de emplear a los menores afganos como sirvientes domésticos.

En el país más desarrollado de la región, Israel, existe un alto número de mujeres obligadas también a ejercer la prostitución por parte de mafias organizadas.

Asia y Oceanía

Pakistán e India destacan como los dos países que -por dimensiones poblacionales e índices de desarrollo humano- más esclavos tienen dentro de sus fronteras. Es habitual que hombres, mujeres y niños indios terminen desarrollando trabajos forzados para devolver préstamos contraídos, un fenómeno muy extendido también en Pakistán. El Banco Asiático de Desarrollo estima que casi 2 millones de pakistaníes estarían realizando algún tipo de trabajos forzados (hay ONG que aseguran que las cifras son más altas). En algunos estados indios, como en Gujarat, importante región productora de algodón, la prevalencia de la esclavitud entre niños parece ser especialmente alta.

Una forma de esclavitud muy extendida en India deriva de los miles de indios empleados como sirvientes domésticos dentro del propio país. Miles de mujeres indias y pakistaníes son explotadas sexualmente por redes de trata que operan sobre todo en las grandes capitales de ambos países. Se han documentado también numerosos casos de explotación sexual infantil.

La explotación sexual es un problema que, en el Sureste Asiático, sufre especialmente Tailandia, destino internacional de turismo sexual, incluido el pedófilo. Además de las propias mujeres tailandesas explotadas, al país llegan jóvenes captadas por redes de trata y que procedende de Camboya, Laos, Birmania y Vietnam.

Las fronteras tailandesas también las cruzan miles de hombres y mujeres de los países vecinos en busca de un empleo y muchos terminan desarrollando algún tipo de trabajos forzados. Por ejemplo, en la gran pujante industria tailandesa relacionada con la pesca (Europa es el tercer destino de las exportaciones pesqueras de Tailandia por detrás de EE UU y Japón) y en las labores agrícolas de la zafra del azúcar. Un buen número de estos trabajadores forzados proceden de Birmania: se calcula que en torno a unos 3 millones de birmanos están viviendo en Tailandia. Al igual, se han detectado numerosos casos de explotación extrema y trabajo infantil en las plantaciones asiáticas de aceite de palma, destacando en este sentido Indonesia, primer productor mundial.

El desequilibrio demográfico en China, con muchos más hombres que mujeres, ha favorecido el tráfico de mujeres. Tanto chinas como mujeres procedentes de otros Estados de la región son explotadas sexualmente e, incluso, pueden ser vendidas a hombres con los que contraen matrimonios forzosos. Trabajadores de los países vecinos emigran hacia los polos industriales y agrícolas chinos para trabajar y muchos de ellos terminan siendo víctimas de algún tipo de explotación laboral. Muchas de las empresas occidentales que son destinatarias de los bienes fabricados en esos centros productivos, suelen ofrecer la misma excusa: no pueden controlar todas las subcontratas que terminan trabajando para ellas.

Hacia otro de los centros económicos de la región, Australia, viajan cada año miles de migrantes asiáticos –un buen número con intención de solicitar asilo–. Algunos de ellos quedan a merced de las redes que les han cobrado grandes sumas para entrar en el país y para hacer frente al pago deben enfrentarse a condiciones de trabajo forzado. Estos esclavos se suman a las mujeres explotadas sexualmente en Australia, Estado que legalizó la prostitución hace dos décadas.

En Japón se ha denunciado que las labores de limpieza de la central de Fukushima estarían siendo realizadas por obreros contratados por las yakuzas, las mafias japonesas. En muchos casos, los trabajadores –desempleados de larga duración y personas sin techo- estarían siendo intimidados para que realicen un trabajo que reporta a los criminales altos beneficios.

El pequeño país de Nepal destaca negativamente en cuanto a la alta prevalencia de la esclavitud. Se calcula que hasta 200.000 mujeres nepalíes podrían estar trabajando en burdeles indios, muchas de ellas vendidas por redes de trata. Hasta un 40% de los niños nepalíes entre los 5 y los 17 años –en torno a un 1,5 millones- estarían siendo empleados en algún tipo de trabajo, dentro de sus fronteras y en países como India, tras haber sido comprados y vendidos por dichas redes.

Es muy difícil encontrar información precisa sobre cualquier tema relacionado con Corea del Norte, incluidos sus campos de trabajos forzados. Según algunas informaciones el régimen norcoreano llevaría años alquilando a miles de sus ciudadanos para que trabajen en países como China, Rusia, Mongolia, Libia, Bulgaria, Arabia Saudí y Angola. En 2006 se supo que un grupo de varios cientos de trabajadores norcoreanos estaban trabajando en una fábrica de la República Checa en condiciones inhumanas.

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Campos de carbón ilegales en Brasil donde los empleados trabajan en condiciones de esclavitud. Mario Tama/Getty Images

América

El pasado mayo, coincidiendo con el 125 aniversario del fin de la esclavitud colonial en Brasil, el Gobierno brasileño anunciaba que en 2012 las autoridades del país habían liberado a 2.849 esclavos, un 14% más que en 2011. Estas personas trabajaban en la agricultura y en sectores como la construcción y la metalurgia. En 2011, el problema de la esclavitud en Brasil llegó a los medios de comunicación internacionales tras la liberación de trabajadores esclavos –sobre todo, inmigrantes peruanos y bolivianos- en una empresa subcontratada por el grupo español Inditex. La empresa y la fiscalía brasileña alcanzaron un acuerdo para el pago de una multa.

A pesar de todos sus problemas, Brasil es señalado como un país ejemplar dentro de América Latina a la hora de haberse comprometido con el problema de la esclavitud. Aunque, en los últimos meses, previos al próximo Mundial de Fútbol, se ha documentado ya un incremento de la explotación sexual, tanto de mujeres como de niños.

Haití –que derrotó a los colonialistas gracias a una revuelta de esclavos- es el país latinoamericano que cuenta con la situación menos alentadora. UNICEF calcula que hasta 225.000 niños haitianos, entre 5 y 17 años, serían restavèks, término usado para referirse a los criados domésticos, que en muchos casos reciben abusos de todo tipo, incluidos sexuales. El aumento de niños de la calle que quedaron en situación de desamparo tras el terremoto de 2010, ha fomentado esta práctica. La explotación infantil se da en varios países latinoamericanos: en México se calcula que hasta 3 millones de niños se ven obligados a trabajar (estimación del 2007).

Si la situación de los trabajadores que recolectan la caña de azúcar en la región del Caribe es complicada en todos los países, en Haití las condiciones de muchos recolectores –que trabajan tanto en suelo haitiano como dominicano- es, si cabe, peor que en otras zonas. Aunque la OIT ha señalado que trabajadores de la zafra en condiciones similares a la esclavitud se encuentran también en Brasil. También las mujeres haitianas están siendo forzadas a prostituirse, tanto dentro de Haití como en la turística y vecina República Dominicana, y en otros países latinoamericanos.

El sector minero en la región andina –controlado en parte por empresas internacionales- concentra buena parte de los casos de esclavitud documentados en América, junto al sector agrícola, la explotación sexual y la servidumbre doméstica. Un ejemplo son las minas peruanas, con casos de explotación extrema, que incluye trabajo infantil.

En Perú, Bolivia y Paraguay se han documentado formas de esclavitud y servidumbre entre las comunidades indígenas: se les vende a crédito bienes de consumo y alimentos a un precio superior al de mercado con el objeto de que paguen esas deudas con trabajo en explotaciones ganaderas o agrícolas.

En los países más desarrollados del continente, Estados Unidos y Canadá, la forma de esclavitud más extendida es la relacionada con la trata con fines de explotación sexual. La precaria situación legal de los migrantes sin papeles, procedentes, sobre todo, de Centroamérica y de México, les hacen vulnerables a distintas formas de explotación laboral sistemática. En los últimos años, las personas que atraviesan México y Centroamérica rumbo a la frontera sur de Estados Unidos han sufrido el acoso y la violencia de grupos criminales organizados que, en ocasiones, los retienen en condiciones de esclavitud. En las maquiladoras de la frontera México-Estados Unidos, y también en las de Guatemala, se han documentado casos de explotación extrema, rayanas a la esclavitud. Muchos de los bienes producidos en dichas maquilas tiene como destino EE UU y Canadá.

África

En el continente africano se encuentran aún formas de esclavitud milenarias. Ciertas tribus convierten a miembros de otras tribus en esclavos, que emplean dentro de sus comunidades o venden a otras comunidades. En el comercio de esclavos subsaharianos han destacado, y lo hacen aún, grupos como los tuaregs. Esta forma de esclavitud se localiza, predominantemente, en la orilla suroccidental del Sáhara: Mauritania, Malí, Chad o Níger. Pero los más representativos en esta práctica son Sudán y Sudán del Sur.

Durante la larga guerra civil entre los sudaeneses se emplearon niños soldados en todos los bandos. Sudán del Sur se ha convertido en un destino para mujeres de varios países africanos –Uganda, Kenya, Etiopía y Congo- explotadas sexualmente por redes de trata que se han lucrado gracias a la presencia de los miles de trabajadores empleados en la reconstrucción del país. Medios locales también han denunciado que es frecuente ver vehículos de las misiones de Naciones Unidas aparcados frente a algunos de los burdeles de Juba.

En Costa de Marfil, el mayor productor mundial de cacao, se han documentado casos de esclavitud, incluida la infantil, en sus grandes plantaciones. No sólo de marfileños también de habitantes de los países vecinos como Camerún o Malí. El cultivo de cacao en todo el mundo –además de en África, en Asia y Latinomérica- es un sector con alta incidencia de trabajo esclavo. En el norte de Nigeria y en países como Niger, Benin, Chad o Burkina Fasso destaca el cultivo del algodón, sector que emplea a un buen número de esclavos, incluidos niños. El destino de las producción de cacao y de algodón africanos suele ser la exportación fuera del continente. Ni el control de esa exportación ni, desde luego, la fijación de precios dependen en la mayoría de los casos de los países productores.

La minería es otro sector con un número de esclavos elevado en el continente. Destaca el caso de la Repúlica Democrática del Congo, que dispone de importantes yacimientos de minerales y metales raros. En las minas congoleñas, controladas en algunos casos por grupos armados, trabajan hombres, mujeres y niños esclavos, extrayendo minerales como el ya conocido coltán, indispensable para el funcionamiento de multitud de dispositivos electrónicos de última generación. Las empresas mineras occidentales son las que controlan buena parte del sector minero africano.

Las sucesivas guerras que se han vivido en Congo desde hace dos décadas han favorecido e incrementado dos formas de esclavitud: el reclutamiento forzado de niños soldados –Sierra Leona y Liberia sufrieron este problema durante sus guerras y aún sufren las consecuencias sociales- y la trata de mujeres. En este último punto destaca también Nigeria, país de origen de mujeres que son destinadas a ejercer la prostitución forzosa en países de todo el mundo, controladas por mafias nigerianas cada día mejor estructuradas. Además de la explotación sexual, en varios países africanos las mujeres sufren la lacra de los matrimonios forzosos, a pesar de que en otros Estados como en Etiopía, se han llevado a cabo reformas legales para tratar de evitarlo.

El continente africano está surcado por rutas migratorias recorridas por jóvenes de ambos sexos en busca de un futuro mejor. No todos emprenden camino voluntariamente, como ocurre con los miles de jóvenes eritreos que, según un reciente informe, habrían sido vendidos por militares eritreos a traficantes sudaneses, que a su vez los venden a beduinos del Sinaí. Muchos migrantes africanos han de contraer importantes deudas con las mafias encargadas de transportarlos a través de las fronteras, en especial de las que les permitan entrar en la Unión Europea. Dichas deudas van a condicionar su vida en los países de destino, habiéndose detectado numerosos casos de africanos que trabajan como vendedores en las calles de las ciudades europeas y también en sectores productivos como el agrícola a cambio de comida y una habitación.

El resto de lo que ganan se les detrae de sus salarios para satisfacer dichas deudas.

El negocio de la esclavitud

Las distintas modalidades de esclavitud han sido definidas y reguladas en sucesivas convenciones internacionales que forman parte del corpus normativo de la Organización de las Naciones Unidas. La ONU considera esclavitud: la trata de personas, la explotación sexual, las peores formas de trabajo infantil, el matrimonio forzado y el reclutamiento forzoso de niños para utilizarlos en conflictos armados.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) reconoce que la frontera entre algunas modalidades de explotación laboral y los trabajos forzados no siempre  está clara. Según la OIT, estamos ante una situación de trabajo forzoso cuando la persona sufre la limitación de la libertad de movimiento de los trabajadores, la retención de los salarios o de los documentos de identidad, la violencia física o sexual, las amenazas e intimidaciones, o las deudas fraudulentas de las cuales los trabajadores no pueden escapar.

De lo que no cabe ninguna duda es de que la esclavitud, en todas sus modalidades, genera unas ganancias descomunales para aquellos que se benefician de ella. La OIT calcula que la esclavitud mueve miles de millones de euros cada año.

Las distintas modalidades de esclavitud han sido definidas y reguladas en sucesivas convenciones internacionales que forman parte del corpus normativo de la Organización de las Naciones Unidas. La ONU considera esclavitud: la trata de personas, la explotación sexual, las peores formas de trabajo infantil, el matrimonio forzado y el reclutamiento forzoso de niños para utilizarlos en conflictos armados.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) reconoce que la frontera entre algunas modalidades de explotación laboral y los trabajos forzados no siempre  está clara. Según la OIT, estamos ante una situación de trabajo forzoso cuando la persona sufre la limitación de la libertad de movimiento de los trabajadores, la retención de los salarios o de los documentos de identidad, la violencia física o sexual, las amenazas e intimidaciones, o las deudas fraudulentas de las cuales los trabajadores no pueden escapar.

De lo que no cabe ninguna duda es de que la esclavitud, en todas sus modalidades, genera unas ganancias descomunales para aquellos que se benefician de ella. La OIT calcula que la esclavitud mueve miles de millones de euros cada año.