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El río Nilo en la ciudad egipcia de Aswan. Khaled Desiuki/AFP/Getty Images

El Cairo ve la construcción de la presa del Renacimiento en aguas del Nilo como una amenaza a su producción de energía.

El pan ha estado en el centro de las protestas en Egipto desde los 70, cada subida, cada restricción de lo que es el sustento vital de millones de egipcios ha provocado que estos se revuelvan contra la autoridad reinante. Pero es otro bien de primera necesidad, el agua, lo que podría llevar al país del Nilo a su primera guerra este siglo.

Hace unas semanas Sudán denunció oficialmente amenazas a su seguridad por parte de Egipto y Eritrea en su frontera oriental con este último país. Días antes se había advertido de que Egipto ha desplegado tropas (con el respaldo de Emiratos Árabes Unidos) en la base militar eritrea de Sawa, una región cercana a la frontera con Sudán. En un comunicado del partido único sudanés, el Congreso Nacional de Omar al Bashir, anunció el cierre inmediato de la frontera y el despliegue de tropas en la zona. Ese mismo día llamó a consultas a su embajador en El Cairo.

Esta es sólo la última escalada de tensiones en un conflicto que no tiene visos de remitir. Etiopía está construyendo la que será la mayor planta hidroeléctrica de África en el Nilo Azul, una de las principales fuentes del río (contribuye a dos tercios del volumen de agua), y a Egipto, el principal beneficiado y el más dependiente de su caudal, no le hace ninguna gracia. No le falta razón. La supervivencia del gigante africano depende del agua. Egipto es y existe gracias al Nilo. El río le proporciona más del 90% de los recursos de agua y el desarrollo del proyecto tendrá un impacto directo sobre el caudal que usan para irrigación, agua potable y energía.

La pasada semana el Presidente egipcio, Abdelfatah al Sisi, visitó Adís Abeba unos días después de recibir en El Cairo la visita del Primer Ministro etíope, Hailemariam Desalegn, para la sexta reunión del Comité Conjunto Egipcio-Etíope. Las conversaciones llevaban estancadas tres años. En respuestas a los periodistas en Etiopía al ser preguntado sobre la crisis, la contestación de Sisi fue “No hay crisis”. Mientras el titular de Exteriores subrayaba que los problemas técnicos (no resueltos en los pasados siete años) “estarán solucionados en el plazo de un mes”.

La optimista aseveración del líder egipcio, quien ya manifestó en El Cairo que no quieren una guerra “ni con sus hermanos ni con nadie”, no refleja, sin embargo, la percepción que hay en Egipto sobre el problema. Expertos en energía, ambientalistas, fuentes gubernamentales, nadie quiere pisar ese terreno que es tan turbulento e impredecible como las corrientes de la primera catarata del Nilo en Asuán.

Una de las principales preocupaciones de Egipto es cómo afectará a su producción de energía. Y muchos temen acabar adquiriendo electricidad del vecino Israel. “Actualmente, el Gobierno egipcio tiene un excedente de electricidad de 5.000 megavatios por día, pero este excedente se reducirá si las turbinas de la presa Etíope afectan la generación de electricidad de Egipto. Se espera que la represa reduzca la producción eléctrica egipcia en un 10%, lo que, junto con un aumento del 10% en el consumo anual de electricidad, crearía un déficit que obligaría al país árabe a importar electricidad”, explicaba una fuente del Ministerio de Electricidad egipcio citada por la publicación Al Monitor el pasado septiembre, bajo condición de anonimato. Algunos artículos en diferentes medios hablaban por las mismas fechas de una “normalización de relaciones a través de la privatización”, con una compañía israelí, IC Power Ltd, adquiriendo cuatro empresas de distribución de electricidad en Egipto. El Gobierno de El Cairo negó cualquier intención de privatizarlas. Nayel Shafei, un experto en telecomunicaciones publicaba en su página de Facebook que “el objetivo final de Israel en el juego del gas del Mediterráneo Oriental es vender electricidad directamente a los consumidores en Egipto”.

La historia viene de largo. Desde que tras la revolución de 2011 que acabó con Hosni Mubarak se llevó por delante los beneficiosos (para Israel) contratos gasísticos, a precios muy por debajo de su valor de mercado. Para muchos, desde entonces, Egipto lleva a cabo un esfuerzo por compensar al vecino. Pero el Parlamento egipcio salió al paso y despejó cualquier sombra de duda subrayando que las empresas en cuestión siguen siendo de propiedad estatal.

Desde el anuncio de la construcción de la presa del Renacimiento en abril de 2011, El Cairo ha expresado su preocupación sobre cómo afectará a su cuota anual de agua, que ronda los 56.000 millones de metros cúbicos. El caudal del Nilo es de unos 88.000, de los cuales Egipto se lleva la mayor parte, seguido por Sudán, gracias a unos acuerdos firmados en época colonial bajo auspicio de los británicos.

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La presa Gran Renacimiento en construcción, frontera entre Sudán y Eritrea. Zacharias Abubeker/AFP/Getty Images

En 1929 Egipto hizo valer lo que considera sus derechos históricos sobre la mayor parte del caudal al amparo británico en los denominados Acuerdos del Agua. Estos le daban derecho de veto sobre cualquier construcción en la cuenca río arriba. En las tres décadas siguientes se encargó de proteger esos derechos con presiones militares frente a los países ribereños que intentaban construir presas. Unas amenazas que se centraron en Etiopía y Sudán, cuyas fuentes del Nilo Azul y Nilo Blanco, respectivamente, aportan la mayoría del agua que llega a Egipto. Cuando en 1956 Sudán se libró de los británicos promovió una enmienda a dicho acuerdo con condiciones más beneficiosas. Finalmente en 1959 El Cairo y Jartum se repartieron el Nilo a razón de 55.500 millones de metros cúbicos para el reino de los faraones y 18.500 para Sudán. Etiopía, que nunca estuvo bajo mandato británico, dejó claro entonces que no pensaba respetar dichos términos y en 1993 firmó un acuerdo de cooperación con El Cairo para trabajar en interés mutuo y no llevar a cabo proyectos perjudiciales.

Sin embargo, Egipto ha mirado siempre por encima del hombro a los sureños. El antiafricanismo de Mubarak es bien conocido y sus relaciones con Etiopía complicadas, por decir lo mínimo. En 1995 sobrevivió a un intento de asesinato en Adís Abeba y se negó a unirse a la Iniciativa de la Cuenca del Nilo que se formó en 2009 y que intenta poner de acuerdo a los 11 países que baña el río.

Ahora Etiopía amenaza con cambiar las tornas. La gran presa del Renacimiento, casi completa, estará a 850 kilómetros al noroeste de Adís Abeba y unos 40 kilómetros antes de que el Nilo Azul entre en Sudán. Tendrá una capacidad de entre 63.000 y 74.000 millones de metros cúbicos de agua y se calcula que la planta hidroeléctrica, con 16 unidades generadoras, proporcionará hasta 6.000 megavatios de electricidad. La mayor hidroeléctrica de África. Esto no sólo pondrá en una nueva y mejorada posición política a Etiopía, sino que le brindará la oportunidad de mejorar económicamente, al contrario de lo que los egipcios consideran que ocurrirá con ellos.

El momento crítico será durante el llenado de la presa al entrar ésta en funcionamiento, algo que debía haber ocurrido en 2016 pero sucederá previsiblemente entre este año y el próximo. Durante el tiempo que tarde en llenarse, entre 5 y 15 años, un estudio publicado en la revista de la Sociedad Geológica de Estados Unidos GSA Today en 2017 asegura que “el flujo de agua dulce del Nilo a Egipto puede reducirse en un 25%, con una pérdida de un tercio de la electricidad generada por la presa de Asuán”. Esto podría provocar que Egipto tuviera por primera vez que pensar en importar electricidad.

De la velocidad de embalsamiento de agua dependerán las pérdidas egipcias. Si tarda tres años serán n 51% de su tierra cultivable. De prolongarse a seis, es decir, si el llenado se hace más lentamente, las pérdidas serían de un 17%, según el estudio de un profesor de la Universidad de El Cairo, citado por el diario Telegraph. A esto hay que sumar la merma de agua que ya está provocando el cambio climático.

Estudios internos del Gobierno citados por Telegraph estiman que por cada reducción de 1 billón de metros cúbicos de agua, se perderían 81.000 hectáreas de tierras de cultivo y 1 millón de personas verían amenazada su subsistencia, dado que un promedio de 13 personas viven de cada hectárea, según un alto funcionario del Ministerio de Irrigación hablando en condición de anonimato. El tema de la presa es tan controvertido que nadie quiere hablar de ello. No es de extrañar que el presidente egipcio AbdelFatah al Sisi, haya asegurado que la del agua “es una cuestión de vida o muerte”.

Adís Abeba, sin embargo, mantiene que la presa servirá al desarrollo de Etiopía y que en ningún caso afectará al resto de países de la cuenca del Nilo. Este país africano tiene el segundo mayor potencial hidroeléctrico en África, con una capacidad estimada de alrededor de 45.000 megavatios. La presa del Renacimiento sumada a otra terminada en 2015 casi cuadruplicará la capacidad eléctrica de Etiopía, según un estudio publicado por la doctora Ana Cascão. Ese exceso de electricidad se exportará a otros países africanos e incluso a Europa y podría suponer unas ganancias de hasta casi 1.000 millones de euros al año, lo que lo convertiría en el mayor exportador de electricidad en África. La presa también permitirá controlar el flujo de agua: mantenerlo estable en la estación seca y evitar inundaciones en época de lluvias.

Entre los egipcios, la idea de que la presa afectará a su producción de electricidad ha calado, pero el experto Kevin Wheeler considera que “los riesgos para los usuarios egipcios y su generación de energía se pueden minimizar combinando liberaciones anuales acordadas suficientes desde la presa del Renacimiento en Etiopía, una política de gestión de sequía para la presa de Asuán y un acuerdo cooperativo a nivel de cuenca que proteja el nivel del lago Nasser”.

El experto apunta a los intereses de Jartum como más difíciles de convenir con los de El Cairo. Sudán, que tradicionalmente se había alineado con Egipto en cuestiones nilóticas parece considerar que la presa podría beneficiarle y se ha puesto del lado etíope. Controlar las aguas les permitirá expandir sus terrenos cultivables. En la actualidad utiliza apenas el 1% de la tierra agrícola. Muchos países occidentales tienen puestos sus ojos en esa riqueza para el arrendamiento y explotación de terrenos. Controlar las crecidas del río y mejorar los sistemas de irrigación son fundamentales para esos propósitos. El movimiento de tropas a su frontera oriental se suma a otra serie de desencuentros con El Cairo. Ambos países se disputan el Triángulo de Halaib, un territorio costero del Mar Rojo bajo control egipcio, y sobre la acusación de que éstos estarían interfiriendo en los conflictos internos sudaneses. El pasado año Jartum aseguró haber capturado blindados egipcios en Darfur y acusó a la inteligencia egipcia de apoyar a la oposición en Kordofán.

Hace unos días el ministro de Electricidad y energías renovables, Mohamed Shaker, anunciaba que los precios de la electricidad subirán de nuevo el próximo mes de julio y aseguraba que están “trabajando para que la subida no afecte a los menos privilegiados”. Será la enésima vez que suban las tarifas. El último aumento el pasado agosto elevó las facturas un 40%.

El experto Kevin Wheeler destaca que la presa proporcionará una oportunidad de desarrollo y el Presidente egipcio, que opta a la reelección el mes próximo, ha subrayado recientemente que no tiene “tiempo que perder en guerras y conflictos”. Sin embargo, la amenaza de perder su hegemonía política en la región y ver peligrar su producción agrícola y eléctrica, además de disminuir su cuota de agua, es algo que, según los expertos, ningún gobierno de Egipto tolerará.